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La novela negra en Latinoamérica: “un baile eterno sobre sangre seca”

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La novela negra en Latinoamérica:  “un baile eterno sobre sangre seca”

Por: Juan Camilo Rincón*


Existe un tipo de literatura de resistencia que toma fuerza en las últimas décadas del siglo XX y es vital para la relación entre Colombia y México: la novela negra.


En nuestra región sus orígenes se remontan a la década de los 40 de la mano de Rodolfo Usigli, Rafael Bernal, el catalán Enrique F. Gual y las publicaciones de la revista Selecciones Policiacas y de Misterio, que explotó el género de forma magistral.

Su gran auge en América Latina va desde los años 60 hasta los 80. Como lo recuerda el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, este género

se desarrolló simultáneamente a lo largo de veinte años en varios países. En Argentina; en México, con Rafael Ramírez Heredia y yo; más tarde Rolo Diez que venía del exilio argentino, Myriam Laurini y Juan Hernández Luna se sumaron al fenómeno. Surgió en Cuba, donde Daniel Chavarría, Leonardo Padura y Justo Vasco produjeron novelas muy interesantes y a un excelente cuentista, Rodolfo Pérez Valero; surgió en Nicaragua donde Sergio Ramírez incursionó en la novela policiaca; en Venezuela; en Chile con Ramón Díaz Eterovic empezó a emerger el neopoliciaco latinoamericano (1).


En Francia e Italia la novela negra fue muy bien recibida; la academia comenzó a producir tesis e investigaciones al respecto, y el punto culmen fue la Semana Negra de Gijón, espacio creado para que los más destacados creadores del género pudieran encontrarse con sus pares provenientes de todo el orbe.

Algunos de sus más reconocidos representantes son los mexicanos Jorge Ibargüengoitia con Las muertas de 1977 y Carlos Fuentes con La cabeza de la hidra de 1978. Otros destacados autores fueron reconocidos por su gran apoyo a los movimientos de izquierda, e incluso muchos de ellos fueron protagonistas de las luchas estudiantiles. Rápidamente el género se expandió a otros países de nuestro continente como una maravillosa ola. Uno de ellos fue Colombia, atravesado por el narcotráfico y la violencia que este trajo consigo: en cada esquina existía una simiente para construir novelas policíacas. En la misma entrevista, Paco nos recuerda que “desde Colombia se habían sumado Mario Mendoza, Jorge Franco Ramos, Santiago Gamboa y luego Nahum Montt, entre otros”.

Este fenómeno literario, que crecía exponencialmente año tras año, empezó a forjar un público propio. Al preguntarle a Paco qué elementos tiene en común la novela negra en Latinoamérica, afirma que esta era

una forma de realismo muy variada, donde no había dos autores iguales o dos procesos similares de creación, pero sí había un tono común: era la novela social del principio del milenio. Si la novela social, aquella que se ocupa de los grandes problemas de la sociedad, de los grandes conflictos, se había escondido en la ciencia ficción, retornaba de la mano de la novela negra. Este género tenía una carga social muy punzante en la medida en que estaba siendo escrita desde una América Latina muy convulsionada. Era el fin de las dictaduras, era la preocupación por la manera como el crimen se había producido en la sociedad, era la novela sobre el abuso del poder, sobre la corrupción, el crimen de guante blanco, y la base es que detrás de la apariencia y del hecho criminal hay un conflicto que tiene una carga social (2).


Al hablar con algunos escritores al respecto, encuentro que otro elemento que comparte el género es la ciudad como protagonista. Existe en sus obras un clima urbano de conflicto donde los callejones alojan el crimen y se hacen más lúgubres. En sus textos se muestran la riqueza y seguridad -casi obsesiva- en los barrios de clase alta (altos muros, rejas, puertas de seguridad, etc.) en contraste con la villa miseria, la favela, la comuna, el barrio de invasión. Paco destaca el surrealismo de hechos que parecieran pertenecer a la ficción, pero que son comunes a la cotidianidad de nuestros barrios. Las páginas de las novelas se colman entonces de imágenes como la del sicario que reza a una virgen o se encomienda a Dios antes de cometer un asesinato, la del narcotraficante que construye una obra monumental en forma de panteón griego en un lugar donde no hay una sola biblioteca, la de un río Magdalena lleno de hipopótamos, o la de un comandante de policía que es a su vez el mayor de los criminales. En cada párrafo hay una nueva sorpresa: lo exótico del bajo mundo, los sombríos climas urbanos, el delito como gran titiritero del poder rebasan cualquier límite lógico y dan forma a la nueva novela policíaca latinoamericana.

Al preguntar al autor de Días de combate sobre la relación entre nuestras literaturas, afirma:

Existe una relación clara entre la literatura colombiana y mexicana, cada vez más. Es curioso: la nueva novela colombiana tuvo que sobreponerse al trauma de Gabriel García Márquez; todos querían ser como él hasta que pensaron ser como ellos mismos. En México el trauma no se sufrió, pero siempre hay una generación medio aplastada por el boom. Entre los dos países hay muchos paralelos: el fenómeno de la violencia, los muchos lenguajes… Colombia es un pluriverbo, la costa, los caribeños, el altiplano, pero sobre todo hay una gran facilidad de conexión; te sientas con los compañeros colombianos y conectas rapidísimo (3).

Por su parte Élmer Mendoza, otro de los más destacados de la novela negra en Latinoamérica, responde así frente a la pregunta sobre la relación literaria entre México y Colombia:

Élmer Mendoza: hay una relación muy intensa. Creo que a partir de los años 30 se empezaron a cruzar las literaturas no solo entre los escritores sino también entre los lectores; que la gente pudiera leer La vorágine de José Eustasio Rivera, que pudiera leer a Rómulo Gallegos y a los que están más al sur empezó a crear una identidad, creo yo, que tomó mucha más fuerza cuando aparecieron los del boom. Entonces creo que hay una relación grandísima, porque cuando los escritores mexicanos conocen estas novelas, Ricardo Güiraldes, José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, está el movimiento de la novela de la revolución, que igual es una literatura que le da mucha identidad a la época y a la realidad de lo que acaba de pasar, pero también aparece un movimiento que se llama literatura de la tierra que se suma a la del sur. Hay una unión muy fuerte y se forma una identidad con García Márquez que se va a vivir a México en 1963 y empieza su amistad con Carlos Fuentes, y Álvaro Mutis que ya está allá. Sí ceo que hay una relación profunda en cuanto a las temáticas porque tenemos problemas sociales similares y tenemos un tratamiento literario de esos problemas que es muy parecido.

Juan Camilo Rincón: eso es lo que nos pasa con la novela negra.

: ¡Uy, sí! La novela negra, sobre todo la que tiene que ver con el narco, es lo mismo. Porque si los narcos se han aliado, ¿por qué los escritores no? Estamos contando una misma épica y llama la atención que en Colombia siempre han trabajado el asunto del sicariato y más personajes jóvenes. Nosotros hemos trabajado más personajes adultos, que ya hacen el trasiego, que trafican… personajes que no quieren matar, que quieren ganar dólares, que quieren inundar a los gringos de cannabis o de cocaína; no les interesa mucho matar.

La danza eterna sobre sangre seca nos sigue definiendo como continente, la violencia nos espera en cada esquina, nuestras ciudades estructuran nuestra psique como espacios densos y oscuros que también pueden acoger la parafernalia del gozo. De igual forma nos une la forma en que hemos enfrentado nuestra realidad a través del arte como una forma casi mágica de expiar lo que nos duele. La novela negra nos exhibe en lo más reprochable de nuestra naturaleza, pero también evidencia nuestra capacidad de resiliencia, de enfrentarnos a las desgracias y de superar nuestros daños para tornarnos en seres más fuertes y profundos.


1   Entrevista realizada por el autor a Paco Ignacio Taibo II en México. Abril de 2017.

2   Ibíd.

3   Ibíd.



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JUAN CAMILO RINCÓN

Sobre el autor: *JUAN CAMILO RINCÓN.

Periodista y escritor. Publicó Manuales, métodos y regresos (Arango Editores). Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia (Libros & Letras), Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas (Libros & Letras).

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Género negro en Latinoamérica. “Estamos a merced de nosotros mismos”: Pedro Badrán

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Letras negras. Ilustración por © Hache Holguín
Letras negras. Ilustración por © Hache Holguín

Rafael Bernal, Mempo Giardinelli, Rubem Fonseca, Paco Ignacio Taibo II y Leonardo Padura comienzan a formar parte de la memoria colectiva de los lectores al permitir que un género tome forma y eche raíces a partir de situaciones sumamente nuestras.

Por: Santiago Díaz Benavides*


El género negro en Latinoamérica puede ser incluso más negro de lo que ha sido en otras latitudes. Nuestra forma de aceptar que todo optimismo está justificado, nos lleva a pensar que las páginas de una novela pueden ser incluso más reales que la vida misma. Nos hemos visto enfrentados a la crueldad de la que somos capaces, pero solo en la literatura logramos disfrutarla, darle un vuelco de tuerca para apreciar su contundencia. “Me declaro fanático del asesinato”, dijo alguna vez Álvaro Mutis, quien no destacara por grandes ficciones detectivescas sino por la inmensa poesía que a través de Maqroll El Gaviero logró plasmar en el papel. Sin embargo, con esta frase se envuelven todo el imaginario y los intereses que habrán de desarrollarse con los años en el terreno de la novela negra o de corte criminal.

Descendiente fervoroso de la narrativa norteamericana, este género se ha desenvuelto con altura en nuestro continente. Un recorrido panorámico nos llevaría a evaluar títulos como El complot mongol (1969), Luna Caliente (1983), Pasado negro (1985), Sombra de la sombra (1986) o Paisaje de Otoño (1998), en los que vemos a un grupo de autores que se dan a la tarea de narrar los conflictos morales y más oscuros de su sociedad. Aquí, los nombres Rafael Bernal, Mempo Giardinelli, Rubem Fonseca, Paco Ignacio Taibo II y Leonardo Padura comienzan a formar parte de la memoria colectiva de los lectores al permitir que un género tome forma y eche raíces a partir de situaciones sumamente nuestras. Somos nosotros los personajes de estas historias: los pobres, los desahuciados, los enfermos, los adictos al trabajo, los drogadictos, las madres abandonadas, los hijos negados, los escritores fracasados, los policías alcohólicos, los estridentes.


No podemos seguir justificando nuestro apetito desalmado por la violencia. Aunque genéticamente estamos programados para la autodestrucción, existe la posibilidad de contemplar un mundo en el que la mayor violencia ejercida sea a partir de las palabras y nada más.


Todo esto, cabe resaltar, no habría sido posible sin Rodolfo Walsh quien, en 1957, se dio a la tarea de narrar a modo de crónica la crueldad novelesca con que afrontamos nuestros problemas y la forma como los vivimos. Es con Operación Masacre que se inicia el género negro en Latinoamérica. “Es probablemente la primera novela sin ficción en el continente y, quizá, en el mundo, que se encarga de demostrarnos que lo negro no está en la literatura sino en nuestra realidad misma, en nosotros”, afirma Jorge Volpi, autor de Una novela criminal (2018), otro de los textos que desciende de esta tradición.

Lo negro está en nosotros, en lo que somos, en la forma como vemos nuestra realidad y la vivimos, y la hacemos sangrar. Muy seguramente en La transmigración de los cuerpos (2013) Yuri Herrera jamás planeó retratar el cinismo de una sociedad que se debate entre el respeto y la avaricia. Si ni siquiera respetamos a los vivos, ¿cómo es posible que lo hagamos con los muertos? Es lo que pareciera preguntarse el autor con esta novela en la que lleva al lector por donde quiere y como quiere, por lo que cuenta y por el modo de contarlo, para narrar el estado de aturdimiento de una ciudad que se encuentra aterrorizada por la llegada de una extraña epidemia. De corte cinematográfico y ambientado con el lenguaje preciso, este libro reflexiona sobre la condición misma del ser latinoamericano y, de aquí, justo de aquí, de la brecha que se encuentra entre el ser latinoamericano surge una nueva forma de escribir el género negro.

El año anterior, con motivo del lanzamiento de Margarita entre los cerdos (2017), el libro de cuentos con el que Pedro Badrán, escritor cartagenero, da vida al detective Ulises Lopera, realicé una corta investigación acerca del impacto de la literatura criminal oriunda de los Estados Unidos en nuestras letras latinoamericanas. Es imposible no dar crédito a autores como Dashiell Hammett o J. M. Cain y a sagas inolvidables como la del terrible doctor Hannibal Lecter. “(…) el relato negro de hoy es muy diferente al que se escribía hace cincuenta o sesenta años. Encontramos, entonces, detectives un poco más rudos, imperfectos, vulnerables (…) da la sensación de que los personajes rondan la exageración (…) se trata más de una representación de aquello que vemos a diario en nuestras sociedades. Las fronteras entre el bien y el mal aparecen borrosas”, comenta Badrán.

En Margarita entre los cerdos vemos a Ulises Lopera como un detective marginal, funcionario de una fiscalía que se ha tornado corrupta. Lopera se ve abocado a actuar y desenvolverse con rapidez. No es el típico detective, casi héroe, muy razonador y calculador, sino más bien un sujeto que se encuentra a merced del mal. “Me interesaba que el personaje estuviera casi que indefenso o vulnerable ante la corrupción que se teje al interior de las esferas del poder. Es un hombre ingenuo, hasta cierto punto, que actúa en un mundo supremamente corrupto. Es muy difícil escapar del mal y sus múltiples formas” (1).

El libro comparte con el género los ambientes turbios y la presencia de la criminalidad como motor de la trama. “Realmente allí no hay casos específicos, ni policiacos, ni negros, sino que el personaje va paralelo a unos episodios donde se va desarrollando su personalidad”. Aquí no hay un misterio por resolver, sino un rompecabezas que hay que ensamblar: la vida del detective. Lopera es un hombre que parece estar dando bandazos para sobrevivir con la conciencia tranquila en ese inframundo judicial, inmerso en un ambiente para el que no está hecho. “Eso es lo que vive permanentemente el colombiano, el latinoamericano: ese contacto permanente con lo corrupto... La realidad es demasiado turbia, demasiado succionadora, en muchos casos muy burda, y Ulises Lopera es un personaje inocente que va allí arrastrado por ese tipo de corrientes”, comenta el escritor, en una entrevista publicada por el periódico El Tiempo en febrero de 2018.

Así pues, lo negro, lo policíaco, en opinión de Badrán, está transformado, metaforizado en la dimensión más criolla del mal y de lo corrupto. “Estamos a merced de nosotros mismos”. No podemos seguir justificando nuestro apetito desalmado por la violencia. Aunque genéticamente estamos programados para la autodestrucción, existe la posibilidad de contemplar un mundo en el que la mayor violencia ejercida sea a partir de las palabras y nada más. Sin embargo, por más que lo queramos, por más que lo neguemos, aquí estamos, diseñados en virtud del bien para vernos atraídos por la sutileza del mal.




1.   Parte de lo aquí mencionado aparece publicado en un artículo del diario El Espectador, fechado el 20 de diciembre de 2017. En este texto se conversaba con Pedro Badrán acerca de su último libro. Disponible en: https://www.elespectador.com/noticias/noticias-de-cultura/pedro-badran-es-muy-dificil-escapar-del-mal-y-sus-multiples-formas-articulo-729525

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Sobre el autor: *SANTIAGO DÍAZ BENAVIDES.

Lector, cinéfilo y librero. Director de la Revista Canefora.

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TOTO: Te parezca “cool” o no, a que si lo has oído…

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40 años están a punto de cumplirse, desde aquel lejano 1978, cuando una banda de “músicos de estudio” grabaron su primer LP. Se creería que cuatro décadas, haciendo música, es un espacio suficiente de tiempo, para volverse “cool”. Se dice que Toto, -NO es “cool”… Queridos lectores: ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?



1995: Colegio masculino, de gran tradición bogotana. Estaba yo en bachillerato. Era la época del Walkman, los Casettes, hablábamos de lo increíblemente grandioso que era tener en casa un computador con “multimedia”, estaban de moda los videojuegos de “sega”, la desaparecida banda inglesa, Oasis, nos acababa de sorprender con un segundo LP arrasador, “What´s The Story Morning Glory”, -veíamos MTV, en la noches se emitían los capítulos de “Beavis and Butthead”, y yo mientras tanto, acababa de perder el año… Así es, queridos lectores. En esa época, se perdían los años en el colegio…

Toto - “Toto” 1978 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - “Toto” 1978 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.

“Toto” 1978 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
“Toto” 1978 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.


…Aunque, ahora reflexionando, ese termino de “perder el año” debería revaluarse: Yo, en efecto, no perdí el año. Había descubierto en la discoteca de mi padre, un invaluable tesoro: Mi padre, tenía todos los LP´s de Toto. Había en casa una “casetera" Technics de 4 cabezas, que grababa directamente del tocadiscos, Technics SL-1200MK2 que amenizó toda mi adolescencia. Era tan simple como, poner el LP en aquel tocadiscos, insertar un cassette en la “casetera”, oprimir el botón “REC” a la casetera, y oprimir el botón “Start/Stop” del tocadiscos, y ya habría pronto “banda sonora” para la siguiente mañana, mientras atravesaba la ciudad desde mi casa hasta el colegio… 

Para ir poniéndonos de acuerdo, y llamando a cada cosa por su nombre, el año anterior, 1994, no había sido en vano: Había descubierto a Toto en la discoteca de mi padre!! Ahora tenía un buen puñado de “cassetes” con toda la música de Toto. Todos los álbumes. Pues bien, recibí enero de 1995 nuevamente subido en aquel bus de colegio, que me conduciría de vuelta al colegio, listo para afrontar una cruel realidad: Mis compañeros irían un año adelante, y yo tendría que hacer nuevos amigos…

En medio de esto, uno de mis nuevos compañeros decía en su narración, que había ido a su casa, y el anfitrión le había enseñado, como “la gran novedad”, unos LP´s de TOTO. Parece que ni al narrador, ni al grupo de compañeros reunidos oyendo aquel relato, les había hecho gracia Toto, como la última novedad. Al parecer, Toto estaba “fuera de onda”, no era “cool” y mucho menos, si era presentado como “novedad”. -Adivinen ese día, qué tenía yo en el Walkman, y creanme, no estoy mintiendo… 

Toto - Hydra, 1979 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - Hydra, 1979 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.

Toto - IV, 1982 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - IV, 1982 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - Isolation, 1984 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - Isolation, 1984 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.

Toto - Fahrenheit, 1986 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - Fahrenheit, 1986 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.

Toto - The Seventh One, 1988 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto - The Seventh One, 1988 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
 

Recordé esta historia, porque recientemente, leyendo sobre Toto, a propósito de su gira, “40 Trips Around The Sun”, y el nuevo álbum, que comprende 17 de algunos de sus inolvidables temas, más 3 nuevas canciones, encontré varias fuentes en donde el propio Lukather, para mi sorpresa, describe su banda como, la menos “cool” de todo el planeta. Llegando yo también a mis “40 viajes alrededor del sol”, y recordando que por allá a fines de los años 90, entrando en el nuevo milenio, aquel término “cool” se puso efímeramente de moda, y para mí significaba, estar, o no estar de moda.

Parece que mi noción sobre el verdadero fondo del término, se quedó tan vago, como la visión de mis ex-compañeros sobre la genialidad de Toto.

Resulta que para recibir el nuevo milenio, Dick Pountain y David Robins, académicos, publicaron un ensayo a partir de un estudio sobre la sociedad, una nueva postura estética, y una nueva actitud, que, no solamente abarcaba una moda, o una tendencia, como yo inicialmente lo había resuelto, y bajo esa definición había juzgado muchos aspectos y situaciones, sino que en verdad, hace referencia a un total sistema de valores, tomando como principios, al hedonismo, el narcisismo y la distancia irónica. Parece que aquí estamos a punto de entrar en un laberinto sin salida…

En realidad no. Más allá de todo un sistema de valores, uno de los pilares básicos, para definir algo como “cool”, resulta en su popularidad. Toto es popular? Después de 40 años, tiene la capacidad de llenar estadios… Trabajando como profesor, tengo la oportunidad de contar con alumnos provenientes de diferentes partes del mundo. Tuve en particular un alumno proveniente de Italia. Es de la nueva generación. Ahora para esta nueva generación se acuñó el termino de, milennial, esa nueva generación que el escritor, Simon Sinek, se esmera en describirnos en aquel video viral sobre los milennials en su sitio de trabajo. Resulta que le pregunté en una de las clases, a mi alumno, sobre su música favorita. Él respondió que solo oye Reguetón, y acto seguido comenzó a enumerarme varios cantantes del genero colombianos. Sorprendente, para alguien que solo llevaba 5 días viviendo en el país… Le pregunté si sabía algo sobre el rock de los años 70, 80 y 90 y su respuesta fue muy vaga. Le enseñé el video de “Africa” de Toto, y más sorprendido quedé, cuando su rostro cambió de expresión, y comienzó a cantar la canción con gran entusiasmo. No sabía de quién era, qué grupo era, pero la conocía, y si la cantaba, es porque la había oído no una, sino varias veces… Definitivamente, Toto es popular. Todos lo conocen, y aún no sabiendo probablemente quiénes son, conocen sus canciones. 

Toto: Kingdom of Desire, 1992 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.
Toto: Kingdom of Desire, 1992 CBS Inc. Propiedad de Julián Franco, exibido en 4Works Studio.

Selección de los tres primeros álbumes de Toto en formato original CD.
Selección de los tres primeros álbumes de Toto en formato original CD.

Selección del “Grandes Éxitos” más popular de toda la discografía de Toto, y dos conciertos.
Selección del “Grandes Éxitos” más popular de toda la discografía de Toto, y dos conciertos.



Otro importante aspecto para calificar algo como “cool” es su aceptación: Nadie viene y te dice que Toto es malo. Te dirán que no les gusta, que prefieren otros grupos, pero nadie va a calificar a sus integrantes como mediocres. Hay algunos músicos sobre los cuales se pueden lanzar juicios, pero hay una alta probabilidad que cuando este juicio recae sobre Toto, la calificación y la valoración resultará positiva. Definitivamente, Toto es aceptado.

Para cerrar esta idea, no podría dejar por fuera el concepto de caducidad, tan en boga hoy día por el protagonismo de las redes sociales, como parte de nuestras vidas: Se cree que lo “cool” peligra hoy día, ante la diaria caducidad de un fenómeno en redes. Toto lleva 40 años. Han sido 40 años de generaciones oyendo su música. Apuesto a que si en la radio del automóvil, se sintoniza una emisora, en medio del trancón, y de repente suena Toto, uno no va y cambia la emisora, porque esa canción pasó de moda, como apuesto a que si ocurre con otras. Hasta yo lo he hecho. Por lo visto, Toto ha pasado el test de lo efímero, caduco y pasado de moda. Ahí lo seguimos oyendo.

Me gusta pensar que Toto es como aquello que nos une generacionalmente. Dá de que hablar, y siempre cuando se menciona, hace esbozar sonrisas. Resumir la historia de una banda que cumple 40 años en una columna, es imposible. Remitirse a hechos concretos, eso puede buscarse en wikipedia. Oír sus canciones, esas están en Spotify, Deezer, Apple Music o Google Play Music. Ver sus actuaciones, eso por supuesto está en Youtube. Enterarse de la últimas noticias, eso está en Twitter. Entender porqué se celebran sus “40 Trips Around The Sun”, debe ser más bien porque Toto es una de las bandas más “cool” de todos los tiempos, que alguna vez nos ha tocado en nuestras vidas, y seamos provenientes de donde seamos, y oigamos la música que oigamos, tengamos la edad que tengamos, o nos guste o no, pocas bandas se dan el lujo de después de 40 años mantener su esencia original. La industria no los ha cambiado. Ellos cambiaron la industria. El nombre de sus músicos aparece en infinidad de discos de otros artistas que probablemente nadie imagina. Después de 40 años, ya no se habla de un grupo, parece más bien una institución que además ha contado con otros grandes músicos que han tocado con los mejores del mundo, y bla, bla, bla…

… A proposito, qué es ser “cool”?

Algunas guitarras utilizadas en las grabaciones de los cover promocionales de Toto por Julián Franco.

Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
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Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
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Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.

Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.

Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
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Propiedad de Julián Franco exibida en 4Works Studio.
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Sobre el autor: *JULIÁN FRANCO OCAMPO.

Comunicador Social y Periodista, amante de la música, músico por adopción. Ha trabajado como corrector de estilo, programador, editor de video, locutor y compositor de música corporativa, actualmente se desempeña también como docente de fotografía. 

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Twitter: @julianfranco_o  - Facebook: Julián Franco Ocampo 
Instagram: @julianfrancoocampo - Soundcloud:/julianfrancomusic

Reseña de Primera persona de Margarita García Robayo

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No conozco el mar, pero me traga vivo


“Somos el rayo que vino a buscarte”
Platone - Nathy Peluso 


Mer Ourageuse (Mar Borrascoso) (1870) de Gustave Courbet
Mer Ourageuse (Mar Borrascoso) (1870) de Gustave Courbet



Primera persona fue publicado antes en Perú por la editorial Pesopluma y cada uno de sus textos fue, a su vez, publicado en revistas como Orsai o Casquivana. Así, estamos frente un libro compilatorio en el cual, explica su autora en un podcast de 070 que lleva el mismo nombre, se trataron de amalgamar sensaciones, presentes, pasadas y futuras.


Por: Mateo Ortiz Giraldo*



El oleaje vomita sobre la playa. Deja rastros y leves cicatrices instantáneas en forma de montículos de arena. Este mar, como aquel de Un mundo huérfano de Giuseppe Caputo (Random House, 2016), deja ofrendas para quien quiera verlas: muebles, radios viejos y zapatos, abandona memorias y edifica el “mapa emocional” como lo denomina su propia autora, Margarita García Robayo (Cartagena, 1980). El mar es Primera persona (Laguna Libros, 2018) y sus aguas, turbulentas o apacibles, me engullen vivo.

En términos estructurales, este libro está compuesto por siete relatos, todos, afirma García Robayo, autoficcionales. Primera persona fue publicado antes en Perú por la editorial Pesopluma y cada uno de sus textos fue, a su vez, publicado en revistas como Orsai o Casquivana. Así, estamos frente un libro compilatorio en el cual, explica su autora en un podcast de 070 que lleva el mismo nombre, se trataron de amalgamar sensaciones, presentes, pasadas y futuras. El mar revolviéndose en sí mismo.

Esa es la sensación que arroja al cuerpo al abordar la obra: la necesidad de dar brazadas, de sumergirse como un niño costero, sin antiparras, a mirar ese mundo 3D que afirma la autora existe en los abismos del mar. Las corrientes internas de Primera Persona poseen la fuerza para derrumbar el mundo terrestre y lo logran por medio del flujo constante de palabras precisas afiladas como corales, que penetran en los poros de la piel.

La compilación que se logró en este libro no fue arbitraria. García Robayo dice, en algunas entrevistas, que la elección de los textos se basó en un orden, aunque este, quizás, “no sea tan evidente”. A pesar de la poca evidencia, es posible plantear hipótesis: los amalgama la experiencia vital, sería la salida fácil; los une la visión de una persona que no encaja en los moldes, es una lectura aventurada; los comunica (o los desemboca, como el río en el mar), la sensación de incomodidad, es la posibilidad más cercana. 


El mar me pica en la piel

De estos siete relatos, siete hablan sobre la incomodidad en sus múltiples dilataciones y desplazamientos. Tratan de darle número y sentido, como dice Barba Jacob, a una de las sensaciones más humanas: creerse dislocado, sobrepuesto y transportado a un espacio no-propio, como la carne que se tuesta al sol con la sal pegachenta metida hasta el tuétano.

Así, el mar de García Robayo revuelca al lector con el constante repliegue de las olas. Movimientos que permiten no solo la contemplación de la falacia del horizonte y el límite, evidente en el paisaje marino, sino que también expone, al bestiario marino sin ser esta la intención primaria de la autora.

Como decía, el eje comunicador del libro es la incomodidad. En “El Mar”, el primer texto, se echa un vistazo a ese “primer recuerdo molesto”, de sumergirse en el mar. Esta parte del libro está llena de agua: salada, ensangrentada, tranquila o tempestuosa. El mar que propicia el “pensamiento ocioso y cíclico” (p. 8) o el que se tragó al novio de juventud de su madre, que casi fagocita a unas amigas suyas o que fue el último paisaje que contempló uno de sus amigos antes de lanzarse del piso 17 donde vivía. Un mar, en últimas, que se derrama por las páginas. Vívido como el que destila Courbet en su pintura Mar borrascoso, que María Gaínza en Nervio óptico (Laguna Libros, 2018) relata con tan desfachatada precisión. El mar que quiera o no, Mar-garita lleva tallado en su nombre.

La incomodidad está en “Amar al padre”, el segundo texto. La ruptura protocolaria del himen, el fastidio a esos adolescentes sin experiencia que se acercaban y con los cuales ella no podía hallar relación; la incomodidad en los demás al verla con hombres mayores que ella; y el placer, también el placer, en medio de toda la necesidad de incomodar o incomodarse.

En otros textos como “Rapto de locura”, “Mudanza” e “Historia general de tu vida”, la incomodidad nace en espacios cotidianos. La casa y sus rincones empolvados son el escenario donde se viven las mayores dislocaciones: la locura que habita anaqueles o los despuebla, el hábitat que se lleva a cuestas y que es uno mismo metiéndose en diferentes casas, y una madre que resume el arquetipo de la monotonía. Todos paisajes con naturaleza muerta y de fondo, el mar rugiendo… entreverándose en las páginas.

En “Educación sexual” y “Leche” el cuerpo es lo incómodo: crecer en el primero, o no poder alimentar de manera “eficaz” a tu hijo con la leche que emanas, en el segundo. Incómoda es la vida, en general con sus matices y esa “sensación que me quedaba en el cuerpo: una mezcla de felicidad y repulsión muy jodida de procesar” (p. 121) que manifiesta la autora en el último texto del libro y que es la que persigue al lector hasta la última página.

En medio de todo esto, quedo sumergido al terminar de leer el libro y aun después de cerrarlo, el mar de Margarita García Robayo que me pregunta o se pregunta: ¿estás bien?



 

Primera persona


Autor
Margarita García Robayo



Género:
Autoficción


Editorial
Laguna Libros


Páginas
165


_______________________________________________

Sobre el autor: *MATEO ORTIZ GIRALDO.

Leedor. Presunto escribidor.
Estudia periodismo y filosofía. 

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Twitter: @plumasinave

Memoria y literatura: las otras memorias

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“El escritor puede caminar a tientas por los puntos ciegos, por esos lugares de nuestra cotidianidad que a pesar de estar llenos de sombras, significan, dan nuevos sentidos al pasado y dibujan otras formas, plásticas, equívocas, necesitadas de la participación y la imaginación del lector, de la memoria”.


Por: Octavio Escobar Giraldo*

El título es suficiente, pero supongo que hay que explicarlo. Es bueno que la literatura, desde el análisis y la subjetividad, desde las experiencias y los efectos, cuente nuestra historia. Abrumados por los hechos que convierten a Colombia en una noticia permanente, cansados de protagonistas recalcitrantes y males sempiternos, quizá parezca que un libro debe proporcionar algo diferente a nuestra realidad, quizá una cierta relajación, una justificación a la supuesta felicidad que las estadísticas nos endosan. Tal vez una historia de amor, una fastuosa fantasía, un largo y placentero fin de semana hecho de páginas soleadas. Y puede y debe hacerlo, pero también puede contar lo que a los medios masivos de comunicación no les interesa, recordarnos que somos diversos, que buscamos el bienestar en nuestras rutinas con la esperanza de que nos asalte la novedad, que la vida no es el titular de prensa, que el debate parlamentario tiene consecuencias en un rincón lejano en el que la luz eléctrica todavía es milagro y el agua se ve cristalina porque baja de piedra en piedra desde la montaña.

“Ficción e historia, entonces, pueden considerarse metáforas de la realidad: una, la historia, luchando por afirmar su principio de verdad; la otra, por imponer su principio de ilusión. En las dos es preciso elegir, reconstruir, imaginar”





Como los relatos llenos de olvidos de los abuelos, como las extrañas invenciones con las que los niños se explican el mundo que apenas conocen, como las imágenes que las cámaras registran en los bordes de las pantallas mientras los protagonistas se pavonean en el centro del rectángulo, convencidos de su valor y su importancia, el escritor puede caminar a tientas por los puntos ciegos, por esos lugares de nuestra cotidianidad que a pesar de estar llenos de sombras, significan, dan nuevos sentidos al pasado y dibujan otras formas, plásticas, equívocas, necesitadas de la participación y la imaginación del lector, de la memoria. Las familias difíciles y tan normales de Prohibido salir a la calle de Consuelo Triviño, Los parientes de Ester de Luis Fayad y El cine era mejor que la vida de Juan Diego Mejía, o esas barranquilleras de Country Club y exilio europeo de Marvel Moreno; las conflictivas gestas individuales de los aventureros –por llamarlos de alguna manera- de Tomás González, los muchachos enfebrecidos de Bomba Camará de Umberto Valverde, borrachos de salsa, o esos costeños exagerados, operáticos, al borde del delirio, de las divertidísimas novelas y cuentos de Ramón Illán Bacca, su Déborah Kruel de incongruentes filiaciones nazis, son tan históricos como los personajes de La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor e Historia secreta de Costaguana de Juan Gabriel Vásquez, como los piratas y militares de las novelas de Gonzalo España–incluso aquellos que investigan las calles de Barrancabermeja guiñándole el ojo a Humphrey Bogart-, como los conspiradores de la versión del Bogotazo de Miguel Torres o los guerrilleros de Era como mi sombra de Pilar Lozano, porque todos somos parte de una gran urdimbre, a la que es sano y placentero leer con distintas lentes, con ojos desprejuiciados y gozosos.

En su difundido texto La batalla de las versiones narrativas, Tomás Eloy Martínez escribió: “Ficción e historia, entonces, pueden considerarse metáforas de la realidad: una, la historia, luchando por afirmar su principio de verdad; la otra, por imponer su principio de ilusión. En las dos es preciso elegir, reconstruir, imaginar”. Es lícito, entonces, que los escritores invitemos a los lectores a participar con nosotros en el ejercicio metafórico de la memoria, de las memorias, y que lo aceptemos como una de las múltiples posibilidades de la verdad.


 



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Sobre el autor: *OCTAVIO ESCOBAR GIRALDO.

Escritor. Ganador del Premio Nacional de Novela en el 2016 por su libro Después y antes de Dios, acaba de publicar la novela Mar de leva.

Encuentro con Alberto Manguel

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Por: Álvaro Castillo Granada*


Ya habíamos conversado una vez. Fue en el Gimnasio Moderno, durante la Feria del Libro de Bogotá del 2015. Junto a Federico Díaz Granados sostuvimos un encuentro maravilloso en la biblioteca del colegio. De esos que no puedes olvidar. Esta vez, tres años después, el encuentro se empezó a fraguar, como corresponde, en la oficina de Federico. Alberto Manguel era uno de los invitados a la feria del libro de este año. Quería volver a conversar con él. Estaba en la oficina Giusseppe Caputo, coordinador cultural de la feria. Le pregunté si sería posible conversar con Manguel. Me dio el nombre y el teléfono de la encargada de su agenda por parte del Pabellón Argentino. La llamé. Coordinamos el día y la hora. Ahí estuve. Bajó al lobby del hotel y me reconoció. Seguimos conversando como ayer. En un momento le mostré un ejemplar de mi libro Un librero. Me dijo:

—¡Qué bien! ¿Dónde se consigue? Lo voy a comprar.

—Yo se lo voy a regalar —le respondí.

—Pero me lo tienes que dedicar…

Y le escribí una dedicatoria donde por fin le pude dar las gracias por todo lo que le debo y me ha enseñado. Conversamos un buen rato sobre dos temas que me/nos apasionan: la librería y el oficio de librero.

Fuimos dos lectores compartiendo lo que nos une y nos hace iguales: la lectura.

Fuimos dos lectores que seguimos dándonos la mano.



La librería


—Vamos a ver… Sabemos que la historia de las librerías se remonta a muy lejos. Yo diría que se remonta a los templos egipcios donde, el equivalente de un librero, vendía a los fieles el Libro de los muertos. Esa noción de una persona, un lugar, encargada distribuir los textos conforma desde muy temprano la imagen de lo que es un librero. En Grecia, sobre todo en Roma, el librero se convierte en un editor primitivo, haciendo copias de los libros, vendiéndolas. Comienza a tener la reputación de la persona que no solo recibe encargos de copiar textos para venderlos, sino también que elige los textos que copia para esto. Cuando las primeras auténticas librerías aparecen se produce una confusión entre biblioteca y librería. Por eso es que el término en inglés es “library” y en francés (hasta bien entrados los siglos XVIII y XIX), “librairie” quiere decir biblioteca. Y así sucesivamente. La función de librero, a partir del siglo XIX, se define concretamente como la persona que es el intermediario entre el autor, el editor y el público. Y por lo tanto va a ser el responsable de hacer la selección de lo que a ser visible en un mundo intelectual. Ninguna biblioteca, ningún editor, ningún librero puede tener todo. Entonces esa selección es necesariamente una censura. Puede ser muy buena o muy mala censura. Pero yo elijo, si hablamos del aspecto positivo de esta, por ejemplo, libreros de más en más que no venden los bestsellers que les darían dinero, esa literatura basura, y prefieren resignarse a tener menos dinero y más calidad. El librero también puede ser un bastión contra la censura del Estado. Sabemos que, por ejemplo, en la España de Franco, los libreros vendían la literatura prohibida, esa publicada en Argentina sobre todo, en bolsas de papel detrás del mostrador. Yo tuve una experiencia hace unos años en Arabia Saudita, donde la censura religiosa es feroz. A un muchacho lo condenaron a treinta latigazos por decir en un e-mail que “se sentía amigo de Dios”. Y visité una gran librería en Damman y había Simone de Beauvoir, Chomsky… autores modernos que uno podría suponer que la censura los habría prohibido. Pero la censura miraba los textos religiosos. Entonces prohibían ciertas obras teológicas pero un libro de Simone de Beauvoir no les interesaba…

Mi experiencia de librería empezó antes de que yo trabajase en una librería porque siempre fue el lugar donde yo iba a descubrir nuevos amigos. Yo tuve una infancia muy solitaria; mi padre era embajador, me crio una niñera… En mis primeros siete años no iba a la escuela, no veía casi a mis hermanos, no hablaba con mis padres y ella empezó mi relación con la literatura. Era una mujer educada en la cultura alemana. Y había en Tel Aviv una librería, cerca de la embajada, a la que desde los tres o cuatro años yo iba y consultaba los estantes bajos, que eran los accesibles. Cuando visité Israel, muchos años después, estaba la misma librería con los mismos estantes. Y me compré un libro de esos estantes que recordaba de mi infancia. Como mi niñera no tenía un sentido de cómo tratar a los niños, me trataba como a un adulto. Yo tenía la libertad completa, podía elegir lo que quería. A veces me equivocaba, a veces no. Y el librero me aconsejaba cosas. Me decía: “Quizás te guste esto” y yo lo miraba… Quería libros con imágenes, por supuesto. Desde entonces, muy temprano, había una relación de amistad y pedagógica con el librero. Y las librerías siempre fueron polo de atracción para mí. Todos los viajes que he hecho siempre son las librerías.

Las librerías son de muchos tipos. En mi adolescencia, cuando empecé a trabajar en la librería inglesa/alemana de Pigmalión, que era una librería que vendía libros nuevos que venían de Europa, que venían de América, la dueña quería que conociésemos esos títulos yo leía mucho y descubría los autores más recientes. Pero más me gustaban las librerías anticuarias. Desde siempre. Me gustan los libros con biografía. Me gustan los libros con historia. Me gustan las sorpresas. Me gustan las librerías que no están demasiado organizadas. Había en el pueblo de mis suegros, en Inglaterra, una gran librería (ahora cerrada como tantas) donde compraban bibliotecas y no se preocupan de lo que había. Amontonaban las pilas y uno podía ir y ver. Yo encontré obras increíbles allí… La primera publicación del Finnegans Wake en una revista… Cosas así… primeras ediciones de Stevenson, una edición de las fábulas de La Fontaine anotada por Marianne Moore, para su editora porque ella lo tradujo… por nada… claro, la gracia está en encontrarlo por nada porque con un millón de dólares se compra la Biblia de Gutenberg.


La gente sigue queriendo libros, sigue queriendo la conversación con el librero… Eso se comprueba en Buenos Aires donde continúan las librerías. Sobre todo las librerías de libros viejos son maravillosas.




Esto ha cambiado mucho. Por un lado, la Internet ha hecho que casi ningún librero desconozca lo que tiene porque, si usted no sabe, busca “Cervantes-Don Quijote-Primera edición” y sale. Esto hace que en muchas librerías de libros usados y anticuarios los precios sean absurdos. Si yo tengo que pagar el precio realmente más alto para un libro, a menos que yo sea millonario, no puedo tenerlo en la biblioteca; no tiene ningún sentido, le encargo a alguien que me lo compre. Hay una cosa mucho más grave que es, no la defunción del azar que es perjudicial para mí personalmente, la venta en línea de Amazon. Convirtieron la librería en el equivalente del sexo virtual. La experiencia física de la librería, estar en una librería, estar en ese espacio donde se ofrecen conversaciones, se ofrecen encuentros, el hecho de dejarse atraer por una cubierta, por un nombre, por un título, cómo no comprar un libro que se llama Dostoievski lee a Hegel en Siberia y se echa a llorar, ¡cómo no comprar ese libro! Pero en cambio, en Amazon yo no puedo conseguir más que lo que ya sé que quiero. Es como una suerte de prostitución. Es la relación que uno tiene en un prostíbulo. El encuentro amoroso… esa mirada a través de un salón con un desconocido sólo ocurre en una librería de papel y tinta.

Hay ciudades que desgraciadamente han perdido una parte de su alma con la desaparición de librerías. Nueva York ya no es Nueva York. Están renaciendo de una forma muy curiosa. En Nueva York quedan algunas, punados, algunas de las cadenas de Barnes and Noble, que no me interesan. Han resucitado en la forma de vendedores ambulantes. En las esquinas a veces uno los ve, ahí, y encuentra cosas hermosas. Quizás haya alguna esperanza. No es que ha desaparecido algo que la gente ya no quiere, como una tienda de corsés. La gente sigue queriendo libros, sigue queriendo la conversación con el librero… Eso se comprueba en Buenos Aires donde continúan las librerías. Sobre todo las librerías de libros viejos son maravillosas. Y también algunas librerías con libros contemporáneos. Excelentes como Guadalquivir, que es mi librería favorita en Buenos Aires. Otras, como El Ateneo, que tiene tanto prestigio, es nada más que una vitrina. Es una fachada muy linda donde tienen tonterías, juegos y cosas, no tiene casi ningún librero que sepa lo que hay, tienen una selección abominable. Así que bueno…

Pero yo sigo confiando en la supervivencia de las librerías porque, si la industria decide que quiere vender en supermercados, siempre va a haber un tendero que diga “pero yo consigo las mejores manzanas” y la gente va a ir. El librero que empezó, por ejemplo, a autorizar la venta de espacios de la librería para el libro que elige el editor, moralmente yo creo que es una abominación, es un pecador para el cual existe un círculo especial en el Infierno. Porque, decir que el librero con el que uno tiene confianza, con el que uno está de acuerdo o no, le da una opinión que es vendida, es como vender su voto. Es como vender su ética. Yo a esa gente no le tengo absolutamente ningún respeto.


El librero


—Yo entré a los quince años siendo lector. Yo ya tenía mi biblioteca. Sabía lo que me gustaba. Me encantaba hablar de libros. El primer año la dueña me dijo: “Un librero tiene que conocer todo lo que hay en la librería y dónde está lo que hay en la librería”, porque ahora voy a alguna librería buena y digo “La metamorfosis, de Kafka”. Y dicen: “Lo busco en la pantalla”. ¡Cómo no sabe dónde está, si lo tiene, en qué ediciones! Es una cosa irresponsable. Si me dicen eso, me voy. No me quedo. Voy a otra librería.

Para saber dónde estaban los libros y qué libros había, me puso a pasar el plumero a los libros durante un año. Tenía que limpiarlos. Lo hacía y veía dónde estaban. Después me di cuenta que uno tiene que controlar sus pasiones como librero. Me encanta hablar de libros, me encanta recomendar libros, me encanta hacerlo por asociación y me tienta muchísimo, si alguien elige un libro que no me gusta, decirle: “No, esto es una porquería”. Me di cuenta rápidamente que uno puede hacerlo con ciertas personas, no puede decirle a la persona que entra a comprar la última novela de Paulo Coelho“¡Pero por favor!”. Yo respeto mucho a los libreros que hacen eso. En una novelita que escribí, El regreso, describía a un librero que a mí me encantaba, que estaba en la calle Florida en una librería que ya ha cerrado, que hacía eso. Un hombre muy gruñón que se impacientaba, daba sus opiniones incontinentes, si uno quería comprar algo que no le gustaba él no se lo vendía. No se lo vendía.

La única razón por la cual yo no podría ser librero es que no quiero deshacerme de los libros que están allí. Me gastaría todo el dinero en comprar los libros que están en los estantes. No me dispondría a venderlos. Fui librero tres años: de los quince a los dieciocho años. Luego pasé a trabajar como editor en una pequeña editorial que se había creado un año y luego me fui a Europa y trabajé como lector y demás. Lo hice una vez más en una librería especializada en el arte de África y Oriente que estaba en París. Luego abrí una librería para Franco María Ricci que después dejé para ir a Tahití para ser editor allí.

A Pigmalión venían a comprar libros Borges, Mallea, Mujica Láinez, Bioy Casares, todos… Los conocía. Y luego, cuando empecé a leerle a Borges, me llevó a las casas de estas personas. La relación yo no digo que fuese de amistad, de ninguna manera sino de un chico al que le permiten sentarse a la mesa de los grandes. También había gente que quizás no era muy conocida pero que eran grandes lectores. Me enseñaban a mí. Me decían “Voy a comprar esto… es un libro grande… tendrías que leerlo…”. Esas conversaciones me encantaban. Alberto Girri me dijo que leyese a Ezra Pound. Gracias a él lo descubrí. De esos hubo muchos. Gente anónima que entra a la librería y empieza a contar por qué va a comprar tal libro. Cuál es la importancia de tal otro. Cuál es el significado de este y entonces uno aprende. Es un trabajo de receptor y de comunicador. Se comparte memoria y experiencia. Y amores… La frase banal de “un amigo de mi amigo es mi amigo” en el caso de los lectores es absolutamente cierta. Un lector de Conrad que me recomienda un libro ya sé que me va a gustar. Recomendar un libro, regalar un libro, es una forma de decirle a la persona esto es lo que yo creo que tú eres.





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Sobre el autor: *ÁLVARO CASTILLO GRANADA.

Librero, escritor, editor y bibliófilo. Director librería San Librario.

La escritura adictiva de Mónica Ojeda

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Nefando explora el tema de los abusos sexuales a los niños, la alteración de la psique resultante de dichos abusos, las relaciones sexuales de los adolescentes y la violencia. El lector no soltará el libro pues la voz narrativa es tan poderosa y acertadamente lograda, que le atrapa y obliga a continuar hasta el final.


La originalidad es difícil de lograr. A veces las influencias son muy notorias o se pierde el rumbo tratando de ocultar esos influjos que fueron el Big Bang de la creatividad. Otras veces es mejor dejarlos en evidencia y tratar de enaltecerlos. En la novela Nefando (Editorial Candaya, 2016), Mónica Ojeda logra una historia interesante y original sin desconocer sus influencias y honrándolas con maestría. Como en los grandes libros, lo importante no es tanto lo que pasa, sino cómo se cuenta y cómo se transforma a los personajes, transformación que sufren –y sufrimos nosotros– al desarrollarse la historia. La trama es sencilla: un videojuego creado por unos universitarios en Barcelona y subido a la deep web es retirado por la policía luego de descubrirse que contiene videos reales de pedofilia y autoflagelación bastante perturbadores. El videojuego se llama Nefando y el misterio radica en qué contenía exactamente o cuál era su finalidad. ¿Para qué lo crearon? Sobra decir que los pocos que lo jugaron y experimentaron quedaron trastornados por su contenido.


«En el fondo nos da lo mismo lo que sea que el lector encuentre, si el desamparo o la certeza, pero que halle, porque si no, todo pierde su propósito original».

Ahora viene lo interesante y el producto de las lecturas de la autora (nacida en Ecuador, 1988): la linealidad de la narración está fracturada y el libro se compone de retazos de entrevistas (conducidas por un entrevistador que no sabemos quién es o para qué se encuentra recolectando la información; lo único que se deduce es que no es un policía), por fragmentos de una novela pornográfica escrita por uno de los personajes (quizás las partes más intensas, divertidas y transgresoras de toda la novela), por recuerdos de la infancia de los creadores del videojuego y una suerte de conversación consigo mismo (escrita en segunda persona y de una eficacia extraordinaria) de otro individuo que aborrece su corporalidad. Todos estos sujetos (estudiantes universitarios, seis en total), compartían un apartamento en Barcelona en el momento de la concepción, creación y difusión de Nefando.

La historia es fresca, el ritmo bien administrado y la intriga sostenida durante todo el libro. A pesar de que Nefando puede resultar grotesco en algunos aspectos y pasajes pues explora el tema de los abusos sexuales a los niños, la alteración de la psique resultante de dichos abusos, las relaciones sexuales de los adolescentes y la violencia, el lector no soltará el libro pues la voz narrativa es tan poderosa y acertadamente lograda, que le atrapa y obliga a continuar hasta el final. Los lectores quedamos ante el texto como moscas agarradas en una telaraña y solo podemos contemplar, indefensos y asombrados, el avance del monstruo que va a devorarnos.


«No hay erotismo que se niegue al horror».
Mónica Ojeda.


Las influencias que transitan y alimentan Nefando son muchas: Los detectives salvajes, La casa de hojas (casi al final del libro se nos muestran varios dibujos realizados por una de las creadoras del videojuego en su adolescencia, que debemos tratar de interpretar a pesar de la tristeza que despiertan), La broma infinita en el sentido de que el lector debe armar las piezas dispuestas ante sí para completar la imagen y el significado final y la figura del entrevistador (que, aunque conocemos las preguntas que hace, no entendemos sus motivos u objetivo último), William Gibson, True detective, etc.

Nefando es un libro para aquellos lectores que siempre estamos en la búsqueda constante, infinita e incansable de más y mejor literatura. Algo muy especial, un plus enorme, es que su autora es una voz cercana a nuestro mismo continente. Léanla, no se arrepentirán. Yo, por lo menos, pienso salir ya mismo de cacería en busca de su siguiente novela.


Nefando

Autor
Mónica Ojeda

Género:
Novela

Editorial
Candaya

Páginas
206



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Sobre el autor: *PABLO CONCHA.

Escritor colombiano, autor del libro de relatos La otra luz.


La Vida Exterior y Jardines Lewis Carroll de Carlos Vásconez

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Por: Salvador Izquierdo*


El escritor Carlos Vásconez (Cuenca, Ecuador, 1977) ha publicado dos excelentes libros recientemente. La Vida Exterior es su cuarta novela y fue publicada por Editorial La Caída (Buenos Aires - Cuenca) en 2016, mientras que Jardines Lewis Carroll, su sexta colección de relatos, fue publicada por Cascahuesos Editores (Arequipa) en 2017. La primera adopta la forma de un diario escrito en el mes de marzo de un año indeterminado. Propone una serie de episodios y reflexiones dispersas, rutinarias y a la vez exageradas. Inicia con el lanzamiento de un libro titulado La noche en el papel considerada, en principio, una obra de ingenio por el propio autor y sus amigos cercanos. Los días venideros nos describen encuentros pasajeros con un editor, visitas a los padres, paseos y pensamientos recurrentes en torno a una mujer ideal llamada Adriana. Todo esto es narrado por un carismático escritor que ha elegido el nombre Belmondo McGuffin como seudónimo, apuntando hacia una noción cool y efectista de la masculinidad, tal como lo desarrolló en varias películas, a partir de los 60, el popular actor francés Jean Paul Belmondo; y, a la vez, a la artimaña narrativa por antonomasia conceptualizada por Alfred Hitchcock. Sin embargo, de manera repentina pero discreta y muy convincente, hacia el final del diario se produce un relevo misterioso; otro personaje se convierte en autor y es como si empezara una nueva novela dentro de la novela. Belmondo deja de ser Belmondo y la supuesta musa, Adriana, es eso, supuesta, una anti-musa, incluso. Vásconez, por lo tanto, además de producir un texto que reflexiona sobre sí mismo, cuenta con una saludable dosis de surrealismo y es bajo ese hechizo que se puede entender de mejor manera el rico lenguaje con el que escribe este autor, una prosa fina que por momentos se apoya sobre lo mejor del modernismo literario de principios del siglo XX.


Jardines Lewis Carroll


Autor
Carlos Vásconez

Género:
Cuentos

Editorial: 
Surnumérica




Jardines Lewis Carroll, en cambio, reúne alrededor de veinte relatos cortos, producidos en los últimos cinco años. Algunos son microrrelatos; otros, actuando casi a la inversa, proponen extenderse sin fin (uno en particular está compuesto por una sola oración que dura cuatro páginas). La mayoría sostiene un diálogo intenso con la noción de lo incompleto, es decir, con el fracaso. El mismo autor ha señalado en una entrevista: “El cuento cabe perfectamente en un microrrelato. La novela en un cuento o incluso en un microrrelato.” Hay cierta frustración implícita, por lo tanto, en la lectura de este libro pero el lector se zafa de ella con frecuencia cada vez que aparece uno de varios momentos precisos: una frase, una imagen, un chiste que nos produce goce, miedo, pensamiento. No es casual que el título del libro se refiera al autor de la saga de Alicia en el país de las maravillas pero en su faceta menos conocida como fotógrafo prolífico, creador de instantáneas, muchas de ellas mostrando a niñas y jóvenes con tintes eróticos que han levantado polémicas en torno al autor británico.

Vásconez no escribe su vida. Hay poquísimas referencias a Cuenca o Ecuador; pocas referencias a lo que podría ser su día a día común y silvestre. Más bien, tanto en su novela como en sus relatos, es un creador de situaciones y de personajes que vienen de su gran imaginación. Está el hijo de la costurera, el lisiado, el verdugo, los integrantes de una banda de rock, el conductor de una orquesta, un gato, un hombre que ha decidido no hablar, un doctor, un padre, un futbolista… Una de sus temáticas recurrentes es el amor heterosexual. Y aquí vale la pena cerrar con un pequeño reclamo que no busca disminuir mi admiración personal por Carlos Vásconez. En demasiadas oportunidades dentro de sus libros, si bien el escritor emana una especie de sabiduría misteriosa, las cosas se dan con demasiada facilidad para sus personajes masculinos, vestidos de héroes momentáneos que persiguen, conquistan y luego se aniquilan en el amor. Pero este énfasis en la mujer como poseedora de una fatalidad y otros retoques que la alejan de lo humano y la aproximan a lo divino, puede resultar sospechoso.


La vida exterior


Autor
Carlos Vásconez

Género:
Novela

Editorial
Editorial La Caída






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Sobre el autor: *SALVADOR IZQUIERDO.

Docente, escritor y co-fundador de la Editorial Festina Lente. Autor de novelas como Te Faruru (2016) y la colección de relatos Te Perdono Régimen (2017).


Poetas venezolanos en Bogotá rinden homenaje a Rafael Cadenas

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El recital, homenaje a Rafael Cadena, se realizará este miércoles 15 de agosto en el Teatrino de Don Os, del Gimnasio Moderno.



Poetas venezolanosradicados en la ciudad de Bogotá, realizarán un homenaje al poeta Rafael Cadenas, autor fundamental de la lírica latinoamericana de los últimos años y recientemente ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.  El evento también será un  reconocimiento a los venezolanos que debido a la difícil situación de su país, han tenido tenido que emigrar.  Un pequeño espacio para honrar a la poesía y la hermandad de dos países a través de un acto de resistencia o como bien diría Cadenas:

LOS POETAS no convencen.
Tampoco vencen.
Su papel es otro,
ajeno al poder: ser contraste.

El recital será presentando por el poeta y gestor cultural colombiano Federico Díaz-Granados y contará con la presencia de los poetas venezolanos Betsimar Supúlveda, Clared Navarro, Dulce María Ramos, Gina Saraceni, Kira Kariakin, Néstor Mendoza y Sandy Juhasz

Poetas venezolanos en Bogotá
Hora:6:30 p.m.
Lugar:Teatrino de Don Os, Gimnasio Moderno
Dirección:Carrera 9 #74-99.  Bogotá.   

Artículos relacionados:



El poeta, la poesía y la charlatanería de los grafómanos

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Foto: Libros y Letras

Por: Álvaro Mata Guillé*

En su libro, El arte de la novela, Milan Kundera, se preguntaba, hace unos años, después de las invasiones soviéticas por él vividas, luego de la segunda guerra mundial y los campos de concentración, por el futuro de la novela, es decir, por el futuro de las manifestaciones humanas ligadas a la existencia, a las preguntas, al misterio, a nuestro no saber, tomando para ello, como telón de fondo, las conferencias que Husserl pronunciara en 1935, en Praga y Viena, en las que hablaba de la crisis de la humanidad, pues el mundo, enunciaba Husserl, había sido reducido, gracias al “carácter unilateral de las ciencias”, a un “simple objeto de exploración técnica y matemática” (a números, fórmulas, abstracciones), que al igual que la ideologización, ya sea económica, religiosa o política, excluye “el mundo de la vida”: a las personas, lo subjetivo, la pluralidad de lo humano que interactúa en la cotidianidad con sus diferencias, lo disidente entre hombres y mujeres, hundiéndonos profundamente, en lo que Heidegger denominó, “el olvido del ser”: el olvido del nosotros, de lo que somos, de nuestro rostro, de nuestro sentir. 

La descripción que Husserlhacía de los elementos que fundaban aquella época, se extiende hasta la nuestra, llegando a la contemporaneidad embebida, cada vez más, de la continua especialización estéril, del fragmento y el exacerbado reduccionismo de la tecnología, las corporaciones y el consumo, vistiéndose asimismo de un acérrimo individualismo, que unido a la dictadura sentimental de lo políticamente correcto, impide la duda y el rubor; conformismo sin vínculos ni memoria, que se conjuga con el vaciamiento de los referentes, que al inundar toda cosa lo convierte en lo mismo: tanto un brazo, como un libro, una piedra o un ojo, son cosas, objetos, productos, tienen precio, instaurando el mundo sin alma de las cosas sin alma que se padece en la actualidad, que se suma también a la incierta búsqueda de otro lenguaje, de otra manera de explicarnos y vernos en lo distinto, que transforme los parámetros que nos han construido, de aquello que creíamos y creemos ser: a la sociedad, al otro, a nosotros mismos, sin que se encuentre todavía el modelo ni la respuesta que deje atrás lo que éramos.

“¿Quiere decir esto que, en el mundo <<que ya no es el suyo>> la novela desaparecerá? ¿Qué va a dejar a Europa hundirse en el <<olvido del ser>>? ¿Qué sólo quedará la charlatanería sin fin de los grafómanos, novelas después de la historia de la novela?”. “No lo sé”, se responde Milan Kundera en La desprestigiada herencia de Cervantes, primer capítulo del libro, para continuar diciéndonos: “Sólo creo saber que la novela ya no puede vivir en paz con el espíritu de nuestro tiempo: si todavía quiere seguir descubriendo lo que no está descubierto, si aún quiere <<progresar>> en tanto que novela, no puede hacerlo sino en contra del progreso del mundo.” 

Circunstancias y hechos, que al señalarlos, nos confrontan con nuestro hacer y con nosotros mismos, obligándonos a preguntarnos, ya no sólo por el futuro de la novela, sino por el de la poesía, a la que también encubre, como una censura que la enclaustra en el mutismo y la mutila, el olvido del ser, de tal forma (que si la poesía quiere seguir siendo poesía, si quiere seguir vinculándose al canto que titubea en nosotros y se abre ante lo incierto, ante la extrañeza que nos constituye, ante el sin sentido que interroga el permanecer y nuestro tránsito hacia lo otro), surge la necesidad también de revisar su relación con el entorno: la de nosotros con “lo humano”, la de nosotros con lo otro y con nosotros, con lo que somos ante el vaciamiento que socaba el lenguaje y lo convierte en la retórica de la banalización y el cansancio, en la expresión de la decadencia y lo muerto. En ese sentido, la pensadora francesa Annie Le Brunn, se adentra un poco más a estas circunstancias que padece el lenguaje y escribe en su libro, El exceso de realidad: “poco a poco las palabras se ven reducidas a un nuevo papel de comparsas destinado a ocultar la ausencia de lo que hasta entonces habían significado”, para ejemplificar diciendo: “cuando se evoca la libertad, es para disimular su ausencia. 


Apenas se pronuncian las palabras amor o deseo, así fuese con fines antagónicos, basta fijarse en quién habla para no querer saber con qué tontería o con qué cinismo irrisorio se intenta entretenernos.”, y haciendo referencia al hacedor y el hacer de lo “poético”, concluye: “si sólo quedaran los poetas de este fin de siglo para darle sentido”, de finales del siglo XX e inicios del XXI, “creeríamos”, que la palabra poeta, que la palabra poesía, “es sinónimo de pose, vacío, pusilanimidad, suficiencia, incontinencia, hinchazón y, al fin de cuentas, de profunda deshonestidad.”, describiendo plenamente la época del vaciamiento que vivimos, en la que todo es lo mismo y no importa, en donde el aedo, al igual que “la charlatanería sin fin de los grafómanos de la novela” que señala Milan Kundera, dejó de buscar y preguntarse, de redescubrirnos en el por qué, la tradición y la memoria, para recluirse y claudicar, en el mejor de los casos, en la burocratización del espíritu, en paz y en armonía con el progreso donde todo es “hermoso”, con el griterío sin fin del entretenimiento y la barbarie del mundo, con el poder y las conveniencias, confinado a la prebenda, al compadrazgo, al ansia de reconocimiento sin escrúpulo y a toda costa, que usurpan el lenguaje y la buena fe, que derruyen la posibilidad de reencuentro, de comunión, de ser el otro y descubrirse ante lo próximo, lo incierto y lo finito, ante la angustia de nuestro tránsito sin saber ante el misterio, pero además, y para ser justos con la pretensión de muchos, una cosa es la mediocridad, el intento o el balbuceo y otra la deshonestidad, el cálculo intelectual (del escritor, el poeta, el aedo) sin carne, sin entrañas, sin titubeo; una cosa es el silencio que nos reencuentra con el origen, donde volvemos a ser nosotros buscándonos en la penumbra, en el grito, en la nostalgia, que llevan al pensamiento, a la conformación de la persona y lo social, y otra muy distinta, la corrupción del lenguaje, la mezquindad que vacía el alma y calla por conveniencia.


*ÁLVARO MATA GUILLÉ.

Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
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Hablan las nuevas editoras Latinoamericanas

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Por: Darío Zalgade*


En Latinoamérica está surgiendo un mayor número de editoras que no solo se están abriendo camino con firmeza en el campo editorial, sino que en buena medida están comenzando a revolucionarlo con proyectos innovadores, jóvenes y brillantes.


Hace algunos meses publicábamos en Librújula (España) y Libros & Letras (Colombia) un artículo para reivindicar el trabajo de toda una nueva generación de autoras latinoamericanas como Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980), Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983), Brenda Lozano (CDMX, 1981), Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) y María José Caro (Lima, 1985). Se trataba de un texto que buscaba poner de relieve el auge extraordinario de narradoras y poetas que se está dando en nuestro campo literario durante los últimos años, que entra en franco contraste con todo un muestrario de instituciones anquilosadas en un machismo rancio, amiguista y conservador, incluso en espacios en teoría renovadores como la polémica lista del pasado Bogotá 39-2017. De forma paralela al auge de esta generación de autoras también está surgiendo un mayor número de editoras que no solo se están abriendo camino con firmeza en el campo editorial, sino que en buena medida están comenzando a revolucionarlo con proyectos innovadores, jóvenes y brillantes. Es el caso de Lorena Giménez (Stockholm, 1977, Estela Editora), Claudia Apablaza (Rancagua, 1978, Libros de la Mujer Rota), Alejandra Algorta (Bogotá, 1991, Cardumen), Carmen Lucía Alvarado (Quetzaltenango, 1985, Catafixia) y Anelise Freitas (1987, Macondo y Matinta), quienes se suman a un mercado editorial donde ya despuntaban Lucía Donadío (Cúcuta, 1959, Sílaba), Lía Colombino (Asunción, 1974, De la Ura) y Valeria de Vito (Buenos Aires, 1977, El Ojo del Mármol), por citar tres.

Isabel Zapata
Isabel Zapata

Paula Márquez (Fotografía de Andrea Tolaba)
Paula Márquez (Fotografía de Andrea Tolaba)


Dentro de este marco, uno de los proyectos más interesantes en América Latina es Antílope, quizá la editorial mexicana de poesía con mayor proyección del momento, donde cuatro de las cinco personas que forman su equipo editorial son mujeres y cuyo proyecto estrella para 2018 es la traducción del poemario feminista Un útero del tamaño de un puño, de Angélica Freitas (Río Grande del Sur, 1973), que ha cambiado por completo el panorama poético del Brasil contemporáneo. Una de sus editoras es Isabel Zapata (Ciudad de México, 1993), quien nos recuerda el mérito de abrirse camino en un espacio anteriormente tan cerrado en torno a los hombres: «Es impresionante cómo, en el campo editorial como en muchos otros, las mujeres nos hemos ido abriendo cada vez más lugar, tanto en cantidad de puestos como en importancia de los mismos. Y no ha sido fácil, porque las mujeres tenemos que trabajar más, en todos los sentidos, para llegar a sitios dominados por hombres, muchos de los cuales no están dispuestos a apartarse al cambio». Isabel encuentra que este cambio en el campo editorial también es reflejo de una mayor presencia de las autoras en el campo literario, algo que en su opinión repercute además en la forma en que estas abordan sus temas: «El cambio puede verse incluso en el tipo de historias que salen a la luz, porque cada vez hay voces femeninas más fuertes que ponen sobre la mesa temas que antes no se tocaban: abuso, maternidad, relaciones entre mujeres, derechos sexuales y reproductivos, etc.». Paula Márquez (Córdoba, 1992), editora de Liberoamérica y coordinadora de una antología de ochenta poetas contemporáneas, comparte esta perspectiva y pone el énfasis en la apertura que supone el auge de las editoriales independientes: «Durante los últimos años asistimos a una notable ampliación del campo literario en América Latina gracias a la labor de editoriales regionales de carácter independiente que se hicieron cargo de la difusión de autoras y autores jóvenes cuyas propuestas poéticas y narrativas no llegaban a los espacios más grandes. Yo pienso que es a partir del surgimiento de esos nuevos espacios editoriales y de difusión que las mujeres no solamente tienen ahora la capacidad de alcanzar una mayor —y más justa— representación como autoras, sino también como productoras dentro del ámbito literario, tan marcado tradicionalmente por la hegemonía masculina».


Durante los últimos años asistimos a una notable ampliación del campo literario en América Latina gracias a la labor de editoriales regionales de carácter independiente que se hicieron cargo de la difusión de autoras y autores jóvenes cuyas propuestas poéticas y narrativas no llegaban a los espacios más grandes.
Julieta Marchant (Fotografía de Sofía Suazo)
Julieta Marchant (Fotografía de Sofía Suazo)



Julieta Marchant (Santiago de Chile, 1988), editora de Cuadro de Tiza —donde acaba de publicar una plaquette de Alejandra Pizarnik—, hace énfasis en la noción de comunidad entre las diferentes personas que conforman la pluralidad del campo editorial independiente: «Me parece que la multiplicidad de sellos y proyectos siempre es un buen síntoma porque habla de un entusiasmo necesario para levantar cualquier tipo de comunidad que se quiera configurar. Y hablo de comunidad porque estamos todos cruzados: editores que también son autores y que publican en la editorial de al lado, editoriales que se unen para ferias, que comparten mesón, que comparten también autores o que hacen uniones estratégicas por sobrevivencia». En esta misma transcurre el pensamiento de Salomé Cohen Monroy (Bogotá, 1992), editora de Laguna Libros: «Desde hace unos diez años ha habido una explosión de editoriales independientes que le apuestan a contenidos locales y a autores jóvenes, así como a rescates editoriales, contenidos que las multinacionales estaban dejando pasar por alto». Para Salomé, esta perspectiva es extrapolable a una visión global donde las editoriales independientes no se limiten a la divulgación de sus respectivas literaturas locales, sino que se aventuren a trenzar alianzas entre ellas para proyectar a sus autoras y autores a escala iberoamericana: «Siento que el campo editorial contemporáneo es cada vez más consciente de que así estemos en el mismo continente, este es enorme y lleno de montañas, y que una buena salida es fragmentarlo (y fragmentar los derechos), pero siempre manteniendo un diálogo. Y este diálogo ha resultado en coediciones y alianzas para traducir en conjunto». La convicción por el diálogo interlatinoamericano se hace manifiesta en Laguna Libros, auténtica editorial de referencia que este año apuesta por la obra de Claudia Hernández (San Salvador, 1975), Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) y Sergio Galarza (Lima, 1976) entre otras figuras, además de una estrella colombiana residente en Argentina: Margarita García Robayo

Salomé Cohen Monroy (Fotografía de Catalina Parra)
Salomé Cohen Monroy (Fotografía de Catalina Parra)


Las nuevas editoras latinoamericanas, entonces, no solamente están irrumpiendo en el campo literario con una fuerza extraordinaria, sino que están consiguiendo modificarlo y mejorarlo, planteando una propuesta cultural sólida y trenzando un tejido editorial colectivo capaz por fin de plantearse como una verdadera alternativa al monopolio español de Planeta / Anagrama / Random House. La hegemonía incontestable de estos tres gigantes —juntos aglutinan a Seix Barral, Tusquets, Alfaguara, Random House, Anagrama, Destino, Ediciones B, Espasa, Planeta, Reservoir, Lumen, Suma de Letras, Aguilar, Plaza & Janés, etc., además de las casi desmanteladas Sudamericana o Emecé— acapara los estantes de todas las librerías hispanoamericanas y ha venido imponiendo durante décadas un recorrido forzoso donde una autora colombiana, argentina, mexicana o chilena debía pasar necesariamente por España —es decir, desde un prisma europeizante— para llegar al resto de América Latina. Es para romper este monopolio que viene siendo necesario desde hace décadas un flujo interlatinoamericano de autoras y autores libre, independiente y plural, que solo está comenzando a lograrse en estos últimos años gracias al auge de las editoras más jóvenes y de su forma de trabajo generosa, dialógica y brillante. El mérito, entonces, es de ellas, y con él van nuestro apoyo, nuestra atención y nuestra lectura: porque también es de ellas —que nadie lo ponga en duda— el futuro literario de toda América Latina.


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Sobre el autor: *DARÍO ZALGADE.

Licenciado en Letras Modernas (UNC). Colabora en las revistas Quimera y Oculta Lit, y administra la plataforma Liberoamérica.

Mar de leva de Octavio Escobar: sensorium de emociones contemporáneas

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                                “Todo lo que el hombre hace está vinculado a la experiencia del espacio” E. Hall.


Por: Lorena Cardona Alarcón*

A finales de mayo, el sello Literatura Random House publicó Mar de Leva, la última novela del escritor colombiano Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962). El argumento de la narración puede ser  aparentemente sencillo y resumirse en pocas líneas: Mariana y Javier –madre e hijo-  son  invitados por Elena -una  antigua amiga y compañera de universidad-,  a pasar un fin de semana en una ciudad a orillas del mar; una buena oportunidad para  celebrar el cumpleaños número quince  de Javier  y  tomar unas cortas vacaciones que oxigenen sus vidas, en medio de cuatro años de zozobra por el  secuestro de Alejandro,  esposo y  padre, respectivamente. Sin embargo, ese viaje inesperado es solo la excusa para desarrollar una historia de rompientes humanas.  

Quienes hemos sido lectores habituales de la obra de Escobar Giraldo  y hemos disfrutado las páginas de sus novelas Después y antes de Dios (Premio Internacional Ciudad de Barbastro 2014-Premio Nacional de Novela, 2016), Destinos intermedios, Saide, Cielo parcialmente nublado, El álbum de Mónica Pont  o El último diario de Tony Flowers,  sabemos del ritmo vertiginoso de sus historias, la construcción cinematográfica de sus descripciones, la precisión de los diálogos, su gusto por dejar cabos sueltos al lector, la creación de personajes entrañables que se mueven entre lo negro, lo policiaco, lo urbano, lo frívolo o lo popular; pero, sobre todo, conocemos su interés por contar esos  “pequeños” dramas íntimos que viven los seres humanos, más allá de las grandes tragedias nacionales que  puedan estar ocurriendo.

En esa línea, también se instala Mar de leva; una  historia que se mueve en los pliegues de los dilemas cotidianos que puede enfrentar una familia –Mariana y Javier-, cuyas vidas se han suspendido en el tiempo, gracias a una situación extrema como el secuestro; un hecho que llega al lector a través de  recuerdos fragmentarios o  imprecisiones de la memoria, de quienes están a la espera  de una eventual liberación. 

En esta ocasión,  la preocupación del autor está centrada en ubicar esos dramas íntimos, en otro lugar; las intenciones estéticas en este caso, no se encuentran  en el campo de la novela negra o policiaca, sino en el accionar narrativo que remueve las profundidades contradictorias del ser humano; esas que, poco a poco, el lector irá  descubriendo, desde lo implicado, lo no dicho,  todo lo que no ve de sus personajes, lo que no se percibe, ni  se siente; todo lo que se esconde detrás  de  ese espacio imaginado y cartografiado.

El lector  se enfrentará  a una tormenta  de emociones, porque al igual que el movimiento de las olas, el viaje causará estragos e impactos, en zonas distintas de donde se ha generado, es decir, en las zonas más profundas de Mariana y Javier; aquellas donde habitan sus miedos, sus frustraciones, sus dilemas, sus angustias, sus deseos reprimidos y quizás, incestuosos.

Desde esta mirada, se podría decir que Octavio Escobar configura una entrañable poética del espacio interior y exterior; una geografía narrativa  de emociones contemporáneas, construida desde lo que se ve en Sulaco -las imágenes,  las formas, los lugares,  los colores de los  objetos, las descripciones cinematográficas-; lo que  se oye a través de las voces de los personajes,  las canciones de Rihanna, Dire Straits o Madonna,  los ecos de  Costaguana,   las reminiscencias que tejen los epígrafes o en los murmullos del secuestro; lo que se palpa en los cuerpos, algunos de ellos cargados de deseos reprimidos y  fantasías sexuales pendientes; o lo que se saborea en las disyuntivas en que se debaten Mariana, Javier, Elena o Daniela.

Mar de leva se ve, se oye, se  huele, se palpa y se saborea en cada detalle,  en cada personaje que habita sus páginas; en cada drama que se disimula detrás de las palabras, los silencios, las emociones no sentidas,   y por supuesto, en cada descripción, guiño e ironía que Elena, la anfitriona, revela al lector para que este, se sumerja, una y otra vez, en esas aguas inquietantes  que son  la estética de Octavio Escobar Giraldo.

Mar de leva es entonces, un sensorium de emociones contemporáneas atravesado por la frivolidad de lo cotidiano, que se  configura desde  el cuerpo, las imágenes, los sentidos, los susurros, los colores, los olores,  los lugares, y por supuesto, desde las contradicciones de los personajes;  Mariana quisiera ser una Penélope contemporánea para esperar por más tiempo a Alejandro, pero su voluntad ha empezado a sucumbir a las tentaciones; Javier ha hecho su mejor esfuerzo por crecer con la ausencia de su papá y llevar una adolescencia de fantasías y hormonas con su novia Daniela, pero  algunos indicios edípicos, lo  dejan en suspenso;  mientras tanto Elena seguirá intentando equilibrar los fantasmas del  pasado familiar con las provocaciones de su vida actual.

Al final,  el lector establecerá una relación topofílica con esta ciudad literaria inspirada en la Sulaco de comienzos del siglo XX, pero que en pleno siglo XXI, le ha servido de escenario para revelar esos dramas íntimos que se tejen en los pliegues de la  razón, el deseo, lo trivial o lo frívolo; pero, en especial, porque ha dejado al descubierto esas emociones contemporáneas que asedian y dejan  al ser humano desorientado. Pero, ¿para qué queremos la brújula? Mejor dejemos que este Mar de leva, lleno de tormentos y tormentas, nos extravíe hacia nuevos puertos, donde la lectura apenas comience.

Mar de leva es entonces, un sensorium de emociones contemporáneas atravesado por la frivolidad de lo cotidiano, que se  configura desde  el cuerpo, las imágenes, los sentidos, los susurros, los colores, los olores,  los lugares, y por supuesto, desde las contradicciones de los personajes

Post scriptum:
Los lectores encontrarán en las páginas de Mar de leva un homenaje a Joseph Conrad; un juego intertextual poblado de reminiscencias y voces que evocan Nostromo (1904), Sulaco y Costaguana, Sin embargo, ese solo será el telón de fondo para una novela  que tocará las fibras más profundas y develará, esas intersecciones,  esos desencuentros y esas contradicciones donde habitan las emociones contemporáneas.

* Lorena Cardona Alarcón. Docente universitaria. Estudiante de Doctorado en Literatura. Universidad Tecnológica de Pereira.

Le puede interesar:

Literatura afrolatinoamericana y oralidad. Entrevista con Alfredo Vanín

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Literatura afrolatinoamericana y oralidad


“Escribir desde nuestros países contribuye a la descolonización mediante nuestra propia experiencia y visión estética y ética”: Alfredo Vanín


Alfredo Vanín. Fotografía: cortesía Biblioteca Nacional de Colombia
Alfredo Vanín. Fotografía: cortesía Biblioteca Nacional de Colombia 


Por: Catalina Ávila*

Alfredo Vanín, reconocido escritor del Pacífico colombiano, fue uno de los invitados especiales al primer Simposio Palabra Tomada realizado en Cartagena de Indias, escenario en el que habló sobre literatura afrolatinoamericana y oralidad.

Vanín es poeta, etnólogo y escritor nacido a orillas del río Saija, cerca de Guapi (Cauca) en 1950. Estudió Literatura y Antropología. Su obra ofrece una cosmovisión que mezcla lo afrodescendiente, hispánico e indígena, raíces trenzadas cuidadosamente en sus poemas y en su propuesta narrativa. Toda su obra ensalza la memoria, el Pacífico, el cimarronaje, el erotismo y la búsqueda de un lenguaje poético propio.

Entre sus libros de poemas se destacan Cimarrón en la lluvia (1990), Islario (1998), Desarbolados (2004) y Jornadas del Tahúr (2005), y su obra poética que reúne Cimarrón de lluvia y Jornadas del Tahúr, publicada por el Ministerio de Cultura en 2010. También publicó la novela Los restos del vellocino de oro (2008) y diversos trabajos etnográficos enfocados a la causa de la afrocolombianidad del Pacífico.

Para el escritor, “la riqueza de un país pluriétnico y multicultural como el nuestro debe reflejarse en su literatura, artes plásticas, música y danzas, donde dialoguen los diferentes mundos, cosmovisiones y memorias”. Sobre esto y otros temas relacionados con la literatura Afrolatinoamericana, nos habló Vanín.


- ¿Cómo contribuye la literatura a conservar, visibilizar y potencializar la cultura e historia afrodescendiente?
Un pueblo que no se narre a sí mismo necesariamente estará narrado desde la óptica del otro, y en este caso del descendiente del colonizador, de buena o mala fe. Escribir desde nuestros países contribuye a la descolonización mediante nuestra propia experiencia y visión estética y ética. Esto permite visibilizar aspectos culturales, morales y estéticos que no pueden ser vistos de manera directa por quienes escriben desde afuera.


Palabra Tomada quiere generar una mirada integral sobre la literatura escrita desde afrolatinoamérica. A un mundo global corresponde una crítica y una mirada que desde su sitio pueda tomar posición frente a lo global, del que todos hacemos parte, desde nuestros diferentes oficios


- ¿Qué lo motivó a visibilizar y expresar la realidad sociocultural del Pacífico colombiano por medio de la literatura?

La motivación surge de las mismas vivencias. El Pacífico colombiano es mi lugar de origen y el lugar que jamás he abandonado. Desde luego, las primeras memorias, personajes, historias, surgen de allí y eso dio contornos y voces a mi obra, tanto poética como narrativa e incluso investigativa. Yo he sido voraz en la búsqueda de la historia del mundo y América Latina para poder entender muchas cosas del Pacífico. Pero no un Pacífico segregado del mundo sino parte de él, donde también transcurren historias, donde hay voces, alegrías y quebrantos, donde hay injusticias, exclusiones y rebeldías, y donde la historia de toda la humanidad se entrecruza de una u otra manera, así como esta región rica en culturas, oro y biodiversidad, ayudó a cambiar el rumbo del mundo.


- ¿Usted cree que la literatura escrita por afrodescendientes debe enfocarse en algunos temas específicos? ¿Cuáles? ¿Por qué?
No puede haber temas específicos para la creación artística. El autor debe enfocarse en lo que surge desde su experiencia y momento creativo, sin pretender enviar mensajes explícitos a través del arte, salvo cuando se trata de un trabajo de crítica, de ensayo histórico o de propuesta académica, en donde la sustentación metodológica es una regla. La verdadera creación literaria es también una herramienta crítica. Los tiempos cambian. Antes era muy urgente referirse de manera directa al proceso de esclavización y liberación, por ejemplo, o remedar ciertas particularidades dialectales, ciertos usos y costumbres como si aparecieran por primera vez a los ojos del mundo. Ahora apenas aparecen en los textos, dado que las obras se han abierto a públicos diversos y de alguna manera enfrentan nuevos desafíos históricos y sociales, por ejemplo la globalización, la discriminación en un mundo donde supuestamente se ha conquistado la ciudadanía plena.


- ¿Cómo percibe el estado actual de la literatura afrocolombiana y afrodescendiente en general?
Si bien hay un marcado camino en autores afrocolombianos, se siguen rumbos que marcan ahora una universalidad y una integralidad al interior de la historia, la estética y el pensamiento. Hablo de autores de distintas apuestas como Roberto Burgos Cantor (La Ceiba de la memoria), Rómulo Bustos, Óscar Collazos, Sonia Truque, y otros contemporáneos, hombres y mujeres más jóvenes.


- ¿Qué autores afrodescendientes admira y por qué?
Entre los autores afrolatinoamericanos debo citar a colombianos como Manuel Zapata Olivella, Arnoldo Palacios y Helcías Martán Góngora, por sus aportes fundantes a la narrativa, el ensayo y la poesía en nuestro país. Desde luego Nicolás Guillén, de Cuba, por asumir la fuerza, el ritmo y el compromiso que permitieron la palabra desde lo negro. Y de santa Lucía y Martinica, aunque sean angloparlante el uno y francoparlante el otro, debo mencionar a Derek Walcott y a Aimé Cesaire por el sentido tan universal aportado desde las Antillas, con una clara muestra de que el universo también nos pertenece.


- ¿Cuáles libros de literatura afro son los que más le gustan?
Toda lista es ilimitada, pero unos de los libros escritos por afrolatinoamericanos que más me gustan se llaman Humano Litoral (Helcías Martán Góngora), Changó el Gran Putas (Manuel Zapata Olivella), Cantos para soldados y Sones para Turistas (Nicolás Guillén); Omeros (Dereck Walcott) y Cuaderno de un retorno al país natal (Aimé Cesaire).


Para finalizar, Vanín nos deja estas palabras: “Palabra Tomada quiere generar una mirada integral sobre la literatura escrita desde afrolatinoamérica. A un mundo global corresponde una crítica y una mirada que desde su sitio pueda tomar posición frente a lo global, del que todos hacemos parte, desde nuestros diferentes oficios: quienes cuidan los libros, el que investiga en ellos, el que los imprime, el que los vende, el que los propaga entre los niños y los jóvenes como un tesoro que jamás los abandonará porque impregnará sus vidas con el toque de lo mágico, de lo perdurable”.


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Sobre el autor: *CATALINA ÁVILA.

Periodista. Biblioteca Nacional de Colombia.

Breves historias de amor: un evento que fusiona la música, la literatura y la poesía

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El escritor Enrique Patiño, conocido por obras como Mariposas Verdes, La sed y Cuando Clara desapareció se juntará junto a la banda LadoSur para presentar un show que une en un mismo lugar la literatura, la música y la fotografía.


Foto: Enrique Patiño

El evento llevará por nombre "Breves historias de amor" y será un concierto charlado en el que el autor fusionará fragmentos de sus obras con la música de LadoSur, y a la vez, con un repertorio que homenajeará las baladas latinoamericanas de los años 80 y parte del rock en español de los años 90.

Durante el evento habrá una muestra fotográfica proyectada hacia el público, que complementará este experimento entre canciones y novelas. "Breves historias de amor" contará además con otros escritores e invitados sorpresa, que se revelarán en próximos días.

Las funciones de este evento se llevarán a cabo el 24 y 25 de agosto, a las 8:00p.m., en el Teatro Libélula Dorada, en la Cra. 19 #51-69.

Un formato en el que las artes se mezclan


El escritor Enrique Patiño y el compositor Chris Mosquera, líder de LadoSur, empezaron a preguntarse por los puntos en común entre la música y la literatura en 2017. Con esa idea en mente, desarrollaron un formato multidisciplinar en el que las letras de las novelas de un escritor pudieran cantarse, tal y como sucedía en los tiempos en los que la literatura se transmitía a través de la oralidad.

¿Qué pasa si las canciones se vuelven historias? ¿Y si a eso se le suma el teatro y la fotografía artística, y se unen varias artes en una misma, emotiva e innovadora fiesta?  La Libélula Dorada será el escenario en donde se responderán estas preguntas, a través de un show que hermanará la lectura y la música con el teatro y la experiencia visual.

El público vivirá así una fiesta emotiva alrededor de las palabras. ‘Nuestras historias serán una exploración alrededor del amor. Habrá de todo, como en el amor mismo: el dolor de las pérdidas y el asombro del encuentro. A él le cantaremos, y con él contaremos’ afirmó Enrique Patiño. Por su parte, Chris Mosquera, de LadoSur, afirmó que ‘Será una fiesta en la que nos preguntaremos por el ritmo de una historia y por los relatos que se esconden tras una canción. Será un evento para cantar y contar a todo pulmón’.

Sobre los participantes

Enrique Patiñoautor del grupo editorial Planeta con novelas como La sed (2013) y Ni un paso atrás (2015), y del grupo editorial Penguin Random House con Mariposas verdes(2017) y Cuando Clara desapareció (2017), acaba de cursar un máster en Innovación en Holanda y su propuesta literaria va de la mano con la expansión de su universo narrativo a otras artes de una forma novedosa. Su concepto de literatura, música y libros fue estrenado en la FILBo 2017 en el lanzamiento de su novela Cuando Clara despareció, en la que combinó textos con fotografías propias y con la música de LadoSur


LadoSur es una banda de canciones de bolsillo, compuesta por músicos clásicos y contemporáneos y liderada por el periodista y compositor Chris Mosquera. Sus composiciones tienen elementos de música de cámara, pero también de pop alternativo. Su apuesta es la canción como género artístico y sus shows en vivo combinan la música con otras artes como la literatura, la fotografía y el cine.



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Jalisco, el invitado de honor al octavo Festival Visiones de México en Colombia

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El próximo 3 de Septiembre el Fondo de Cultura Económica sube el telón del 8º Festival Visiones de México en Colombia que este año tiene como invitado de honor a Jalisco.


Visiones de México congregará a 16 invitados, procedentes de México y más de 29 colombianos en una variedad de actividades entre conversatorios, charlas, conciertos, y exposiciones.

En el marco del Festival, se realizará una feria del libro que dispondrá para el público visitante de 70 mil títulos y 165 mil ejemplares que se suman a los más de cinco mil títulos vivos del catálogo de publicaciones del FCE.

Libros & Letras dialogó con Álvaro Velarca, gerente del FCE-Filial Colombia, sobre los detalles del Festival, la nueva librería y la presencia del Fondo en las ferias del libro de Cali y Medellín. Ver entrevista aquí: https://bit.ly/2LnsShk   

Fernando del Paso, la nueva librería del FCE en Medellín

Como un homenaje al escritor, pintor y diplomático mexicano Fernando del Paso, la nueva librería del Fondo de Cultura Económica (FCE) llevará su nombre, cuya sede estará en Medellín en la Biblioteca Publica Piloto. “Es un espacio significativo con 70 metros cuadrados que albergará entre 15.000 y 20.000 libros. Para nosotros es muy importante porque la intención es acercar los libros al lector colombiano”, afirma Álvaro Velarca.

Este nuevo espacio combinará la exhibición y venta de libros con una gran oferta de actividades cuyo objetivo será convertirse en el epicentro cultural para la ciudad.

Con esta nueva sede, el FCE completa dos librerías en Colombia.

Festival Visiones de México en Colombia

El 8º Festival Visiones de México en Colombia, tendrá a Jalisco como invitado de honor y se celebrará del 3 al 16 de septiembre en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, sede del Fondo de Cultura Económica - filial Colombia.

Durante 14 días, los visitantes disfrutarán de una completa programación que incluye: actividades con más de 45 personajes reconocidos en áreas como la literatura, la música, la arqueología, la ilustración, la danza y el arte; conciertos a cargo del Departamento de Estudios Musicales de la Universidad Central; exposiciones en todo el Centro Cultural, exposición tequilera durante un fin de semana, concursos y más. "Sin lugar a dudas, Jalisco es un Estado de la República mexicana con una enorme riqueza cultural. Jalisco le ha dado a México el tequila y el mariachi. Poca gente sabe que tequila debe su nombre al pueblo de Tequila que está a 50 kilómetros de su capital, Guadalajara", afirma Velarca, y agrega que de los grandes autores que ha dado está región es el jalisciense​​​ Juan Rulfo con su obra más conocida y más leída, Pedro Páramo.

El compositor y escritor mexicano Arturo Márquez sube el telón

El martes 4 de Septiembre a las 7:30 p.m. en el Teatro Colón, el reconocido compositor Arturo Márquez será el encargado de la velada inaugural del Festival en un concierto por la por la “Paz sin Fronteras”, un evento organizado por el Fondo de Cultura Económica – Filial Colombia, que contará con el acompañamiento del Coro infantil y juvenil de la Fundación Batuta y la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la Universidad Nacional de Colombia, quienes estarán interpretando sus obras más representativas: Danzón No. 2 (México, 1994) y el estreno de la obra en Colombia Alas (A Malala) (México 2013). Dedicada a la que posteriormente sería la ganadora del Premio Nobel de la Paz 2014, Malala Yousafzai. La boletería está disponible en la página web del Teatro Colón y en el sitio web de tuboleta.com

Los invitados al Festival Visiones de México en Colombia

Eduardo Matos Moctezuma

De Jalisco participarán:

José María Muriá
Historiador, escritor, museógrafo, catedrático, articulista y académico mexicano que ha centrado sus investigaciones en la historia de Jalisco, el origen de la charrería y el desarrollo del tequila.

José Ignacio Solórzano (JIS).
Caricaturista. Entre sus libros se destacan Sepa la bola, Mucho cerdo sabroso, la colección completa de El Santos contra la Tetona Mendoza, que realiza con Trino y los cuatro volúmenes de Otro día, la tira que publica a diario en el periódico Milenio.

Bernardo Esquinca
Escritor cuyas obras mezclan los géneros policiaco, fantástico y de terror.

Fernando Rivera Calderón
Músico, locutor, actor, conductor, compositor, periodista y escritor.

Érika Zepeda
Narradora, correctora reportera y editora en diversos suplementos periodísticos y revistas. Animadora de lectura y promotora de la LIJ. Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del FONCA 2013-2014.

También asisten los mexicanos:

Arturo Márquez
Compositor de dos de las obras más reconocidas a nivel mundial: Danzón No. 2 y Alas (A Malala), dedicada a la Premio Nobel de la Paz 2014, Malala Yousafzai.

Eduardo Matos Moctezuma
Arqueólogo encargado de realizar las excavaciones en el Templo Mayor, axis mundi de la ciudad de Tenochtitlan, antigua capital del imperio mexica.

Javier Garciadiego
Uno de los historiadores más reconocidos de México.

Literatura infantil y juvenil

Benito Taibo (Foto: Xtra)

La importancia de cultivar la lectura desde edades tempranas ha sido una de las apuestas del Fondo de Cultura Económica, por lo que el Festival contará con la presencia de:

Carmen Boullosa, novelista, poeta, dramaturga y ensayista.

Mónica B. Brozon, narradora, escritora, guionista de cine y radio.

Antonio Malpica. Ha escrito una extensa obra narrativa infantil que le ha valido diversos premios, entre ellos el de la XI edición del Premio Iberoamericano SM Literatura Infantil y Juvenil, 2015.

Martha Riva Palacio, escritora, ganó el XVI Premio de Literatura Infantil Barco de Vapor con su novela Las sirenas sueñan contrilobites.

Benito Taibo, su trabajo transita entre la poesía, el cómic, la televisión y la publicidad;

Alejandro Cruz Atienza, fundador y director editorial de La Caja de Cerillos Ediciones.

Juan Nepote, ensayista, editor y librero.

Gabo Elizalde, trovador ranchero, intérprete de música mexicana.

Invitados colombianos

Irene Vasco, Eduardo Otálora, Beto Barreto, Juan David Correa Ulloa, Carl Henrik Langebaek Rueda, Andrés Ospina , Álvaro Castillo Granada, Francisco Leal Quevedo, Lucas Insignares, Luz de María Muñoz, Mario Jursich Durán, Moisés Wasserman Lerner, Luz Marina Rivas Arrieta, Julio Hernán Correal, Luz Estela Luengas, Alejandro Acero, Indhira Guzmán, Leonardo Sotelo Fajardo,  Lucía Beltrán, Esteban Parra, Alejandro Cruz Atienza, Margarita Valencia, Jerónimo Pizarro, Diego Cortés, Alexander Rodríguez, Gloria, Giraldo, Juan David Giraldo, Leandro Carvajal, Eduardo Arias.

Las exposiciones

Cinco exposiciones que estarán abiertas al público del 3 al 16 de septiembre en distintos espacios del Centro Cultural Gabriel García Márquez.

“Das Kapital”, Jorge Méndez Blake
Los intereses plásticos de Méndez Blake giran alrededor  de la literatura y la  arquitectura, estas disciplinas se materializan en una imponente experiencia física en la obra.

“De Jalisco para el mundo: primeras ediciones de autores jaliscienses publicadas en el Fondo de Cultura Económica” 
Compartir este patrimonio editorial nos une como amantes de las bellas letras y como habitantes de la prodigiosa tierra latinoamericana.

“Jalisco en la mira de sus fotógrafos” 
El orgullo de Jalisco está en todos sus rincones. En las calles de la metrópoli, en las tradiciones rurales, los paisajes de la sierra, la arquitectura y todo un patrimonio cultural que los enorgullece. Está en la gente que habita los 125 municipios y le da sentido a la palabra jalisciense.

 “Guadalajara, el alma de México” 
Exposición fotográfica donde compartiremos las cinco razones por las cuales Guadalajara es el alma de México.

 “Poesía emocional”, un homenaje a Luis Barragán
Belleza, Silencio, soledad, serenidad, alegría, muerte y  nostalgia, son elementos  que componen la poesía emocional arquitectónica de Luis Barragán. Esta exposición se conduce curatorialmente al ritmo de las emociones manifestadas por el Premio Pritzker mexicano  Luis Ramiro Barragán Morfín, a través de su pensar y su creación  arquitectónica.

Otras actividades

  • Ciclo de Cine con las mejores producciones de Colombia y México
  • Lecturas dramáticas: a la manera de una radionovela, se hace un recorrido por fragmentos de las obras de los más grandes escritores, poetas y compositores nacidos en Jalisco.
  • Danza tapatía: Indhira Guzmán y Leonardo Sotelo Fajardo, nos mostrarán cómo se vive la danza mexicana en Colombia.
  • El sabor de las palabras: nos sentaremos a la mesa a disfrutar dos obras literarias y comeremos y beberemos el menú que estas letras inspiraron al cocinero Leandro Carvajal.
  • Zona gastronómica: el restaurante “La Lupita”,  atenderá la zona gastronómica del 8º Festival, todos los días, a partir de las 12 m.,
Entrada libre a todos los eventos, para todo tipo de públicos.



Un café en Buenos Aires con el escritor Marcelo di Marco

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Por: Pablo di Marco*

Les cuento un secreto: antes de comenzar mis cafés en Buenos Aires suelo pedirles a mis entrevistados que, si en algún punto quieren explayarse, lo hagan, pero que en general intenten darme respuestas breves. Y también me gusta interrumpirlos, repreguntar, contradecirlos. En fin, molestarlos y pincharlos. ¿Por qué? Porque quiero que mis cafés en Buenos Aires sean más una charla de bar que una entrevista formal.

Con Marcelo di Marco hice una excepción (a fin de cuentas “Marcelo di Marco” y “excepción” conjugan muy bien): a poco de comenzar nuestra conversación comprendí que era tanto lo que él tenía para decir que por primera vez me limité a hacer mi pregunta, callar y escuchar. Ahora, con la entrevista ya publicada, estoy seguro de que ustedes me entenderán perfectamente.

Marcelo di Marco / Foto: Cortesía autor

—¿Cómo llegan los libros a tu vida, Marcelo? ¿Cuál es el primer recuerdo que tenés de ellos?
Este movimiento de apertura tiene un costado tan inusual como sabroso, así que me atendré al sentido literal de tu pregunta: el libro como objeto. Te cuento que de chico yo era de revolver en los cajones de los grandes, y los abuelos de Marcelito no se salvaron de este compulsivo instinto de exploración. En una de mis excursiones al piso de arriba, una vez descubrí en el cuarto de ellos un baúl repleto de libros, y empecé a meter mano. Aunque en aquel tiempo yo no conocía la palabra “escalofriante”, las tapas de esos libros me resultaron muy escalofriantes: sangre bien roja, gente muerta o en agonía, piñas, mujeres maltratadas, armas de todo tipo, palas enterrando vaya a saber qué. Yo ni leer sabía, pero el hecho de que aquellos libros estuvieran no en una biblioteca, como en el caso de los libros de mis viejos, sino adentro de un baúl escondido me llenó de una extraña inquietud. Esos libros ranfañosos, de tapas tan horrorosamente distintas a las de los cultos libros del piso de abajo, hablaban de algo acaso prohibido, algo que me hacía volar la imaginación. A muchas de sus tapas tenía que mirarlas de costado, con medio ojo. Recuerdo una en especial que me marcó para siempre. Una femme fatale me miraba con ojos de gata perversa. Tenía un cigarrillo en la mano, que se le asomaba por un costado del encuadre, cerca de la boca ―parafraseando a Borges, el abuso del cinematógrafo me hace agregarle a ese cigarrillo una boquilla―. Había una mujer más, en un segundo plano, y su actitud era muy parecida a la de la preponderante mujer del cigarrillo, a quien una línea horizontal le trazaba el cuello. Yal advertir ese detalle pensé que a la mujer le habían cortado la cabeza, y me aterrorizaba entender que seguía viva a pesar de la decapitación. Aquello no era lógico. Más bien era jodidamente terrorífico. Incluso llegué a temer que el mero contacto de mis dedos con la cartulina me contaminara de algún misterioso modo. Ya un poco más grande, y ahora sabiendo leer, descubrí que la mayoría de esos libros prohibidos pertenecían a la mítica Colección Rastros, el non plus ultra de las selecciones de literatura policial. Y te cuento que el “corte” de la cabeza de la mujer fatal lo había puesto yo solito: aquel estilizado cuello estaba adornado por un simple ―y decepcionante― collar. A mi pedido, ayer nomás mi hija Florencia me compró por internet una de esas novelas. Y seguiré comprando, están regaladas. Vaya a saber dónde fue a parar el baúl de mi abuelo, pero sueño el momento de reencontrarme con aquella mujer tan espantosamente atractiva: tengo ganas de agradecerle que me haya hecho inventar aquella aberración, a la manera de un ejercicio de taller. Y tal vez mi formación literaria empezó con ella. Dicho de paso, hace unos días escribí un cuento con un decapitado. Se titula “El patio del vecino nuevo”, y formará parte de Macabro, el tercer libro de cuentos de la trilogía de terror que estoy escribiendo para Editorial Bärenhaus.

—¿Recordás la primera vez que se te cruzó por la cabeza la idea de escribir?
Al descubrir a Edgar Allan Poe a mis nueve o diez años, me dije que si yo pudiera transmitir con mi literatura un mínimo porcentaje de la intensidad de este genio, ya podría darme por satisfecho. Desde que se me cruzaron cuentos tan inolvidables como “El tonel de amontillado”, “El corazón delator” o “El gato negro”, soñé con hipnotizar a mis futuros lectores escribiendo historias propias, originales, contundentes. Y en esa época ni siquiera sospechaba lo maravilloso que es inventar una narración distinta a todas las que uno ha leído antes, y con ella hacer que la gente se pase de la parada del colectivo; o que se quede en vela durante horas, sumida en el placer de leerlo a uno. Pero antes de Poe debo mencionar a otro autor, que sin darme cuenta me metió la semilla en la cabeza. Una vez un amigo me dijo que a la novia los cuentos de mi libro El fantasma del Reich (Sudamericana, 1995) le recordaban al estilo narrativo de Roald Dahl. La chica era una muy buena lectora, y lo había dicho en son de elogio. Yo le declaré a mi amigo que todavía no había leído a ese autor. Y lo primero que hice fue empezar a leerlo. Y ahí descubrí que estaba equivocado: leer ―releer― cada cuento de Dahl fue como reencontrarme con amigos a los que no veía desde hacía varias décadas; cuentos como “Jalea real”, “Placer de clérigo” o “Cordero asado” ya habían sido leídos por mí en aquella época virginal y desinteresada de cuando devoraba libros sin siquiera preocuparme por saber quiénes los habían escrito. Y esta anécdota demuestra fácticamente aquello de que uno siempre trata de reescribir el primer libro que leyó.

—En 1995, tras ganar el Concurso Antorchas, publicaste el libro de cuentos El fantasma del Reich. ¿En qué evolucionó tu escritura de ese libro a hoy?
Creo que se volvió mucho más económica y suelta. Más feliz, y menos engolada. En los cuentos del libro que mencionás hay una tendencia bastante marcada al boludeo descriptivo y adjetivante. Y de ese lastre me ayudó a liberarme Vicente Battista, con los consejos que me daba al supervisar varios de mis relatos. Y también Nomi contribuyó y contribuye enormemente con esa instrucción. Hoy, después de décadas de laburo, y siendo consciente de que los únicos que creen que llegaron son los que jamás van a llegar, a cada nuevo libro me estoy encontrando más y más en mi escritura. Ahora, con la mano más ágil, lo que sí ando buscando son argumentos que se adecuen a mi esquema mental, a mis preocupaciones personales y al estilo que tardé tanto tiempo en adquirir a fuerza de ensayo y error. Me siento “cómodo”, en suma. Como dijo alguien, no sé qué voy a escribir, pero sé cómo lo escribiré. Y mientras esta entrecomillada comodidad no se convierta en comodismo, lo cual haría que mi literatura se volviera un embole, está todo fantástico. La perfección queda lejos, más allá del infinito; por eso lo más conveniente es tratar de escribir del mejor modo que se pueda, y amando lo que uno inventa para ese puñado de lectores que supo conseguirse: la literatura de uno no es para uno, aunque sean legión los pajeros que jamás podrán entender esa perogrullada. Hablo tanto de escritores pajeros como de lectores pajeros y también de talleristas, editores y críticos pajeros. Amo la literatura, y lo que estoy escribiendo últimamente me gusta tanto como si hubiera sido escrito por otro. Pero sé que queda mejor mentir que uno sigue en la duda y en la indagación y en la búsqueda de un estilo y blablablá. Incluso queda mejor declarar que a uno directamente la literatura no le interesa, o bien que no sabe si es escritor o no. Qué pelotudez, propia de millennials que no saben ni prender un fuego o prepararse una ensalada, y que no ponen los huevos ni para ir al urólogo. ¿Sabés qué, Pablo? De puro curioso, hace unos días googleé esa forrada de “no sé si soy escritor”, y aparece casi tres mil veces. Y no precisamente dicha por principiantes: uno de esos escritores que no saben si son escritores es nada menos que un escritor ganador del Cervantes, hacé la prueba. ¿Te imaginás si se te rompe un caño en la cocina, y cuando pedís auxilio el plomero te dice “Yo no sé si soy plomero”? Basta de fraude.

Taller de corte & corrección, Atreverse a escribir, Atreverse a corregir, Hacer el verso… Tus libros con trucos y secretos para aprender a escribir se volvieron una herramienta casi imprescindible para más de una generación de autores. ¿Cómo nace la idea de escribir esos libros?
Había sobre la avenida Corrientes, casi llegando a Callao, una enorme librería que se llamaba Mercurio. A los veinte años me lo pasaba recorriendo librerías de viejo en esa zona, y la Mercurio era en la que más tiempo me quedaba revolviendo y leyendo de parado en las distintas mesas de todo por dos pesos. En una de esas mesas descubrí un libro de Atlántida, con el tamaño justo para que uno pudiera llevarlo a todas partes. Se titulaba El arte de escribir y La formación del estilo, de Antoine Albalat, y enseguida supe que ese libro era para mí. Desoyendo los consejos de cierto escritor castellano, en lugar de robarlo me lo compré. Se trataba ―se trata― de un manual apasionante, lleno de trucos para mejorar la escritura. Descubrí que ese libro era doslibros. Y supongo que su autor escribió el segundo a raíz del éxito del primero. Y lo más importante: a El arte de escribir Albalat lo publicó a fines del siglo XIX, y a pesar de que este hombre no conoció, obviamente, a ninguno de los grandes autores del siglo pasado, todavía sirve. Un día se me ocurrió qué lindo sería contar con un libro tan amigo como ese, pero escrito en nuestro medio y con ejemplos literarios de todas las latitudes y plagado de ejercitación, anécdotas y entrevistas. Y bueno, ese libro me tocó escribirlo a mí. Con los años, y gracias a las ventas que tuvo Taller de corte & corrección, Sudamericana me encargó tres libros más sobre el mismo tema, que son los que vos mencionás en la pregunta. Entre los cuatro suman once ediciones y unas mil páginas sobre el arte de escribir narrativa, poesía y ensayo. En estas últimas dos décadas vengo cosechando cientos de “cartas de amor” de la gente que se benefició gracias a esos libros, que asimismo me trajeron una legión de seguidores y talleristas. Contento, el tipo.

—Con Victoria entre las sombras te volcaste a la literatura juvenil. Me acuerdo que mientras escribías ese libro estabas fascinado con la libertad que te brindaba la novela tras años de escribir cuentos. Sin embargo volviste al cuento de la mano de La mayor astucia del demonio. ¿Qué pasó?
En realidad, la mayoría de los relatos del libro que acabás de mencionar habían sido escritos hace unos veinte años. Y se lo pasaron bajo estado cataléptico, sepultos en los escritorios de los editores de Random hasta que Pablo Avelutto, actual Ministro de Cultura de Macri, me los rechazó explicándome que ya prácticamente no sacaban ficción. Previo a eso, yo tenía un acuerdo con el editor Luis Chitarroni―el antecesor de Avelutto en Random― para publicar ese mismo libro. Pero lo convenido con Luis había sido solamente de palabra, en tiempos en que la palabra empeñada vale menos que un moco. En suma, cuando Luis debió irse de Random, quedé huérfano. Y bromeaba Pablo Avelutto, refiriéndose a mí y a otros autores en situación similar como “las viudas de Chitarroni”. Todo muy gracioso, sí; todo muy propio de La Llanura de los Chistes, como llamaba a nuestro ocurrente país aquel azorado señor Tokuro de Osvaldo Lamborghini. Con el tiempo, ya instalado Aveluttoen sus flamantes funciones públicas, Random también me rechazó la novela gótica Macabra Artana ―¡“por no tener un sello en que poder publicarla”, ja, ja, ja!―. Y no sólo ese libro me rechazaron, sino además la continuación de Victoria entre las sombras y un quinto libro sobre escritura. Previo acuerdo con mi coautora, Diana Biscayart, en 2015 le llevé Macabra Artana a Laura Massolo y a su socio de Zona Borde, quienes llegaron a la conclusión de que el libro, además de muy bueno, era muy caro y muy imposible de publicar por un sello independiente. Entonces recordé que en mis archivos tenía muerto de risa ―siguen los chistes, sí― un libro muchísimo más reducido en páginas. Un libro de relatos de terror. Y se lo entregué a Laura, quien se manifestó muy feliz de poder publicarme ―y, después de leerlo, más todavía―. En conclusión, La mayor astucia del demonio salió en las mejores condiciones posibles en Zona Borde (2016), en donde alcanzó una segunda edición. Repaso lo dicho, y llego a la misma conclusión a la que habrán llegado muchos de quienes estén leyendo esta zona de la entrevista: si ciertos mercachifles se dan el lujo de rechazar a un autor que en este momento ―por mencionar sólo fríos datos estadísticos― tiene nada menos que cinco libros en el catálogo de la editorial más importante del mundo, con entradas en más de un diccionario virtual y de papel, y que desde los comienzos de una reconocida carrera es publicado en decenas de antologías de Argentina y del exterior, y que además su canal en YouTube cuenta con más de quince mil suscriptores, entonces quiere decir que publicar cuesta un huevo. Y mi respuesta es sí, definitivamente. Cuesta sangre, sudor y lágrimas, sobre todo cuando uno se niega a agacharse. Y costará mucho más en el futuro, cuando La Llanura de los Chistes termine de volverse absolutamente desopilante y acabemos todos ahogándonos con el eco de nuestras propias carcajadas de suicidas. En un mundo en que una madre puede legalmente destrozar en pedazos a su propio hijo ―en Canadá ya hay un “filósofo” que viene hablando de abortos retroactivos, posnatales―, ¿qué importa un librito más o un librito menos? Por eso no somos pocos los autores de las editoriales “grandes” que estamos migrando a las editoriales independientes. Pero les digo a los más jóvenes que no aflojen. Son precisamente estas condiciones adversas las que lo fortalecen a uno: hasta ahora, en treinta y cinco años de carrera publiqué quince libros, a un promedio de un libro cada dos años y moneditas. Siempre hablando en términos de frías estadísticas, creo que no es poco. Y hoy tuve la gracia del cielo de aterrizar en un sello como Editorial Bärenhaus, cuyos responsables me vienen tratando como se debe tratar a un escritor.

Marcelo di Marco / Foto: Cortesía autor

...llego a la misma conclusión a la que habrán llegado muchos de quienes estén leyendo esta zona de la entrevista: si ciertos mercachifles se dan el lujo de rechazar a un autor que en este momento ―por mencionar sólo fríos datos estadísticos― tiene nada menos que cinco libros en el catálogo de la editorial más importante del mundo, con entradas en más de un diccionario virtual y de papel, y que desde los comienzos de una reconocida carrera es publicado en decenas de antologías de Argentina y del exterior, y que además su canal en YouTube cuenta con más de quince mil suscriptores, entonces quiere decir que publicar cuesta un huevo.

—Estás obviamente crítico del manejo de las grandes editoriales.
¿Cómo no se puede ser crítico de las “grandes” editoriales, si hoy más que nunca están al servicio del Poder Internacional del Dinero? Si este mes les garpa publicar un ensayo que hable a favor del Che Guevara, lo publicarán; y si el mes que viene les garpa publicar un ensayo que hable en contra de ese mismo asesino serial, tampoco dudarán un instante en publicarlo. La última vez que hablé en persona con mi ex editora me dio la impresión de estar hablando con una empleada de contaduría.

—Voy a generalizar un poco. ¿Me equivoco si digo que hoy las editoriales independientes son a Random y a Planeta lo que las series al cine? ¿O pecan de los mismos defectos y miserias pero a menor escala?
Lo único que puedo decirte al respecto es que la mayoría de las editoriales independientes existen para que sus dueños alimenten la ilusión de obtener notoriedad en el antemencionado “mundillo”. Vos me entendés: el Sello de Mengano, el Sello de Zutano…, esas cosas. Es una especie de hobby inocente, digamos, porque la Torta del Prestigio es, en la realidad, más una masita seca que una torta. Los titulares de dichas editoriales no ganan un centavo, por supuesto ―salvo cuando tienen suerte con algún que otro libro que les arrima unos pesos por ventas―; pero, como ya dije, hay modos de lucrar distintos del lucro tradicional. Por supuesto, hay varias editoriales independientes que no son para nada truchas. En cuanto a Bärenhaus, ahí sí veo una proyección editorial que tiene más que ver con el profesionalismo que con el amiguismo. Ojalá que llegue a viejo ―más viejo, digamos― publicando con ellos todos los libros que me falta escribir y publicar.

—Volvamos a tus libros. Si alguien me preguntase cuál es el mejor libro de Marcelo di Marco yo nombraría el último que publicaste: 25 noches de insomnio. A diferencia de Victoria entre las sombras, donde se notaba tu deseo de querer jugar y enamorar a los pibes, acá no diste vueltas. Te tajeaste el pecho, te arrancaste el corazón y se lo tiraste al lector en la cara.
Gracias por señalarlo, Pablo, porque es tal cual, y más de un lector me dijo cosas parecidas. Uno no escribe un libro para hacer terapia, por supuesto, pero indudablemente deja en cada página propia ―cuando es realmente propia― un montón de pulsiones, fobias y monstruosidades que vaya a saber en qué tragedias reales se hubieran exteriorizado de no haber salido disfrazadas de ficciones. En las dos oportunidades en que presentó #25―Feria del Libro 2018 y Museo del Libro―, Nicolás Amelio-Ortiz señaló que hay que llegar a la edad mía para poder escribir un libro como este. Se refería no tanto a la cuestión de la madurez estilística―que, si nos son favorables los astros, deberíamos adquirir todos, según pasan los años―, sino a la madurez temática y argumental. Y hace muy poco me encontré con un compañero de la secundaria que me dijo algo parecido. Me habló desde el conocimiento que de mí tiene, desde hace décadas, definiendo al conjunto de mis cuentos como un decantado, un precipitado de toda una vida. Extracto de Di Marco, podríamos decir. Y no se equivoca ninguno de ustedes tres, porque en los relatos de ese libro, como en los de los inéditos Turbioy Macabro, programados para salir este año (2018) y el que viene, decidí acogerme a aquella propuesta de Edgar Allan Poe de escribir un libro titulado Mi corazón al desnudo, con la condición de ser absolutamente sincero al escribirlo. Escribe con la sangre, proponía Nieztche, y nunca me sentí más desangrado que ahora. Estoy harto del ateísmo ignorante y de los dogmas de la posverdad, de la cultura de la muerte, del lenguaje inclusivo, de la teoría del género, del progresismo, del falseamiento de la historia, de la estupidez de los intelectualoides que no pueden reconocer la verdad aunque la tengan delante de las narices, y de la cobardía de los intelectuales que la ven pero que no la pregonan por miedo a quedarse sin contactos, cosa que a mí me chupa un reverendo huevo. Y bueno, toda esa hartura la exorcizo en los cuentos de terror y humor negro que estoy escribiendo desde 2016 para acá, y seguramente será por eso que los libros que los contienen me representan más que ningún otro que haya escrito en el pasado. Vos mismo declaraste en la contratapa de 25 noches que era el libro más políticamente incorrecto que pueda encontrarse. Si ser políticamente incorrecto es cagarse en todas las lacras que acabo de mencionar, tenés razón. Cuando ese espécimen de zurditus funcionalis ―al igual que su primo hermano, el liberalitus demoprogris― llegue al final de su vida, ojalá que no se dé cuenta de que en realidad fue una marioneta del sistema que tanto dice combatir: deberá mandarse al buche un trago muy amargo, que yo estaré exento de beber. Que Dios lo pille convertido. Y a mí, confesado.


—Hace poco Damián Blas Vives se refirió a vos como “Un tótem de la literatura contemporánea argentina”. Sin embargo, son muchos los que no se animarían a respaldar en público las palabras de Damián. Y no porque te falte talento sino por tu postura religiosa y política. ¿Hay espacio hoy en el (supuestamente) tolerante mundillo literario argentino para un escritor conservador y católico?
Sinceramente no lo sé, porque es un mundillo que no frecuento en absoluto. No me siento para nada cómodo hablando con intelectuales en general: la gran mayoría parece venir de fábrica con el mismo cassette, grabado en los estudios de la Gramsci & Frankfurt Records. Y tengo una anécdota que puede ilustrar perfectamente eso del cassette, y que jamás conté en ninguna entrevista. Hace unos treinta años, para la época de mi conversión, un fotógrafo francés nos contactó a los principales poetas argentinos de aquel tiempo para preparar un álbum con nuestros retratos. La tarde de la sesión grupal, en Plaza San Martín, nos conocimos en persona con uno de esos Grandes Popes, quien enseguida me dijo: “¿Sabés que me gusta mucho tu poesía?”. Se lo agradecí, por supuesto. Pero un instante después, cuando ese mismo Pope descubrió que dentro de mi morral yo llevaba los Ejercicios Espiritualesde San Ignacio, me disparó, entre burlas y veras: “¿Sabés que ya no me gusta tu poesía?”. Toda una radiografía de la triste época que estamos padeciendo, ¿no? Hace unos pocos años, fui eliminado de sus contactos de Facebook por uno de mis amigos de toda la vida, militante del Partido Obrero, por el solo hecho de que señalé en dicha red social que el ex legislador marxista Jorge Altamira en realidad se llama José Saúl Wermus―el hermano economista arrimó un poco más el bochín al hacerse conocer como “Ismael Bermúdez”, dada la similitud fónica con Wermus―. Sé que en otros países la política no es la misma mierda que acá: parece que allá los partidosno nos parten tanto como acá. Volviendo a lo del “mundillo literario”, las pocas veces que me cruzo con algún ejemplar de esa fauna, en presentaciones o ferias, no tengo muchos temas de que hablar: quien más, quien menos, todos le tienen miedo a lo que yo amo, o directamente lo aborrecen. Nunca te lo van a decir de manera explícita, porque, si no, entran en cortocircuito con su prédica tan tolerante y pluralista; vos viste: te apartás del cassette, y ya quedaste marcado como “facho”, o bien te dicen en chiste ―acordate de que vivimos en La Llanura de los Chistes― que lo tuyo ya no les gusta más. Y además no van a reconocer abiertamente su intolerancia, porque en sus mentecitas cabe la fantasía de que yo puedo conectarlos con Random, justo. Por eso, más que contactar con mis colegas, yo prefiero contactar con mis lectores: son ellos el verdadero mundo literario, sin diminutivos. Ojo: con vos está todo bien. Y también con el genio de Fernando Sorrentino, con quien sintonizamos bastante. Lo de “conservador y católico” merece una precisión. Viéndome luchar con la espada, con la pluma y la palabra, yo más bien me considero un católico contrarrevolucionario, y valga la redundancia. Sí soy conservador, no en el sentido “tranquilo” de la palabra, sino en lo que respecta a la defensa de los valores eternos ―los valores cristianos, en definitiva―, propia del conservadurismo.

—Fue rondando los treinta años que abrazaste la religión católica, ¿no es así? ¿Tu fe influye sobre tus lecturas y escritos?
Mi conversión se dio en 1989, para mayor exactitud, y por suerte hasta ese momento había escrito apenas tres libros; todos “rupturistas”, todos “vanguardistas”, y cada uno más incomprensible y engrupido que el otro. Y le agradeceré a Dios por toda la eternidad haber operado en mí aquel misterioso trasplante de corazón que supuso reinsertarme en la Iglesia y proclamarlo a los cuatro vientos. Porque reemplazar públicamente mi corazón de piedra por un corazón de carne me significó dejar de ser aquel intelectual progre que soñaban Gramsci y la llamada Escuela de Frankfurt: un tipo mansito sumido en la ideologización a que te somete de manera constante el universo mediático. ¡Y encima creyéndose un piola bárbaro mientras rebuzna obedientemente “política, no metafísica” y “aborto seguro, legal y gratuito”, enmerdado en un pantano de sofismas y lugares comunes! No sabés la espeluznante alegría que significó para mí el descubrimiento de Las partículas elementales, la gran novela de fin de siglo, en la que Houellebecq pulveriza el Mayo del 68 y los liberales dogmas de la “fe” que terminó por parir el desastre actual. Hoy, cuando el ser humano se ha convertido en una robótica piltrafa modelada por un sistema que el padre Benson, Orwell y Huxley no podrían haber profetizado mejor, más que nunca es necesario fortalecerse espiritualmente; salvo que uno quiera seguir siendo un títere de este sistema, de esta tiranía universal disfrazada de democracia y pluralismo. En los primeros tiempos de mi metanoia, comulgando con la intimidad del cuerpo y la sangre del Señor, muy pronto empecé a indisciplinarme de verdad, y así entendí todo lo que uno le debe a Dios ―todole debemos, en definitiva―, cuáles son mis auténticas raíces, de dónde provengo, en qué se basa la cultura occidental y por qué la vida es sagrada. Así aprovechada en un cien por cien, dejándome guiar por ella lo más posible, es absolutamente natural que la fe determine mi manera de asimilar la literatura ajena y de producir la literatura propia. Vivida como Dios manda, alimentada por la palabra de Dios y la comunión habitual, la fe impregna, sustenta y posibilita ―y enmienda, si es necesario― cada acto de la vida del creyente. Y la escritura es el acto más personal que puedo ejercer en esta vida: sé que cada palabra de mis poemas, ensayos y narraciones me las sopla el Espíritu Santo; incluso cuando en su gran mayoría, al decir de San Juan Pablo II, escudriñan “las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal”.

—Una vez una escritora me preguntó si yo de verdad era amigo tuyo. Cuando le dije que sí me dijo que, sin ánimo de ofenderme, quería hacerme una pregunta. Yo le dije “Adelante”, y ella me preguntó: “¿Es cierto que Marcelo está loco?”. Creo que esta es una buena oportunidad para trasladarte la pregunta: ¿Estás loco, Marcelo?
Yo creo que sí. Cuenta la leyenda que, cuando recibí en casa a la tal escritora, ese día andaba vestido de soldado. Si su pregunta no tuviera visos de realidad, vos directamente la hubieras desestimado en lugar de trasladármela. Pero ojo, ojito, ojete: hay locos lindos, y hay locos de mierda. Una vez, cierto estadista dijo que hay épocas de la historia en que es un honor ir preso. Parafraseándolo, podemos decir que hay épocas de la historia en que es un honor ser considerado “loco”. Acordate de que una vez Marge Simpson se puso a rezar en la vía pública, y por semejante acto de cordura pretendieron encerrarla. Chesterton decía: “Sólo quien nada a contracorriente tiene la certeza de que está vivo”.

Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos Aires. Seguro que ya la conocés. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
Me encantaría llevarme al genial John Ford a “La cantina de Palermo”. Lo sentaría en una mesa del patio, para que no apeste con sus cigarros a los comensales de adentro, y haría que el mozo Claudiole sirviese el mejor whisky que hubiera. Y ahí sí, le preguntaría cómo filmó El hombre quieto, mi película favorita. Y si llega a responderme aquel famoso y terrorífico “Con una cámara” que le respondió a Peter Bogdanovich en circunstancias similares, prometo abrazarlo y darle un beso en el parche por ser tanto o más hijo de puta que yo. ¿Qué querés que te diga, Pablo? Al igual que le sucedía a Ford, a mí me importa un pito ser odiado o que se diga de mí que soy un reaccionario o un loco. Mis objetivos como escritor, coordinador de talleres y Maestro Tirador no tienen que ver con fingirme progre para ganarme las simpatías del “mundillo”, sino con tratar de escribir los mejores libros, formar los mejores escritores y obtener los mejores puntajes con mi fiel carabina CZ.

Uno no escribe un libro para hacer terapia, por supuesto, pero indudablemente deja en cada página propia ―cuando es realmente propia― un montón de pulsiones, fobias y monstruosidades que vaya a saber en qué tragedias reales se hubieran exteriorizado de no haber salido disfrazadas de ficciones. 

Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras.

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¿Qué dirías de Bogotá en 100 palabras?

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Llega la segunda edición del concurso de relatos breves Bogotá en 100 palabras, cuya convocatoria cierra el próximo 8 de octubre.

Foto: Libros y Letras

Desde el 2017, Bogotá integra la red de ciudades en “100 palabras”, un concurso de relato breve que en su primera edición contó con una masiva participación de más de 9.000 concursantes de las 20 localidades de la capital.

El concurso está pensado para los residentes de todas las edades de la capital colombiana para que se conecten con la ciudad a través de la escritura desde lo que sienten y experimentan.

Para Enrique González Villa, Presidente de la Cámara Colombiana del Libro, “Bogotá en 100 palabras es la oportunidad para que todos los ciudadanos escriban la ciudad desde distintos escenarios. La riqueza de esas experiencias cotidianas nos permitirán conocer cada vez mejor la vida de Bogotá, conseguiremos que los habitantes de esta ciudad se entusiasmen con la lectura y la escritura”.

Para participar en el concurso, los interesados deben ingresar a la página web www.bogotaen100palabras.com, diligenciar sus datos personales, ingresar el título y el relato, enviarlo y descargar el comprobante. El anuncio de los ganadores se realizará el 6 de diciembre de 2018.

Se entregarán cuatro premios: un único ganador y tres menciones, una por cada categoría infantil, juvenil y adulto.

El jurado 

●   Infantil:María Osorio, editora de libros infantiles y juveniles, quien este año recibirá en Guadalajara el Premio al Mérito Editorial.

●   Juvenil: Francisco Montaña, escritor de novelas, cuentos y poesía para niños y jóvenes, entre ellos Los tucanes no hablan, que recibió el Premio White RavensLa muda, escogida en la lista del Banco del Libro en 2012 y Fundalectura en 2015.

●   Adultos: Pilar Quintana, ganadora del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana con su última novela La perra.

Adicionalmente, quince pre-lectores se encargarán de apoyar la selección de los relatos recibidos.
Los 100 mejores relatos serán publicados en un libro y los diez primeros serán ilustrados para que circulen por la ciudad en impresiones de gran formato.

Esta convocatoria estará acompañada de un componente de formación que tiene como objetivo entregar herramientas de escritura creativa para aquellos que quieran participar. En esta edición, se realizarán talleres de relato breve abiertos a docentes, bibliotecarios, promotores de lectura y comunidad en general en bibliotecas públicas y otros escenarios de la ciudad.

Las fechas de los talleres serán anunciadas en la página web del concurso, así como en las redes sociales de la Alcaldía, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, la Secretaría de Educación, el Idartes y la Cámara Colombiana del Libro.

Premios

Se entregará un reconocimiento económico de $7 millones y un bono para librerías por $1 millón; adicionalmente cada categoría recibirá una tablet con contenidos de “Libro al Viento” y un bono de $1 millón para redimir en libros. Además, los 100 mejores relatos serán publicados en un libro de distribución gratuita, y de estos los primeros diez serán ilustrados y divulgados en espacios públicos.

Afiche

El ilustrador de la imagen de campaña para esta segunda edición es José Rosero, quien fue el ganador de la convocatoria abierta realizada por la Cámara Colombiana del Libro a través de la Asociación Colombiana de Literatura Infantil y Juvenil, ACLIJ.


Bogotá en 100 palabras es una iniciativa de la Alcaldía de Bogotá que forma parte de las acciones del Plan Distrital de Lectura y Escritura ‘Leer es Volar’ y cuenta con el apoyo de las secretarías de Educación y de Cultura, Recreación y Deporte; así como del Instituto Distrital de las Artes – Idartes, la Cámara Colombiana del Libro y la Fundación Plagio de Chile.


50 investigadores hablan del posconflicto en Colombia

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La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado es el fruto del trabajo de un grupo de 50 investigadores de 15 universidades nacionales e internacionales (incluido el Centro de Estudios del Sur CERSUR, con sede principal en Neiva, municipio colombiano, capital del departamento de Huila), que durante siete años han participado en un proyecto que hoy se encuentra en su tercera fase de ejecución.


En 2014, cuando la negociación entre el Estado colombiano con las Fuerzas Ar­madas Revolucionarias de Colombia (FARC) tomaba rumbos tan interesantes como problemáticos, un grupo de investigadores lideró una alianza estratégica con docentes de distintas áreas disciplinares y de diversas universidades, con el fin de iniciar un proyecto editorial de largo aliento que se concebía más como un “programa de investigación” y cuyo objetivo consistía en aportar estudios y reflexiones sobre los retos que, como sociedad, tenemos en la construcción de paz y en la tramitación no violenta de nuestros conflictos socioculturales, políticos y económicos.

Desde esta dinámica, el proyecto editorial en mención materializó sus resultados a través de tres insumos: Teorías y tramas del conflicto armado en Colombia (2014) Perspectivas multidimen­sionales de la paz en Colombia (2015) y Esta guerra que se va… territorio y violencias; desigualdad y fragmentación social (2017). Un acumulado de 1200 páginas escritas, distribuidas en 34 capítulos con aportes de 38 autores sobre las más diversas temáticas (prácticas políticas y modelo económico, retos del posconflicto, escenarios para la transformación del conflicto, el rol de la cultura, régimen político, sociedad civil, territorio, drogas, fuerzas armadas, actores sociales, pedagogía de la paz y comunidad internacional).

En esta oportunidad, se presenta La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por
el conflicto armado, una apuesta investigativa e intelectual que revela la emergencia de distintos individuos y colectivos que comienzan a pujar por la visibilización de sus demandas, los apoyos y las resistencias que tienen al modelo de paz que se construyó en cinco años de negociación y posiblemente, lo más problemático, pero más interesante, la pregunta de cómo podremos reconstruir el tejido social, ausente y silenciado por los ruidos de la guerra y la exaltación conveniente a la represión y al odio.

En el camino de este proyecto se han sumado nuevas voces, que aportan desde sus investigaciones, trayectorias y experiencias un caleidoscopio de situaciones, actores y prácticas que se vuelven indispensables indagar, trabajar e intervenir, si es que se quiere que la dimensión armada del conflicto no siga sembrando por sus caminos semillas de tristeza, dolor y resignación, y que, por el contrario, brote, de esta historia fragmentada de nación, experiencias de reparación, tolerancia y movilización social.

El Concierto “Paz sin Fronteras” inaugurará el 8º Festival Visiones de México en Colombia

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El próximo martes 4 de septiembre a las 7:30 p.m. en el Teatro Colón se llevará a cabo el Concierto “Paz sin Fronteras”, evento organizado por el Fondo de Cultura Económica – Filial Colombia, que contará con el acompañamiento del compositor y escritor mexicano Arturo Márquez y con la participación del Coro Infantil y Juvenil de la Fundación Nacional Batuta y la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la Universidad Nacional de Colombia, con la dirección del maestro colombiano Fernando Mauricio Parra Lozano.

Arturo Márquez, compositor mexicano

El concierto se realiza en el marco del 8º Festival Visiones de México en Colombia que tiene lugar  en Bogotá del 3 al 16 de septiembre y cuyo invitado de honor es el estado de Jalisco.

Se interpretarán obras colombianas como Paisaje Andino de Luis Antonio Bastidas (1938) y Pequeña suite de Adolfo Mejía (1938). “El concierto resume algunas de las emociones que nos acompañarán durante los días de fiesta. Como mexicanos, nos llena de orgullo compartir con nuestros hermanos colombianos la riqueza de nuestra cultura tradicional y contemporánea. Tenemos el honor de estrenar en Colombia la obra Alas (a Malala) (2013), dedicada a la Premio Nobel de la Paz 2014, Malala Yousafzai, y será dirigida por su autor, Arturo Márquez, cuyas composiciones se encuentran entre las obras mexicanas más tocadas internacionalmente. Expresamos así nuestro agradecimiento al Coro Infantil y Juvenil de la Fundación Nacional Batuta, a la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la Universidad de Colombia y al Teatro Colón por su deseo y solidaridad para consolidar la fraternidad entre los pueblos y naciones de Latinoamérica”, Álvaro Velarca, Gerente General, Fondo de Cultura Económica – Filial Colombia.

La Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la Universidad Nacional de Colombia está conformada por estudiantes seleccionados de la carrera de música instrumental del nivel universitario. La Orquesta ha realizado producciones como Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler, acompañando a los ganadores del I Concurso Frédéric Chopin en Bogotá; participó en el Festival de Nuevas Músicas Latinoamericanas junto con la Orquesta Filarmónica de Bogotá. En 2012 fue invitada a la temporada de ópera de la Fundación Camarín del Carmen para el título de La Bohéme con la Ópera de Colombia con su director titular Guerassim Voronkov. Dentro de la programación para el 2014 la Orquesta realizó una gira de doce conciertos por la región de Cataluña, España.

Por su parte, el Coro Infantil y Juvenil de la Fundación Nacional Batuta está conformado por 90 niños y jóvenes entre los 10 y 16 años de los coros representativos San Rafael y La Gaitana, de la localidad de Suba. El Coro Representativo San Rafael participó en 2013 y 2016 en el  montaje de la obra “War Requiem” de Benjamin Britten con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y la Sinfónica Nacional de Colombia; y con la Sinfónica Nacional de Colombia participó en las temporadas 2013 y 2014 en el “Carmina Burana” de Karl ORFF que tuvo lugar en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Por su parte, el Coro Representativo de La Gaitana fue seleccionado en 2017 como uno de los cinco mejores coros de Batuta en Bogotá, participó en 2015, 2016 y 2017 en el Festival de Villancicos del Colegio Marymount en Bogotá, en el Festival de Villancicos de la Universidad Nacional de Colombia y en el Festival de Coros infantiles y Juveniles de la Universidad Central de Bogotá.

La boletería del Concierto “Paz sin Fronteras” se puede conseguir a través de www.tuboleta.com, en puntos TuBoleta a nivel nacional y en la taquilla del Teatro Colón.


Arturo Márquez, compositor mexicano

Nació en Álamos, Sonora (México) en 1950. Sus primeros estudios musicales (1965 a 1968) los realizó en Los Ángeles California. De 1970 a 1975 estudió piano con Carlos Barajas y José Luis Arcaraz en el Conservatorio Nacional de México. En 1976 ingresó al Taller de Composición del INBA; en 1980 el gobierno de Francia le otorgó una beca por dos años para estudiar en París con Jacques Castérède. Entre 1988 y 1990 la Fundación Fulbright le otorgó una beca para realizar una Maestría en Artes en el Instituto Californiano de las Artes (Cal Arts).
Sus Obras principales son: En clave, Homenaje a Gismonti, Paisajes bajo el Signo de Cosmos, Son a Tamayo, Danzones (del 1 al 9), Zarabandeo, Danza de Mediodía, Máscaras, Conga del Fuego Nuevo, Espejos en la Arena, la Cantata Sueños, Tangueo sobre un Puerto, entre muchas otras. Dentro de los reconocimientos que ha recibido se encuentran: Unión de Cronistas de Música y Teatro; Medalla de Oro Mozart Instituto Cultural Domeq; Distinguished Alumnus Award California Institute of the Arts; Homenaje en el IV Encuentro Latinoamericano de Arpa; Homenaje en el 1er Congreso Internacional de Danzón del Instituto de Cultura del Distrito Federal.


Video

Entrevista con Álvaro Velarca, Gerente del FCE-Filial Colombia, habla de los detalles del 8º Festival Visiones de México en Colombia, la apertura de la nueva librería en la ciudad de Medellín, ubicada en la Biblioteca Pública Piloto (BPP) y la participación de México como invitado de honor en las ferias del libro de Medellín y Cali. Ver entrevista aquí: https://bit.ly/2LnsShk    



El escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín

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Bajo el sello de HarperCollins Español, llega a Colombia La ola detenida, la nueva novela de Juan Carlos Méndez Guédez.

El autor es uno de los invitados a la 12 Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín

Juan Carlos Méndez Guédez. Foto: Lisbeth Salas

En el marco de la edición número 12 de la Fiesta del Libro y la Cultura del Medellín, que se llevará acabo del 7 al 16 de Septiembre, el escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, realizará una charla sobre el "Memorias para el desarraigo. Los recuerdos del hogar vistos desde otro país o desde otra cuadra", el próximo 9 de Septiembre a las 7:00 p.m., en el Teatro Explora.

Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967), doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad Salamanca y autor de veinte libros entre novelas, cuentos y ensayo, acaba de publicar La ola detenida, un thriller apasionante, cuyo trasfondo es la ciudad de Caracas en donde se desarrolla una historia de la búsqueda de la hija díscola de un influyente político conservador. Para averiguar su paradero, la familia de la chica contrata a Magdalena Yaracuy, original detective que para resolver sus casos combina la brujería, las artes marciales y una certera puntería con las armas de fuego. En una entrevista para la Agencia EFE, el autor aseguró que "Magdalena Yaracuy es como son hoy día muchas mujeres que escapan de los conceptos en los que las podía haber encasillado el machismo, pero también el feminismo. No son correctas, ni viven pendientes de cumplir un manual, ya no el de los hombres, sino el de nadie".

Pero la desaparición de Begoña se complica. Crímenes sanguinarios, grupos paramilitares, secuestradores, narcotraficantes y militares corruptos, rodean el mundo de esta muchacha que quizá ha cometido el error de enterarse de peligrosos secretos en un país aplastado por la escasez, el miedo y la violencia    

En la Ola detenida, Magdalena Yaracury deberá echar mano de su agudeza, su intuición y en una feroz carrera contra el tiempo rescatar a su cliente antes de sea capturada por los múltiples enemigos que desean exterminarla. 

Sobre la obra de Méndez Guédez se ha dicho:
Parece llegar de lejos para instalarse ante el lector y golpearlo sin piedad, a veces en el corazón y otras en el hígado o en las tripas: Ascensión Rivas, El Cultural

Autor con una obra brillante: Espido Freire, Público

Se lee con enorme placer desde la primera a la última página gracias al suspense: Chiara Bolognese, Notiziario

Ha escrito una magnífica novela: J. Ernesto Ayala Dip, Babelia



Sobre Juan Carlos Méndez Guédez

Obtuvo la Licenciatura en Letras por la Universidad Central de Venezuela con una tesis sobre los grupos poéticos “Tráfico” y “Guaire”. Posteriormente se doctoró en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca con una tesis sobre el narrador venezolano José Balza. Autor de veinte libros entre novelas, volúmenes de cuentos y ensayos. Reside en España, país donde ha escrito y publicado la mayor parte de su obra. Forma parte de antologías del cuento en español como Líneas aéreas y Pequeñas resistencias y algunas de sus narraciones han sido publicadas en Suiza; Francia; Bulgaria, Italia, Eslovenia y Estados Unidos.

En Venezuela, sus textos forman parte de las antologías de relato corto: Las voces secretas, publicada por Alfaguara, y 21 del XXI, lanzada al mercado por Ediciones B.

Ha sido invitado a innumerables eventos en el mundo, como la Feria de Guadalajara, la Feria de Santiago de Chile, el Festival eñe de Madrid, el Festival de la Lectura en Venezuela, el festival Belles latines en Lyon, el Festival de la Palabra en Puerto Rico. También ha sido invitado a residencias literarias en lugares como Aix en Provence, y ha ofrecido conferencias en universidades e instituciones de Argelia, Colombia, Croacia, España, Estados Unidos, Francia, Suiza, Venezuela, etc.
En abril de 2013 su novela Arena Negra fue premiada como Libro del Año en Venezuela, por los libreros de ese país. En 2016 su libro para niños: El abuelo de Zulaimar fue reconocido por el Banco del libro con el premio internacional: Los mejores de 2016.


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