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Se publican los libros de John Boyne, Irène Némirovsky y Andrea Camilleri

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La editorial Salamandra anunció que a partir de este 28 de mayo las novelas de los tres escritores salen a la venta. 


Las huellas del silencio, de John Boyne

El autor del éxito de ventas El niño con el pijama de rayas (Salamandra, 2007) nos sorprende con una sobrecogedora y valiente historia sobre los abusos de la Iglesia católica en su Irlanda natal a finales del siglo XX.

La historia

Irlanda, 1970. Tras una tragedia familiar y debido al súbito fervor religioso de su doliente madre, Odran Yates se ve obligado a ordenarse sacerdote, por lo que, a los 17 años, entra en el seminario de Clonliffe aceptando la vocación que otros han escogido para él.

Cuatro décadas después, la devoción de Odran se resquebraja por las revelaciones que están destruyendo la fe del pueblo irlandés a partir de un escándalo de abusos sexuales. Muchos de sus compañeros sacerdotes acaban encarcelados, y las vidas de los jóvenes feligreses, destruidas.
Cuando un evento familiar reabre las heridas del pasado, Odran se ve obligado a enfrentarse a los demonios desatados en el seno de la Iglesia y a reconocer su complicidad en esos hechos.


Los fuegos del otoño, de Irène Némirovsky

Escrita en la primavera de 1942 y publicada a título póstumo en 1957, esta novela sensacional sobrevivió milagrosamente a los estragos del nazismo, y el reciente descubrimiento de una copia con abundantes correcciones de la propia Némirovsky le confiere un valor adicional incalculable.

La historia

En Los fuegos de otoño,Némirovsky compone de nuevo un sensacional fresco narrativo del envilecimiento de la burguesía parisina durante ese período vertiginoso. Escrita en la primavera de 1942, al mismo tiempo que Suite francesa y pocos meses antes de la muerte de la autora, y publicada a título póstumo en 1957, Los fuegos de otoño sobrevivió milagrosamente a los estragos del nazismo, y el reciente descubrimiento de una copia de la novela con abundantes correcciones de la propia Némirovsky le confiere un valor adicional incalculable.

Finalizada la Primera Guerra Mundial, Bernard Jacquelain regresa de las trincheras con una medalla, pero desilusionado ante la falta de perspectivas. Tras los horrores presenciados en el frente, lucha por hacerse un hueco en el mundillo de los negocios turbios que campan a sus anchas en París. ¿Qué puede atraer a la bella y sensata Thérèse del rebelde y un tanto desvergonzado Bernard? A pesar de los desengaños y sufrimientos que puede acarrearle esa relación, Thérèse lo quiere y confía en que la fuerza del amor acabe por imponerse. Durante diez años, gracias al dinero fácil, ambos disfrutan de los mediocres placeres de la vida burguesa, pero cuando los tambores de guerra vuelven a sonar con fuerza y el futuro se torna incierto, todo empieza a desmoronarse.

Ambientada en el París febril y disoluto de entreguerras, Los fuegos de otoño es no sólo un retrato íntimo de unos hombres y mujeres en busca de una libertad imposible, sino también una semblanza implacable y sobrecogedora de una clase social presa de sus privilegios y costumbres


Tirar del hilo, de Andrea Camilleri

El libro número cien del prolífico autor italiano. En esta vigesimonovena entrega de la serie dedicada a Salvo Montalbano, Camilleri nos brinda una magnífica novela negra que pone el foco en la crisis migratoria, una de las tragedias más duras de la realidad europea actual.



La historia

Cuando Vigàta se llena de pateras, Salvo Montalbano se ve completamente desbordado de trabajo. Tras haber sobrevivido a las olas traicioneras, cientos de migrantes llegan hasta la costa en pésimas condiciones, sin medios ni garantías, por lo que ayudar se convierte en un deber para el comisario y sus hombres.

Como si ese apremiante desastre no bastara, Montalbano, acuciado por Livia ante la inminencia de las bodas de plata de unos amigos, se pone en manos de Elena, una bella modista que regenta la sastrería más afamada de Vigàta y con la que traba una complicidad inmediata. Pero cuando Elena aparece brutalmente asesinada, entre algodones libaneses y rollos de tela, el comisario, con la colaboración nada menos que del gato de la víctima, hará todo lo posible para desenmarañar el ovillo de tan horrendo crimen.

En Tirar del hilo, su libro número cien y el vigesimonoveno dedicado a Salvo Montalbano, Camilleri nos brinda una magnífica novela negra que pone el foco en la crisis migratoria, una de las tragedias más duras de la realidad europea actual, «una excusa estupenda para levantar viejas y nuevas fronteras con alambre de espino».


Los lamentos de un río muerto

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Ricardo Silva. Foto tomada de sus redes sociales.

Sobre la nueva novela de Ricardo Silva Romero

Por: Juan Camilo Rincón* / Bogotá

En el libro más reciente del escritor colombiano Ricardo Silva Romero, Río Muerto (Alfaguara, 2020), la mudez de su protagonista se convierte en una metáfora de otra forma de voz, una poderosa que, a su manera, parte del susurro y se convierte en grito. Es la voz que se deposita en un río, en todos los ríos que llevan corriente abajo los cadáveres, ríos muertos que no terminan en el mar. 

En esta novela, el personaje central, Salomón, se convierte en fantasma que funge como narrador. Y su voz no es solamente la del muerto sino, además, de toda una historia desesperada. El fantasma, elemento ficcional, le da credibilidad y fuerza al relato, acercándolo a los lectores con una emocionalidad impensada. Esta obra se vale de elementos narrativos como las historias bíblicas y las tragedias griegas pero, contraria a ellas, en esta no hay dios alguno que escuche las plegarias ni reciba las ofrendas.

El mudo vive en el silencio y, ante su imposibilidad de enunciar, se ve obligado a actuar, a convertir en acción sus palabras silentes. Así, Río Muerto nos lleva, impetuoso como el agua, por la desolación, el dolor y la necesidad de continuar, aunque no se desemboque en ningún lugar. 

El narrador no puede descansar porque se ve obligado a ver a su familia sufrir la vida sin él, en un imaginario pueblo abandonado llamado Belén del Chamí, casi infernal, como si "sus setecientas veintisiete casas entejadas fueran un río lleno de basura que se va ensanchando pero no llega nunca al mar, un río que no se va a morir porque es un río muerto". Es un averno que no vemos porque no lo vivimos, pero al que traemos nuestra progenie. Río Muerto nos recuerda que en los demás, en sus luchas y temores ha surgido esta tierra cuyos difuntos tienen una historia que contar. 

Entrevistamos al autor para que nos hable sobre esta novela que ya está en librerías.

- ¿Por qué se le hizo urgente escribir esta historia?

Cada vez me parece más claro que, como nos hacía ver la médica forense Helka Quevedo el otro día, a mí y a Carolina, quería desenterrar y reivindicar y narrar por dentro uno de los cientos de miles de casos “no emblemáticos” que tenemos sepultados, pero también era tremendamente necesario para mí revisar lo que pasa cuando a uno le pasa lo impensable y recrear esta sensación de ya no poder ni querer morirme. 

- ¿Cómo logró evadir el lugar común respecto al relato del sobreviviente?

Por una parte, cada vez les temo menos a los lugares comunes porque tengo la sensación de que, bien usados, bien mezclados con los hallazgos que se dan durante la escritura, pueden ser incluso una señal de buena fe de una obra de arte. Por otro lado, Río Muerto es, a mi modo de ver, una narración que prueba que cada víctima y cada sobreviviente y cada fantasma ignorado protagoniza un drama irrepetible. Pensándolo bien, no tengo tan claros los clichés de los relatos de sobrevivientes. Y, en cualquier caso, entre más concreto sea uno en su texto, entre más particular sea en el lenguaje, en los personajes, en los lugares, en las voces de sus tramas, más cerca se encuentra –creo yo – de conseguir una novela que sume. 

- ¿Usted cree que uno sigue vivo después del último latido?

Es que, luego de escribir la novela de ciclismo, me puse a trabajar en un par de borradores sobre ese tema. Que hace poco me hicieron ver que era el tema de otros libros que he hecho en estos veintidós años: de Tic, de Fin, de En orden de estatura. Y ahora, como me suele pasar de tanto andar metido en esoterismos, más bien me parece rarísimo descartar que haya vida más allá del cuerpo. El mundo está lleno de testimonios de ello, de jeroglíficos a cantos de La República, de best sellers a familiares que lo han confirmado, desde la antigüedad hasta hoy. Hay libros de neurocirujanos, de filósofos, de físicos que lo dan por hecho: curiosamente, fue el cura que ofició la misa de despedida de mi papá quien me recomendó un par de esos trabajos que le sirvieron para armar su homilía. Y quién no se queda pensando que es mejor creer así sea por si acaso.  

- ¿En su vida hay algún río muerto?

Yo creo que no, pero vaya usted a saber. Yo, como todo el mundo, ando por ahí con mis duelos a cuestas y con mis pulsos por dentro, pero suelo notar que quiero vivir muchos muchos años porque estoy lleno de cosas por ver, por oír y por hacer.


Por una parte, cada vez les temo menos a los lugares comunes
porque tengo la sensación de que, bien usados,
bien mezclados con los hallazgos que se dan durante la escritura,
pueden ser incluso una señal de buena fe de una obra de arte


- ¿Cree usted que en este país se cumple la premisa de “la muerte es igual para todos”?

El problema es que, apenas escucha uno la expresión “este país…”, se le viene a la cabeza una sombra. Quiero decir: apenas escucha uno “este país…”, con puntos suspensivos, recuerda uno que en demasiados lugares de Colombia siguen siendo probables y fáciles y rutinarias las muertes violentas. Y, sin embargo, en Río Muerto es claro –yo pienso eso, además– que compartimos la experiencia de morirse, que toda vanidad es puesta en su sitio en la vejez y en la muerte, y que se vive muchísimo mejor si se tiene presente, sin aspavientos ni regodeos ni falsos corajes, el final de la vida: me cuesta pensar que en lo que se ha llamado “el más allá” lo feliciten a uno por el éxito en su trabajo, por ejemplo, me cuesta sacar otra conclusión a la enfermedad y a la decadencia del cuerpo y a la muerte que “no hay protagonistas ni hay extras”.  

- Río muerto es, de alguna manera, una reflexión sobre la ausencia o la pérdida del padre. ¿Quién es ese padre que los colombianos perdimos?

Probablemente, como buenos evangelizados, hayamos soportado estos gobiernos flojos e inescrupulosos porque el cielo ha sido la verdadera promesa de campaña que se nos ha hecho siempre. Probablemente, hayamos caído en la trampa de esperar un mesías o un imperio o una madre patria que nos ponga en nuestro sitio, y hayamos dejado para después la necesidad de asumir la responsabilidad. Nos hemos portado como los niños salvajes de El señor de las moscas, mientras Dios vuelve a este archipiélago, porque sentimos que los adultos no están mirando y que todo vale. Quiero decir que tarde o temprano una persona tiene que dejar de ser solamente un hijo o una hija. No es que no hayamos tenido padre, mejor dicho, sino que no hemos querido serlo, asumirlo, hacer las paces con su figura para darnos la propia vida. 


*Juan Camilo Rincón. Periodista y Escritor. Autor de libros como Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia (2014, Libros & Letras).

Nuestro padecimiento es cultural, no económico

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Foto: Libros & Letras


Por: Álvaro Mata Guillé*


Desde su nacimiento, hará unos 400.000 mil años según las pruebas paleontológicas, nuestra especie ha convivido con el desasosiego provocado por la incertidumbre y el conflicto. Lo que somos, el qué hacer ante la adversidad del entorno, el percibir y el mirar, se transformaron en conocimiento y memoria, confrontados constantemente a la penuria y a la muerte, al abismo y al no-saber. Nuestras necesidades (el hambre, la sed, el sueño) conjugan en sí mismas el deseo por sobrevivir, mezclándose en nosotros el miedo y la desconfianza, como también lo hace el afecto que nos acerca: la aprensión y la fraternidad, el egoísmo y el abrazo, nos constituyen, conviven dentro de nosotros, moldean las relaciones sociales, la cultura –los signos, el lenguaje- que nos envuelve. La pluralidad nos marca, es una condición de la existencia, en y con nosotros convive lo múltiple: el deseo y el rechazo, la atracción y el odio, los sueños que nos llevan a presentir el más allá se unen a la realidad del aquí, en la que vivimos todos los días, reconociendo asimismo, que en la soledad -el anhelo, el dolor- el otro aparece: somos él, somos ella, somos el uno y el todo, la otra que habita el nosotros, el aquello y el aquella, disueltos (disueltas) en lo mismo, “…cada uno es un todo. Pero no hay todo: siempre falta el uno. Ni entre todos somos Uno, ni cada uno es todo. No hay Uno ni todo: hay unos y todos. Siempre el plural, siempre la plétora incompleta, el nosotros en busca de su cada uno: su rima, su metáfora, su complemento diferente” *

Pero, 
si desde el nacimiento de la especie humana, lo plural nos constituye: el titubeo, las muchas voces que nos habitan buscándose, expresando o anhelando al otro, por qué nos empeñamos en creer que hay una única respuesta, por qué nos aferramos a la ortodoxia como fundamento del quehacer, en el dogma de los “cesarismos” o de la idolatría, como ordenamiento para regular la convivencia, siendo un buen ejemplo el “cesarismo ideológico del mercado” que se impuso en la contemporaneidad, el estalinismo económico de los mercaderes, la perspectiva que ha subyugado la estructura cultural de los últimos años, modelando el concepto de persona y vaciándolo, como también vaciando la idea de lo social, del Estado de bienestar, sin poder ver más allá de sí mismo, ni contemplar otra posibilidad más que la lucro. 

Sí, 
la avaricia, la usura, el desprecio, han estructurado las relaciones sociales contemporáneas, haciendo de la indiferencia y la frivolidad que imperan como resultado del modelo económico, los referentes cotidianos que invaden todos los ámbitos: a poetas o humanistas, a universidades o artesanos, lo empresarial como al proletario, ni qué decir de las clases políticas. El olvido de nosotros, ese dejarnos de lado que hemos padecido desde antes de la II Guerra Mundial, como presagiaba el filósofo germano Edmund Husserl, se transfiguró en banalización y vaciamiento al servicio del consumo por el consumo y el mercado, determinando los estamentos de una sociedad sin escrúpulos, donde priva el interés, la gula de mezquindad y sobre todo el afán de lucro, fundamentos del estalinismo económico del mercader que, como toda ortodoxia, se idolatra a sí misma y se venera, pero de la que podemos observar sus efectos, lo hecho principalmente en estos últimos 40 años, con la actual pandemia, donde las personas, para algunos, son ideología, números, estadísticas o efecto colateral, empeñados, a pesar de las evidencias, en continuar con la destrucción del Estado social de derecho**, esclavizando instituciones, favoreciendo intereses, pasando por alto el bien común o los derechos humanos, pasando por alto la posibilidad de convivir. 

No es la crisis económica nuestro principal problema, es una crisis moral -de conceptos, de significados- la crisis que padece un modelo de distribución que ha obligado a algunos a vivir en el límite del hambre; modelo que pretende, con la generalidad de sus acciones, que regresemos a la esclavitud y al reino del señor feudal. 

Nuestra crisis no es de dinero, nuestra crisis es cultural y nos obliga, sobre todo en las actuales circunstancias, a redefinir el sentido de las cosas: quiénes somos, qué es la sociedad, por qué permanecer, cómo sobrevivir.  


*Octavio Paz
**Un ejemplo de este proceder, es el actual gobierno costarricense, no citar uno de ellos, pero ejemplos hay muchos.


*Álvaro Mata Guillé. Poeta, ensayista, director teatral. Síguelo en Twitter: @alvaromataguill

Mateo García Elizondo: «Todos estamos, en realidad, alucinando con literatura»

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Mateo García Elizondo. Foto de Fernando Aceves


Una cita con la Lady de Mateo García Elizondo


Por Pablo Concha*

Mateo García Elizondo, vástago del segundo hijo de Gabo, el diseñador, pintor y tipógrafo Gonzalo García Barcha, era conocido principalmente por su trabajo como periodista y guionista. Sin embargo, ha tenido que soportar últimamente (desde mediados del año pasado, más o menos) mucha atención y comparaciones -posiblemente molestas e indeseadas- con su abuelo, el único premio Nobel de literatura colombiano. Todo debido a la publicación de la novela Una cita con la Lady, de la prestigiosa editorial Anagrama.

Una cita con la Lady ha sido definida como “Un viaje espectral entre la vida y la muerte, entre el amor y su pérdida”. El protagonista y narrador de esta novela va en busca de la cita definitiva con “la Lady” –heroína en la jerga de los junkies– para morir en sus manos y se va a un pueblo olvidado de México con todo listo para darse un último chute y despedirse de la existencia. En este debut se utiliza la literatura como reflexión, como análisis y proceso de entendimiento de la propia vida y las motivaciones que la impulsaron y alimentaron, no como ejercicio de exhibición, sino todo lo contrario, como una mirada hacia adentro, clara, sincera y audaz. 

El narrador/protagonista busca la paz de la muerte, el descanso del tormento de la existencia. Se trata de un retrato intimista que muestra la droga como escape. La implacable e inmisericorde mirada al deterioro físico y emocional producido por el consumo de la heroína. La falta de vergüenza, de valor e incluso de motivación para dejar ese infierno, la incapacidad de resistencia. La aceptación de la debilidad, de la carencia y la espiral descendente plagada de muerte y vejámenes. La descomposición física y emocional. Los fantasmas del pasado, el peso de cargar con ellos. Los muertos que vuelven para reclamar o ayudar. El estado más allá de la esperanza. Todos estos temas están presentes en las páginas de Una cita con la Lady. A pesar de las comparaciones y de las supuestas influencias, Mateo García Elizondo logra crear y contar una historia con su marca personal. A continuación, un diálogo que tuvimos en exclusiva con el autor para Libros & Letras:

─Para eludir comparaciones odiosas y preguntas repetitivas, ¿no consideró nunca usar un seudónimo? Tal vez como hizo el escritor norteamericano Joe Hill al principio de su carrera para evitar que lo relacionaran con su padre Stephen King…

Sí lo pensé; en retrospectiva me arrepiento un poco de no haberlo hecho. Supongo que en algún momento pensé que el seudónimo tampoco cambiaría mucho. A la larga, los periodistas curiosos siempre se las arreglan para averiguar las cosas. Habría tenido que dar  las mismas explicaciones, y encontrar otro seudónimo para la siguiente. Al final, esperaba que la gente se concentrara más en la novela que en el nombre, y creo que es lo que ha sucedido.  Nada impide que lo haga en el futuro.

─El narrador del libro tiene mucha lucidez en medio de sus “viajes” producidos por la heroína. ¿Fue difícil escribir esto de forma que resultara creíble?

Para mí era interesante que el viaje de heroína pudiera ser una extrema lucidez que luego se disipa, y la sobriedad fuera la “nube” que impide ver lo que se percibe claramente en esos estados de consciencia alterados. Pero yo tengo la misma idea de lo que es un viaje de heroína que la que tiene un lector promedio, es decir, ninguna. En ese sentido, si les parece creíble, a mí me hace muy feliz. Todos estamos, en realidad, alucinando con literatura.

─Cuando se piensa en el tema de Una cita con la Lady es inevitable recordar a Burroughs con El almuerzo desnudo y Trainspotting de Welsh. ¿Qué tanto influyeron en realidad estos libros en su novela?

Ambos autores tuvieron cierta influencia, sobre todo Burroughs, a quien leí en la adolescencia, aunque creo que hay más de Junkie que de El almuerzo desnudo en esta novela. De Trainspotting de Welsh he leído partes en el idioma original y me interesa mucho el uso del argot escocés; soy fan de la película de Danny Boyle. Hubo otras influencias que tomé de la literatura para investigar el mundo y mentalidad de un yonqui; Confessions of an English Opium Eater de Thomas De Quincey, Flash ou le Grand Voyage de Charles Duchaussois, la enciclopedia de las drogas de Escohotado, la poesía de Eros Alessi, entre otros.


La idea de la novela partía de la voz del personaje,
relatando exactamente lo que le sucedía en el proceso
de cumplir una intención clara, que era morirse.


─Algo curioso es que el narrador del libro, aun cuando lo único que quiere es morir y dejar este mundo, no experimenta tristeza o accesos de llanto por haber desperdiciado su vida; solo busca morir. Es como si ya hubiera superado la tristeza y los arrepentimientos. ¿Es así como usted lo imaginó? 

Sí creo que estamos en una parte de la vida de este personaje en donde predomina cierta resignación, aunque creo que el arrepentimiento también es un tema importante (depende, supongo, de cuánto confíe uno en el narrador cuando dice que no se arrepiente de nada). Yo preguntaría: ¿qué le dice que el personaje no está llorando, o no siente tristeza mientras escribe estas palabras? Creo que hay ciertos vacíos en la historia que permiten que el lector haga su propia interpretación, y no quiero forzar ninguna de ellas sobre otra.

─No hay ningún aleccionamiento, advertencia o moraleja sobre el peligro de la adicción a las drogas; tampoco se enaltecen ni glorifican. ¿Fue difícil contar esta historia manteniendo una neutralidad respecto a estos dos extremos de esta problemática?

A variantes de esta pregunta a veces respondo: “El personaje principal sí glorifica las drogas: es normal, es un adicto. Ni modo que no le gustaran”. Pero la narrativa no lo hace porque se concentra en lo que creo que son realidades de estas drogas: que producen placer y secuestran la voluntad, al mismo tiempo que envenenan el cuerpo hasta causar la muerte. Sí tengo la convicción de que las drogas no son buenas o malas; que depende del uso que se les da. Yo partía del principio que las drogas en cuestión, los opiáceos, tienen su lugar natural al final de la vida. Para alguien al final de su vida pueden ser tremendamente benéficas. Pero para cualquiera que las tome, el final de la vida se acerca, inevitablemente.

─El narrador del libro escribe sus últimos momentos para entender lo que le venía sucediendo desde hacía algún tiempo y lo que lo lleva a querer morirse; una mirada hacia adentro, más que un ejercicio exhibicionista. ¿Siempre supo que esta novela iba a ser un retrato intimista?

La idea de la novela partía de la voz del personaje, relatando exactamente lo que le sucedía en el proceso de cumplir una intención clara, que era morirse. En ese sentido, sí, siempre supe que estaría contado desde adentro, y que mucha de la acción -siendo las drogas uno de los temas principales- también iría hacía adentro. Para mí no había otra manera de contar esta historia más que intimando con este personaje y accediendo a su mundo interior; sus recuerdos, sus deseos y arrepentimientos, etc. 




*Pablo Concha es un escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.

Sílaba Editores publica Aunque me muera a la izquierda, de Fernando Araújo Vélez

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La editorial colombiana Sílaba acaba de publicar Aunque me muera a la izquierda, del escritor y periodista Fernando Araújo Vélez. “Una novela para reflejarse en una Colombia plagada de victimarios, sostenida por víctimas y hundida por la inacción”.


“Escúchenme, estén donde estén, y resuciten de sus muertes y sus muertos”, escribió Verónica Domínguez, intentando penetrar la ceguera de un pueblo apoltronado en su oscuridad. Tal vez no solo lo escribió: antes de juntar las palabras en un papel, lo gritó y se arañó la cara de desesperación intentando despertar los oídos sordos de un país vencido. A pesar de todo, lo hizo. Verónica, alias Emilia, lo intentó, y antes de eso se sumó a una lucha que casi la mata: quedarse a la izquierda de un país rojo, no de revolución sino de sangre, se convirtió en un sacrificio demasiado alto.

En las páginas de esta novela se plasmó la historia de una mujer con alma subversiva que se impuso el abandono de sus herencias para construir una vida propia, una realmente suya. La pelea a muerte de Emilia, quien atravesó la década de los 80 batallando contra la miserable vida de sus padres. Contra las instituciones, que le habían enseñado que su meta tenía que ser el amor y después el matrimonio. Batalló en contra de los que convirtieron a cada colombiano en un número, en una cifra prescindible e insignificante.
Un libro para todos los “héroes que se condecoraron a sí mismos y se inventaron sus hazañas. Para los verdugos que ni siquiera sabían por qué mataban y a quién debían defender o qué defendían, y para los soldados que estaban en las mismas, y que mataban porque uno de más arriba se los ordenaba”. Para los que valoran la vida y la libertad. Para los miedosos, los cobardes. Para los valientes. Para los que aún no creen que el arte pueda destruirlos en dos segundos y reconstruirlos en uno.
Esta novela, que recuerda una violencia que no cesa y solo cambia de asesinos y de muertos, es para los que quieran dejar de decir que por la falta de oportunidades e ignorancia prefirieron salvarse solos. Una novela para reflejarse en una Colombia plagada de victimarios, sostenida por víctimas y hundida por la inacción.

Laura Camila Arévalo Domínguez


Sobre Fernando Araujo Vélez 

Ha escrito para People, Cromos, Semana, El Siglo, El Tiempo y algunos otros medios impresos y digitales. Actualmente es el editor de cultura y de la edición de los festivos de El Espectador. Ha publicado los libros Pena Máxima, El fútbol detrás del fútbol, Del domingo al vacío, 8.848, el ebook Tráfico de pecados (selección de sus columnas de “El Caminante” publicadas en El Espectador) y su último libro No era fútbol, era fraude. Y, por favor, miénteme es su primera novela. En ella, el autor cuenta la historia de mentiras, amores, desamores e ilusiones que envuelven a la familia Vila, en la Cartagena de comienzos del siglo XX.


*Sílaba Editores está realizando domicilios a todo el país. Informes: http://silaba.com.co/resena/ventas-directas-de-nuestros-libros/


Se publica El signo del adiós, la novela ganadora de la convocatoria "Ópera prima"

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Entrevista a Javier Tibaquirá sobre su nueva novela El Signo del adiós


Por: Camila Melo Parra

El signo del adiós es la obra ganadora de la primera convocatoria de novela inédita "Ópera prima" de  Panamericana Editorial que próximamente llegará a las librería del país. 

El jurado, conformado por Conrado Zuluaga (Escritor y editor), Antonio Orlando Rodríguez (Premio Alfaguara de Novela 2008) y Carlos Sánchez Lozano (Crítico y profesor), eligió a la novela por unanimidad y destacó su agilidad narrativa como una voz propia dentro de la narrativa actual.

La novela recrea el nacimiento y el ocaso del Maché, un circo no itinerante, situado a las afueras de un barrio de invasión. Algunos de sus intérpretes han ocupado el circo desde su fundación y presenciado los momentos coyunturales de ese proyecto a todas luces fallido. Bajo las carpas del Maché, sin ceremonia alguna, los personajes asisten a una función aciaga: la conciencia inequívoca del paso del tiempo.


-¿Cómo enriqueció la obra el editor?

Principalmente por sustracción: recomendándome que quitara cosas. Partimos de los conceptos de los jurados en cuanto a estructura, pasajes que no aportaban a la trama y uso del lenguaje, que en ocasiones entorpecía la lectura. Yo estuve de acuerdo con casi todo porque los jurados saben más que yo y porque otras personas que conocían la historia me habían señalado lo mismo, así que el editor y yo nos pusimos a trabajar con el objetivo de mejorar el ritmo y pulir el argumento. Hubo supresiones que dolieron (eran necesarias), aportes bienvenidos y ajustes a los que me resistí, pero en general fue un proceso fluido y negociado, sin contratiempos.
        
-¿Qué opina de la escena editorial actual y sobre la publicación de nuevos novelistas en Colombia?

El mundo editorial sufre de la llamada “tiranía de la novedad” y de la sobreproducción: no es tan malo, pero es cierto que abundan los títulos prescindibles (ojalá el mío no sea uno de ellos, vaya uno a saber), muchos de los cuales son favorecidos en detrimento de otros que, por no tener la visibilidad que merecen, acaban pasados a cuchillo, literalmente. En Colombia, a eso hay que sumarle que nuestra base lectora continúa siendo baja, aunque vale la pena anotar que las iniciativas públicas y privadas para fomentar la lectura y la escritura han tenido un impacto tímido pero positivo en los últimos años. Y creo que también se deber valorar el trabajo de un puñado de editoriales independientes que, pese a sus dificultades, o precisamente por ellas, publican libros cada vez mejor seleccionados y a talentos prometedores. Hay novelistas y diseñadores muy interesantes en nuestro país.    

- Desde su experiencia, ¿qué recomendaciones daría a los nuevos autores? 

Yo también soy nuevo, así que son más recordatorios que recomendaciones. Leer sin parar, tomando notas. Y escribir sin afán de publicar, sin pensar en los premios y sin la esperanza de que alguien convierta tus historias en películas (no es broma, se ve mucho hoy día). Esas cosas, si llegan, son posteriores y no siempre dependen del talento. Recurrir al tachado y a la papelera con frecuencia y, por último, moderar el ego y los celos, que pueden ser jartísimos. Ni falsa modestia ni arrogancia. 

- ¿De qué manera cree que la colección Ópera Prima enriquece la propuesta editorial actual en Colombia?

La enriquece en la medida en que amplía las oportunidades de publicar y hacer circular tu trabajo. Este último punto es clave, porque otras convocatorias no pueden dedicar los mismos recursos a la difusión. Pero lo más importante, al menos desde mi punto de vista, es que te conecta con profesionales que te enseñan que toda obra, en especial si es primeriza, puede y debe corregirse.



Javier Tibaquirá Pinto (Bogotá en 1980) estudió Filología e Idiomas en la Universidad Nacional de Colombia y un posgrado en Diseño y Edición de Acciones Formativas con el IL3, de la Universitat de Barcelona. Durante veinte años ha sido autor y editor de contenidos educativos en las áreas de lenguaje, español e inglés para distintas editoriales en Colombia. En 2015 culminó el Itinerario de Novela de la Escuela de Escritores (España), que en buena medida contribuyó a darle forma a El signo del adiós, su primera novela.

Actualmente la Segunda Convocatoria de Novela Inédita está vigente hasta el 31 de agosto de 2020.

Una antología con nueve novísimos autores españoles

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Libros Walden publica una antología con nueve novísimos autores españoles


Hace apenas unas semanas que Libros Walden lanzó El tejido de las cosas, el debut de Lucas Vidaur, y ahora han decidido publicar un libro colectivo, una antología de historias, relatos y cuentos de nueve novísimos autores españoles, cincuenta años después de la publicación del libro de Castellet del que tomaron la idea y poco más. 

El título del libro es Y todos tus días malos acabarán. Se refiere a los días malos de los personajes de los relatos, pero también a los tuyos, lector. A los actuales, a los futuros. Los pasados ya has visto que acabaron. Es una frase de una canción de The Flaming Lips llamada "Bad Days", de hace 25 años. Ya entonces los días malos acababan.

Debido a la situación actual con la pandemia, la editorial ha decidido publicar el libro conjuntamente en papel y en ebook, 2x1. El libro se puede comprar ahora y descargar en formato digital, mientras que el libro físico se enviará cuando la situación se normalice. 

Nueve autores novísimos ofrece veinticuatro relatos. Algunos autores son más novísimos que otros. Varios ya han publicado sus libros de debut, en Libros Walden o en otras editoriales. Ninguno tiene ya veinte años, pero tampoco son población de riesgo. En estos veinticuatro relatos de estos nueve autores novísimos predomina lo inquietante y el humor, ya sea desde la ficción especulativa, el fantástico costumbrista, el relato detectivesco, la ciencia ficción o la angustia cotidiana. Hay relatos largos, relatos cortos y microrrelatos. Hay relatos narrados en primera persona, relatos narrados en tercera persona y un relato narrado por Loquendo. Hay también una disculpa legal en comic sans y una lista de otros posibles títulos para este libro. 

Incluye relatos de Guillermo Alonso (Vivan los hombres cabales, Niños Gratis, 2019), Rosa Ponce, Julián Génisson (Cerebroleso, LIbros Walden 2019), José Sanz (Sábados piloto, Libros Walden, 2018), Marcos Jávega (Pola en éxtasis, Libros Walden, 2019), Sofía Jacinta, Pablo Navascués, Manuel Moreno y Julián Cruz (La academia de Marte, Ediciones Nudo, 2018).


Héctor Manuel Castro: Mis ficciones son una mezcla de recuerdos y desahogos de una realidad propia

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Por: Pablo Concha*

Tarde de Golondrinas es la segunda novela del escritor, profesor y periodista Héctor Manuel Castro. Previamente, en 2014, había publicado La iglesia del diablo (Penguin Random House), novela que causó polémica por su título, contenido y l que muchos interpretaron o quisieron ver como ataques contra la iglesia católica y el Vaticano. Ahora, de la mano de la editorial independiente colombiana Palabra Libre (radicada en Miami), nos presenta Tarde de Golondrinas, un juego de dos historias dentro de una. La historia de un escritor que ha escrito una novela y de repente queda en estado de coma. Su esposa encuentra el manuscrito y, mientras lo visita en el hospital, lo va leyendo. Curiosamente, la mujer descubre, con el correr de las páginas, que esa ficción, esa historia, se parece mucho a la suya propia. La estructura narrativa de Tarde de Golondrinas alterna las entradas del diario de la esposa con capítulos de la novela inédita del escritor, brindando fluidez a la narración y haciéndola amena.  

Héctor Manuel Castro reside en los Estados Unidos, es reportero y productor de CNN y profesor de periodismo en el Miami Dade College. 


−¿Cómo surgió la idea para esta novela?

Yo comencé a escribir Tarde de Golondrinas en una villa perdida en las montañas de Eslovaquia, sitio al que viajo frecuentemente a visitar a mi familia política. Allí me di cuenta de lo similar que es el mundo, independientemente de las distancias geográficas y culturales, pero en muchos aspectos somos muy parecidos. Estando en la última casa de esa villa, pude entender que no había mucha diferencia con cualquiera de nuestros pueblos latinoamericanos, donde siempre encontraremos conflictos similares y personajes que encarnan los arquetipos conocidos. Los personajes coloridos fueron naciendo del contacto con la realidad y del recuerdo de memorias colectivas. 

−Su anterior obra, La iglesia del diablo, es un thriller en la onda de Dan Brown, algo diametralmente opuesto a Tarde de golondrinas.¿A qué obedece este cambio de género o esta diversidad narrativa? 

Por lo general escribo ficciones basadas en vivencias propias que luego comienzan a desarrollarse a su antojo, sin imagen o semejanza propia. La iglesia del diablo surgió en mi mente muchos años antes de ser escrita, debido a experiencias de carácter paranormal que me sucedieron estando muy joven. Luego al decidir escribirla, la historia se transformó en algo más y dio origen a la novela, que por cierto dio mucho de qué hablar por su título y contenido. Con Tarde de golondrinas fue un proceso similar. Mis ficciones son una mezcla de recuerdos conjuntos –incluyendo los míos– y desahogos de una realidad propia que a veces es difícil mantener intacta. Hasta ahora no considero que mi escritura esté enmarcada bajo un género particular, quizás esa es la forma en que quiero seguir escribiendo, sintiéndome libre de poder abarcar temas diversos, sin limitar ese universo paralelo que se crea con cada proyecto literario. 

−¿Cómo ha enriquecido o influenciado su labor como periodista a la ficción que escribe? ¿Hay alguna relación entre ambas facetas?

Definitivamente el oficio periodístico es una herramienta fundamental en mi técnica narrativa, pero intento desasociar los estilos al momento de escribir mis ficciones. El periodismo me ha fortalecido como narrador, me ha ayudado a enfocarme en los objetivos que quiero lograr como escritor, además de fortalecerme como una voz que puede llevar un mensaje. Ahora bien, la fiereza que caracteriza a las noticias es una de las razones por las que escribo ficción, porque allí encuentro un mundo menos radical, igual de cruel, pero por lo menos con mayor apertura mental. Cuando creo mundos en mis libros es como si fuera un dios para esos personajes, los que tienen que correr con suertes diversas a expensas de mi pluma creadora o de la manera en que me sienta al desarrollarlos. Luego esos personajes adquieren vida propia y a veces siento que son ellos los que me moldean a mí y no de la otra forma.

−En Tarde de golondrinas se expresa o se mide el tiempo del amor por la cantidad de libros compartidos en pareja (leídos y releídos). Una idea muy romántica, pero triste al final. Inevitablemente, ya sea por la muerte u otras circunstancias, la pareja se disolverá…

Pablo, al final no hay nada eterno más que el recuerdo generacional, ese que a la vez se va difuminando con la adherencia de otros recuerdos no certeros y que crean un tercer recuerdo que resulta muy diferente al original. Los libros leídos y releídos por la pareja son una analogía para hablar de sus vivencias, de sus viajes, de sus dolores y de sus alegrías también; usé los libros porque consideré que para ellos (la pareja) era mucho más fácil lidiar con su triste historia a través del placer y el dolor acérrimo de otros autores y no martirizarse a diario por la pérdida de su única hija con recuerdos vanos, algo que no logré, porque a la final el dolor de esa pérdida fue más fuerte y me ganó la batalla.

−La esposa del personaje escritor dice en cierto punto: “¿Para qué quiero todos estos libros si no estás? ¿Con quién compartirlos?”. Es casi como si los libros fueran el sustituto de los hijos. ¿Fue así como lo pensó?

Lo que sucede es que quedaron tan solos que su única compañía eran los libros, o esos recuerdos contraproducentes que les daba vida, pero los hacía saborear la muerte. La pérdida de su hija fue un detonante en sus vidas. A veces la tristeza más profunda es la única arma con la que se puede batallar para lograr la tranquilidad, hay que enfrentarla. Eso fue precisamente lo que hace esta mujer y lo que sucede en su historia. Ella tiene que enfrentar un mundo inimaginable para lograr su paz interna. 



−La ficción que deja el autor de Tarde de golondrinas es lo único que mantiene vivo el vínculo con su esposa –aparte de los recuerdos compartidos–, ese poder de la ficción vendría a ser uno de los temas centrales del libro. ¿Es correcta esta interpretación?

Así es. En cierta forma, el manuscrito que le deja su esposo antes de morir es el mayor tesoro que aquella mujer conserva. La promesa que hizo a su amado viejo de terminar aquella historia la mantiene con vida. El desenlace, no imaginado por ella, es el que le brinda un presente que le permite ver su realidad de una forma muy distinta. 

−En Tarde de golondrinas se mezclan las entradas del diario de la esposa del escritor con la ficción escrita por su esposo, dando fluidez y una simbiosis muy interesante al libro. ¿Qué tan compleja fue la creación de esta estructura? Es como si hubiera escrito dos libros dentro de uno…

A pesar de ser dos historias muy diversas, confluyen en una misma con el paso del tiempo. ¿Hasta qué punto las ficciones se hacen realidades? A veces me pregunto yo mismo. La mezcla de historias es un estilo propio, ya pasó en La iglesia del diablo, y aunque no lo busqué en esta ocasión, terminó dándose un fenómeno parecido. Como escritor encuentro mayor motivación generando varias ideas diferentes a la vez e hilando situaciones para que encuentren un cauce común. Creo que así funcionan los cables en mi cabeza. Me aburre escribir historias muy planas, sin demeritarlas porque a veces son fantásticas. Me gusta saber que hay escenarios opuestos en una misma historia, esto me da mayor versatilidad al momento de mover mis fichas.

 −Hubo un largo intervalo entre La iglesia del diablo y Tarde de golondrinas. ¿A qué obedeció ese “silencio narrativo”?

Pablo, nunca hubo un silencio en mis hojas, yo siempre seguí escribiendo, es la única forma de sobrevivir. Siempre he dicho que yo no escribo para otros sino para mí, porque es la catarsis que me mantiene en pie. Ahora bien, soy un tipo con suerte que puedo compartir lo que escribo con mucha gente. Lo que sucede es que no publiqué inmediatamente porque estaba esperando darle el final perfecto a la novela y no quería apresurarme, por más ofertas que tuviera. En este momento tengo otros dos libros casi terminados, pero siento que se publicarán en su debido momento. También escribo un blog personal sobre mis puntos de vista que intento mantener vigente con frecuencia (La visión al desnudo).

 −¿Cuáles son los autores que más han influenciado su narrativa?

Siempre nuestro Gabo ha sido un referente y, aunque inalcanzable, sigue siendo un modelo literario que me reafirma que soy más un lector que un escritor. El estilo simple y profundo de Mario Benedetti es otro referente en mi escritura, al igual que la narrativa original e hipnotizante de Julio Cortázar. También me siento influenciado por las historias de Alfred Hitchcock, las que leía con mi madre desde que era un niño.

Pablo, gracias por la buena entrevista y por la oportunidad de estar en Libros & Letras. Un fuerte abrazo para vos y todos los lectores de la revista.



*Pablo Concha es un escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.






Cuento: Caballos desbocados

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Foto: Libros & Letras


Por: Fabián Mauricio Martínez G.*

El anciano llegó con la revista debajo del brazo. Llevaba los nombres de los posibles ganadores relampagueándole en el sistema nervioso. Antes de su primera apuesta ordenó cerveza. Poco a poco, fue aquietando su mente atribulada por las combinaciones y felices predicciones hechas en su casa la noche anterior. Soy un viejo y no puedo dejarme llevar por la emoción de las victorias anticipadas, se decía a medida que bebía.

Con la idea de calentar motores, apostó un par de billetes a una pareja de caballos mediocres. Tal y como lo esperaba no ganó nada, pero entró en ambiente para la larga jornada que se venía. Al mediar la mañana, achispado por las cervezas y revisando los apuntes en la revista, escogió dos caballos que, según sus estudios, constituían la quiniela ganadora de esa carrera. Cabrera Infante e Hiroshima. Dos ejemplares pura sangre cabalgados por un experto jinete cubano y uno japonés de moderada experiencia. El viejo no reprimió el grito de victoria cuando Cabrera Infante e Hiroshima hicieron el 1-2, pese a que los otros apostadores puteaban en voz alta y negaban con la cabeza ante la extraña carrera. Lapislázuli arrojó a su jinete al suelo y Medias de Seda —el favorito de los especialistas— se había detenido en mitad de la pista negándose a mover un músculo más. 

Doble orgullo para el viejo. La victoria de los caballos y su victoria por encima de los especialistas de la hípica. El abuelo cobró su dinero, pidió más cerveza y se sentó a observar las carreras que seguían. Se sentía en las nubes y no le importaba el olvido al que había sido relegado por su único hijo. Su esposa, una buena mujer llamada Mariluz, había fallecido el año pasado y ya habían transcurrido seis meses desde la última llamada de su hijo. No lo necesito, solía repetirse, consolándose con la buena pensión que recibía, con la emoción vitalicia que sentía por los caballos y con la cerveza que bebía con sed inagotable.

Muchos años atrás, una inolvidable tarde de marzo, el viejo conoció a Mariluz en un antiguo hipódromo de la ciudad. Ella llevaba puesto un vestido de flores y el pelo recogido en dos trenzas negras. Se enamoraron mientras los caballos daban vueltas por la pista, mientras los caballos se les metían piel adentro con vigor. Al poco tiempo se casaron. Lo hicieron en una hacienda a las afueras de la ciudad. Se comprometieron en medio de un extenso potrero, en el que varios caballos amarillos pastaban mientras espantaban a las moscas con sus colas.  

Años después, una noche de septiembre, cansada de que las canas le empezaran a ganar la partida a su cabellera negra, Mariluz cortó sus trenzas y se las regaló a su marido. Nunca más usó el pelo largo, pero vistió con telas de flores toda su vida. Incluso el día del funeral el viejo ordenó que la vistieran con un vestido de girasoles. El anciano sacudió la cabeza y acabó la cerveza de un largo trago. 

A mediodía fue a almorzar a un restaurante de comida oriental a las afueras del hipódromo. Ordenó pollo szechuan y se sintió mejor. Recordó que Mariluz lo inició en las artes de la buena comida. Recordó las risas mientras cocinaban juntos, los banquetes que preparaban para ellos y su único hijo. No pudo reprimir las lágrimas. Las secó con una servilleta manchada de salsa de soya mientras esperaba la cuenta. 

En la tarde, en un arranque de optimismo, el abuelo apostó las tres cuartas partes del dinero que tenía. Según sus cálculos, esta pareja de caballos podría sorprender tanto o más como lo había hecho la pareja de la mañana. Apostó a la combinación Gato bajo la Lluvia- Anne Moore: un caballo negro corpulento y una yegua dorada como la cerveza que bebía. Los dos equinos no eran tan malos corredores como sus jinetes, y en un abrir y cerrar de ojos, el viejo perdió casi todo su dinero.

Esperó la próxima carrera, sintiendo que toda su vida se justificaba en ese momento. El nerviosismo se fue apoderando de su cuerpo. Consultó la revista desaliñada una y otra vez. Se sentía embriagado, pero creía en sus estudios y predicciones. Subrayó con el lápiz, nuevamente, los nombres de sus caballos, pero cuando llegó a la ventanilla e iba a apostar, en el último instante, echó al diablo los cálculos e hizo caso a su corazón que clamaba por una yegua llamada Marylou y un caballo apodado Óscar Wao. Invirtió todo el dinero en esa pareja y se sentó a observar la caída de su pequeño imperio personal. 

El viejo se retiró del hipódromo con un cuajarón pesado en medio del pecho. Tomó un taxi y no le prestó atención a la conversación del conductor, que le hablaba de su candidato preferido para las próximas elecciones. Le ordenó detenerse en una cigarrería en donde compró más cerveza y llegó a la unidad residencial donde vivía al anochecer.

Acostado en su cama el viejo no concilió el sueño. Su cabeza daba muchas vueltas y su corazón latía con malestar. Alucinó con el fragor de los cascos sobre la pista, con la risa dulce de su esposa, con las crines alborotadas silbando en el viento, con el brillo magnífico de los músculos en carrera. Creyó oír el teléfono, se levantó a contestarlo, se tropezó con una silla: Hijo, ¿eres tú?, pero el sonido agudo de la línea lo recibió con su constancia exasperante. Fue al closet y revolvió cajas hasta encontrar un desteñido vestido de flores. Lo olió profundamente, lo dejó caer sobre la cama. Se quitó el pijama y los calzoncillos. Se puso el vestido de flores y se contempló unos momentos en el espejo del tocador. Imaginó una trenza negra sobre su pecho. Descorrió las cobijas y se acostó del lado de la cama donde Mariluz solía dormir. 

Cerró los ojos e imaginó una yegua magnífica, una hembra de crines negras que irrumpía de un salto en la habitación.




*Texto cedido por su autor para publicar en este espacio.


***
*Fabián Mauricio Martínez G. Escritor y periodista colombiano. Ganó el 2º Concurso Nacional de Cuento RCN-MEN, el 1º Concurso Nacional de Cuento del Instituto de Cultura y Turismo de Cundinamarca y el Premio de Novela de la Gobernación de Santander en 2015. Ese mismo año fue finalista del 5º Premio Latinoamericano de Crónica Nuevas Plumas y en 2017 fue seleccionado por la FNPI, como uno de los ganadores de la Beca de Periodismo Cultural Gabriel García Márquez. Es autor de cuatro libros, dos de ellos de cuentos: Una Ciudad llamada Bucaranada y Cuervos en la Ventana (Editorial UIS); una novela, El sexo de las salamandras (Ambidiestro Taller Editorial); y una biografía juvenil, Me llamo José Antonio Galán (Editorial Norma).

Luis Felipe Núñez Mestre: «Tengo una memoria rica en sabores y abandonos»

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Foto: cortesía autor

Un café en Buenos Aires con Luis Felipe Núñez Mestre


Por: Pablo Di Marco* / Argentina.

¿Alcanza con decir que Luis Felipe Núñez es un buen escritor? No. También habría que agregar que es un tipo entrañable, de esos cuya ausencia se palpa en el aire. Pero para poder describirlo hace falta más. Luis es, también, un personaje que bien pudo haber salido de la pluma de Paul Auster. A fin de cuentas, ¿cuántos escritores ganaron un premio literario de peso con su primer y único cuento? ¿Cuántos escritores conjugan así como él esa rara alquimia de talento y desarraigada melancolía? Les contaré un secreto: me enorgullece ser amigo y lector de Luis Felipe, y con esta entrevista solo busco revivir alguna de las tantas charlas que solíamos tener cuando ambos nos pasábamos las tardes caminando por Buenos Aires, huyendo de bar en bar, entre sonrisas y derrotas.   

—Debido a las particularidades laborales de tu papá, durante tu niñez jamás viviste más de un año en la misma ciudad. ¿Es posible que algo de ese desarraigo se haya trasladado a tu escritura?

LFN: Para mí la condición de nómada es al mismo tiempo una luz y un abismo. A no haber morado definitivamente en ningún sitio le debo una memoria rica en sabores y abandonos. 

—En el minuto uno ya me diste el título de esta charla, Luisito: “Tengo una memoria rica en sabores y abandonos”. Esperá que lo anoto.

LFN: ¡Jajaja! Con que así se siente que apunten las cosas que dices. Mi disposición para el cambio de oficios y casas hace parte de esta misma inercia. El primer recuerdo que tengo de mi vida es del año y algo: justamente de un trasteo con lluvias hacia Barranquilla. Creo que la escritura es el ejercicio de las fantasías que nos obsesionan.


Mi disposición para el cambio de oficios y
casas hace parte de esta misma inercia.



—Acabás de darme otro título. Dale, seguí. Prometo no interrumpir más.

LFN: Interrumpe cuando quieras. En general me cuesta dar respuestas concretas. Te decía que algunas obsesiones no son más que recuerdos que se resisten a ser olvidados. Las mías son el desplazamiento, el despojo, la soledad. Recuerdo bastante esa conferencia de Borges sobre Joyce donde habla del pueblo judío y del libro como patria, y en los escritores de la generación beat que fueron bibliotecas de poemas ambulantes. Quizá de aquí venga mi obsesión por el monólogo. Porque una casa puede ser el borde de un sofá, una colchoneta en la que no cabrían dos personas abrazadas,  una carpa improvisada junto a un río, todo el teatro de Sartre compilado en un volumen de lujo. Sé de quienes son capaces de reconocer a su propio corazón al girar el pomo de una puerta, al besar a sus hijos en la frente o al encender una estufa eléctrica todas las noches durante treinta años. Pero yo carezco de ese don y alguna vez me juzgué por ello. Así entendí que el cuerpo es también, en sí mismo, un albergue de vainas que insisten en el sedentarismo: tristezas, promesas salvavidas etcétera. Ante la ausencia de una morada duradera, intento convencerme de que soy mi propio hogar. Así procuro concebir a mis personajes: unos son habitaciones alquiladas que huelen a limpia pisos de lavanda, otros son camas que no se han tendido nunca o cocinas llenas de moscas.

—El primer cuento que escribiste es “Abrakadáber”. Y ese cuento en 2014 ganó el Premio Nacional de Cuento La Cueva. Siempre me pregunté si aquel premio no tuvo efectos contraproducentes en vos. Digo esto en el sentido de que ganar un concurso prestigioso con el primer cuento escrito tiene algo de quemar etapas, de perderse ese tiempo de experimentación fresca e impune que debe atravesar todo escritor. En fin, siento que lo tuyo fue como casarse y tener hijos antes de cumplir veinte años.

LFN: ¿Sabes lo que es realmente un anillo de compromiso, Pablo?

—Suena como algo espantoso. 

LFN: Es un objeto que, por lo general, un hombre le entrega a una mujer, mediante el cual él propone adueñarse de ella. Se ha escrito mucho sobre las pocas posibilidades que tiene una mujer ante un hombre que la mira con ojos de idiota abriendo una cajita de terciopelo que guarda un anillo brillante.

—Y esa mujer incauta fuiste vos.

LFN: No es mi metáfora preferida, pero sí. El premio de La Cueva fue algo parecido. Yo era más joven que ahora y no había pensado nunca en que cualquier compromiso es la obligación de asumir una identidad permanente. Si mi relación con la literatura fuera un matrimonio, sin duda sería el de la boda obligada: en la foto un chico con el nudo de la corbata hecho por otro junto a una pareja mejor que él. Desde la boda he reescrito “Abrakadáber” unas diez veces y he fracasado en cuentos y concursos por querer superarlo en calidad o prestigio. He aprendido a cabezazos que los premios, al igual que los amores verdaderos —si los hay—, dependen en mucho de la suerte, de ese mismo devenir universal que hace coincidir dos átomos distintos en una hojita de grama: de si tu jurado prelector tenía o no amigdalitis el día en que tomó tu texto, o de si antes de leerlo recibió una mala noticia o un beso. He comprendido que los premios no son la literatura. Que casarse con alguien esperando procurar dinero a su sombra puede ser el argumento para una tragedia exquisita.

—Y comprender todo esto te hizo cambiar tu acercamiento a la escritura y a la literatura.

LFN: Cuando incorporé todo esto pude volver a escribir: dejé de amar a la literatura románticamente y ahora, digamos, vivimos en libertad. Ya no me asusta que pase la noche con otros u otras. Por fortuna nací en un siglo donde los divorcios no escandalizan a nadie. Ahora nos vemos a veces en los parques y tomamos café y nos acostamos en moteles mugres cuando ambos queremos. Una de las oraciones que más me obsesiona de la historia la escribió Shakespeare en Otelo: «¡Oh, maldito matrimonio! ¡Que podemos llamarnos dueños de esas frágiles criaturas y no de sus deseos!”».

—¿Es cierto que estuviste a punto de dejar la escritura después de escribir “Abrakadáber”?

LFN: Ocho días antes del fallo había leído el cuento por lo menos unas cien veces. Llamé a Karen —a quien le debo varias templanzas por haber sido mi compañera por más de ocho años— y le dije que iba a dejar definitivamente la escritura. Yo no había concursado para ganar. Por la cantidad de plata que daba el premio y por quienes habían sido los ganadores pasados, sabía que un pelao de mi edad no tenía la menor chance. Pero el premio prometía publicar a los mejores 25 cuentos y yo no había publicado nunca. Antes de ese cuento, solo había escrito poemas horrorosos. Me los habían rechazado en un curso al que apliqué en el Instituto Caro y Cuervo y en el periódico de mi universidad. No sabía si quería resistir otro rechazo, y nadie me había dicho entonces que la literatura no es una prueba de velocidad sino de resistencia. (Ahora creo que ni siquiera es una prueba, pero esa es otra historia.) Era jueves y daban el fallo el miércoles entrante. Le dije a Karen que iba a estar deprimido ese día. Que fuéramos a comer helado, que me invitara a ver una película que me sacara la tristeza futura de haber fracasado para siempre en escribir. Lo siguiente que hizo ella fue pedir un pote de helado de pistacho por teléfono. Al día siguiente recibí la llamada de La Cueva.

—Dejame que pida dos cervezas para brindar por Karen, que se lo merece. Cambiemos de tema: En 2016 te fuiste a vivir por dos años a Buenos Aires. ¿Qué le aportó Buenos Aires a tu vida? 

LFN: En Buenos Aires aprendí el precio de la sal. Dejé a medias dos maestrías. Lloré solo en la estación de plaza Italia escuchando Mr. Bojangles de Nina Simone. Apreté la mano de Leonardo Padura y abracé a Alex de la Iglesia. Aprendí a echar el I Ching por Carlos Colla. Fingí ser editor de Karolina Urbano para que me admitieran a la UBA.

—Por fortuna y por desgracia puedo dar fe de todo esto que estás diciendo.

LFN: Y hay más. También dejé plantado varias veces a Fredy Yezzed.Jorge Bocanegra piropeó una de mis guayaberas. Memoricé el decálogo del quiosquero perfecto de Néstor Pulido. Supe el significado de la palabra bondage. Me tatué cuatro veces. Andé sin rumbo con los bolsillos vacíos y vi la felicidad. Lloré mucho. Entendí eso de «Palermo del cuchillo y de la guitarra». Probé la marihuana con Carlos Morón la misma noche que me perdí solo en Belgrano y llegué a las puertas del hospital Pirovano —que fue donde trataron a Pizarnik antes de que se matara—. Leí Ulises y las novelas rudas de Faulkner detrás de un mostrador. Compre Los Sorias. Visité la tumba de Ringo Bonavena con Bibiana Bernal. Conocí mujeres que se largaron de mi mesa al escuchar que me ganaba la vida en el quiosco de la esquina del pasaje Russel y la calle Jorge Luis Borges. Escuché de tu boca que un escritor no es más que un conductor de bus, con la diferencia que el autobusero lleva todos los días a sus casas a cientos de personas. Tomé muchos buses desde Thames hacia Caballito repitiéndome «Dulce Támesis, corre calladamente, hasta que acabe mi canto». Entendí que el oficio de escritor es rebelde, en la medida en que se aparta de entender al tiempo como una variable para despejar la producción. 

—Me alegra saber que alguna vez fui capaz de darte buen consejo. Y eso que no nombraste mis lecciones vinculadas al mundo de la quiniela. Mejor sigamos adelante. En 2018 regresaste a Bogotá, y volviste a ganar un concurso de peso, El Premio Ciudad de Bogotá con tu cuento “Frutas de duelo”. ¿En lo que a escribir se refiere, en qué había cambiado ese chico que escribió “Abrakadáber”? 

LFN: De Buenos Aires me traje la convicción de que un escritor es una persona cualquiera. Cuando escribí “Abrakadáber” pensaba en la escritura como una suerte de don. La mesera de la que hablo en “Frutas de Duelo” se llama Rosa Lorente. A ella le debo saber ubicar a Orihuela en el mapamundi. La conocí en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Me enseñó a reconocer en mi experiencia de quiosquero un universo digno de narrarse. Porque ambos éramos escritores ejerciendo oficios de batalla: dando la vida por lo que creíamos que podíamos contar. Yo acababa de leer El corazón es un cazador solitario y empezaba por tercera vez ¡Absalón, Absalón! Le debo toda mi escritura a las cosas que he leído y a los amigos que me ha permitido la literatura. De McCullers aprendí que la soledad es un tema de todos los tiempos; solo que el tiempo registrado en la historia se ocupa a veces de la soledad de unos y no de otros. Faulkner es para mí la historia natural de los vencidos. Óscar Pantoja me dijo que la autobiografía de todos los autores mora cifrada en su propia obra. Yo quise que “Frutas de Duelo” fuera una metáfora de mi arrodillamiento ante la imposibilidad de escribir y vivir de eso. Escribiéndolo dejé de ver a la literatura como un oficio privilegiado. Ahora sé que es más como una trinchera de una sola persona.


...algunas obsesiones no son más que recuerdos
que se resisten a ser olvidados.
Las mías son el desplazamiento, el despojo, la soledad. 


—La escritura como trinchera; coincido con eso. Llegaron las cervezas, Luis. ¿Brindamos?

LFN: ¡Salud, hermano!

 —Trabajaste en la Feria de Libro de Bogotá. Si yo fuese uno de los organizadores de la Feria, y te pidiese un consejo para hacer una Feria mejor, ¿qué me dirías?  

LFN: Mira, yo amo esa entrevista de Cortázar en A fondo. Lo recuerdo decir algo sobre la literatura como un territorio embargado por toda suerte de decepciones. Yo he vendido algunas cosas: tintes para el cabello, perros calientes, yogurt, café, licores —y todos estos materiales coinciden en ser menos pesados que los libros—. Cuando trabajé en la feria comprendí que el libro es también un producto y un patrón. Alguno podrá decirme que el libro no es un producto cualquiera porque alimenta, pero en la industria de las manzanas y los mangos quienes cultivan y cosechan no son necesariamente quienes mejor provecho perciben. No sé cuántas personas están dispuestas a pagar más por una ciruela en la que se puso un interés personal. Algunos escritores son afortunados por haber trabajado lo suficiente y se supone que son recompensados con algo que parece el fruto de sus esfuerzos: conferencias, fiestas, invitaciones a programas de radio. No te niego que los envidio. Pero admiro a esas muchachas y muchachos que trafican con colecciones de poemas autopublicados muy humildemente. Unos y otros no son lo mismo, pero a ambos desvive la sola idea de escribir para que otro lea. Una vez le escuché a Gelman decir que ningún escritor trabaja para la literatura sino por la literatura. Y creo que eso es todo lo que hay por decirle a cualquier organizador de ferias de libros del planeta: Safo ha sobrevivido a todos sus editores, distribuidores, comerciantes. Considero que el libro como mero producto no tiene nada que ver con la literatura. Conozco personas que no hubiesen publicado ni de verga Vida y opiniones de Tristam Shandy, por ejemplo. Muchas ferias son eminentemente lugares para la venta. Y si el objetivo principal de la literatura fuera venderse al público se llamaría ganadería. No por nada distinto admiro también a esos santos que resisten y se agremian y publican a autores anónimos a costa de arriendos millonarios y con la pérdida como posibilidad. Los escritores que escriben para no vender se enfrentan a situaciones imposibles. Yo creo que cuando el arte es verdadero, se comercie o no con él, nace de las imposibilidades que impiden su propia aparición.  

—Vos solito me llevaste a una de mis preguntas favoritas:¿Se publica a los mejores? 

LFN: No hay cómo saberlo. No sé si mejor y peor sean categorías que apliquen para el arte. La escritura es una cosa y la publicación es otra cosa…

—No me gusta elogiar demasiado a mis entrevistados, pero… gran respuesta, Luis.

LFN: Gracias. Y solo el alma o la historia saben dónde las dos se encuentran.  A veces pienso en Melville y en Kafka como en dos monstruos inocentes. O en los insomnios de Elizabeth Barrett Browning fingiendo traducciones para poder publicar.  Una de las reflexiones más bellas sobre la publicación que recuerdo la hace Joyce Carol Oates en Del boxeo. La cosa va de que el escritor se prepara como un boxeador para una pelea que se supone que el público va a mirar con las manos en la cara. Puede que al combate asistan solo los familiares de ambos contrincantes. Pero el escritor se prepara sin saber que puede perder o ganar un espacio en la memoria de los hombres y mujeres del futuro. Si gana conseguirá el aplauso, pero tal vez la pelea se olvide en cuestión de semanas. Claro que ilusiona pensar en que uno pudiese escribir una victoria tipo Clay vs. Liston, o una derrota Firpo vs. Dempsey. Pero esas peleas son la juntura de muchas cosas que escapan a las manos magulladas de un solo hombre. Estoy seguro de que ni Firpo ni Ali pegaron en sus rings respectivos para que yo los nombrara en este mismo instante. Y no hablemos de esas peleas clandestinas en sótanos o callejones  que nada deberían envidiarles a las otras, excepto la suerte de haber sido televisadas. Por eso es que, de un tiempo para acá, he convertido en mantra de mi escritura la última frase del prólogo de Los lanzallamas: «Y que el futuro diga».

—¿Vamos con la última? Ya la conocés. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. ¿Quién sería y dónde lo llevarías?

LFN: Si este café hubiese sido antes de la pandemia, te hubiese respondido que me encantaría haberme sentado con Flannery O’Connor en su granja de pavorreales, o con Roberto Arlt en su pensión de la calle Olazábal. Pero hoy  aprovecharía la mitad de esa brujería para pasear a Humilda junto a Alonso Sánchez, o para beberme un traguito de cualquier veneno en el Rincón Cubano con J.J. Junieles y los muchachos, o para volver a saludar de beso a Romi, a Manu y a vos antes de una cena generosa en Buenos Aires. 

 —Y que el futuro diga, querido Luis

LFN: Que el futuro diga.



Yo creo que cuando el arte es verdadero,
se comercie o no con él, nace de las imposibilidades
que impiden su propia aparición.  



*Pablo Hernán Di Marco.  Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras 





Mares e islas de Bogotá, un libro para recorrer la ciudad sin salir de casa

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Mares e islas de Bogotá, navegar y derivar el Centro de la ciudad, fue el ganador de la beca biblioteca “Libro Infantil para recorrer el Centro”, del Programa Distrital de Estímulos de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño FUGA, en 2019.


Si usted es un amante de la literatura, en especial de aquellas joyas que reposan en los anaqueles de las bibliotecas bajo el título de Libros raros y manuscritos, de seguro este ejemplar le llamará la atención. Mares e islas de Bogotá, navegar y derivar el Centro de la ciudad, es una provocación a mirar la capital y sus lugares de forma diferente cada vez. 

En esta obra, que no es nada convencional, el lector encontrará desafíos y retos para perderse y deambular entre tesoros urbanos. Con elementos como una pirinola, una bolsa porta tesoros, una ficha de hallazgos, tiza, venda cubreojos y un marco, Mares e islas de Bogotá invita a realizar un recorrido por el Centro, un espacio con mucha tradición y curiosos personajes. 

Con esta guía y una gran imaginación, usted podrá visitar una importante zona histórica sin necesidad de salir de su casa. Y si quiere armar plan, invite a su familia. Si ya conoce este sector, no se preocupe, de seguro encontrará información nueva que lo dejará con la boca abierta y redescubrirá este lugar.

¿Cuál es el único requisito para embarcarse en esta aventura? Ser un explorador en todo el sentido de la palabra, y para ello se deben tener características puntuales como una curiosidad sin fin, mirada aguda, oídos muy despiertos, intuición de pirata, pasión por conocer, espíritu de coleccionista, disposición para anotar hallazgos, desconfianza de mercader y pies fuertes. Póngase su traje y que empiece la acción.

El viaje inicia en la FUGA, en la calle 10 con tercera, y siguiendo atentamente las indicaciones y cumpliendo al pie de la letra cada uno de los retos, los aventureros avanzarán en su recorrido histórico por el Centro de Bogotá.

Los exploradores, como lo dice el nombre del libro, se toparán con islas, que es todo lo fijo, es decir edificios, casas, oficinas, fábricas y monumentos. También estarán en contacto con mares, que hace referencia a lo que navega y se mueve, como vendedores ambulantes, carros, motos, animales e incluso las hojas de los árboles.

Por muy experto que sea, es inevitable que se encuentre a la deriva que no es otra cosa que vagar sin rumbo fijo, al azar, como forma de descubrir otra ruta de navegación desconocida. 

Usted entrará en contacto con el patrimonio de Bogotá, que son las cosas y costumbres que por su valor y el aprecio que les tenemos, decidimos que son dignas de conservar para el futuro. Existe el patrimonio material (como las casas y calles), inmaterial (como las costumbres) y natural (como el paisaje de los cerros).

También descubrirá datos como que en la calle 10, donde está la FUGA, han vivido en distintas épocas, personajes relevantes en la historia y las artes del país como la bailarina Delia Zapata, el escritor Rafael Pombo, el lingüista Rufino Cuervo o la libertadora Manuelita Sáenz.

Embárquese en un viaje sin igual en su misma ciudad y demuestre qué tanta imaginación tiene para sortear el hecho de que físicamente no puede estar en el Centro, como lo plantea el libro. Busque nuevas alternativas y recurra a la imaginación o incluso a internet. Recuerde que #EsTiempoDeCrear.



Encuentre la versión digital de Mares e islas de Bogotá, navegar y derivar el Centro de la ciudad, aquí https://bit.ly/MaresEIslasFUGA


El cansancio de los grandes nombres

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Foto: Libros & Letras


Por: Álvaro Mata Guillé*

Nuestra época banalizó lo sagrado, vacío el mito, trivializó el lenguaje, dejándose de lado –porque no vende, no se consume o no obedece a la corrección moral ni a lo políticamente correcto– la condición humana –la nuestra, la que nos ha hecho ser–, que inmersa con su animalidad en el misterio, palpándose a sí misma ante la infinitud del universo, preguntaba (extrañándose ante el algo que movía las cosas) por el sol o la luna, que al atravesar montañas y nubes (cansada-cansado) reposaban en el lago, en el espejo de humo; por el viento que asomaba entre las ramas cantando junto al trueno y la lluvia, apegados al rugido que hacía vibrar los adentros de la selva, escondiéndose entre el parpadeo de los árboles, emergiendo del allá, del nosotros, del eco, del relámpago, contrario al desapego y al conformismo nihilista de nuestros días, que presumen un "saber" que no es saber, porque toda respuesta –clasificación o concepto– lleva en sí misma otra pregunta, una no-respuesta, otro misterio. 

Nuestra época suprimió el alma, la idea de persona, la incertidumbre y los vínculos que piensan –se piensan– un rostro. Al eliminar la aparente identidad de las cosas, eliminó también la presencia de la muerte, olvidando (dejándose de lado) que venimos de la ausencia, del antes sumido en el silencio, de lo incierto consumido por el caos, del que hablaba Ovidio y Hesíodo, del narrado por los mitos del Popol Vuh: el lugar sin pájaros, ni peces, ni cangrejos, donde la sombra del mar se extendía al horizonte, internándose en la inmensidad detenida del empíreo, a la que sin duda volveremos: al lugar de ceniza, de estrellas de granito, pero sobre todo, pasando por alto nuestra contemporaneidad, que al confrontar la muerte –como lo ha hecho la bestia-humana desde sus inicios– principia la cultura: principian los símbolos con sus nombres y significados; las cosmogonías que intentaban ordenar las cosas y construir un mundo; la razón, el instrumento que desentraña la bruma e interpreta, bien o mal, el entorno, el ello o la ella, el aquello, buscando un cómo y por qué permanecer. 


Nuestra época suprimió el alma, la idea de persona, la incertidumbre y los vínculos que piensan –se piensan– un rostro.


Quizá, 
la coyuntura actual nos haga recordar esa condición y al recobrar la memoria ligándola a la existencia, nos reencontremos explicándonos otra vez, de otra forma, de otra manera, sabiendo que morimos, que regresamos al lugar sin pájaros, ni peces ni cangrejos y que, paradójicamente, cuando una cultura elimina la muerte (el límite, la percepción del abismo, su “no saber”, el alma, las preguntas, su titubeo) perece como cultura, pues dejó de pensar e interpretar, de verse a sí misma en la enormidad del entorno, dejó de convivir, de buscarse, de palparse y pululan los fantasmas.   

Quizá 
nace ahí la poesía, en el grito, que al romper el silencio que envuelve al entorno, se busca, busca un lenguaje; en la necesidad (el hambre, el desasosiego, el sueño, la extrañeza) que se concilia consigo misma cuando a veces regresa al origen, al mar internándose en la sombra sin tiempo del empíreo, cuando al desnudarnos de lenguaje buscamos otro lenguaje, un allá-un aquí, en el que podamos ser sin nombres, sabiendo de nuestra intemperie, de la orfandad. Pero sabiendo también, que cuando nos atrevernos a dejar los nombres, al menos por un momento, nos conciliamos, con nosotros, con nuestra voz sin voz, pues hay una relación intrínseca entre poesía y libertad, entre poesía y sociedad plural, entre poesía y nuestro principio, entre poesía y persona, que va más allá de la grandilocuencia de los títulos, de la presunción que yace en el balbuceo filosófico y poético, en el cansancio de las ideas y el pensamiento que decae, que nos permite visualizar otro lugar, la otra orilla, allá, aquí, otras identidades, en tránsito. 


*Álvaro Mata Guillé. Poeta, ensayista, director teatral. Síguelo en Twitter: @alvaromataguill


Abierta II convocatoria nacional de novela inédita Ópera Prima

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Con el propósito de apoyar a los nuevos autores colombianos, la Editorial Panamericana abre la II convocatoria nacional de novela inédita Ópera Prima, cuya primera edición la obtuvo la obra El signo del adiós escrita por Javier Tibaquirá Pinto.

Los interesados en participar lo podrán hacer hasta el próximo 31 de agosto y cumplir con las condiciones de la convocatoria como ser mayores de edad, la obra debe ser original e inédita, de tema libre para un público adulto que conste de un solo volumen. La novela no tendrá límite de cuartillas. 

La novela ganadora será publicada por la Editorial Panamericana. 

Más información: https://bit.ly/2M6p7zL


Notas relacionadas: 



Juan Gómez–Jurado: «En esta nueva novela, Antonia Scott se va a enfrentar a una rival a su altura»

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Juan Gómez-Jurado. Foto: Cortesía Random House Mondadoria


El escritor Juan Gómez–Jurado (Madrid, 1977), destacado exponente de la novela negra y el thriller en lengua española, vuelve al ruedo con Loba negra, continuación de su exitosa Reina roja, publicada en 2018 por Ediciones B y que retoma los personajes de Antonia Scott y Jon Gutiérrez. Con motivo de la publicación en Colombia de Loba negra, hablamos con el autor para Libros & Letras.


Por: Pablo Concha*

−Los lectores que quedaron enganchados con la historia narrada en Reina Roja, ¿qué pueden esperar de Loba Negra?

Vuelven Antonia Scott y Jon Gutiérrez, los personajes que ya han conocido en Reina Roja, y se enfrentarán a un caso extraordinariamente complicado incluso para Antonia. En paralelo, iremos profundizando en los personajes e intuyendo dónde nos lleva la historia completa de la trilogía. 

−Pareciera que cada vez se escriben más y más thrillers. ¿Qué tan difícil es buscar, o mantener, la originalidad en este género?

El thriller es un género que permite combinar grandes dosis de acción y entretenimiento con un fondo más profundo que toque una amplia variedad de temas sociales y humanos. Es una fórmula muy amplia que permite infinitos acercamientos y se puede renovar una y otra vez. No creo que haya géneros en los que buscar la originalidad sea más difícil que en otros, todo depende de la mirada del escritor. 

−Sin entrar en demasiados detalles o lanzar algún spoiler,¿qué puede contarnos sobre la historia que se desarrolla en Loba Negra?

No me gusta nada avanzar detalles de la historia, creo que en el caso de mi novela estropea mucho la sorpresa de la lectura saber de antemano qué te vas a encontrar. Lo que sí puedo avanzar es que, en esta nueva novela, Antonia Scott se va a enfrentar por fin a una rival a su altura.

−En su opinión, ¿cuál es el elemento más importante para que un thriller sea exitoso? ¿Se trata de que la historia sea interesante, o que el personaje principal cause empatía, la estructura del libro?

Yo no tengo la fórmula del éxito, eso habría que preguntárselo a los lectores. Imagino que es una combinación de todos los factores que mencionas en la pregunta. 

−¿Cuáles son sus referentes en el campo de la novela negra? ¿A quiénes nos recomendaría leer?

Mi gran referente en el thriller es y será siempre Stephen King

−¿Cómo ha afectado la pandemia por el COVID – 19 su rutina de lectura y escritura?

Como todos, he tenido que aprender a hacer muchas cosas –trabajar, escribir, tareas domésticas, vida familiar, etc.– en el mismo espacio y en una situación muy extraña. No ha sido sencillo.

−Ha habido algunas especulaciones en los medios sobre la adaptación cinematográfica de estas novelas. ¿Qué tan cierto es esto, qué puede decirnos concretamente al respecto?

No puedo decir nada al respecto todavía, pero sí diré que es cierto que ha habido mucho interés. 



*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.

Reseña: "Limbo", la nueva novela de John Templanza Better

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Por: Pablo Concha*

Limbo, la segunda novela del escritor barranquillero John Templanza Better, es un libro extraño, una denominada “historia de horror en el Caribe”, que sería difícil comparar con otras obras de este género. 

No solo el escenario es inusual en este tipo de historias, sino que la estructura narrativa del libro y los temas y la manera cómo los aborda, la diferencian de novelas precedentes. Los personajes también son poco comunes, una serie de freaks, desadaptados, un chico intersexual y hasta un posible –o futuro– asesino en serie, más un conjunto de presencias o entidades cuya naturaleza, función o realidad solo se infiere y permanece –acertadamente, dicho sea de paso– en el misterio y en la imaginación del lector. La historia nos presenta a dos hermanas albinas, conocidas como las hermanas duplicadas o hermanas Kowalska, que tienen una casa en Ciudad Crisantemo, en la que reciben a niños muertos sin bautizar y los ayudan a salir del limbo en el que quedaron. Todo cambia cuando reciben un bebé sin nombre que en realidad está vivo, y deciden quedárselo. 

La casa donde moran las hermanas es especial: no está embrujada pero en ella hay habitaciones donde los muertos sin bautizar regresan, otro cuarto donde hacen el tránsito hacia lo que existe después de la muerte, otro donde una presencia especial reside... Ciudad Crisantemo, un pueblo olvidado de la mano de Dios en el Caribe, un sitio con aspecto de pueblo fantasma, un lugar donde tal vez nadie querría vivir. Las paredes rezuman una sustancia blanca, inclasificable, voces incorpóreas que se escuchan y se van, planos de otras realidades que se sobreponen... Ciudad Crisantemo, y en especial la casa de las hermanas Kowalska, o las hermanas duplicadas, parece como un vórtice, portal o punto de confluencia de almas vagabundas y presencias sobrenaturales, todo ello quizás debido a la influencia o herencia de una mística religiosa canonizada por el papa. La historia de esta santa, por fantástica que pueda sonar o resultar, es real. Santa María Faustina Kowalska fue conocida como la apóstol de la Divina Misericordia. Está considerada por los teólogos como parte integrante del grupo de los más notables místicos del cristianismo. Se dice que su misión fue preparar al mundo para la segunda venida de Cristo. Fue canonizada por Juan Pablo II el 30 de abril del año 2000, día en el que también se instituyó la fiesta de la Divina Misericordia. John Templanza, mientras investigaba y leía cosas relacionadas con el limbo, quedó bastante sorprendido al leer el diario de la santa Kowalska, donde hablaba de este lugar y lo describía, según él, “como una película de zombies. Un lugar habitado por niños zombies, con cuerpos putrefactos y gusanos recorriendo sus anatomías y gente que no tenía un descanso, una paz, en ese habitáculo o antesala de lo que podría ser el infierno”.

En palabras de Templanza Better, su Limbo es como “una película de horror inacabada, imperfecta”. Y añade que “no es una novela 100% de terror, es una novela que más bien puede provocar estados de perturbación. Mover al lector en ese aspecto. Es una novela donde el horror se mueve por debajo de las cosas, es un horror epidérmico. Es lo que sucede en las películas de terror cuando el personaje no está mirando, cuando no se da cuenta de lo que se está moviendo detrás él o por arriba en el techo o en las paredes; ahí, ese es el horror que está dentro de la novela. Es algo nada evidente”.

Té por el cumpleaños de Magie Simpson. Andru Suárez


Templanza Better, su Limbo es como 
“una película de horror inacabada, imperfecta”. 


La novela no sigue una estructura narrativa lineal, lo que es un acierto y, a veces, una debilidad. Acierto porque la extrañeza de lo que pasa, la profunda dislocación temporal que se experimenta en Ciudad Crisantemo y el misterio agarran al lector y lo hacen leer rápidamente. Hay un cementerio de animales, una criatura alada, el tiempo a veces da la impresión de estirarse, para luego plegarse sobre sí mismo… Debilidad porque al volver más adelante sobre algunos sucesos del inicio, desde el punto de vista de otro personaje, en ocasiones el explicar todo resta fuerza, aunque pueda satisfacer a algún lector. “El libro es una especie de rompecabezas. Me gusta esa forma de armar y construir una historia, de no ser lineal, no me gusta la linealidad”, dice el escritor. En Limbo se mezclan la realidad y la ficción; aparte de la historia de la santa Kowalska, el artista barranquillero Andru Suarez hace una triple aparición, como personaje, como inspiración (su cuadro “Té por el no cumpleaños de Maggie Simpson” es utilizado y analizado en un momento clave para el personaje principal) y como modelo de la portada del libro, fotografiado por Natalia Pérez.

Limbo tiene un final abierto que algunos lectores podrían considerar que le resta ímpetu, pero no en el sentido de que sea inconcluso o truncado, sino todo lo contrario, deja al lector con ganas de saber más, y de seguir a esos personajes por unas páginas más, cuando menos. Querer más, en el caso de un libro o historia, no es nada malo. Igual hay esperanza, en una suerte de juego metaficcional, en la última página, donde se sugiere o infiere que posiblemente, o supuestamente, podría llegar a existir una continuación de esta historia(as). Y esto nos daría una forma de ver este final como acertado pues Limbo, formado por varias historias, termina con un personaje bastante peculiar relatando a su vez otra historia, o quizás, resolviendo el misterio de una que ya nos contaron, y, en consecuencia, dejándonos con preguntas y ganas de relectura. Lo que es seguro es que estaremos muy pendientes del trabajo y la evolución de este autor que rompe los moldes de la narrativa tradicional de estos géneros fantásticos. 


El libro es una especie de rompecabezas.
Me gusta esa forma de armar y construir una historia,
de no ser lineal, no me gusta la linealidad


*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.



Entrevista a Julián Isaza sobre Cámara oscura

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Julián Isaza. Foto: Cortesía


Con frecuencia eludimos aquellas historias que, por entre las grietas, hacen posibles ciertos hechos que consideramos irracionales o ilógicos, permitiéndoles colarse en la realidad. Los relatos que nos entrega el periodista y escritor Julián Isaza en su nuevo libro, Cámara oscura (Rey Naranjo Editores, 2020) nos asustan, nos hacen sentir incómodos, nos producen escalofríos. Con presencias sobrenaturales y enfermedades mentales, ruidos y timbres, pantallas y dispositivos, fechas y cosas, siluetas deformes y caras sin ojos, Isaza crea un rotundo conjunto de cuentos, perfectos para tiempos de pandemia, ansiedades y paranoias. Hoy, una entrevista con el autor para Libros & Letras.


Por: Juan Camilo Rincón*

- ¿Dónde nace la decisión de escribir historias fuera de lo común o alejadas de las realidades cotidianas?

De mis gustos como lector. Siempre me han gustado “los géneros de la imaginación”, como los llama Mariana Enríquez. Siempre me ha gustado ese poder que tiene la literatura de hacer posible lo absurdo, de invitar al lector a una realidad distinta, de plantear y examinar las fracturas de la realidad, de ser extravagante y al tiempo abordar la condición humana. 

La ciencia ficción es todo lo contrario a las realidades que usted relata, por ejemplo, en sus crónicas. ¿Cuál es la clave para moverse en aguas tan distintas?

Lo pongo de esta manera: escribir crónica es como navegar en un río y escribir ficción es como navegar en el mar. En la crónica se tienen los márgenes, las orillas, de la realidad y de allí no se puede uno salir, y se escribe con historias prestadas, con datos, con responsabilidad; en la ficción no, en ella se está en un lugar muchísimo más abierto, sin restricciones y con todas las posibilidades de perderse, con toda la libertad y sin ninguna responsabilidad distinta a la de producir una historia. Entonces la clave es tener claro las condiciones de cada una, entender que la crónica se debe a la verdad, a lo que realmente sucedió; mientras que la ficción se debe a un impulso más privado, más egoísta si se quiere, a la invención. Yo, por ejemplo, no permito que mi lado cronista se inmiscuya en la escritura de un cuento, y menos permito que mi gusto por la escritura de ficción termine transfiriéndose a una crónica.

Uno de los personajes de sus cuentos usa el libro El secreto como guía de su vida; otro, lee las revistas Cosmopolitan y Aló… ¿Por qué lo hacen?

Porque los personajes deben tener vida y eso quiere decir que perciben el mundo a su manera, tienen sus propios problemas, sus ambiciones y, por supuesto, sus gustos. Eso también tiene que ver con lo verosímil. Los personajes no tienen que ser una versión idealizada del autor mismo, porque si lo son se convierten en personajes de cartón, en hombres y mujeres edulcorados y correctos. Y esos detalles –lo que leen, lo que hacen, lo que dicen– son los que les permiten respirar con autonomía, volverse más reales. 

¿Hay elementos del periodismo narrativo que le han servido o ayudado a la hora de crear estos cuentos?

No lo creo. Lo único que tienen en común mis cuentos con mis textos de periodismo narrativo es que ambos usan la escritura como medio para llegar a los lectores, pero el resto es completamente distinto.

Sus cuentos nacen de una premisa irreal que desubica al lector, pero terminan en explicaciones factibles. ¿Cuál es la fórmula para recorrer ese camino sin que los cuentos pierdan fuerza?  

La verosimilitud, que no depende de lo absurda que sea la situación narrada, sino de las reglas internas del relato. Es decir, depende de que se planteen las condiciones necesarias, cierta normalidad que se fractura, para que aquello que estoy contando, como un hombre que es devorado por su propia ropa, o una anciana que tiene un presunto encuentro con un ser de otro mundo, o alguien que es acosado por un niño muerto, sea creíble y posible en el cuento por más extravagante que sea la historia. Si eso no existe, si no se logra fracturar esa realidad de una manera ‘lógica’, el cuento se convierte en un disparate y el lector perderá interés y, seguramente, se sentirá decepcionado. 


Los personajes no tienen que ser una versión idealizada del autor mismo,
porque si lo son se convierten en personajes de cartón, en hombres
y mujeres edulcorados y correctos.




*Juan Camilo Rincón. Periodista cultural y escritor. Autor de Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia y Viaje al corazón de Cortázar.


Un café en Buenos Aires con Carolina Silbergleit, librera de Mandrágora Libros&Cultura

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Los libros fueron siempre mi mundo

Por: Pablo Di Marco* / Argentina

Buenos Aires es inabarcable para sentirla propia. Por lo tanto, se vuelve inevitable sentir el deseo de armar una Buenos Aires nuestra, afín a lo que nos pertenece y conmueve. Una ciudad conformada por calles, pasajes, rincones, bares y librerías. Y si hablo de mis librerías, pienso en Mandrágora. Hay algo —¿mística, tal vez?— en esa casona de muros tapizados de libros, en la calidez de sus libreros, en las mesas de su pequeño bar, que convoca a quedarse y a regresar, a juntarse con amigos. Y fue justamente en una de esas mesas que me senté una tarde de invierno a charlar con Carolina de cómo se hace para levantar una librería con alma de refugio. 

—Vos trabajabas de antropóloga, y Juan, tu esposo, tenía una consultora de medio ambiente. Y un día decidieron soltar amarras, renunciaron a todo, y abrieron su propia librería. 

CS: Así es. 

—Contame ese viaje.

CS: Creo que son esas cosas de la vida que, si se piensan demasiado, no se realizan. Lo cierto es que, por un lado, el sueño de la librería estaba presente desde hacía años y años, pero por una cosa o por otra lo íbamos posponiendo. Y, por otra parte, se nos empezó a hacer cada vez más difícil seguir sosteniendo proyectos que no nos representaban, y que entraban en contradicción con nuestra forma de ver y pensar el mundo.

—Le agregaste al viaje una dosis de bienvenido e indispensable idealismo.

CS: Sí, soy un poco idealista, y preciso encontrarle sentido a lo que hago. Lo autogestivo se nos imponía como una forma de vida; el proyecto propio, en que nuestros ideales coincidieran un poco más con nuestro hacer cotidiano. Y los libros fueron siempre nuestro mundo. No tuvimos muchas dudas. A pesar de lo arriesgado que suena, siempre supimos que sería una librería.  Y sucedió lo que a veces pasa: se alinearon los planetas para que los deseos se transformen en realidad. 

—Habrá sido todo un momento la vez que se encontraron con la casona de la calle Vera. ¿O habrá sido ella quien los encontró a ustedes? Porque Mandrágora sos vos y Juan, pero es innegable que esa casona aporta su alma.

CS: Definitivamente. La casona tiene alma y tiene historia. Fue entrar y saber que era EL lugar. Nosotros la elegimos, y ella nos eligió. No lo dudamos, sabíamos que Mandrágora era, es, esta casa. Y sucedió algo muy extraño. Pedro, el hombre que vivía en la casa, y que la construyó, falleció unos meses antes de que nos encontráramos con ella. Y más o menos al mismo tiempo, moría el papá de Juan. Se generó un vínculo muy lindo con los hijos de Pedro, que aún se mantiene, tanto así que nos dejaron muchos libros y objetos de su papá: sostienen que si le hubiéramos propuesto en vida transformar la casa en una librería, no sólo habría aceptado feliz, sino que habría elegido el nombre Mandrágora. En fin, muchos de los libros que nos dejaron eran los mismos que estaban en la biblioteca del papá de Juan… 

—¿Sabés algo? Yo estoy seguro de que las bibliotecas conversan entre sí. Es solo cuestión de estar atento para percibirlo. Así que, más allá de lo fantástico de la historia, no me sorprende saber que las bibliotecas de Pedro y Juan hayan conversado entre ellas. 

CS: Claro. Y también nos gusta pensar que desde algún lado ellos dos están conversando, leyendo y, haciendo, juntos que Mandrágora sea este espacio un poco mágico, un poco místico. 

—Hablemos un poco sobre tu día a día en Mandrágora: los libros parecieran infinitos y el espacio disponible es limitado. ¿Cómo mantenés el equilibrio entre los libros que te gustan y los que el mercado te exige, entre los clásicos y las novedades?

CS: Para ser honesta: elegimos los libros que nos gustan, aquellos que leímos o los que tenemos ganas de leer (¡siendo conscientes, obviamente, de que es imposible leer todo!). Confiamos en una lógica de trabajo que no está regida necesariamente por lo que impone el mercado de manera masiva. Sabemos que hay un público que tiene otras búsquedas, y ese es el público con el que trabajamos. Hay algunas premisas que atraviesan nuestra selección de libros: la librería tiene una perspectiva feminista, y apostamos a la circulación de literatura producida de manera independiente. Decimos, desde la pizarra que da la bienvenida a la librería, que “leer transforma”. Tenemos la convicción de que esto es así y, sin juzgar estilos o elecciones literarias, aportamos a la promoción de la lectura a sabiendas de que es un hecho político e ideológico. De todos modos, ¡son muchos los libros que nos gustan! Porque, además, todo el tiempo se descubren nuevas lecturas, aparecen textos nuevos o que no conocíamos aún. Tengo que confesar que con el paso del tiempo el catálogo de la librería comenzó a crecer, y nos encontramos ahora con el desafío de mantener el fino equilibrio entre seguir conociendo el material con el que trabajamos (y continuar eligiendo lo que nos gusta), y sumar nuevos libros, y nuevo público lector. Además, otra confesión…


Confiamos en una lógica de trabajo que no está regida
necesariamente por lo que impone el mercado de manera masiva.
Sabemos que hay un público que tiene otras búsquedas,
y ese es el público con el que trabajamos



—Adelante, nadie nos escucha.

CS: No se trata solamente de seleccionar para el catálogo, sino de mantener la librería ordenada. ¡Eso es lo más difícil! Más libros hermosos elegimos, más cajas que llegan para cargar en el sistema y ordenar. Tarea que nunca, nunca se acaba.

—Mandrágora es más que una librería. Es también un bar, y un centro cultural en el que se presentan libros, se dan cursos, talleres, hay un Club del libro… En suma, Mandrágora es un punto de encuentro de lectores, amigos y vecinos de Villa Crespo. Imagino que ya habrás visto formarse varias amistades y amores.

CS: Ja, sí, definitivamente. No solo vemos formarse nuevas amistades y amores, sino también somos testigos de aquellos vínculos que se terminan. Además, el vínculo lector–librero implica, muchas veces, charlas sobre literatura y sobre la vida, compartir reflexiones, alegrías y tristezas. Entonces, no sólo somos testigos de nuevos vínculos, sino que también nosotros tenemos nuevas amistades. Es lo más lindo, te diría, de nuestra tarea. 

—Un librero no solo debe tratar con sus clientes, también debe tratar con una especie muy particular: los escritores. Hablemos un poco de eso. ¿Son los escritores una especie tan sensible, egocéntrica e insegura como cuenta el mito?

CS: Bueno, tengo que decir que antes que librera, que antropóloga, que madre o amiga, soy lectora. La lectura fue mi refugio siempre, y lo sigue siendo. Así es que admiro profundamente a la gente que escribe, y me resulta difícil criticarla. Dicho esto, debo admitir también que el mundo de quienes escriben es diverso, y variado. ¡Por suerte! Sí, hay gente egocéntrica e insegura. Pero también hay grandes escritores que son amables y de perfil bajo…

—Ya que estamos, te voy a contar un secreto. Cada vez que entro a una librería me viene una tentación: ubicar a mis libros en un lugar más visible. Claro que nunca lo hice por miedo a que el librero me descubra, sería un papelón. Así que la pregunta es: ¿Alguna vez viste a algún escritor reacomodar su libro con disimulo?

CS: ¡Muchas veces! Pero no voy a dar nombres.

—Deberé sobornarte con algún chocolate.

CS: Pero debo decir que no solamente los escritores lo hacen, también los editores. Y las familiares de los escritores. ¡Y sus amigos!

—Así es imposible mantener una librería ordenada, jaja.

CS: Pero también hay escritores que ven su libro expuesto y lo agradecen, ¡hay que decirlo todo!

—Vamos con la Sección Respuestas Breves: A través de estos años, ¿cuál es el libro más vendido de Mandrágora?

CS: Te digo dos: Sinceramente de Cristina Fernández, y Las Malas de Camila Sosa Villada

—¿Cuál es el libro de cuentos que más solés recomendar?

CS: Un libro de cuentos que recomendamos mucho, porque cumple con las características de estar excelentemente escrito y que gusta a un público amplio es El sol mueve la sombra de las cosas quietas de Alejandra Kamiya (Editorial Bajolaluna).

—¿Y cuál es la novela que más recomendás?

CS: Creo que una de las novelas que más recomendamos en el último tiempo es Claus y Lucas de Agota Cristoff. De todos modos, aunque hay libros que sé que pueden gustarle a personas muy diversas, me gusta recomendar conociendo el perfil de quien va a leer. 

—¿En la presentación de qué libro Mandrágora estalló de asistentes?

CS: ¿Puedo cambiar la pregunta y responder cuál es la actividad que más estalla de asistentes?

—Dale.

CS: Los clubes de lectura, en sus diversas propuestas y modalidades, son una marca registrada de la librería, y están teniendo una respuesta y convocatoria del público lector tal, que nos sorprende y nos da mucha alegría. 

—¿Qué autor te encantaría que presente su próximo libro en Mandrágora?

CS: Tengo varios: Alessandro Baricco, Amelie Nothomb, Paul Preciado

—Buen equipo esos tres. Vamos con la última, Carolina, seguro ya la conocés. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. ¿Quién sería?

CS: ¡Qué difícil! Ya sé: invito a quienes me gustaría que presenten su libro acá, y aprovecho para preguntarles si aceptan la invitación. Y aún mejor: ¡también les propongo si quieren dictar algún taller, también!

—Esa es una gran idea. Es más, yo creo que Baricco adoraría dar un taller en Mandrágora. Hasta se me ocurre un gran tema: Bibliotecas mágicas que conversan entre sí. Andá anotándome, por favor.



¿Querés conocer Mandrágora Libros y Cultura? La dirección es Vera 1096 (a metros de Juan B. Justo), barrio de Villa Crespo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Y también podés seguirlos en Instagram en @mandragora.librosycultura



*Pablo Hernán Di Marco.  Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras 

Reseña: El hormiguero de la escritora Julianne Pachico

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Julianne Pachico, autora del libro de cuentos Los afortunados (Seix Barral, 2019) continúa explorando Colombia a través de sus ficciones. 


Por: Pablo Concha*

En Los afortunados el escenario era la Cali de los años noventa, periodo del apogeo del narcotráfico y la corrupción en la sociedad colombiana. Su primera novela, El hormiguero, transcurre en Medellín luego del posconflicto y la firma del acuerdo de paz. Para los que aún no la han leído, vale aclarar que estos libros, a pesar de desarrollarse en estos escenarios, están lejos de ser historias políticas o que examinen los mismos hechos que todos conocemos hasta la saciedad y que resultan bastante aburridos. Así como Los afortunados exploraba las tensas divisiones de clase y la forma como la violencia continuaba afectando a alguien a través de los años, El hormiguero surge en los traumas de la infancia, explora el dolor que no desaparece, la manera como puede transformar a alguien, y cómo siempre se vuelve a él para tratar de entender el presente. “Es como si el pasado se hubiera arrojado sobre el presente, superponiéndose en su imagen, como esos libros de colorear de colores transparentes”.

En El hormiguero, María Carolina, dos décadas después de haber salido de Medellín por razones misteriosas para instalarse en Londres con su padre, regresa a la ciudad de su infancia en busca de Matías, su mejor amigo de entonces. El reencuentro con Matty, ahora director de un centro comunitario en una comuna, no es tan feliz o dichoso como podría haber esperado la protagonista, ya que empiezan a surgir los espectros de un pasado mutuo e irresuelto. La novela tiene en su desarrollo diferentes registros de voces narrativas que hacen la lectura ágil y fluida. Unos fragmentos en segunda persona, otros en tercera, en ocasiones una voz que se entromete en el registro de la segunda persona (que es el personaje principal, María Carolina), una voz que tiene un tono infantil pero a la vez ominoso, como si viniera de un niño siniestro. Estas intromisiones causan extrañeza, difuminan la dura realidad que está retratando la novela (la problemática social de las comunas de Medellín, el país luego de la firma del acuerdo de paz), y envuelve la narración en un aire distinto, viciado en ocasiones/pasajes, que hacen que el lector se pregunte: ¿qué está pasando aquí? ¿Qué es esto? La narradora se hace el mismo cuestionamiento en cierto momento: “¿Qué terrible oscuridad, qué voz ha estado oculta ahí, acechándola todo el tiempo, fuera de vista, esperando su momento para hablar?”. Ese leve distorsionamiento de la realidad es muy importante, máxime cuando está hecho con sutileza, pues obliga a leer más atentamente y nos muestra otra capa de realidad –y de la narrativa– dentro de lo que estamos leyendo. No todo es tan simple, no todo es lo que parece, como se dice coloquialmente. Es algo que también engancha al lector y lo lleva a querer saber más, entender y descubrir qué pasa en realidad. Que el lector no suelte el libro es importante; sobra decirlo. Y en medio de esa realidad descrita en El hormiguero, ya común y normal para la mayoría de colombianos, subyace otro tipo de horror, uno que viene de la niñez y que posiblemente se haya alimentado de esa misma realidad que ya no aterra a nadie que haya crecido y vivido en algún país de Suramérica. “En cierto modo, era brutal la forma en que todo el mundo seguía, como si nada”.

Hay indicios, fragmentos de una ruptura con la realidad en la infancia, cuyas consecuencias llegan hasta la adultez, tiñendo todo con un velo amargo y extraño. “Fue una lección dura y lenta, pero gradualmente la aprendiste: había algo en ti que era innegablemente… raro”. Y luego: “Algo profundo adentro de ti, pudriéndose”.

Algo que se analiza y que es muy difícil de comprender para el personaje de María Carolina, es la manera en que la niñez y las experiencias vividas en ese período deberían moldear y formar al adulto que vive el presente. Si en la infancia hubo un trauma, un evento catastrófico, cómo determina eso la psique de una persona, hasta qué punto lo afecta y cómo o si se puede superar. “¿Acaso olvidar el dolor es la receta para sobrevivir? ¿O hablar acerca del dolor sería el único modo de salir adelante? ¿Sería uno de esos caminos o podrían ser ambos a la vez? Quizás de eso se trataba la adultez, de no saber”. Si este trauma o eventos dolorosos son todo lo que una persona es, lo que perduró, lo que aguarda siempre al fondo de la mente, qué contar, o acaso sería mejor ocultarlo todo y vivir una mentira. “¿Contar era lo mismo que sanar, o daría igual si mintiera?”, se pregunta la protagonista de El hormiguero.

María Carolina no se siente satisfecha con la vida que lleva en Londres; hay una desconexión con todo, una intensa incomodidad en el trato e interacción con los demás, una falta de interés hacia el futuro… hasta que regresa a Medellín. Allí todo parece encajar, la vida cobra de pronto un sentido, el doctorado en Literatura y los planes para el futuro se ven como algo estéril que no podría interesar a nadie pero, por más que se esfuerce en no pensar en ello, hay un terror latente, del cual en ocasiones podemos vislumbrar atisbos y, cuando mira entre las grietas y asoma el rostro, trastoca la realidad de los personajes al igual que la de los lectores de muchas y, en ocasiones, penosas maneras.

Otro tema importante del libro, al igual que ocurría en Los afortunados, es la memoria, lo peligroso que puede resultar escarbar en los recuerdos y buscar cosas que se han perdido u olvidado. El hormiguero subvierte la idea de que el pasado es un refugio cómodo al cual se puede regresar, y de la infancia como una suerte de patria. “¿Qué hay de bueno en desenterrar lo que está oculto? ¿Acaso no se quema uno los ojos si mira directamente hacia la luz?”.

Aquí los recuerdos hieren, lastiman, son un pasillo lleno de puertas con llave que es mejor no abrir porque, quizás, lo que está detrás de alguna podría saltar y morder. El hormiguero trata de esa búsqueda, de la manera de entender la forma de superar el dolor de la infancia y seguir adelante. En últimas, cómo derrotar el horror, o abrazarlo y seguir adelante.



*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y otros medios culturales.




 

Mario Vargas Llosa y el milagro estético de Jorge Luis Borges

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Medio siglo con Borges es un conjunto de textos escritos por Mario Vargas Llosa en un periodo de más de cincuenta años, desde sus tiempos de periodista amateur hasta sus más recientes columnas en El País, en los que recoge y analiza diversos aspectos de la vida y la obra del escritor argentino. 


Por: Juan Camilo Rincón*

Entre tantos que se anuncian a diario, este en particular es un libro que veníamos esperando por varios motivos; el primero: el indiscutible nivel de los dos escritores latinoamericanos. El peruano, premio nobel de Literatura y autor de grandes novelas, es además conocido por su gran trabajo ensayístico sobre la obra de escritores como Gustave Flaubert, Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez. Y cuando de Borges se trata, muchos estamos siempre a la espera de algún comentario o un sesudo análisis de su trabajo creativo bajo la lupa del autor de La ciudad y los perros

Entre los textos recopilados nos topamos con un poema, género poco común para Vargas Llosa. A través de unos versos sencillos, homenajea al escritor que siempre fue un mentor: “La belleza e inteligencia del mundo que creó me ayudaron a descubrir las limitaciones del mío, y la perfección de su prosa me hizo tomar conciencia de las imperfecciones de la mía”. En sus páginas se retoman las reseñas hechas a libros como Atlas, creado por Borges junto a María Kodama y publicado por Sudamericana; Borges en Sur 1931 – 1980 de Emecé; y Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936 – 1939) de Tusquets, estos dos últimos con valiosas selecciones sobre las colaboraciones del argentino a revistas de gran peso en el país del sur y en toda la región. 

El eje del libro, sin embargo, son dos textos de particular valor: el primero es la entrevista que el peruano le hizo en noviembre de 1963 en Francia como periodista de la RFI, donde plantea que, gracias a los diferentes eventos literarios en los que participó Borges con sus conferencias y conversatorios, Europa pudo conocer y reconocer la calidad arrolladora y, sobre todo, la importancia de la obra de ese hombre que venía de la tierra de los gauchos. Fue la emergencia del autor de El Aleph hacia el Viejo Mundo y luego a Norteamérica, donde empezaba a gestarse como un hombre legendario, y de cuyo ascenso al olimpo literario Vargas Llosa fue testigo.  

El segundo texto es la entrevista que le hace Vargas Llosa a Borges en junio de 1981 en su casa de Maipú 994, ubicada en Buenos Aires. En ella vemos a un peruano más fortalecido y arriesgado, con preguntas más inquisitivas y teñidas por una cierta soberbia que lo llevó incluso a comentar sobre el humilde estado del apartamento del argentino, con sus goteras y las manchas de humedad en las paredes. Como es bien sabido, este encuentro termina abruptamente, y las inoportunas acotaciones del entrevistador llevaron a Borges a denominarlo, no escritor, sino agente inmobiliario. 

Más allá de lo anecdótico, hay un texto que se recibe con enorme gusto por su calidad crítica. Se trata de “Las ficciones de Borges”, escrito un año después de la muerte del poeta ciego, y con el que Vargas Llosa nos permite comprender diferentes elementos claves de la obra del porteño: se cuestiona sobre por qué aquel nunca escribió novelas, cómo revolucionó la tradición estilística o de qué manera hace el tránsito de lo real a lo fantástico. Además, nos explica las razones por las que “ha sido lo más importante que le ocurrió a la literatura en la lengua española moderna y uno de los artistas contemporáneos más memorables”. 

Recorrer este libro resulta de enorme valor para los escritores en español que, de alguna manera, tenemos una deuda con Borges y queremos seguir nutriéndonos de su forma, su estilo y sus creaciones pródigas. Fue él quien puso la prosa latinoamericana en el canon de la literatura universal y rompió el complejo de inferioridad que impedía brotar con libertad a los artistas de este lado del continente. Es una herramienta que puede servirnos para seguir ahondando en la obra de Borges, material de análisis por los siglos de los siglos y que, aún después de tantos años, asumimos como cataclísmica pero seguimos sin comprender del todo. Sobre una literatura cuyo estilo “desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban”, Mario Vargas Llosa alimenta el mito y el debate.




Medio siglo con Borges. 
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
108 páginas



* Periodista cultural, escritor e investigador. Autor de Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia y Viaje al corazón de Cortázar.

Natalia Orrego: “Cuando escribimos es imposible huir de nosotros”

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Un café en Buenos Aires con Natalia Orrego


Por: Pablo Di Marco / Argentina

La vida de un escritor es menos apasionante y romántica de lo que se cree. Por momentos, pesan como lápidas las horas dedicadas a buscar esa palabra que no llega, a desenredar oraciones imposibles, a sostener ideas que se diluyen en la nada. Escribir —y aquí lamento decepcionar a buena parte de los lectores—, no es tanto una actividad vinculada a la inspiración y a la aventura, sino al trabajo y al orden. En la gran mayoría de los casos, escribir implica plantarse cara a cara ante nuestros anhelos, temores y limitaciones, y luchar por superarlos, en ocasiones a golpe de puño. Sin embargo, tras mucho intentarlo y en contadas ocasiones, la magia ocurre y el cielo se abre y nos volvemos capaces de escuchar a esa voz que nos permite trasladar al papel todo ese mundo que arde en el interior de nuestra alma. 

Esa luz también se hace presente en los días que anteceden a la publicación de un libro. Es en ese tiempo encantado cuando el escritor vislumbra que todo es posible, e intuye que los años de esfuerzo valieron la pena. Y esta sensación se potencia si nos referimos a la publicación del ansiado primer libro, porque a aquel esperanzado encantamiento debemos sumarle un bienvenido condimento extra: la inocencia. 

Hace años que entrevisto a autores, y hay una pregunta que repito con frecuencia: ¿Qué ganaste y qué perdiste tras la publicación de tu primer libro? Y es llamativo que, en un mundo de opiniones tan divergentes como el de los escritores, las respuestas a esta pregunta sean tan similares. Lo que se pierde es espontaneidad y frescura; o sea: inocencia. Y si para algo me sirvió hacer tantas veces esta pregunta, fue para descubrir que el anhelo de la mayor parte de los autores de trayectoria, es recuperar aquella adorable irresponsabilidad de antaño, esa brisa de aire fresco del primer libro. Esa misma brisa que brota de cada oración, cada párrafo, y cada página de El anuncio, el primer libro de Natalia Orrego.

El anuncio cuenta con un condimento que potencia y enriquece a cada una de sus virtudes: una cuota de madurez estilística y temática infrecuente en un primer libro. ¿De dónde proviene esta rara alquimia de frescura y madurez? ¿Cómo logra una autora, en su primer libro, una conjunción así de compleja e infrecuente? Intuyo que la respuesta gira en torno a innumerables horas de lecturas, escrituras y corrección. 

Y, para mi fortuna, es en este tiempo luminoso cuando me toca sentarme a tomar un café con Natalia Orrego. Inmejorable oportunidad para preguntarle sobre estos temas y tantos más; para conversar sobre cómo transita estos días de encanto, pero que de seguro también esconden en algún recoveco una inevitable dosis de incertidumbre y desconcierto.

—Hace poco te escuché decir que decidiste escribir este libro para cumplir con una promesa. Contame un poco más sobre eso, Natalia.

NO: No suelo hacer promesas porque después me atormenta el no poder cumplirlas. Incluso las que me hago a mí misma.

—Sin embargo…

NO: Sin embargo, a mis trece años, tras la lectura de varias novelas y el desencanto que me provocaron ciertos finales, me prometí que sería escritora. Me dije que si yo escribía, podría elegir el final que yo quisiera. Me ofuscaba mucho con los autores por dar un final distinto al que yo esperaba. Me sentía defraudada. Por suerte con el tiempo lo superé, dejé de enojarme tanto, y empecé a aceptar esos finales. Cumplir la promesa me sirvió un poco para entender a esos autores. Pero también tengo otro tema, pienso que si no somos capaces de cumplir una promesa hecha a nosotros mismos y que sólo depende de nosotros, entonces, no seremos capaces de nada. Y un día decidí empezar a cumplirla, y desde entonces no paré de escribir.

—De seguro la escritura de este libro te permitirá sentir que no le debés nada a esa chica de trece años. Decime, Natalia: escribir no es una carrera de velocidad sino una maratón. ¿Cómo te manejaste con los inevitables momentos de dudas, cansancio y desconfianza? 

NO: La disciplina, la intuición y el respeto son las que me impulsan a seguir. Trato de escribir todas las semanas, cuando no es posible escribir es porque estoy leyendo o tramando algo en mi cabeza. Muchas veces me asaltan dudas respecto a si estará bien o mal lo que escribí, y cuando algo no me convence trato de exprimirlo al máximo llevándolo al límite. Pero si no encuentro la vuelta y algo en mí me dice que no va, no tengo problema en desecharlo y empezar de nuevo. Muchas veces me criticaron por eso, y me han dicho que no tire nada, pero yo me deshago de muchos textos, no soy muy apegada. Otras veces, es esa misma intuición la que me dice que no está tan mal, pero que hay algo que no está funcionando, entonces lo que hago es cajonearlo y dejarlo un tiempo. Va a llegar el día en que lo volveré a sacar y a intentar hasta que salga bien. Es en esos momentos cuando aparece el respeto (o la fidelidad). Puedo equivocarme mil veces, pero respeto lo que siento, trato de ser fiel a ello, y de esa manera al menos no sentiré que defraudo a esa niña lectora de trece años.

El anuncio, como todo buen primer libro, está teñido de esa hermosa inocente irresponsabilidad que anhelan recuperar los autores de trayectoria. ¿Sos consciente de ello? ¿Temés perder esa inocencia?

NO: Sí. Creo que es una de las cuestiones que más me aterra. Hace tiempo siento que perdí la inocencia como lectora, y eso me provoca cierta angustia.

—Te interrumpo un segundo. Acabás de tocar un tema interesante. Porque una de las primeras cosas que pierde un escritor es su inocencia como lector. Así como un director de cine, que cuando mira una película no se puede entregar de lleno al disfrute, ya que está permanentemente pendiente de dónde está colocada la cámara.

NO: Claro. Ya no opino abiertamente sobre un libro como lo hacía antes porque no quiero herir susceptibilidades, y no me refiero sólo al autor, lo digo respecto de los lectores o los fanáticos de determinados autores o libros. Y además, porque sé del tiempo que demanda crear, sea cuál sea el resultado, me guste o no, lo más probable es que ese escritor le haya dedicado horas a la creación de ese libro, como el lector al leerlo. Y, en cuanto a la escritura puntualmente, temo perder la impunidad más que la inocencia. No me creo inocente, pero uno se siente a salvo cuando tiene cierta impunidad y no hay limitaciones. Supongo que tiene que ver también con la responsabilidad que uno asume al sentarse a escribir, primero con uno y una vez que se está camino a la publicación es una responsabilidad que se extiende a un otro. 

—Sin embargo, pese a no privarse de esa cuota de inocencia de la que estamos hablando, El anuncio también cuenta con un grado de madurez infrecuente en un primer libro. Apuesto a que esta madurez proviene de años de lecturas, escritura y corrección. ¿Me equivoco?

NO: Estás en lo cierto. Me tomé mi tiempo con cada uno de los cuentos que incluí en este libro. Hay textos que trabajé años en mi cabeza hasta que me decidí a sentarme a escribirlos, y después seguí trabajándolos en el papel por otro buen tiempo, a algunos hasta los guardé por meses, hasta que los volví a corregir. Dediqué tiempo a pensarlos y a trabajarlos, pero aun así, espero no defraudar a ningún lector y no haberlos sacado antes de tiempo. De todas maneras, sé que aun después de publicarlos, podría pasar que los siguiera corrigiendo infinitamente. O quizá ya sucedió mientras el libro estaba en imprenta, quién sabe.

—Este libro incluye un cuento que quedó entre los diez finalistas (entre casi dos mil participantes) de uno de los concursos de cuento más respetados de Latinoamérica. Contame cómo fue que decidiste participar de ese concurso, y tu reacción al recibir la noticia del galardón. 

NO: Sí, el cuento se llama “La caída”, y quedó finalista en el XIV Concurso Internacional de Cuentos “Ciudad de Pupiales”, 2019, que organiza en Colombia la Fundación Gabriel García Márquez junto con la Gobernación de Nariño. Conocía ese concurso hace ya algunos años, pero nunca se me había ocurrido participar, es más, jamás había participado en ningún concurso antes de ese.

—¿Quedaste finalista en el primer concurso que participaste? Te aseguro que no es algo muy frecuente.

NO: Es que cuando leí las bases sentí que habían sido escritas a medida de mi cuento, y simplemente lo envié. En un principio no se lo conté a nadie y me anoté en la agenda la fecha en que darían el veredicto. Lo mandé en el mes de junio y se sabría el resultado recién en noviembre. Cuando llegó noviembre vi que lo tenía anotado, y esa semana me sentí realmente inquieta, sabía que algo iba a ocurrir. El día que vi mi nombre escrito en el veredicto sentí alegría y tristeza, sentí que al fin había terminado ese cuento y que ya no lo corregiría más. Lo había empezado a escribir cinco años atrás, quizá antes en la cabeza, y lo había corregido ese año con obsesión, quería que quedara bien. Pero también sentí que ese día empezaba algo nuevo. Y eso me puso feliz.


Entregar este libro al editor y luego a las manos de cada lector es, para mí, cerrar una historia y darle comienzo a otra. Perder algo siempre provoca cierta tristeza...


—Conversemos un poco sobre esa tristeza que recién mencionaste. Entregarle un libro al editor es tanto una victoria como una derrota. Y con derrota de seguro entendés a qué me refiero: al vacío que proviene tras el trabajo terminado, al temor a quedar desnudo ante tus lectores, a la incertidumbre que genera el pensar en la escritura de un segundo libro.

NO: Dos cosas: por un lado soy bastante introvertida y por otro le huyo a lo irrevocable, a lo que es para siempre. Creo que cualquier persona que se dedique a escribir va estar de acuerdo conmigo si digo que cuando escribimos es imposible huir de nosotros, a eso que tenemos guardado en el fondo del alma. Entregar mi libro al editor es abrir esa cajita de cristal en donde lo tenía a salvo, y darle vida. Pero para darle vida debí antes darle muerte a esa cajita, destruirla. Y eso es irrevocable. Entregar este libro al editor y luego a las manos de cada lector es, para mí, cerrar una historia y darle comienzo a otra. Perder algo siempre provoca cierta tristeza, pero esa incertidumbre que mencionás es lo que me devuelve a su vez a la vida y me despierta la curiosidad de querer saber cómo seguirá esto. Si seré capaz de comunicar eso que tenía muy dentro mío, si servirá para algo, si finalmente cumpliré con ese propósito que tanto me atormenta que es que mi vida valga más que mi muerte. Y si no suelto nunca lo sabré, aunque sea doloroso, no me queda otra opción si quiero seguir adelante. 

—¿Y qué podés decirme con respecto a la incertidumbre que te puede llegar a provocar el pensar en un segundo libro?
 
NO: No la tengo. Ahí en donde otros quizá ven un problema, yo veo una solución, siento que el reloj se puso otra vez en cero y que tengo todo el tiempo del mundo para escribir el siguiente libro. Soy muy paciente con eso. De todos modos, ya tengo varias ideas en camino, sólo me queda seguir mi intuición, ser fiel a mis deseos, y seguir por ese camino para no defraudarme.

—Vamos con la última pregunta de "Un café en Buenos Aires", Natalia: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. ¿Quién sería?  

NO: Invitaría a Silvina Ocampo a mi casa a charlar y a tomar café. Dicen que las comidas de Silvina eran bastante malas, y que su café no era mucho mejor. Creo que ese gesto podría ser el principio de una gran amistad. Se me ocurre que, tras el último sorbo, diría que finalmente el suyo sabe mejor, que se lo contará a Bioy y a Borges la próxima vez que critiquen el suyo con malicia.

—¿Y qué pregunta le harías a Silvina?

NO: Le preguntaría si alguna noche lloró por Bioy, y si cada una de esos horribles cenas que dicen que le prepara, no es acaso una pequeña venganza diaria.




El anuncio
Natalia Orrego 
(Editorial Azul Francia).



*Pablo Hernán Di Marco.  Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras 
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