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Los autores nacionales se unen al #HayFestival2020

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Foto: Hay Festival Cartagena de Indias


Por: Camila Melo / Bogotá.

La editorial Panamericana se une a la programación de uno de los certámenes más importantes del  mundo: el Hay Festival. Este año más autores tendrán la posibilidad de acercarse al público gracias a la nutrida agencia de programación que llegará a importantes escenarios culturales, académicos y comunitarios en Cartagena, Medellín y Jericó. La literatura se convierte en un canal de diálogo actual acerca de problemáticas y cuestionamientos sociales actuales, pero a su vez, permite explorar la profundidad humana. Problemáticas coyunturales como las desigualdad sociales y las afectaciones ambientales, narradas desde una perspectiva actual para jóvenes y niños.

Narrativas adolescentes:


Autores como Francisco Leal Quevedo, Octavio Escobar y Miguel Mendoza Luna se han aproximado a las narrativas adolescentes.

Perdedor, la obra del médico y pediatra Francisco Leal, Ganador del Premio Barco de Vapor2009, nos habla de la historia de Jorge y su madre quienes se ven obligados a dejar su vida tranquila y organizada en un poblado, teniendo que enfrentar desigualdad, “bullying” y otros grandes cambios al llegar a la ciudad.

Octavio Escobar. Foto: cortesía editorial Panamericana 


Por su parte, Octavio Escobar,  Premio Nacional de Novela 2016, en El mapa de Sara, nos presenta en la narración de las dificultades a las que se enfrenta una  familia porque uno de sus integrantes sufre una enfermedad mental. Escobar, médico de profesión, crea y describe con gran veracidad la personalidad de sus protagonistas.

A su vez, Miguel Mendoza Luna, ganador en dos ocasiones del Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, 2009 y 2017, SDCT, narra en su novela juvenil Los diarios secretos de las chicas incompletasMariana, una adolescente que padece un cáncer que compromete su pierna y su sueño es volver a jugar fútbol.

“Como misterioso espejo de lo que llamamos la vida, la literatura te revela la desigual pugna entre seres humanos. Te hace testigo de cómo el victimario somete a su víctima -ya sea en una historia de guerra o incluso en una de amor- y así puedes comprender los perversos mecanismos del poder. Te permite visitar fronteras hostiles, explorar el dolor ajeno. Después de leer no regresas igual. Al cerrar las páginas de Los Miserables, de Guerra y paz, de El coronel no tiene quien le escriba, ¿puedes acaso seguir manteniéndote ajeno a la necesidad, al sufrimiento que experimentan los otros? La ficción literaria te muestra que en la realidad puedes ser un humano peor o mejor, la decisión depende solo de ti”, manifiesta MendozaLuna


¿Qué nos cuentan los libros para niños?

Luisa Noguera. Foto: cortesía editorial Panamericana


En el caso de la literatura infantil en Colombia encontramos diferentes narrativas que nos convocan a temas como la construcción de identidad, empatía ante las diferencias sociales y culturales, y el reconocimiento y cuidado del ambiente.

En su más reciente obra, El secreto de la selva, la autora colombiana Luisa Noguera nos conduce a acompañar el recorrido de un pequeño elefante y a su reacción frente a un rumor que escucha sobre un suceso misterioso que ocurre en la selva. Una historia sobre confianza en sí mismo y la  superación de temores.

“Las desigualdades y la inequidad no determinan quienes somos, un espíritu aguerrido, que busca fuerza en el arte, en los libros, en las experiencias culturales y es fiel a su identidad,  puede ver otras posibilidades frente a aquello que lo limita”, manifiesta la también autora de Mi amigo inglés, seleccionado como parte de la segunda edición del catálogo Reading Colombia.


Respecto al ilustrador y escritor Alekos, encontramos en sus libros una fuerte alusión frente elementos oriundos de su país, tales como el fruto exquisito de la feijoa, el chontaduro, el tamarindo o el níspero. Del mismo modo, podemos encontrar exploraciones de Colombia desde  la riqueza de su flora y fauna, Gloria Beatriz Salazar nos acerca a la selva, al pacífico y a la conservación de las especies.

Colombia es uno de los países más biodiversos del planeta, sin embargo, nuestros niños conocen más la Jota de jirafa que la Jota de jaguar o la De de dinosaurio que la De de danta. Una forma de descubrir nuestra maravillosa fauna es a través de la literatura, con ella podemos navegar el Amazonas o explorar la selva del Pacífico y conocer de cerca la vida de nuestros animales. Porque estoy convencida que solo lo que se conoce se ama y se conserva”.

Dentro de este importante certamen que inicia el próximo 24 de enero en Jericó (Antioquia), también encontraremos a Jairo Ojeda, pionero de la canción infantil en Colombia y Latinoamérica y a la pedagoga Olga Lucía Jiménez.

Programación en: http://bit.ly/2FKmuQV 


Primer concurso de relato y poesía creativa Libros & Letras

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Ilustración: Hache Holguín.


Organizado por la Revista Libros & Letras a partir de una propuesta del escritor colombiano Enrique Patiño, esta convocatoria le rinde un homenaje a la influyente figura de Jorge Consuegra (Bucaramanga, 1949-2016), fundador y director in memoriam de Libros & Letras, quien consagró su vida a la difusión y gestión cultural, y al apoyo incondicional de los nuevos talentos literarios.

Esta iniciativa busca rescatar el origen mismo de la idea literaria: el germen creativo que lleva a los narradores a escribir desde la libertad. Su objetivo es premiar a quienes se salen de los esquemas, a las narrativas que no se limitan por los convencionalismos, a quienes apuestan por lo insólito o lo lúdico, y a aquellas formas divergentes de contar o abordar las historias desde el narrador, el enfoque, el tema, el abordaje de la historia o su manera de ser contada.

Es, en definitiva, un llamado a la libertad en tiempos de limitaciones y opresiones sociales, de imposiciones políticas y de aletargamiento colectivo. Y un canto a la creatividad, la innovación y la imaginación a través de la palabra escrita.

Las bases son, por tanto, lo más amplias posibles, aunque por cuestiones prácticas se hace necesario seguir ciertos lineamientos para facilitar el trabajo de los jurados.

Bases de los concursos


1. Podrán participar personas de cualquier nacionalidad, mayores de 15 años y residentes en Colombia.

2. La temática de las obras será completamente libre.

3. Cada autor o autora podrá presentar un único trabajo inédito en español, que no haya sido premiado con anterioridad.

4. Para facilitar el trabajo de los jurados, la extensión de las obras tendrá un máximo de 500 palabras, tanto para poesía como para cuento. Se debe incluir el título de la obra.

5. En el asunto del correo electrónico es necesario especificar el nombre de la obra breve y la categoría a participar: Cuento o Poesía. Dentro del correo se debe adjuntar la siguiente información con los datos personales del autor:
Nombre y apellidos, categoría, fecha de nacimiento, dirección, teléfono de contacto, perfil breve, dirección y correo electrónico de contacto.

6. La obra elegida por el autor deberá enviarse a la siguiente dirección electrónica: revista@librosyletras.com 

7. El plazo de presentación es del 27 de enero al 15 de marzo de 2020 a las 23:59 (hora de Colombia).

8. Los mejores trabajos seleccionados en cada categoría serán publicados en la página web y en la edición impresa de la revista Libros & Letras. A los ganadores en cada categoría recibirán un premio en libros por un valor de $300.000 pesos. Los títulos serán seleccionados por Libros & Letras.

9. El jurado está compuesto por Natalia Consuegra, editora, correctora de estilo y coordinadora de proyectos de Libros & Letras; Juan Camilo Rincón, escritor, investigador literario y periodista, Ileana Bolívar, directora de la revista Libros & LetrasPablo Concha, escritor; Enrique Patiño, escritor y novelista colombiano y Carlos Castro, periodista cultura de Caracol Radio.

10. Serán descartados los relatos con la información incompleta o con fallas ortográficas evidentes, o aquellos que no se ajusten a las bases del concurso.

11. La sola participación en el concurso implicará la aceptación del derecho gratuito de Libros & Letras de publicar las obras recibidas, con nombres y apellidos de los autores y su ciudad de residencia.

12. El fallo del jurado se hará público en la web y redes sociales de Libros & Letras el 15 de abril de 2020. Todos los participantes serán informados mediante una notificación que se enviará vía correo electrónico

¡A participar!

Álvaro Mata Guillé: “La poesía no requiere de algo para llegar al mundo”

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Álvaro Mata Guillé



Un país sin nombre, de Álvaro Mata Guillé


                                                                                   Un lenguaje sin alma
                                                                                     sólo produce hechos sin almas.
                                                                                           Álvaro M. Guillé
                                                                           
                                                                                     
Por: David Cortés Cabán / Poeta (Puerto Rico)

Entramos en la poesía de Un país sin nombre tratando de percibir el fondo dinámico y cambiante de un cosmos poético construido sobre una visión en constante movimiento, asociada a las brumas y al vacío, al silencio y a las formas de un mundo que tiene mucho que ver con el entorno mismo del hablante, y el repertorio y naturaleza de sus lecturas. Un mundo fragmentado sobre el silencio y la plenitud de un lenguaje que busca expresar lo inexplicable, aquello que el poeta intuye como esencia de la vida, aquella realidad que termina siempre desdibujada por la lejanía y por la referencia de un estar en un territorio que parece diluirse en las paradojas del lenguaje mismo. Para Álvaro Mata Guillé no basta nombrar lo que acontece a su alrededor, lo que vio o soñó en su niñez, lo que el bagaje cultural de sus profundas y diversas lecturas ha abierto como expresión y materia desoladora de su imaginario poético. Por eso, lo que nos presenta Un país sin nombre (1) habrá que intuirlo más allá de su propia representación, más allá del destello de una realidad de múltiples sentidos, caminos que conllevan sus propias particulares e indefinidas percepciones. ¿Qué es en realidad lo que busca el poeta? ¿Qué intenta decirnos de esa visión que se manifiesta como un paisaje de imágenes fosforescentes? Para precisar su contenido habrá que configurar el aspecto borroso de ese mundo exterior. Un mundo cuya connotación traza la problemática de la existencia ante una realidad de rasgos relampagueantes y nebulosos, como si la percepción de todo cuanto se mira se proyectara sobre un horizonte inconstante. Y es que la poesía de este libro condensa, como toda verdadera poesía que busque una respuesta a lo esencial de la vida, más de un posible sentido. Es decir, múltiples sentidos de una realidad que requiere otras formas de contemplación. Aquello que al nombrarse se transforma en un paisaje que termina como deshaciéndose en la mirada. Una contemplación sujeta a la dinámica temporal de un tiempo que en el momento de concretar lo nombrado ya se ha desvanecido. No porque lo que el poeta nombra carezca de una realidad definida, sino porque la realidad de ese sentimiento, esa experiencia vivida o ese paisaje contemplado recrea otros instantes, otras dimensiones y matices poéticos. No existe, pues, una sola forma de aprehender aquello que se contempla directamente y nos hace pensar en las circunstancias de la vida. Hay que acercarse a lo que implica otras dinámicas, facetas de un mismo lenguaje que retiene diferentes formas y niveles de la realidad:
  
                                 De niño
                                 me preguntaba por la niebla mezclándome en ella,
                                 dejándome ir en el letargo que abrazaba el polvo,
                                 era un tiempo sin tiempo:(7)

Así abre el poema del primer apartado (“En una laguna muerta”) para establecer desde el ámbito de aquella humilde niñez el centro y la imagen del yo lírico; un tiempo que se convertirá también en el marco de una actitud meditativa ante la vida. Una actitud en íntima relación con una realidad mucho más profunda, algo que desconocemos y que busca insinuarse sobre las cosas detenidas en el tiempo. El propio cuerpo del hablante poético viajará sumido en la bruma, envuelto en una sensación de nostalgia. Presente y a la vez lejano, el hablante parece estar poseído por una sensación de vacío como si el origen del paisaje que lo rodea emanara de la imaginación y no de su aspecto natural. Por eso el lenguaje, más que revelar, buscará imaginar la razón de lo que se percibe; más que describir, nombrar. Ciertamente nombrar ese modo de sentir la vida y de vivirla en su expresiva inmediatez. La vida como asomada a un océano existencial de inquietudes donde navega un cuerpo atravesado por el silencio o la incomunicación:

                               En las noches imaginaba lugares distantes,
                               veredas,
                               callejones,
                               sonidos que pernoctaban en las aceras,
                               escapando entre los bosques,
                               un dejarse ir vislumbrando en lo lejano,
                               un perderse  (9)

Ese “dejarse ir”, ese “perderse” sugiere aquí la identificación del hablante con ese horizonte de brumas que insiste en absorber el ser y sumergirlo en un estado de continúo arrobamiento. Lo que busca el yo (¿su propia historia? ¿Las de sus lecturas? ¿La mirada del paisaje que se desvanece?) se alza sobre un ocaso de cuestionamientos que penetran la vida dejándola como en medio de la nada, dentro de una geografía que ya no puede darnos un conocimiento total del ser. Es decir, el lenguaje busca contener lo huidizo de aquellas regiones que parecen fluir en el tiempo. Una visión que superpone diferentes texturas de la realidad para proclamar una actitud existencial de la vida, un estar en la inmediatez de aquello que solo se puede comprender en función de lo que se nombra en el poema y como evocación de una realidad cambiante:

                               el allá era el aquí,
                               iba y venía era el otro:

                               la sombra, la niebla, lo ausente,
                               el pasado regresando a la lejanía,
                               el todo en el todo,
                               la sombra, la niebla,
                               lo ausente  (11)

Lo “ausente” fundirá el sentido poético de ese vasto espacio en el que los seres y las cosas se hallan integrados al paso del tiempo, a un diluirse en la soledad o la muerte y donde sutilmente entran, consciente o inconscientemente, los sentimientos y correspondencias de las lecturas del poeta (2). Lo doloroso, lo externo de lo que aquí se nombra, (“nací en un lugar sin nombre”), está sustituido por la presencia de lo fugaz (sombra, niebla, viento, lluvia, calles envejeciendo, grito, pájaro)que proyecta las cosas otorgándoles un sentido nostálgico. Y a la vez, por una conciencia que insiste en indagar la dimensión de lo humano, esa fuerza desconocida que insiste en alcanzar un sentido más pleno de la vida. En el segundo apartado (“Memorias”) el hablante continuará atravesando un entorno que tampoco arroja una respuesta satisfactoria sobre esa realidad:

                               No hay un regreso,
                               un camino, un lugar,
                               sólo el vaho permanece en los linderos y puertas,
                               sólo el frío humedeciendo las paredes,
                               nuestro afán de encontrarse,
                               pero ¿qué es encontrarse?
                               ¿qué es esto o aquello?
                               ¿cómo aliviar la zozobra,
                               la tribulación?     
                                                                 (15)

Lo que ocurre en el poema se presenta como un cuestionamiento, pero también como un reflejo del entorno. Y es que no siempre las cosas son como aparentan. La vida misma con todas sus implicaciones conduce al hablante por caminos que se entrecruzan y crean un efecto de extrañeza y soledad. Crea en el lenguaje un juego imaginativo de palabras que buscan rehacer un paisaje como si lo nombrado fuera el eco fugitivo de una imagen detenida momentáneamente y desechada luego en el viento:
                              […]
                               el lenguaje aparece detrás del lenguaje,
                               son voces de otras voces, de otros ecos,
                               como la flor,
                               explica el estar aquí,
                               el sentido de las cosas,
                               como la flor  (16)
                               ;
                               el abismo,
                               la soledad ,
                               no tienen cura,
                               son los nombres que damos a la extrañeza,
                               a la ajenidad que enfrenta a lo otro,
                               el algo,
                               el allá que mueve las coas (16,17)


Las imágenes se entrecruzan, se yuxtaponen, reverberan sobre la página en blanco, hacen de la descripción un constante desafío, un silencio que cristaliza una multiplicidad de sentidos. Parece que lo que quiere indicarnos el poeta no reside en lo que se describe sino en las historias, sentimientos y evocaciones que se corresponden con otras historias. Las de las lecturas, las de los sueños, esas que reiteran la temporalidad del yo frente al entorno. Por eso lo que captamos de un poema ya ha sido visto, ya ha sido nombrado (“el lenguaje aparece detrás del lenguaje, / son voces de otras voces, de otros ecos”). Todo se proyecta en múltiples perspectivas, revelaciones que no apuntan a una sola entidad sino a instantes o contemplaciones que retiene silenciosamente la mirada. Lo que se ve implica una profunda afirmación, la idea de que avanzamos sobre un lenguaje de sorpresivos instantes. Observamos la presencia del yo frente a su inmediata realidad: “entre las hojas, / en el mármol, / en la sombra, somos él o ella / somos nosotros, / somos aquello, el viento, la risa, / el fulgor de la lluvia, / deletrean el abismo”, dice el poeta (16). En otras palabras, somos esto y aquello que se va en el viento. Somos el eco de nuestra frágil relación con el mundo. Es la visión del yo poético sometido al huidizo color de un paisaje que se transmuta en …algo, / el allá que mueve las cosas (17). Una visiónque apunta hacia un paisaje subordinado al silencio y a la lluvia que amortigua la dureza del mundo. Un mundo poético que contiene las memorias de aquellas lecturas, cono si éstas fueran el punto de partida de cada acto humano o tendieran un puente hacia las actuales vivencias del hablante:  

                               […]
                               La lejanía mezclada con la niebla en la mañana,
                               con preguntas, lo ausente, el desasosiego,
                               se enlazaban a las novelas (Kafka, Rulfo,
                               Jorge Amado, Onetti) que leía
                               tirado en la cama,
                               escapándome de la extrañeza,
                               sumergiéndome
                               ;                                  (21)

El lenguaje de Mata Guillé contiene otros mundos poéticos, visiones de un conjunto de paisajes reales o imaginarios. Un lenguaje que refleja la compleja realidad de la vida, no solo aquellas experiencias que revelan un estado de ánimo, sino también las que inventa la escritura. La que dialoga con la narrativa latinoamericana y europea creando una visión poética en contacto con otras voces. Observamos cómo se desplaza el yo por otras lecturas y vivencias que marcaron la adolescencia del poeta. Este sentido literario particularizará la visión de cada apartado del libro, destacando, por un lado, el sentimiento que allí se proyecta, y, por otro, la exaltación de aquella primera experiencia con la ficción latinoamericana y extranjera (Rulfo, Onetti, J. Amado, Kafka):

                               […]
                               seguía sumido en Comala,
                               en las voces en los nichos,
                               en la soledad de las cruces y
                               los mausoleos,
                               entre el murmullo de las fosas,
                               entre las hojas arrastradas por la ceniza,
                               en un astillero, en un castillo,
                               junto al azor y el granito de un alcázar
                               ;                                                                  (25)

El uso reiterativo del punto y coma condiciona no solo la estructura del texto, sino también su contenido esencial; indica además un rasgo estilístico que influye en la correspondencia de las estrofas. Abierta a las influencias de la ficción y la hondura de la vida real, la poesía de Un país sin nombre se mueve entre las coordenadas de aquellas primeras lecturas que revelan aquí una forma de expresar la realidad. Lo que dice el hablante se sostiene sobre un lenguaje que acaba siempre poniéndonos en contacto con la visión alucinante de aquellas ficciones tan estimadas por el poeta: “el allá era el aquí, / la noche no era noche, / el afuera, el adentro se unían en la oscuridad del párpado / no había uno, / nos encontrábamos en la unidad del todo, / el instinto era el grito en el lenguaje” (29). Este modo de sentir la realidad nos lleva a pensar en aquella idea que menciona Borges del pensamiento de Pascal: la naturaleza es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes. A lo que agrega también el concepto aquel de Anaxagoras de que todo está en cada cosa. Es posible que este pensamiento conlleve a MataGuillé a concebir la poesía como un territorio y conjunto de relaciones donde nada se excluye, donde los destinos de uno y otro ser se funden en un solo cuerpo como la dualidad misma de la vida y la muerte: “Envejecer no cambia las cosas, / nuestras preguntas son otras y las mismas, / pues somos otros y los mismos” (28). Ciertamente, parece que nuestras vivencias acaban siendo un reflejo de otras vivencias sobre un espejo circular donde se repiten hasta el infinito cada uno de nuestros actos, o como señala el poeta mismo: Ir y venir / es un espejismo, otra ilusión” (30).

Lo que se aplica a lo que se ve en el transcurso de ese ir y venir es la forma imprecisa de nuestras pisadas, la transitoriedad de las cosas que nos rodean y los elementos que configuran ese mundo sombrío que invade la interioridad del ser. Sentimos la sensación de que el poeta dialoga con Nietzsche o Píndaro, con EdmondJabés o EuniceOdio, o con la figura solitaria de AntidioCabal caminando hacia su propio universo poético: Antidio se internó en el campo nublo, 32 (3).
Y escuchamos la particularidad de esas voces en torno a una misma sensación desgarradora, una serie de imágenes paralelas con un mundo de evocaciones y soledades: “algo se va con ellos, / algo que nos deja más solos, / más vacíos, / muriendo nosotros, / un poco” (34). Y es que Mata Guillé ha fundido a su propio universo poético otro lleno de evocaciones y en el que convergen intuitivamente imágenes de tintes existenciales. Una zona desolada donde la realidad es vista a través de la bruma que invade las estrofas como determinando el sentido de éstas. El apartado “Más allá de la bruma” continúa reproduciendo este mismo procedimiento discursivo. Lo que sucede está sujeto a un léxico impregnado de sombras e insinuaciones:

                              Estamos hechos de fantasmas,    
                              de polvo en el lodo,
                              de limo,
                              de silencio
                              ;         

                              de furia de sangre y carne cruda,
                              como percibía Nietzsche la vitalidad de Dionisio,
                              el delirio que da sentido a las cosas
                              el algo en las hojas,
                              el furor en el polvo
                              ;

                              lo íntimo adherido a la epidermis,
                              al universo,
                              al límite,
                              a la muerte
                              ;

                              furor al que a veces llamamos poesía,
                              el cuerpo como cuerpo buscándose en lo ominoso,
                              el alma escudriñando en sus adentros,
                              en el vientre-cueva-origen
                              que aparece y desaparece como la luna al devorar el sol,
                              como la lluvia que destella en la penumbra,
                              el bramido entre las hojas, las piedras,
                              la sombra,
                              en el rumor de humo que sacude las campanas    (37, 38)


Lo que dice el sujeto poético lo sentimos como una pasajera concepción de la vida, pero también como la evocación de un algo que siempre está más allá, inscrito en el rumor del viento igual que la vivencia que nace del “brillo de las palabras…y se evapora en el espejismo” del paisaje. Así lo percibimos en el entorno y la visión existencial del ser. Somos, parece decirnos, conducidos por el desaliento que se filtra en la vida queriendo borrar la conciencia de aquello que fuimos alguna vez. Nos nutre lo efímero dice el poeta, como una confesión inquietante que lo concilia con la muerte: “Un lenguaje sin alma / solo produce hechos sin alma” ha dicho (54). Pero por más dura que sea la realidad, es decir, la que ilustra sus lecturas o la que aúna el yo a la palabra, será esta misma palabra la que guíe su vida. Porque la poesía es, al fin de cuentas, la que lo liga íntimamente a un paisaje de estremecidas voces donde trasciende su ser:

                              La poesía,
                              la hoja, el canto,
                              vincula la intimidad al origen,
                                                                  nos vincula, 
                              se busca en ella,
                              nos buscamos,
                              busca su voz en el sueño,
                              busca sin buscarse en la sombra,
                                                                     nos busca
                              ;

                              une el silencio al grito,
                              el deseo al gemido,
                              la otredad a lo próximo
                              ;

                              propicia el encuentro, la comunión, pues
                              al transformarnos en personajes,
                              en historias, en bramido,
                              el otro se impregna de nuestras entrañas,
                              nos reconoce al reconocerse
                              se lee en nuestros nervios,
                              se percibe
                              ;                                               (43)
                              […]
Lo que percibimos adelantará una visión integrada también a las circunstancias y afinidades del poeta con otras escrituras: “olvidamos lo que somos para ser lo que somos”, ha subrayado en el poema 5 (43-45). Desde el fondo de esas experiencias nos acercamos a lo íntimo y lejano; recuerdos que se superponen, reminiscencias de lecturas que se entrecruzan mostrando los escenarios que fijan los motivos de esta poesía, fuerzas que se contraen y expanden revelando una naturaleza repleta de urgencias y luchas. La muerte creará un espacio donde la poesía actuará como una presencia dolorosa ante aquello que exige una relación con la historia del mundo: “Los campos de concentración, la trata de personas, / la banalidad del horror, / hacen de nuestras muchas palabras / la presunción inútil que alimenta al verdugo…” (46). Señalar no lo que se sospecha, sino lo que es real, lo que sucede y hace de los menesteres de la vida un vacío, una exigencia para que la poesía triunfe contra la maldad. Porque la poesía debe alcanzar su objetivo. Por eso no es posible olvidar, no es posible que nada quede impune. Una poesía que hable a la conciencia, que no se convierta en un mero decir. De ahí que desde su íntima realidad Mata Guillé ponga al descubierto las duras verdades de la vida:

                              […]
                              la poesía
                              no requiere de algo para llegar al mundo, es el mundo                                                   
                              que necesita reformularse para volver a ser mundo,
                              más allá de los huesos y la carne desmembrada,
                              de las fosas, la ceniza en el polvo y los despojos,
                              más allá de los cráneos entre las urnas,
                              entre los montes,
                              de la crueldad del vacío,
                              del ensombrecer  (45)

La erudición, el conocimiento, la historia, la novelística contemporánea, las vivencias y preocupaciones por un mundo más humano generan las claves de esta intuición poética que obra como una fuerza poderosa sobre la escritura de Mata Guillé (4). El mundo que hallamos en Un país sin nombreproclama un sitio sin geografías, una imagen lejana que existe como construcción poética o réplica de ese otro país que el hablante añora. Ese país irreconociblenos coloca frente a las cosas que nos impactan y proponen una toma de conciencia. Por eso la poesía exterioriza aquí las preocupaciones del poeta, su visión de un territorio de múltiples relaciones, un país presente y ausente a la vez, ese lugar sin nombre donde el hablante busca las huellas de sus pisadas, el significado poético de su partida.

                              […]
                              volví sin llegar,
                              iba y venía sin irme,
                              no estaba,
                              era el humo, era yo,
                              era el otro:                     (61)

                                                                                                          Nueva York,
                                                                                                          Otoño 2019


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1Aunque el libro está integrado por cuatro apartados, es un solo poema estructurado en torno a una visión de un particular lirismo que retiene una excepcional forma de presentar el sentido que emana del tiempo, la naturaleza y la vida.

2En una conversación que sostuve con el poeta en Salamanca, España, me contó que una de las lecturas que había causado en él una gran impresión fue sin duda la gran novela del escritor mexicano Juan Rulfo, Pedro Páramo.

3 Campo nublo es uno de los libros de poesía de Antidio Cabal (1925-2012). El libro fue  publicado en 1956. Refiriéndose a la temática de los textos, el crítico Addison de Witt ha señalado: “El tono general de los mismos es un tono filosófico, que va desde el mundo pre-socrático, pasando sin duda por Sócrates y Platón, también por la mística española, hasta Heidegger, incluso hay ecos del Cioran y Freud, dando vueltas por el orientalismo, tanto de forma como de fondo. La preocupación principal que trasciende en mucho de los poemas es la preocupación por el yo, por la identidad del sujeto”. Recuperado de Blogger.2009/05secretos de poesía: camponublo.AntidioCabal-Critica poéticaAddisondeWitt. (Nov. 11 de 2019). 

4“Ningún escritor es una isla, todas las obras literarias, aun las más renovadoras, nacen en un contexto cultural que está presente en ellas de alguna manera—ya sea que reaccionen contra él o lo prolonguen—y todos los escritores, sin excepción, encuentran su personalidad literaria—sus temas, su estilo, sus técnicas, su visión del mundo—gracias a un intercambio constante—lo que no quiere decir en todos los casos consciente, aunque en muchos sí—con la obra de otros escritores”. Ver, Mario Vargas Llosa, El viaje a la ficción, El mundo de Juan Carlos Onetti, Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. 1era edición en Debolsillo, 2015, p. 81.
*Una primera versión de este ensayo, fue publicado en la Revista de Literatura La Otra, México.

El Frankenstein de Andrea Mejía

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Por: Pablo Concha*

Siguiendo con las nuevas versiones de los clásicos de la literatura de terror que editorial Planeta está modernizando bajo su sello Destino(previamente reseñamos El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hydede Catalina Navas), en esta ocasión hablaremos sobre Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, publicado por primera vez en 1818.

La obra original de Shelley es narrada por Robert Walton en una serie de cartas a su hermana Margaret en el curso de una expedición por barco camino al Polo Norte. Allí se encuentra a un débil y acabado Víctor Frankenstein, consumido por la búsqueda de la criatura que creó y que le trajo la ruina. En ese lugar inhóspito, Víctor le relata su historia luego de muchas dudas; Robert Walton la transcribe y se la envía a su hermana. Esta vendría siendo la estructura del libro original, obra que ha tenido una gran influencia en la cultura popular y que ha contado con varias adaptaciones fílmicas (entre las más conocidas, la protagonizada por Robert De Niro y dirigida por Kenneth Branagh en 1994). La versión de la escritora bogotana Andrea Mejía, autora de La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad(Tusquets, 2018) y del cuento “Retorno”, incluido en la antología Cuerpos: veinte formas de habitar el mundo (Seix Barral, 2019), cambia un poco esa estructura, removiendo a Robert Walton y las cartas a Margaret del panorama pero conservando la atmosfera gótica y el núcleo argumental del original de Mary Shelley. En la versión de Andrea Mejía (ilustrada por Julián de Narváez), es el propio Víctor Frankenstein quien relata la historia, describiendo los acontecimientos más como una advertencia para que a nadie se le ocurra replicar lo que él hizo, un ejemplo admonitorio para disuadir a cualquiera que piense transitar ese camino. Víctor comienza su relato así: “Esta es una historia tan extraña que hay días en que ni yo mismo puedo creerla”, y luego: “No escribo esta historia porque quiera contarla. Mi propio querer y mi voluntad me han destruido”.

La obra de Shelley, visionaria por la manera como entremezcla elementos de ciencia ficción y terror en una época en la que ni siquiera existían esas denominaciones para géneros literarios, posee sin embargo algunas imperfecciones como algunos diálogos ruidosos y la forma en que la narración da vueltas alrededor de la trama alargándose a veces innecesariamente. El trabajo de Andrea Mejía –corriendo el riesgo de ser acusada de sacrílega– ha sido condensar toda esa información para hacerla más fluida, pulir los diálogos, quitar el ruido y brindar una idea más clara del terror de Víctor Frankenstein y la inmensa soledad y el dolor del monstruo. Esta tarea, nada sencilla, es llevada a cabo con bastante atención al detalle y respetando la trama original y la atmósfera lograda por Mary Shelley con tanta maestría.

Hemos invitado a la escritora de esta versión a este espacio dedicado a los libros y las letras para responder unas preguntas sobre este proyecto:

─¿Cree usted que Frankenstein de Mary Shelley ha envejecido bien?

AM: Yo creo que los libros buenos no envejecen. Envejecemos nosotros, nos alejamos de ellos, nos volvemos perezosos, se nos cierran los oídos. Claro que hay libros que ya no pueden alcanzarnos, y es por culpa de ellos, porque casi antes de ser escritos ya no tenían mucho qué decir. Es el caso de muchísimos libros publicados, en el pasado y en el presente. Pero Frankenstein es un libro que nació vivo. Se mantiene joven y vital.

─¿Cómo fue su participación en el proyecto de reescritura de esta obra?

AM: Fue feliz, emocionante. Juan David Correa, editor y director de literatura en editorial Planeta, tenía esta idea que me pareció muy buena. Me propuso que reescribiera Frankenstein y me dejó en libertad. Eso hice. Mi trabajo solo es parte de un proyecto editorial muy bueno.

─El libro de Shelley se desarrolla en el siglo XVIII. Sin embargo, en su versión aparece una carta con fecha de 1999, lo que representa un cambio drástico de época, aunque curiosamente es algo que no se nota en la atmósfera de la narración. ¿Cómo logra esto y por qué decide cambiar ese aspecto?

AM: Sí, quería situar el relato en una época que conozco, con una tecnología también más cercana. Hay computadores, y un saber rudimentario en ingeniería genética. Pero me alegra que no se note el cambio en la atmósfera, como usted dice, porque debía ser una atmósfera gótica, propicia para el terror. Y eso no está atado a ninguna época histórica en particular.  

─El original de Mary Shelley es más largo, repleto de explicaciones y diálogos en ocasiones ruidosos que dan muchas vueltas alrededor de la trama. ¿Qué tan difícil fue condensar toda esta información para hacerla quizás más atrayente y fluida?

AM: Eso fue lo que más me liberó y decidí hacerlo desde un principio. Era fácil reconocer en la obra de Shelley lo que era imprescindible para la narración y para lograr la imagen estética y moral tan potente que su obra proyecta. Eso, por supuesto, tenía que conservarse. También añadí algunas cosas, como Tashi, un monje budista que es testigo de la última escena, tan conmovedora, entre el monstruo y su creador.

─El narrador original de Frankenstein–Robert Walton– ha desaparecido de su adaptación, haciendo su versión más que una novela epistolar –como la de Shelley–, algo confesional, casi como un diario encontrado. ¿Es acertada esta interpretación?

AM: No sé si sea acertada. Son los lectores los que pueden decidir eso.

─Los lectores la conocen por el libro La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad y por el cuento de la antología Cuerpos: veinte formas de habitar el mundo, textos que podríamos decir se alejan mucho de la literatura de terror o ciencia ficción, donde entraríaFrankenstein. ¿Qué tanto consume usted este tipo de narrativa o qué tan importante fue en su formación lectora?

AM: No consumo ningún tipo de narrativa. Leo. Como género puro, creo que el terror no me interesa mucho, y tampoco la ciencia ficción. Porque muchas veces hacer parte de un género puro significa más bien seguir una fórmula. Pero he leído con mucho placer libros muy bellos, como Crónicas marcianas de Ray Bradbury; he leído con devoción Dr. Jekyll y Mr. Hyde (otro de los títulos de esta colección que reescribió Catalina Navas), o “El Horla” de Maupassant. Me fascina –en sentido fuerte– el componente de terror en algunos cuentos de Akutagawa, o en Solenoide de Cartarescu, o en el mismo Kafka, o en obras maestras como Casa desolada de Charles Dickens o Cumbres borrascosas de Emily Brontë.

─¿Existe algún otro clásico de la literatura de terror, o de la literatura en general, que le gustaría revisitar?

AM: ¿De la literatura en general? ¡Tantos! Siempre tengo ganas de permanecer cerca de algún clásico mucho tiempo. Pero es más ancho el anhelo que el tiempo. Ahora, en particular, siento que debo visitar a Dostoievski hasta que pueda comprender algo de su grandeza. Tengo la impresión de que no he entendido mucho de lo que pasa en sus páginas. Tengo esa deuda pendiente, o esa alegría. 

─Para los lectores que apenas están descubriendo a Mary Shelley, ¿qué otra obra suya les recomendaría leer?

AM: No he leído ninguna otra obra de ella. Les pediría a sus lectores que me recomendaran una.

─En la solapa de la nueva versión de Frankenstein se dice que actualmente prepara una novela. ¿Qué puede contarnos al respecto?

AM: La novela ya está terminada y espero que salga este año. ¡Y tiene también sus momentos de terror puro!




*Pablo Concha 
Escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terrorOtra Luzy colaborador literario en Libros & Letras.

La novela: el alma literaria de Colombia

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Foto: Cortesía del autor.


Entrevista al editor Ricardo Arango sobre su libro En torno a la novela colombiana (Arango Editores)


Por: Juan Camilo Rincón* / Bogotá.

Como aplicado lector y experimentado editor y, como lo afirma Mario Mendoza en el prólogo, con un afán por “evidenciar la entrada de la sociedad colombiana en la modernidad occidental”, Ricardo Arango construyó un listado de las que, en su criterio, son las cien novelas colombianas más relevantes en la historia de nuestra literatura. Obras costumbristas, libros modernistas, novelas del Romanticismo, textos de los nuevos tiempos, todos confluyen en un recorrido que nos va revelando, como un enorme paisaje, las letras que nos han hecho lo que somos.

-¿De qué manera incidió el hecho de ser editor a la hora de elaborar el listado? ¿Cree usted que habría hecho un listado diferente si fuera solamente lector y no editor?

RA: Yo creo que incidió completamente. Es más, creo, que es una lista cien por ciento de editor. Son los libros seleccionados para ser editados. Son los libros que he editado y los que hubiera querido editar. Detrás de esta lista hay muchas editoriales y muchos editores implicados recogidos por un editor independiente sin nexo contractual con los escritores. Es, además, un libro de libros. Un libro que es la puerta de entrada al universo de muchos otros libros. Es un libro que invita a leer.

- ¿A qué cree usted que se debe el auge de la novela en la actualidad?

RA: El auge de la novela, me parece, está muy ligado al desarrollo económico y social del país que al mismo tiempo genera bienestar e inquietud. La gente busca explicaciones, busca entender el mundo, busca respuestas y los escritores ayudan en ese proceso de entendimiento de la realidad. Al mismo tiempo entretiene, divierte y te hace pensar. Por otro lado, hoy el escritor puede vivir de su obra y combinar la publicación, con el profesorado, el periodismo, las conferencias, la participación en ferias y otras actividades culturales que le ayudan a completar su obra. Me atrevo a decir que los 49 escritores vivos reseñados tienen publicadas por lo menos ocho obras cada uno y la mayor parte de ellos alternan la novela con la poesía, el teatro, el ensayo, el periodismo o la crónica. Muchos son columnistas de diarios y participan frecuentemente en la televisión. El auge de la novela está también ligado a este mayor reconocimiento al escritor, al novelista.

-¿Cuál es el nivel de la novela colombiana, comparada con la que se hace en otros países?

RA:  Yo creo que tenemos un buen nivel tanto en cantidad y calidad de escritores como en editoriales y editores comparándonos con nuestro entorno, que es con el único que podemos compararnos. Infortunadamente en América Latina seguimos siendo islotes culturales y es muy difícil encontrar y comparar la producción de los distintos países latinoamericanos. Sin embargo, la cantidad de premios y reconocimientos a nuestros escritores en el exterior nos da una buena idea del buen desarrollo relativo de nuestra literatura. Pero, repito, no tenemos muchos parámetros de comparación. Recibimos la literatura de mano de editores o distribuidores de libros más interesados en las ventas que en la calidad de la literatura. Hace un tiempo estuve buscando una novela de un escritor chileno en Buenos Aires y la respuesta del librero, por increíble que parezca, fue: “Aquí no importamos libros de escritores chilenos”. También hay un auge en la región, pues en todo el continente ha habido un relativo desarrollo de nuestras economías. Hace 13 y 3 años, respectivamente (2007 y 2017), la Unesco y el Hay Festival de Literatura escogieron los 39 escritores menores de 39 años latinoamericanos y el resultado fue muy favorable pues fue el país con más escritores escogidos: de los 78 escritores, 12 son colombianos. Por México resultaron 11, 9 por Argentina y 6 por Brasil, Chile y Perú; 5 por Cuba, 4 por Uruguay y Ecuador; los otros 15 escritores se reparten entre 10 países. Es un buen resultado para la literatura colombiana.

- ¿Incluyó en el listado alguna novela que no refleje o no sea representativa de su época?

RA: Yo creo que no. Te lo decía antes, creo que todas son muy representativas de la época, del momento. Son, a mi juicio, las mejores representantes hoy de nuestra literatura. Incluso he tenido que dejar de lado a muchos escritores y escritoras con obras muy interesantes, pues he limitado mi lista a cien autores y cien obras.

- ¿Cuáles son las obras de transición entre los periodos literarios de Colombia? (por ejemplo, entre el costumbrismo y el realismo moderno, etc.)

RA: Mas que obras de transición entre los distintos “ismos”, destacaría ciertas obras que sobresalen por ser muy representativas aunque, te repito: considero que las cien obras escogidas tienen un alto nivel de reconocimiento y han marcado de alguna manera una gran diferencia. María ha sido reconocida como la gran novela romántica de Latinoamérica. Tránsito es la novela costumbrista colombiana por excelencia. La vorágine es la novela de la selva. Siervo sin tierra es el drama del campesinado andino y La rebelión de las ratas es el de los mineros pobres y la miseria en que viven. De muy distinta temática y escritura tenemos tres novelas de culto: ¡Que viva la música!, El beso de Dick y Opio en las nubes. Obras testimoniales como El olvido que seremos, Lo que no tiene nombre, El desbarrancadero o Del otro lado del jardín son inolvidables. Cien años de soledad es considerada la mejor novela colombiana de todos los tiempos y la obra cumbre del realismo mágico y del boom latinoamericano. Podríamos continuar así y encontrar que tenemos representantes de todas las tendencias: costumbristas, realistas, vanguardistas, intimistas y testimoniales.

-¿Cuáles novelas del listado le gustaría ver adaptadas a la pantalla chica o al cine?

RA: Creo que la literatura actual colombiana está muy cercana al cine y a la televisión. La noticia de la serie sobre Cien años de soledad y la presentación de la película El olvido que seremos dirigida por el español Fernando Trueba son un buen ejemplo de esta relación. Muchas obras han sido llevadas al cine y a la televisión con mucho éxito, como lo digo en el texto.  Una novela que me parecería muy interesante llevar al cine es Tanta sangre vista de Rafael Baena sobre las guerras civiles del siglo XIX. Otras son Delirio y El ruido de las cosas al caer. Llevaría al cine la novela sobre Bogotá, Sin remedio. Muchas más se prestan para el cine y creo que veremos adaptadas la mayor parte de ellas en el futuro.

El auge de la novela, me parece, está muy ligado al desarrollo económico y social del país que al mismo tiempo genera bienestar e inquietud. La gente busca explicaciones, busca entender el mundo, busca respuestas y los escritores ayudan en ese proceso de entendimiento de la realidad. 



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*Juan Camilo Rincón.  Periodista, investigador cultural y escritor. Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia y Viaje al corazón de Cortázar.

Literatura, política, educación y paz, temas del Festival del Libro Parque 93

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Prepare su agenda del 6 al 9 de febrero porque llega al parque la 93, en Bogotá, el tercer Festival del Libro, entre libros, libreros y librerías. Una iniciativa de la Asociación Amigos del Parque 93.


Este año, el Festival tendrá una atractiva programación cultural en la que participarán 35 librerías independientes colombianas y más de 80 invitados especiales entre escritores, poetas, caricaturistas, músicos, periodistas y artistas, quienes realizarán conversatorios y presentaciones alrededor, no sólo de la literatura, sino de la música, la política, la paz, la sostenibilidad y la educación. 

Entre los invitados se encuentra el escritor mexicano Jorge Volpi, quien hará en el conversatorio de cierre “La novela criminal en Latinoamérica”; y la periodista mexicana Alma Guillermoprieto, quien en la tarde del domingo 9 de febrero realizará el conversatorio “¿Será que soy feminista?”. Así mismo y después de mucho tiempo, vuelve la colombiana Ángela Becerra, que junto a Claudia Morales, estarán el viernes 7 de febrero, al finalizar la tarde, con el conversatorio “Al rescate de una líder social”.

Como parte de la agenda cultural del evento, se le rendirá un gran homenaje a la poeta y periodista María Mercedes Carranza con un recital de poesía, en el que participarán Melibea, María Gómez Lara, Juan Manuel Roca y Darío Jaramillo.

Entre otros autores, participarán Alejandro Santos, Piedad Bonnett, Alejandro Gaviria, María Claudia Lacouture, Humberto de la Calle, María Elvira Samper, Juan Esteban Constaín, Camila Zuluaga, Vladdo, Rodrigo Pardo, Héctor Abad Faciolince, Pilar Quintana.

Consulte la programación en: https://bit.ly/36eJAtF 



Cuando ya no quede nada más que nuestros nombres. Sobre Caballo sea la noche, de Alejandro Morellón

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Alejandro Morellón. Foto: cortesía Juan Felipe Vásquez



Por: Santiago Díaz Benavides* / Bogotá

Caballo sea la noche, publicado en 2019 por la editorial Candaya, es el título más reciente del español Alejandro Morellón, ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en 2017. Presentamos aquí este texto a propósito de la que es su tercera publicación como escritor.


“Está escribiendo algo distinto”, me había dicho Mónica, un año después de la última vez que nos vimos con Alex, cuando le pregunté sobre él. “Seguramente saldrá para el otro año y puede que hasta venga a Colombia”. Aquella era una noticia que consideraba de gran relevancia, no tanto por el hecho de que pudiera verlo otra vez, sino por la certeza de que al fin podría leer algo nuevo. El primer libro suyo que llegó a mis manos me sorprendió en demasía por el ritmo con el que había sido escrito. Los cuentos exponían una voz que buscaba algo en particular, aunque cambiara los tonos y las perspectivas. Había algo, yo lo había percibido, que se repetía con entusiasmo, y era como esa palabra que uno siempre está tratando de decir, pero no sabe cómo. Mi ejemplar correspondía a la edición colombiana que se había hecho del libro, pero me había gustado tanto, y lo había leído tan frenéticamente, que en cuanto supo que regresaría, me dijo que me traería una de las ediciones originales del libro. Yo pensé que se olvidaría, pero no fue así.

Unos meses después de nuestro primer encuentro, cuando recién los de este lado empezaban a conocerlo, Alex me avisó que vendría para la semana del día 28. “Ya pronto coincidiremos de nuevo. Te llevo el libro”, me dijo. Yo estaba entusiasmado porque, como lo habíamos comentado, sus cuentos me habían permitido encontrar algo que yo había querido entender como lector para luego atreverme a escribir. “Es la edición española”, le dije, intentando camuflar la sonrisa demasiado grande que se formaba en mi rostro. “Es la española”, replicó. Hablamos un rato, sentados sobre ese sillón amplio en la planta 2 del hotel, y recuerdo que Juan Felipe andaba tomándonos fotos y así, como si estuviéramos en una entrevista, pero nosotros solo queríamos hablar de la vida. Alex me preguntó cómo iba con mi escritura y yo le pregunté por lo que estaba planeando para su próximo libro. Ninguno de los dos dio muchos detalles, pero lo que dijimos bastó para entendernos en el gesto. Corría el año 2018 y ambos teníamos una idea intensa que nos daba vueltas en la cabeza. Estábamos seguros de que no pasaría mucho antes de que nos diéramos a la tarea de llevarla a cabo. Él fue más perspicaz, naturalmente, y se adelantó. A mí todavía me da miedo soltarme.

El tiempo corre de maneras siempre insospechadas. A veces, llega a ser muy lento y hasta irritante. En ocasiones se asemeja mucho más a un suspiro y desaparece en un instante. “Ya está terminada la novela”, me escribió un día. “Estás presente”. Se refería a unas palabras que yo había escrito en mi artículo sobre El estado natural de las cosas, publicado por El Espectador, y que por petición suya ahora resguardarían una de las solapas de su nuevo libro. El día en que nos conocimos, Alex me habló de esta inquietud que tenía desde hacía unos años, la razón por la que, yo creo, había comenzado a escribir. Era esa razón, justamente, lo que a mí me interesaba. De algún modo, al igual que yo, no lograba entender cómo es que le hacemos para siempre querer encajar en un mundo que, a diario, nos pone uno y otro obstáculo para evitar que nos sintamos bienvenidos. “Asumo que llegará a Colombia”, le dije. “Un poco caro, pero al menos estará allí”, contestó. “Quien te quiera leer, lo hará, aunque tus libros cuesten mil euros”. Fue lo último que atiné a decirle, y después los días, lentos.

Foto: Santiago Díaz B. 

***
“A Manuela, a Oliver, a Ricardo”, así empezaba el libro. Lo abrí con el entusiasmo de quien se sabe lector de sus amigos, después de haber olisqueado un poco entre los pliegues. Leí: “Quise ingresar de nuevo en la noche para evitar el rostro de mi madre, el de mi hermano, el de mi padre, e intercambiar los afectos y los defectos de mi familia por una presencia redentora, reemplazarlos a todos por el cuerpo soñado de la bestia: un caballo blanco, descomunal, como un rey pálido bajo la tormenta, los ojos dirigidos a un cielo iluminado por la electricidad, la cabeza erguida para enfrentarse a la luz con un relincho, el músculo entre el grito y la carne, caballo sea la noche, le dije, y el animal continuó su curso entre los espacios intermitentes, desenfrenado por una potencia externa, desconocida, arrastrándose hasta llegar a un abismo en el que acabó por disolverse, y yo a ese caballo lo amaba porque ese caballo era yo, atravesado por la caída de los relámpagos como por la mirada de un dios infatuado, y cuando la imagen se desvanecía su inquietud perduraba a través de mi temblor, retorcido entre las sábanas, pensando en la razón por la que había entrado en mi cuarto despojándome de la camiseta y de los zapatos, retirando todo lo que había sobre la cama para tumbarme en ella mientras los maldecía a los tres, caballo sea la noche, repetí, porque quise dormirme hasta el final de las cosas e invocar una oscuridad en la que no se leyera mi nombre…” No supe en qué momento el transporte había llegado a la estación, solo sé que alcancé a levantar la vista para guardar, torpemente, el libro en la maleta y salir corriendo. Eran las 9:30 de la mañana. Ya iba tarde para la librería y no podía pensar claramente debido al intenso calor que hacía. Cuando llegué, saludé a todos y me senté a seguir leyendo. No podía parar, no podía permitírmelo. Continué hasta que llegó el primer cliente y ya yo había llegado al final del segundo capítulo. Para ese momento, la lectura se me había hecho necesaria y durante el resto del día no pensé en otra cosa. Cuando llegó la noche, seguí hasta el cuarto capítulo y al darme cuenta de que solo eran cinco, decidí detenerme. No quería que el libro acabara tan rápido. Al día siguiente, lo tomé entre las manos y me regresé al capítulo tres, tan solo para dilatar el desenlace. Lloré. “No solo nuestros nombres se dan la mano (…) también nuestras adicciones”, decía una de las líneas. De repente, me sentí invadido por una angustia sin precedentes. Era el ritmo de las palabras, la forma en que estaba escrito el libro. Era la historia de Alan y de su madre, su vida antes y después de su padre y su hermano muerto. Me detuve. Pensé: “Aunque fatiga, no suelta, no pierde segundo”. Me levanté de la cama y le dije a mamá que el libro me estaba haciendo llorar. “A veces es así”, me respondió.

Salí a caminar un rato, mientras el sol me pegaba en el rostro, y en mi cabeza solo podía repasar la historia que estaba leyendo. Alan había cambiado desde aquel episodio y todo en casa también se había visto modificado a partir de ello. Su madre se volvió más paranoica y Óscar había decidido enfermarse, llenarse de rabia y rencor. Su padre había desaparecido un día y entonces él pensaba que todo tenía que ver con eso, pero iba más allá. Alan se encerró en su habitación y no salió ya más. Siempre estaba durmiendo y pensando en Marcelo, y en Óscar cuando lo vio frente al espejo, desnudo, y en su madre, sentada sobre el sillón, viendo el álbum de fotografías, aislándose de todo lo demás. Entonces, Alan comenzó a sentirse distinto, a saberse extraviado en los sueños, a verse como un caballo blanco, enorme y descomunal. No era del todo consciente, sin embargo, de la gravedad de lo ocurrido. Pero su madre, encerrada en sí misma, poco a poco y con dolor, ante lo que era el evidente desmoronamiento de su familia, ya sabía lo que tenía que hacer para que ella y su pequeño estuvieran bien. “Es intenso, como puñaladas que no cesan. Es tal cual el galope del caballo”, pensé, y seguí leyendo.

Cuando terminé lo entendí todo, o eso creo. El libro de Alex me había salpicado la cara. Había logrado sujetarme con fuerza y estremecerme. No eran tanto las palabras escogidas sino la forma en que las decía. Ese ritmo, esas voces, esos personajes y sus miedos, los instantes sin tiempo. Al fin lo había dicho todo, o al menos una parte de lo que verdaderamente quería decir. Se trataba de eso, de entender si “(…) ¿acaso serviría?, domar el significado para acunar al monstruo, cerrar la herida, contener la sangre, querer sustituir la imagen por el entendimiento, buscar en la palabra una potencia redentora, una generación, un acto constitutivo en sí mismo, la catálisis, la sustancia reactiva, revulsiva, corrosiva, disolutiva, desentrañar el mito de la interpretación de las sombras, ponerse a merced de los exégetas, escapar de la aberración crítica y salir, salir, salir a la intemperie del mundo, abandonarlo todo por una caricia, buscar el gesto sin artificios, el gesto animal, la mirada sin escarnecimiento, ¿acaso serviría?, comprender un mundo por momentos incomprensible, acoplar[s]e al conocimiento, establecer unidades de comprensión, lo mismo recordar que proyectarse en un futuro inmediato, lo mismo aburrirse que divertirse en exceso, lo mismo para alimentarse que para pasar hambre, mirar hacia arriba lo mismo que hacia abajo, confundirse en un estado alterado de las ideas, inclinarse por lo extraordinario o por lo hiperordinario, ofrecer imágenes de lo que no existe, de lo que no se manifiesta, una contingencia, una convulsión involuntaria, un vómito incontrolable, una queja que se adentra en la tiniebla, una mano que repta hacia el asombro, una lengua que se hunde en el abismo, ¿acaso serviría?, atentar contra las desavenencias, reprimir el llanto, rememorar escenas, caer de pleno en el tibio espacio de la nostalgia, traspasar el umbral de la narrativa al de la intimidad, reconocer y memorizar, reconstruir un dolor con las lágrimas…”

***

Ahora que han pasado unas horas y estoy escribiendo esto, no puedo evitar pensar que cuando uno se entrega por completo a la experiencia lectora, esta puede llegar a ser corrosiva, como una droga que al tiempo que brinda placer, también te quita momentos de vida. “Es por esto por lo que lo haces”, le dije a Alex. “Aquí estás tú, y estoy yo, y estamos todos a los que, por alguna razón, no nos basta con pasar los días”. Y después, hablándole al espejo, secándome las lágrimas que siguen saliendo, pienso en Alan y en su padre, en el amor que se tenían y nadie logró comprender, pienso en la madre de Alan y la ira de Óscar al sentirse vulnerable, y pienso en mi madre y en la forma en que me mira cuando le digo que aún no sé lo que debo hacer con mi vida. Entonces, me doy cuenta de que no necesito saberlo.

Foto: cortesía Juan Felipe Vásquez

Cuando terminé lo entendí todo, o eso creo. El libro de Alex me había salpicado la cara. Había logrado sujetarme con fuerza y estremecerme

Es domingo en la noche. Mis padres duermen en su habitación y yo sigo frente al computador, conjugando estas palabras, abriendo y cerrando mi ejemplar de Caballo sea la noche, repitiendo el título en mi cabeza, “caballo sea la noche, caballo sea la noche”, preguntándome por el sonido del reloj al fondo del salón, inclinando la mirada hacia la ventana que da a la calle, pensando en por qué el libro me ha hecho llorar tanto y por qué siento que Alan, de alguna manera, soy yo y podemos ser todos los que en ciertos momentos de la vida nos hemos sentido rotos. Entonces, pienso, yo pienso, en lo que vendrá después de todo esto, cuando empaquemos las maletas y crucemos la puerta, cuando miremos una vez más el rostro de nuestra madre y nos atrevamos a decirle que es un ángel, cuando salgamos, con las lágrimas cubriéndonos el rostro, preguntándonos por lo que será de nosotros cuando ya no quede más que nuestros nombres.


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Santiago Díaz Benavides*. Lector, cinéfilo y librero. Director de la Revista Canefora. Síguelo en Twitter: @santiescritor  

Había otra vez: Las partes de una canción. A propósito de La parte contada, de Rodrigo Fresán

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Por: María José Navia* / Especial para Libros & Letras

Decir que La parte contada, el tríptico recientemente completado de Rodrigo Fresán, es un libro ambicioso, es quedarse muy pero muy corto. Decir que aquí están todos sus libros, sus temas, sus canciones y películas, tampoco alcanza. Pues si bien se trata de un tríptico infinito en el que caben todos los libros (cada uno de los escritos por Fresán, en cameos alterados de personajes y títulos, varios de los leídos y admirados por él también) y en el cual los temas, situaciones y personajes van mutando en un juego de variaciones de nunca acabar, se trata además de novelas que traen a sus propios fantasmas que aparecen y desaparecen en cada una de sus partes. Una casa embrujada que es también una casa de playa, una casa leída, un museo/máquina del tiempo, un convento y un palacio de la memoria.Un tríptico de libros que se contienen unos a otros, que se cantan unos a otros, que se inventan y se sueñan y recuerdan unos a otros.

Y el efecto es impresionante.

Porque Rodrigo Fresán, quien suele hacer de la repetición un elemento clave de su estilo, lleva aquí la pirueta a una profundidad conmovedora. Al ir volviendo a escenas (Esa Noche), a reflexiones sobre canciones, a citas que se repiten y evocan, la sensación que queda en el lector es la de estar siempre recordando. Al leer, al ir avanzando, vamos al mismo tiempo releyendo. No importa si el lector nunca ha tenido en sus manos un libro de Fresán (si este no es el caso, el desfile adquiere proporciones inmensas), al ir jugando con referencias en loop, con párrafos, personajes y anécdotas que están siempre regresando, el autor recrea en su tríptico todo su universo y, con esto, el acto de lectura se convierte en un acto de memoria. Una repetición que, además, se entrelaza con la obsesión por Las Variaciones Goldberg de Bach (interpretadas por Glenn Gould, a estas alturas otra marca registrada de la obra de Fresán) y la fascinación por la infancia, esa época de la infección por el virus de la lectura y aquella en la que los lectores se regocijan más por la repetición feliz que por la novedad de la trama.

El juego de ecos es tan maravilloso (y llega a un nivel de detalles/artesanía increíblemente minuciosa) que incluso el final de La parte recordada–que llega como una sorpresa, una suerte de canción nueva– es a la vez un recuerdo que viene de antes.

Un recuerdo como un sueño.

Una suerte de ventriloquismo.
Tal vez una nueva parte alien.

Y acá vamos otra vez.

La parte contada es una obra monumental (2001 páginas, si se consideran las versiones aumentadas en el sello Debolsillo), compuesta por La parte inventada (publicada en 2014, luego de cinco años desde la última publicación del escritor argentino, El fondo del cielo, en 2009), La parte soñada (2017) y La parte recordada (2019). Un libro que es un contenedor de historias, (¡muchas!, ¡tantas!) más allá de sus personajes principales (o bien todas esas historias que pueden imaginar, soñar y recordar esos personajes) y que explora la creación y la memoria (y la relación estrecha entre ambas) en toda su muy bella complejidad.

En el tríptico tenemos a un escritor que no puede escribir. Alguien que en algún momento fue un lecsritor, luego un nexcritor para finalmente convertirse, y muy a su pesar, en un excritor. Muy a su pesar porque este escritor tiene mucho que contar (y cantar), porque tiene un secreto que lo atormenta, unos padres que desaparecen/desaparecieron/están siempre a punto de desaparecer; una hermana, Penélope, que se convierte en autora de best sellers y él, en parte, y en alguna parte, debe hacerse cargo de su legado; porque tiene algo parecido a un discípulo-némesis de nombre IKEA y, finalmente, porque por mucho que no pueda escribir, su cabeza, siempre inventando, soñando y recordando, no se puede apagar (y se lee en La parte recordada, desde otra tipografía: “Y, lo más triste y torturante de todo: se dejaba de escribir, sí, pero nunca se dejaba de pensar en escribir, en lo que se escribiría de poder ponerlo por escrito.”).

Tenemos entonces un desborde de historias que se podrían escribir, que se piensan y apuntan mientras se espera un diagnóstico en un hospital, que se cuentan durante vuelos de avión interminables, que se deliran al tomar una leche de vaca verde en un desierto lleno de diamantes (otra escena doble o espejo de esos hermanos que son descritos, en La parte Inventada, como continuidades/continuaciones en órbita: “Como astronautas fuera de la nave, con esa sonrisa igual (no había dudas de que eran hermanos) que empezaba en una boca y terminaba en la otra.”). Historias que tal vez no hacen sino refractarse en todos esos diamantes locos. Inventos y sueños y recuerdos y un insomnio profundo durante el cual nos zambullimos en la mente de este escritor en vilo, este escritor que parece irse a vivir a sus apuntes, a sus libretas biji, a sus libros de cabecera y, con esto, acaba por desarmarse todo el aparente, y aparentemente confiable, orden del tiempo. Porque el tiempo de los sueños y los recuerdos, el tiempo de los libros, es un tiempo otro, o, como se lee en La parte inventada: “…ese presente constante donde transcurren el pasado y el futuro. Un tiempo que transcurre al mismo tiempo y del que se entra y se sale como quien entra a una casa en la que, por haber estado habitada alguna vez, uno sigue viviendo. Una casa que cada vez se parece más a un museo.”



Porque este tríptico es también un disco sobre la ausencia. Un disco de canciones largas y divididas en muchas partes.


Y entonces la lectura se vuelve compleja y aspira a una simultaneidad imposible (el mismo excritor tiene el plan delirante de meterse en un acelerador de partículas en Suiza y así poder estar en todas partes y convertirse en el gran reescritor de la realidad). De ahí, creo, que Rodrigo Fresán en sus últimas entrevistas, y el narrador de esta obra también en algunos momentos, se refiera a estos tres volúmenes como un tríptico. No una trilogía que progresa hacia adelante sino tres partes que funcionan simultáneamente: todos los tiempos al mismo tiempo, como la canción del insomnio y de sus adorados Beatles, “All together now”, como los libros tralfamadorianos de Kurt Vonnegut. Una suerte de Aleph 3D y Dolby Digital Surround. Un tríptico, pienso en El Jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, donde puede mirarse tanto y todo al mismo tiempo, donde conviven todas las historias y los personajes: como un collage o como la última alternativa de una prueba de multiple choice que se tacha con fuerza en una brillante X: Todas las anteriores.
O, como se lee en La parte soñada: “Un libro que era todos los libros que ese libro podía llegar a ser.”
Y, también, ahora en La parte recordada: “Porque, después de todo, de eso se trataban sus libros: de la inexacta ciencia no-ficción del leer y escribir (pero aún así disciplina cada vez más alien); de otra forma de viajes interplanetarios y mutaciones cósmicas y cruces interdimensionales, pero con tecnología mucho más difícil de descubrir.”


Fresán, y en este tríptico aparece más de una vez más en boca del narrador, suele burlarse de las aspiraciones realistas del realismo: con su orden detallado, con el mundo explicado de forma coherente y limpia, cuando la realidad está más cerca del caos y del muchas cosas pasando al mismo tiempo, cuando imaginar otras cosas, otros mundos, puede ser tal vez lo más real que podemos alcanzar. Así, este particular En busca del tiempo perdido (otra gran referencia/obsesión de estos libros) de Fresán, se convierte en una vertiginosa en busca de los tiempos perdidos (así, en plural, todos los tiempos, al mismo tiempo) y, por lo mismo, conjura una experiencia de lectura desafiante. Un libro alienígena escrito también para un lector alienígena (como las películas alienígenas de Kubrick) o bien que pueda respirar bajo el agua (“Si –como dijo el autor de la novela favorita de sus padres– la buena escritura es como nadar bajo el agua aguantando la respiración, entonces a él le gustaba pensar que la buena lectura era como abrir la boca bajo el agua y de pronto descubrir que se podía respirar. Así le gustaba pensarlos a sus lectores –como anfibios de tierra firme y de arena movediza– cuando aún escribía mucho para que lo leyesen algunos.”). Uno que pueda desdoblarse y seguir leyendo La parte contada mientras corre a leer o releer Transparent Things o Ada or Ardor de Nabokov, Drácula de Bram Stoker, Wuthering Heights de Emily Brontë , Tender is the night, de Fitzgerald, cuentos de Donald Barthelme, de John Cheever, de Philip K. Dick y tantos más. Un lector como los lectores que aparecen también en este tríptico, esos relectores que vuelven a ese libro que los tiene poseídos, cada vez que pueden: como el hermano excritor con Drácula, como Penélope con Wuthering Heights (y qué maravilla que es, en La parte soñada, cuando revisitamos esa novela y esa otra casa embrujada, qué radioactivo que es ese amor por los libros, qué en casa, sí, se siente uno leyendo a otros releer).
Ese libro que también (y tan bien) puede ser el mejor juguete.



Rodrigo Fresán. Foto tomada de fanpage Facebook

Porque en este tríptico los juguetes abundan, en múltiples encarnaciones: Mr. Trip, el muñeco de hojalata que camina hacia atrás (y que, en las distintas historias, es comprado, cambia de tamaño, pertenece a personajes diferentes, se vende por catálogo de aerolínea y se lo ve muy campante arrastrando su maleta, llena de stickers y siempre con algunas variaciones, en las portadas de cada uno de estos libros), los soldaditos de las hermanas Brontë, el trineo de Citizen Kane, el lémur de 2001: A Space Odissey, el caballito de la nueva Blade Runner. Lo que me recuerda una cita de Bento’s Sketchbook de John Berger que me gusta mucho y que dice “People hold books in a special way —like they hold nothing else. They hold them not like inanimate things but like ones that have gone to sleep. Children often carry toys in the same manner.”(Las personas sostienen a los libros de una manera especial, como no lo hacen con ninguna otra cosa. Los sostienen no como cosas inanimadas sino como cosas que estuviesen dormidas. Los niños suelen sostener a sus juguetes de la misma manera). Y, en La parte recordada, volvemos a ver al excritor cuando niño, junto a su hermanita Penélope y su tío Hey Walrus, quien les ha regalado esos libros que llevan bien apretados bajo el brazo mientras deambulan por una ciudad oscura y que se va a poner más oscura en Esa noche que está siempre regresando. Esa noche de la que hay que defendeerse contando cosas, cada vez más cosas, como Scherezade en las Mil y una noches, para espantar a la muerte. O como diría Fresán, como otra variación de lo que dijera Nabokov en Transparent Things: “Detalles más adelante”, “More in a moment”, siempre más detalles, siempre más adelante.


Porque este tríptico en el que hay tanto, en saturación y referencia constante, también esconde una canción triste (que es también el nombre de la patria mutante y flotante de la obra de Fresán). Porque este tríptico es también un disco sobre la ausencia. Un disco de canciones largas y divididas en muchas partes. Como el Wish you were here de Pink Floyd. Una ausencia que se ve desde un ojo raro que mira desde todos lados, como en “Big Sky” de The Kinks. En La parte contada abundan también las ausencias y desapariciones: en La parte inventada falta el escritor, en La parte soñada son los padres, en La parte recordada es Penélope y su hijo. Hay gente que falta y hace falta, por mucho o poco tiempo, y que persigue a estas historias y apuntes y referencias como fantasmas incansables. Fantasmas vampiros y que también se escriben, hablando desde otra tipografía. Porque en los tres volúmenes de este tríptico tenemos intervenciones de oraciones y párrafos con la letras American Typewriter, una letra que a ratos suena como las intervenciones del escritor o su hermana desde el Más-Allá/Acá/Algún lado, a veces como el fantasma de la literatura norteamericana que se reconoce en tanto de lo que escribe (y cómo escribe) Fresán, a ratos como una voz de la memoria, de la culpa, del delirio, como un escritor que se convierte en lector para releerse y revisarse, a medida que escribe o piensa (inventa/sueña/recuerda), o, la imagen que a mí más se me viene a la cabeza mientras lo leo, como esos murmullos de Glenn Gould que acompañan su interpretación de Las variaciones Goldberg de Bach. Unas variaciones Nabokov/Fitzgerald/Brontë de Fresán interpretadas por un narrador omnisciente que no solo no se contenta con ser tan parecido a una primera persona (y que se describe como “un narrador en la más primera de las terceras personas”), sino que es, cómo no, varias posibles primeras personas a la vez. Un DVD/Blueray Director’s cut con el voiceover del director y actores acompañando/comentando las escenas en pantalla. Un escritor y todas las voces que escribe y que lo habitan. Un escritor como una casa embrujada que a ratos, nos hace preguntarnos, ¿quién más fantasma que el lector de un libro? ¿Quién más fantasma que su autor?

Fresán ha construido, en su tríptico, una máquina del tiempo donde todo puede suceder: alternativas, tramas y metatramas, versiones y variaciones. Sus personajes son lectores infectados que quieren a sus libros más que a cualquier otra cosa, con padres siempre perdiéndose en Lejosland y armándose otras familias con personajes peculiares como su tío Hey Walrus (que es el que les regala los libros importantes, los lleva a ver las películas que los marcan, el que los llama “mis huerfanitos de padres vivos”) y las novelas que los hacen sentir en casa una vez que deciden abrirles las puertas de sus vidas (y se lee (se vuelve a leer) en La parte recordada: La literatura como ese vampiro al que – encandilados por las posibilidades de su poder – se le abre la puerta y se lo invita a pasar sospechando que a partir de entonces será imposible contenerlo.”). Porque el excritor se decide a no formar familia y abrazar su soledad (aunque hay una Ella, también fantasma de tantas novelas pasadas, tal vez esa “She” a la que le canta Bob Dylan o The Beatles en tantas de sus canciones; aunque también, como se lee en La parte soñada: “Para bien o para mal, los escritores a solas nunca están solos. Los acompañan otros escritores también a solas”) y Penélope, que casi es abducida por los Karma (esa otra gran familia-dimensión desconocida de la obra de Fresán, ese eco de los Mantra, en la novela del mismo nombre), finalmente escapa para contar y contarse de otra manera, filtrada por sus queridas Bronte y sus apuntes, Karma Konfidential, que también aparecen en su tipografía fantasma.

Cuesta escribir sobre la obra de Fresán sin caer también en la manía referencial, sin llenarse de paréntesis. Cuesta no querer subrayarlo todo y traerlo aquí en mil y una citas. Cuesta, también, no sentirse un poco ventrílocuo y hablar, con las propias palabras de estos libros, sobre su estilo, trama, estructura. Porque parece ya estar todo aquí. Porque Rodrigo Fresán siempre ya se escribió mejor, y antes. Y solo queda rastrear pistas, seguir el camino amarillo y off off off to see the Wizard. Porque leer un libro de Fresán es como despertarse adentro de una biblioteca (que, como el dinosaurio, todavía estaba allí, que siempre va a estar allí). En un parque de diversiones para los lectores adictos, aquellos que no solo dejan entrar al monstruo sino que están esperando, impacientes, del otro lado de la puerta para que llegue pronto. Esos lectores anfibios dispuestos a zambullirse una y otra vez para así intentar respirar bajo el agua. Porque en este tríptico la literatura es una galaxia u organismo en constante, y a ratos, monstruosa, expansión y mutación, una fiesta a la Gatsby en la que se habla del Gaboom, de Obramaestraland, del Proustophone, de la Literatura del Ya, de las novelas alka seltzer o las novelas con rueditas versus las novelas sin manos. Un tríptico en el que abrir un libro (o escuchar una canción o ver una película) es una forma de transformar el mundo. Algún mundo. Irremediablemente.



Fresán ha construido, en su tríptico, una máquina del tiempo donde todo puede suceder: alternativas, tramas y metatramas, versiones y variaciones. Sus personajes son lectores infectados que quieren a sus libros más que a cualquier otra cosa...


Y en La parte recordada hay un recorrido alucinado por todo eso y muchas incógnitas que se resuelven mientras otras quedan, felizmente, en el misterio. Peregrinaciones fan a la casa de Proust, o la tumba de Billy Pilgrim, o la oficina de Nabokov, o revisitar 2001: A Space Odissey, o Martin Eden o Blade Runner, en un tiempo que es todos los tiempos y que se mide en aviones y en listas y en pruebas de multiple choice y en canciones largas de muchas partes. Un tríptico que nos recuerda que, luego de la expansión arrasadora, viene el contraerse; que a veces la odisea máxima, después de peripecias y monstruos, es volver a casa.

Y uno termina todo esto y solo queda dar las gracias. Las gracias por esos “endless days, those sacred days” que nos pasamos leyéndolo. Unas gracias muy agradecidas, sí, pero a las que la mente lectora ya le va poniendo esa musiquita de los Oscar para que se apuren, para así volver a sumergirnos.
Y, así, recordar.
Y, así, con Fresán, siempre, releer.
No para hallar respuestas o encontrarnos.
Para perdernos.
Felizmente.
Cada vez más y mejor.





*****
*María José Navia es escritora y académica chilena. Autora de las novelas SANT (2010) y Kintsugi (2018) y las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz (2015) y Lugar (2018; Finalista del Premio Municipal de Literatura). El 2019 recibió el premio Mejores Obras Literarias del Ministerio de las Culturas de Chile, categoría cuento inédito, por su libro Una música futura. Kintsugi será publicado en Colombia en mayo 2020, por la editorial Himpar.



Un viaje a punto del infarto y otros cuentos

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Por: Andrea Herrera / Bogotá

El escritor colombiano Juan Ángel Palacio, nos deleita con veintiún cuentos que viajan a través de las vidas cotidianas de la gente del común, con la que unos y otros lectores no tardarán en identificarse o en revivir algunas de las visiones que llevan guardadas en sus corazones o en sus mentes y que fluyen hacia el presente al tener contacto con sus narraciones. Publicado bajo el sello de Icono.

Juan Ángel Palacio Hincapié nació en Santa Rita de Ituango, Antioquia, en 1951. Abogado y escritor. Su vida ha transcurrido entre los escritos literarios y la justicia. Como resultado de sus vivencias, el conocimiento de la realidad de su país y el ejercicio como escritor, han surgido numerosos ensayos jurídicos y literarios publicados en libros y revistas especializadas. 

Entre sus obras literarias se encuentran La hora esperada y otras historias hechas fantasías (Panamericana, 2005) y la novela El último domingo (2008, 2019, Cuatro Ojos). Ahora Icono Editorial publica Un viaje a punto del infarto y otros cuentos, colección que recoge situaciones de la vida cotidiana.


El placer del desahogo, el nuevo libro de Luis Darío Bernal

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Por: Andrea Herrera / Bogotá.

El escritor colombiano Luis Darío Bernal Pinilla publica su poemario para adultos El placer del desahogo (Uniediciones) que obtuviera hace algunos años el Premio Internacional de Poesía "Eduardo Carranza". El libro está dividido en seis partes que rinden homenaje a los cuatro elementos y dos más que saludan a la Pintura y a la Lúdica, a saber: Tierra-Aire-Agua-Fuego, o lo que es lo mismo respectivamente: Poesía Social-Poesía Existencial- Poesía Erótica y Poesía Política. Y las dos últimas partes hablan de la pintura como arte y oficio a la vez, y del Juego, desde el juego de vivir, hasta el juego del humor.

En el libro, el autor intenta desahogarse de sensaciones, pasiones, miedos, felicidades, es decir, de todos o muchos de sus ángeles y demonios de 60 años de vida terrenal y abrirse espacio a un nuevo capítulo de reflexiones, pensamientos y acciones en su vida. 

Lo que se ha dicho de su obra:


"Tu Poesía es cátedra de placer y desahogo, discurso anecdótico de confesiones juveniles, registros lúdicos, palabras que giran entre caderas, pubis y otras letras esculturales. Síntesis irónica de las calles que conoces" 
William Osuna. Premio Nacional de Poesía de Venezuela.

"El placer del desahogo es la más acertada definición de la Poesía de Luis Darío. Un exorcismo lúdico, un desperezarse exquisito de niño travieso, un aullido felino que inventa la alegría entre la piel deseada". 
José Luis Díaz Granados. Poeta y Crítico colombiano.

“De Luis Darío Bernal Pinilla asombra la alquimia de su diversidad temática. Y su poder mágico de cautivar la mente de niñas, niños y adultos. Poder que le es dado a muy pocos poetas". 
Ana María Vivas. Escritora, poeta y crítica colombiana. 

Luis Darío Bernal Pinilla (Bogotá, 1949 - 2050).  
Poeta, narrador, dramaturgo, cuentista, periodista-promotor internacional de lectura y promotor cultural. Es autor de 80 libros publicados en editoriales como nacionales e internacionales como Santillana (España), Melhoramentos (Brasil), Gente Nueva (Cuba), Fondo de Cultura Económica (México), Ediciones B (Barcelona), Panamericana, Ibañez, Enlaces, Collage, Zenú, Atenea (Colombia). Ha sido ganador de 28 premios literarios. Ha colaborado de diversos diarios en América Latina.


La poesía de Alma Cervantes

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Por: Fermina Ponce*

Para leer Pulsaciones, de la escritora y poeta Alma Cervantes, recomiendo tener un tamiz que sea capaz de ver, y ayude a separar entre sí y de sí mismos a cada poema porque cada uno de ellos está en sincronía, con el bombeo vital del corazón, y del tiempo isotrópico del que hablaba Borges. La poética de Alma es «(…) El tiempo isotrópico, el tiempo circular e inclusive la negación del tiempo…»(1) ; ella es el personaje en su romance con el tiempo. Ella es el espacio. Ella es y aunque quiera tomar otras figuras y direcciones, sigue estando intacta en su forma “tan de ella” de repetir incansablemente lo que es vital en su poética.

Pulsaciones, como su autora, está llena de obsesiones, muchas, y gracias a ellas la voz poética de la autora se consolida en el despliegue de una sonrisa, de un lamento, de poder soltar, de tomar riesgos, de repetir hasta el cansancio, y de la necesidad de validarse a sí misma. Sus obsesiones se habitan en la velocidad, la sensibilidad de la madre y su hora, y la limpidez del espíritu. 

«Logística
Estoy en casa, pero aún no llego.
Mi cuerpo viaja, pero yo, voy a pie».

¿A dónde se van las obsesiones si no pasan por un tamiz?
Cuando los escritores respiran esa combinación tan compleja dentro de las obsesiones, su reto es romperlas para que puedan ser en sí mismos, en la brevedad y exactitud. La poética de Alma está cargada de información y en ella la construcción de sus anécdotas. ¿Cuánto le puede importar al lector la secuencia de los objetos, de los colores, de un hecho que te lleva a otro, de todos los murmullos de las abejas? Es decir, cuánto le pueden importar las explicaciones y las repeticiones… no lo sé, pero lo que sí sé es que la habilidad de hilar las palabras como recurso, como arma que propone Alma, lleva al lector a tener que elaborar permanentemente un proceso selectivo y si es un lector paciente, disfrutará del encuentro de su propio silencio.

Cervantes debe pasar sus poemas por una criba y zarandearlos que los precise y de ellos quede solamente lo esencial, pues es allí cuando el lector se queda con lo indispensable, con la medula de Alma. Ciertos poemas de Pulsaciones logran redimir al lector, dándole esa voz que dice «yo también estuve allí», «también sentí», «vi y también fui pulso» … «y te acompañé sin necesidad de tanto» …

«Somos huérfanos, cariño,
sin patria,
sin casa,
sin miedo,
absolutos en la soledad
de la orfandad, …» (Botón rosado)

En su poema "La casa azul", Cervantes se vuelca desde la entraña, entrega y pide protección…en este poema todos nos sentimos huérfanos con nido y sin hogar: 

«(…) Somos la casa azul,
blanca, café,
que me espera amorosa
llena de horrores,
y silbidos.
Volveremos a vernos, le digo.
No me atrevo a llegar,
y ella espera paciente
como una madre».

Meterse en la poesía de Cervantes es atreverse a entrar a un espacio intimista, con la sensualidad natural que tiene la poesía. Aunque el poemario pueda ser considerado como un todo erótico, el erotismo es y está en la palabra de Cervantes; la obra gráfica del maestro Barrón era innecesaria, además, pienso entra a competir con los poemas. Me hubiera gustado ver un Barrón que aguarde lo obvio y que enaltezca las palabras de la poeta o simplemente sin acompañar Pulsaciones.

Pulsaciones es la verdad cruda en la voz de una mujer que se entrega sin esperar, con el tiempo entero, con el dolor candente, con las ganas de ser más ella sin tener que esperar más.

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(1) Borges, Jorge Luis. (1961). Nueva refutación del tiempo. En: Antología Personal. Buenos aires: Sur. 



*Fermina Ponce (Bogotá, Colombia 1972)

Comunicadora social, periodista y, especialista en Gerencia de la comunicación organizacional de la Universidad de La Sabana, Colombia. Máster en escritura creativa en español de la Universidad de Salamanca, España. Sus poemarios, Al desnudo y Mar de (L)una– Editorial Oveja Negra –, han tenido repercusión en el mundo de las letras hispanas tanto en Latino América como en los Estados Unidos, obteniendo mención de honor como mejor libro de poesía de un solo autor en el premio ILBA 2018 (International Latino Books Awards) e ILBA 2019 sucesivamente. Su último poemario Poemas SIN NOMBRE–de la misma editorial– fue presentado en la Feria Internacional del Libro en Bogotá (2019). Incursionó en la prosa con un cuento breve, "René" –Colección Cuentos TRANS (2018) y From Pilsen with Love (2019) de MAGMA editorial, España. Su más reciente publicación poética fue en la antología de la serie Los Siete Pecados Capitales – Avaricia– con el poema "El oráculo del mercader." 

Gente normal de Sally Rooney

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Por: Pablo Concha*

La escritora irlandesa Sally Rooney, autora de la aclamada novela Conversaciones entre amigos (Literatura Random House, 2017), nos presenta en su nueva obra, Gente normal, una historia de amor que se desarrolla a lo largo de cuatro años, entre enero de 2011, cuando los personajes están terminando la secundaria, y febrero de 2015, ya muy cerca de concluir la universidad. El escenario es Carricklea, una pequeña ciudad de Irlanda, cerca de la capital, Dublín. Connell y Marianne siempre están cruzándose en la vida del otro. La experiencia de estar juntos en el último año de secundaria, aunque de forma oculta y sin reconocerlo públicamente, y soportando la carga de ansiedad y humillación que eso implicaba, logró sellar un vínculo más duradero y especial que con cualquier otra persona que fueron conociendo y amando en el camino. Los personajes siempre se preguntan y analizan cómo sería su vida ahora, de no haber tenido los malentendidos o desavenencias que por algún motivo les acontecieron. En retrospectiva, siempre les asombra darse cuenta de los errores cometidos y su incapacidad para comunicarse claramente, además de la carga de las palabras no dichas y los sentimientos no comprendidos e incapaces de pronunciarse. Es el miedo al qué dirán, a mantener una posición de popularidad y el descubrimiento tardío y avasallante de lo intrascendente y absurdo que eso resulta… El poco impacto que tiene en la vida real. Marianne se pregunta: “¿Es el mundo un lugar tan malvado que el amor es indistinguible de las más abyectas y abusivas formas de violencia?”.

Gente normal es una novela que avanza a través de diálogos precisos, ligeramente irónicos y directos, acompañados por descripciones simples y una narración efectiva y carente de trucos. Varios meses transcurren entre cada capítulo, pero Rooney va llenando los vacíos con pequeños flashbacks que muestran el progreso de las vidas de Marianne y Connell y cómo siempre intersectan sus rumbos. Debajo de la historia de amor hay temas que subyacen y se tocan en la medida en que afectan las situaciones presentes de los personajes: el abuso físico de un progenitor, la depresión, el bullying, la diferencia de clases sociales, el masoquismo sexual, la dinámica de poder en las relaciones, la incertidumbre e indiferencia respecto al futuro laboral.

Marianne quisiera ser normal, pero no sabe ni entiende lo que eso significa. En el colegio era odiada y se burlaban de ella a pesar de ser rica y vivir en una mansión. Connell era popular, delantero del equipo de fútbol y alguien que le caía bien a todos; sin embargo, era de una clase social baja y no tenía una relación estrecha con ningún compañero y sus interacciones con las chicas lo dejaban exhausto y sintiéndose horrible. En la universidad se invierten los roles: Marianne es popular, escuchada y buscada por muchos hombres, y Connell es el introspectivo que no encaja y se siente alienado. Sin importar lo que pase, sus caminos confluyen y discurren paralelos por tramos extensos. La experiencia de estar juntos siempre es superior y diferente a cuando están con otra gente. Para decirlo claramente, son dos personas que se hacen bien la una a la otra. No obstante, parece que buscaban algo imposible, como reflexiona en cierto momento el narrador del libro refiriéndose a Connell: “Solo quería ser normal, esconder las partes de sí mismo que le resultaban vergonzosas o confusas”. 


Más de la mitad del libro transcurre en el Trinity College de Dublín, donde la propia Sally Rooney estudió Literatura en el año 2010 y de donde sin duda proceden muchas de las impresiones y sensaciones del lugar narradas en la novela y extraídas de su experiencia personal. Además de los diálogos fluidos e ingeniosos, es interesante la manera en que se retrata el dolor emocional y cómo este se transforma en una necesidad de experimentar dolor físico, todo esto mostrado sin ninguna teatralidad o sentimentalismo. La escritora lo expresa claramente mediante una reflexión que hace Marianne en una ocasión: “Si daba la impresión de que la gente hacía cosas sin sentido ante el dolor, era solo porque la vida humana carecía de sentido, y esa era la verdad que revelaba el dolor”.

Gente normal fue seleccionado en la lista de finalistas para el prestigioso premio Man Booker en 2018 y ha sido un éxito de ventas en EE.UU. y Reino Unido. Desde este mes se puede conseguir en Colombia en todas las librerías. Se recomienda estar atentos a la evolución y nuevas historias por venir de esta escritora. 


*Pablo Concha.  Es un escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y otros medios culturales.

La literatura explosiva del israelí Etgar Keret

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Etgar Keret. Foto: cortesía Editorial Sexto Piso

Etgar Keret nos relata historias donde la protagonista es una cabeza humana que alguien se encuentra en un parque, un hombre que se tropieza de frente con sus mentiras, personificadas, o un domiciliario que amenaza a uno de sus clientes para que le cuente un cuento. En este tipo de narraciones irónicas, imprevisibles y teñidas de humor negro, radica la fuerza literaria del escritor israelí más leído de los años recientes.


Por: Juan Camilo Rincón / Bogotá.

Sin hacer concesiones ni ser políticamente correcto, Keret es dueño de una prosa renovadora que sorprende y explota, contundente, en cada página. Sus personajes son tan reales que podrían ser nuestros vecinos, nuestros amigos o incluso nuestra pareja, y entonces sentimos que la ficción y la realidad se hacen una sola.

Además de su literatura, el cine nos da la fortuna de acercarnos a otras formas de su creación, pues es guionista y director, y algunos de sus cuentos han sido adaptados a ese formato.

De paso por Hay Festival Cartagena y por Bogotá, Juan Camilo Rincón entrevistó al autor israelí para Libros y Letras.

-Vivo en un país donde, desde muy pequeños, nos acostumbramos a la presencia de la policía y el ejército en espacios cotidianos. Por esa razón me llama la atención que en muchos de sus cuentos hay menciones o alusiones al mundo militar: soldados, sargentos, destacamentos, misiones de ejércitos. ¿Esto es algo desprevenido y “natural” en su escritura, o los ha incluido intencionalmente?

Eso tiene que ver principalmente con la sociedad y el país en el que vivo. En Israel todos deben servir en el ejército de manera obligatoria, tres años los hombres y dos años las mujeres; muchos siguen vinculados incluso hasta los 50 años. Es una sociedad muy extraña porque todas las personas que conoces, alguna vez fueron soldados; no es como el caso de Estados Unidos, donde hay un ejército profesional, y otros pueden ser bomberos o policías, sino que es una experiencia ubicua y compartida como manejar un carro o salir a almorzar. Esto crea una situación muy particular porque, si tienes una discusión con alguien en la calle o si una chica te pregunta por qué la estás mirando, sabes que esa persona sabe manejar una ametralladora o lanzar una granada. Es como si el empaque de la civilización humana estuviera ahí, pero sabes que puede romperse en cualquier momento. Lo que ocurre es que las situaciones son esencialmente diferentes en esa sociedad, comparadas con otras. Por ejemplo, en una de mis historias, una pareja pelea, la novia saca al chico del apartamento y cierra la puerta con llave. Todos en Israel saben que una de las primeras cosas que aprendes en el Ejército es que hay una manera específica de patear una puerta para volar una chapa, así que, si él no entra al apartamento es porque respeta su decisión, no porque no pueda entrar. En Israel se tiene la sensación de que la civilización es una ilusión y que todos hacemos un pacto en el que “no sé cómo matarte y tú no sabes cómo matarme”, pero toda la agresividad de la región y el pasado violento que hemos vivido es una falsa armonía porque sabes que, en cualquier momento, todo explota. En mi país, en un café como el que estamos ahora, seguramente habría una o dos personas que han matado a alguien, y una o dos que han visto morir a alguien junto a ellas. Se comportan de manera normal, toman su café, dejan su propina, pero de alguna manera se sabe que la civilización es una especie de pacto en un recinto del que muy fácilmente te puedes salir.

-¿Por qué escogió el cuento corto como uno de sus géneros?

Nunca escogí el cuento corto; más bien escogí contar historias que resultaron siendo cortas. Eso tiene mucho que ver con la intensidad de las historias; por ejemplo, si corres a la máxima velocidad posible, no puedes correr una maratón porque te quedarás sin aire muy pronto. Mis cuentos son como explosiones y he aprendido a hacer que exploten un poco más lentamente.

-¿Qué suelen esperar los lectores, los editores y la prensa de los textos de un escritor israelí?

Primero que todo, pienso que la mejor lección para un escritor es que nunca debe escribir lo que los otros esperan. Un escritor no es un banquero o un dentista; lo último que quieres es que sea confiable y predecible. Muchas veces la gente espera que, si tú naciste en determinada región, hagas historias que ellos ya conocen. Si eres colombiano, quieren que escribas sobre los carteles de la droga; pero puedes ser un escritor colombiano homosexual y relatar una historia de amor sobre el capitán de la selección de fútbol y jamás mencionar nada sobre el narcotráfico. Es importante combatir estas expectativas para que tu quehacer no se convierta en una especie de cliché predecible.

-¿Cómo pelea usted contra el estereotipo del escritor israelí?

Trato de ser pacifista y no pelear en ningún ámbito (risas). Para mí, el espacio de una historia es una especie de confesionario católico: una vez que ingreso en ese recinto, trato de ser sincero, sin provocar ni pelear contra nada, sino contar una versión de lo que es verdadero para mí.

-En el cuento “De repente un toquido en la puerta” usted dice que “la gente realmente está sedienta de otra cosa”. ¿De qué está sedienta la gente hoy?

Pienso que vivimos en un mundo que se hace cada vez menos intuitivo y menos físico, menos básico. La mayoría de nuestras interacciones son muy abstractas; enviamos correos electrónicos, notas de voz. Hace ya algún tiempo, si querías comunicarte con alguien, tenías que verlo cara a cara; hoy, las interacciones son cada vez más virtuales. Por ejemplo, mi hermano, que trabaja en el mundo de la computación, tiene como mejores amigas a personas que jamás ha visto personalmente. La sociedad humana es una red que ha cambiado mucho; hace 50 o 60 años, si querías conocer a alguien, para llegar a ella tenías que buscar a una persona que conociera a otra persona que conociera a esa persona. Era un tránsito analógico. Hoy en día puedes escribir por Twitter a una persona famosa que no conoces, y eso produce una distorsión en la carga eléctrica donde las interacciones humanas han perdido su carácter intuitivo. Ahora alguien puede escribirme desde Bali, Indonesia, y preguntarme si prefiero usar calzoncillos o bóxers. Eso habría sido impensable hace 50 o 60 años, que alguien me escribiera una carta para preguntarme eso, y mucho menos que se acercara a mí. Ahora las barreras han colapsado y han cambiado por completo las interacciones. 

Primero que todo, pienso que la mejor lección para un escritor es que nunca debe escribir lo que los otros esperan. Un escritor no es un banquero o un dentista; lo último que quieres es que sea confiable y predecible.



*Juan Camilo Rincón. Periodista y escritor. Redactor de Libros & Letras.


Libros & Letras recuerda al maestro Manuel Zapata Olivella, ganador del Premio Nacional de Literatura Libros & Letras

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Manuel Zapata Olivela recibe el III Premio Nacional de Literatura Libros & Letras.
Foto: Libros & Letras


En los 100 años de su natalicio, Libros & Letras celebra la vida y obra del médico, antropólogo y escritor Manuel Zapata Olivella. Su voz fue la de los negros, mulatos, palenqueros e indígenas; su trabajo literario, la reivindicación y fortalecimiento de las luchas colectivas de comunidades por largo tiempo ignoradas y violentadas.


Por: Juan Camilo Rincón*

Como un reconocimiento a su obra, en septiembre de 2004 el loriquero fue el ganador del Premio Nacional de Literatura Libros & Letras, que venía siendo entregado desde el año 2002. El valor de este galardón radica en que, lejos de ser producto de la decisión de un pequeño comité de editores, un grupo de periodistas o un colectivo de sabios críticos, es votado por miles de lectores que todos los días se acercan a nosotros para conocer de primera mano las noticias culturales del país y el mundo.

Bajo esa premisa, hace 16 años los colombianos reconocieron al autor de ¡Levántate mulato! y Changó, el gran putas como el mejor escritor nacido en este suelo. En su tercera edición, y tras haber galardonado a Germán Espinosa y David Sánchez Juliao, el premio fue entregado a Zapata Olivella en una ceremonia llevada en la sala Oriol Rangel del Planetario de Bogotá. A la sala llegó desde su lugar de residencia por entonces, el hotel Dann Colonial, ubicado en la calle 14 con carrera 4. Con 84 años y algunas dificultades de salud que no le permitieron subir al escenario, recibió la placa de manos del periodista cultural Jorge Consuegra. Emocionado tras el discurso de Luis Fernando García Núñez, regaló sentidas palabras de agradecimiento a un público numeroso que lo aplaudió de pie. La ceremonia fue transmitida por la entonces Radiodifusora Nacional de Colombia.

A través del Premio Nacional de Literatura Libros & Letras, los lectores de todo el país concedieron al escritor el reconocimiento de su obra como un trabajo de rescate cultural, y de búsqueda y reivindicación de nuestras raíces comunes, reflexionando desde las letras y la literatura sobre nuevos modos de pensarnos sin olvidar de dónde venimos.


*Juan Camilo Rincón. Periodista y escritor. Redactor de Libros & Letras.



Eunice Odio: una luz en la sombra. A cien años de su nacimiento (Parte 1)

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Por: Álvaro Mata Guillé

Banalizar la vitalidad, la rebeldía, el pensamiento

¿Qué sentido tiene conmemorar a una poeta, de por sí irreverente, irónica, confrontadora, más allá de la conveniencia, de querer canonizarla y que muera nuevamente en el estereotipo o en la frivolidad que devora nuestros días, donde nada importa, todo es lo mismo y cada cosa tiene un precio, condicionados por la lógica del espectáculo, la del consumo por el consumo, anclados además en la censura de lo políticamente correcto, el Kitsch o la corrección sentimental: qué sentido tiene, vuelvo a decir, conmemorar a una poeta, aunque intentemos evadir el manoseo o el ocultamiento, como sucede con tantas celebraciones que sucumben a la sacralización que convierte en piedra a las “grandes personalidades”, seca su voz, banaliza su vitalidad, su rebeldía, perpetuándose la impostura, el olvido, la indiferencia? 

El vaciamiento de los referentes que se impone en lo contemporáneo, junto a la oquedad del lenguaje y la inutilidad de los símbolos, arrastra sin duda a la figura del poeta, la que estuvo vinculada en sus inicios a la memoria, a la otra voz, al pensar distinto, a lo plural, relacionándose con el otro que había en nosotros y el misterio que viste al entorno; vaciamiento que consecuentemente se adhiere a la decadencia de las instituciones, de los sistemas políticos y los modelos culturales, que trae consigo el debilitamiento de la idea de persona (del alma) y de los lazos que sustentan a la sociedad plural y el convivir, correspondiendo con ello, como podemos constatar en todos los ámbitos, la proliferación de la barbarie, es decir, de la perspectiva que no logra ver más allá de sí misma, de sus dogmas, su ortodoxia, su apetencia, su desprecio. 

Vínculo existencial entre persona, poesía y sociedad, entre la manifestación expresiva y la construcción de la convivencia, entre el grito que se convierte en significado mutando en lenguaje y lo que somos, pero lo plural, hay que insistir en ello en esta época sin vestigios ni historia, para serlo requiere que se manifieste lo distinto y que lo distinto sea posible; necesita que el individuo asuma su propia voz y que esa voz también sea posible, pues lo plural, como concepto ligado a la coexistencia y al desarrollo cultural, emerge de las distintas expresiones humanas: de las voces diversas, de la otra voz, de lo diferente. Si se debilita o se vacía la idea de persona (los derechos humanos, la condición existencial, la posibilidad de ser) se derruye intrínsecamente a la sociedad y a los valores de lo humano, con ello, emparejado también en esa decadencia social, a las distintas formas de expresión: a la poesía, al teatro, al pensamiento, a la crítica, al disidente, condenándolas irremediablemente no solo al mutismo o al balbuceo, también a la indolencia, a la censura de la ignorancia, postrando toda forma de expresión al esclavismo de la risa idiota. 

Las circunstancia que describimos, también señaladas por otros muchos autores, obligan a redefinir el sentido de las cosas, el porqué de ellas, los fundamentos del convivir o de permanecer, al igual que el sentido de la poesía, el lugar que ocupa el pensador o el poeta, el arte o el desarrollo cultural, preguntándonos asimismo junto a Witold Gombrowicz, cómo hacer para que lo humano vuelva a lo humano, cómo ligar nuevamente el grito al lenguaje, lo vital al convivir, lo sagrado a la creación, más allá del espejismo que implicaría proclamar inútilmente, en este caso, que hemos transitado por el fuego, conocido el sustrato de los elementos terrestres o palpado la metafísica que subyace en los senderos del alba, o que hagamos una apología que nos ilusione sin que nos perturbe, la muerte de una autora, encontrada 10 días después en una tina de baño, con sus gatos lamiendo su sangre y su mal olor, dejados sus cuadros, sus libros, sus vasos. 

Hacia el tránsito de fuego


Las antiguas culturas, a través de la presencia del recuerdo en la conmemoración, en el rito y la fiesta, hacían posible que retornara el pasado: lo ausente volvía convertido en presente, el ayer vestía el ahora, como así ocurre en el teatro o la poesía cuando son poesía o teatro, pues nos vinculan al entorno y a nuestras preguntas, al significado de las cosas inmerso en una cosmogonía, en una cultura, es decir, en la relación entre nuestra interioridad, la memoria y el lenguaje, entre la sensación que descubre lo próximo y la imagen que intenta descifrar nuestro lugar en el mundo, haciendo de las manifestaciones humanas (de la poesía, la música, el pensar) la herramienta y el fundamento que permiten saber, de alguna manera, no solo qué éramos, quién era el otro o la otra, también enfrentar la transitoriedad y el misterio. 

La tradición, el vínculo con los signos del pasado, daba sentido al ahora, vinculaba el algo –al aquello que movía las cosas– al todo, la identidad apegada a una razón, a un lugar, a un tiempo, de tal forma que cada celebración no solo nos hacía retornar al origen (al caos) permitiendo de esa manera reformular el lenguaje, a la sociedad misma para ser ella y poder continuar, como lo hace Eunice Odio en El tránsito de fuego, donde la celebración busca el recuerdo para intentar decirse y redescubrir la función de la poesía y la del poeta en el desarrollo de lo humano, como un mensajero, como lo hacía Hermes interpretando el soplo de los dioses posándose en las palabras. El poeta, sumido en el antes del antes que nos habita, deletrea el presente, el entorno, lo qué somos: la animalidad transformada en lenguaje volcaba sobre sí misma, regresando al tiempo del no tiempo del arquetipo, de lo sagrado, del mito, transformados en memoria, en rutina, en cotidianidad.

Sobre la tradición recae el prejuicio de reducirla al campo de las artes o al desarrollo de las humanidades, también creer que la tradición conlleva el rescate de valores perpetuando el poder o las jerarquías. La tradición –el ver el pasado, recobrar la memoria y confrontarse a ella– nos reencuentra con el conjunto de símbolos que han hecho de la sociedad una sociedad, que han hecho de la persona una persona, un individuo, una particularidad. La tradición concatena tanto a la física como a la técnica, a la pintura como a la economía, de tal manera, que al volver la mirada al pasado no lo hacemos para recluirnos en él, buscamos deletrearlo, reconocer y reconocernos repasando las funciones vitales que han construido la cultura, intentando dar repuesta a nuestras preguntas: el cómo, el dónde, el porqué, acumulados en la historia, en sus voces, en sus inicios, haciendo repaso de nuestros sueños y traumas, de la noche que nos posee con sus obsesiones transformadas en otras preguntas, como acontece en el Tránsito de fuego, cuyos personajes redefinen un lugar, persiguen un lenguaje, recobran un sentido, desarrollan una poética. 

La tradición no es un periodo de la historia, principia adherida al cuerpo, cuando nos alejarnos de la animalidad percibida en el entorno y asumimos consciencia (pulsión) de no morir, cuando en el silencio descubrimos nuestro grito buscándose, percibiendo nuestro tránsito ante la inmensidad de la penumbra, convertidos en narración y poesía, en trazos que rememoraban el agua mecida en el útero-caverna o el canto del nómada trasladándose a través de los vestigios de la memoria, un reencontrarse entre sueño y vigilia, que dieron forma –y lo sigue haciendo a pesar del vaciamiento y el olvido contemporáneo– a las conclusiones efímeras que recordaban nuestra vivencia ante la necesidad: el hambre, el dolor, la sed, el miedo, el no saber. A través de ellas, de las manifestaciones humanas hechas canto, danza o trazo, no solo volvían las voces de ancestros, mezclando como una sola cosa al pasado y al presente, o el clamor de nuestras voces y los ecos emanando del cuerpo, perfilando un rostro, una representación ante lo incierto como condición de la existencia. Sí, en la poesía nos reencontramos, como lo hace Eunice Odio en sus textos, pues al representar la sensación que embarga nuestras vivencias en el canto, nos reconocemos en él: al revivir volvemos a ser, reencontrando un sentido ante la oquedad de las cosas, el vacío y la ausencia. 

La poesía diluye las barreras, desaparecen los límites vinculándonos al silencio, pues el silencio es antes del lenguaje, acontece en la oscuridad del caos donde no hay ni mar, ni hojas, ni pájaros, sabiendo que ahí, donde el tiempo se detiene y el las cosas pasan sin pasar, emergemos, nace la otra voz, principia el lenguaje. La poesía, si quiere serlo, no asume posturas ni brillos, reniega de la denuncia y el manifiesto; no es una exaltación o un desahogo, tampoco una moral, una solución, el balbuceo o la sensiblería. Sus hilos se escapan e intentamos atraparlos pero se desvanecen, lo volvemos a intentar sin lograrlo sumidos en el “Campo Nublo”, como así llamaba Antidio Cabal a ese lugar de preguntas sin respuesta, donde el allá permanece al acecho como una sombra que transita entre la búsqueda y la transgresión que nos indaga. Allá, se destruye el lenguaje para que ilumine otro lenguaje, el mismo siendo otro, donde destella un sentido, algunos significados, un reencuentro, un acto de comunión que ojalá nos consuele y nos permita permanecer. 

(Continúa parte 2...)


*Álvaro Mata Guillé. Poeta, ensayista, director teatral.



Eunice Odio: una luz en la sombra. A cien años de su nacimiento (Parte 2)

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Por: Álvaro Mata Guillé

Inquisición, contrarreforma, ausencia 

Nombro a Eunice sin nombrarla. La menciono sin decirla. En cada línea que escribo, en cada idea o imagen está ella mirando. No solo mira, pregunta, afirma, se enoja, me dice “no”, guarda silencio, ríe y vuelve a mirar, mezclándose su obra y sus convicciones: la tribulación, su crítica y el compromiso literario; la ironía, la inteligencia y su deseo, sabiendo eso sí, que la poesía era el lugar de encuentro, donde al reunirnos con la opacidad del lenguaje principia lo humano, donde se confunde el vivir, el hacer, el pensamiento, la realidad con la irrealidad, haciendo de su vocación literaria (del compromiso con la otra voz y consigo misma) una condición de la existencia, una ética, una razón para vivir, a pesar de los contratiempos, de la oscuridad y el desprecio de tantos, los que quisieron (lo quieren todavía) convertirla en ausencia de sí misma, en silencio, en sombra. 

Existencia y poesía, poesía y ética, derroteros marcados por el entorno, por un lugar, una época, un contexto: “El País de los ausentes,” le llamaba Jorge Arturo; “El Pueblón”,  le decía Eunice Odio al caserío josefino, a la aldea extendía entre barro y selva. Costa Rica fue el límite (el lindero) del Reino de Nueva España, el lugar sin lugar más allá del allá, al que no llegaban del todo las cosas y tampoco importaba. La provincia dejada de lado, consumida por la envidia, el sonrojo, el resentimiento: sin una “gran historia”, tampoco grandes mitos o tragedias, más que reseñas de nuestro abandono: subsistimos, entre miseria y necesidad, mirando al otro –al de allá, al de aquí– con vergüenza, con rencor y desconfianza, siendo éste quizá el cimiento que da lugar al “choteo”, el “cortar la cabeza o boicotear” a aquel que sobresale (al distinto), al que con su hacer deja en evidencia nuestra precariedad. El choteo iguala a cada uno (a todos nosotros) y nos coloca a ras de piso, a la misma altura. 

Costa Rica, el lugar poblado por “estrellas de granito”, el sitio donde habita “una serpiente sin alas”, marginado entre los marginados, nació de la contrarreforma y la inquisición, del centralismo feudal de Felipe II y su necrofilia, de la negación del cuerpo y la censura a lo íntimo, es decir, la mutilación de lo particular, de la otra voz, del disidente, del distinto, elementos, que entre olvido y aislamiento, constituyen nuestra ontológica. Sí, los países latinoamericanos padecemos todavía los efectos de la llegada española, el trauma de encontrarnos entre ser, no ser y los postulados de la modernidad, la edad de la crítica y la censura, entre el aquello que deseamos y queremos (lo francés, lo italiano, lo español, lo otro) y lo autóctono, condiciones que se disimulan entre los delirios contemporáneos, pero que subyacen asomándose en cada rincón, en cada voz. En nuestros territorios se conjugan los muchos tiempos del mito, la linealidad y el consumo del instante por el instante, pasamos de la exaltación a la antropofagia cultural, la que nos hace vernos siempre como lo peor entre lo peor. Búsqueda y negación, necesidad de un rostro y el desprecio de nosotros mismos.  

El aislamiento costarricense conjuga todos estos elementos, haciendo de su no-presencia, una condición: al no figurar en la historia, preferimos destruir todo vestigio de ella y opacar nuestra propia voz y rostro, dando la espalda a lo que acontece, siendo quizá, esa relación con lo ausente, con la marginalidad histórica y la censura, sin grandes mitos ni epopeyas, lo que lleva a Eunice Odio, no solo a evadirse y buscar otros contextos, también a intentar reencontrarse en otro lugar: en la escritura, en la fundación del lenguaje y los fundamentos de lo humano, adentrándose en los arquetipos, como ella llamó a los ecos de sí misma, a la añoranza y los fantasmas que nos envuelven, buscando y buscándose. Regreso al origen, al antes del lenguaje para construir un lenguaje, un espacio-tiempo donde el poeta (ella) pueda permanecer; donde la poesía, lugar de comunión entre el ser y el estar, alimente lo cotidiano. 

¿Se adelantó, Eunice Odio, a su tiempo, presagiaba, como lo hizo Albert Camus, en el Hombre rebelde y el Mito de Sísifo, la condición existencial del acontecer contemporáneo? No lo sé y tampoco importa. En sus textos, sobre todo en el Tránsito de fuego, donde al volcar la mirada en los sustratos del lenguaje, en el origen que funda lo humano, nos reencontrarnos, sabiendo, eso sí, que hay una luz, un destello en la sombra.

(Una primera versión de este ensayo, se publicó, en enero del 2020, en el Periódico de Poesía de la Universidad Autónoma de México)    

Declinaciones del monólogo. 

I

Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.

II

Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.


Si pudiera abrir una gruesa flor

Yo no me dejar humillar por las cosas irracionales:
penetrar lo que haya en ellas de sarcasmo hacia mí
haré que las ciudades y civilizaciones se me rindan.
W. Whitman
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre
no quiero acordarme...
Cervantes
Eunice andaba en el sueño
con zapatos de vigilia,
¡ay, Eunice, por tus pies
te van a negar el día!
Eunice Odio

Si pudiera abrir mi gruesa flor
para ver su geografía íntima,

su dulce orografía de gruesa flor:
si pudiera saltar desde los ojos

para verme, abierta al sol,
si no me golpeara de pronto, en la mejilla,

esta reunida sombra,
esta orilla de silencio

que es lo que ciertos pañuelos a la lágrima,
un aposento blanco, descubierto.

Si pudiera quedarme abierta al sol
como el sencillo mar

y alta, recién nacida hija del agua,
creciera mi color al pie del agua.

Por qué no he de poder desnudarme los pies
en una casa en que los alfabetos ascienden

por el labio a la palabra, y en que duendes de menta,
sirven té verde y florecida sombra.

Por qué no he de poder
desnudarme los pies en una casa

en que todos los días
un año desviste su estatura melancólica,

y en que la costa azul de un relicario
guarda el retrato de un vecino de mayo que se ha ido.

Sin embargo

no puedo desnudarme los pies en esta casa
ni poner sobre la mesa el corazón.

Pero puedo abrirme como una flor
y saltar desde los ojos para verme,

abierta al sol.

Granada, Nicaragua,  Junio 12 de 1946
________________________________________


Natalia, la niña del pintor Granell


Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.

Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada por un astro.

Por todo eso:

peligro,

gracia,

riesgo,

me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;

para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos signos cotidianos.

Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la memoria,
se reorganiza su salida al sueño.

Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;

y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón prematuro
reanuda el cielo más allá del aire

También,

y poco a poco,

como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:

una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,

cortadas en la mañana,
y húmedas.

Entre tanto, a treinta mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,

Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una canción.

Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):

—¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las jardinerías!

Yo me miro por dentro,

preparo lentamente
un acto de terciopelo...

...De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un ángel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se derrama.

Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,

(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre una azucena)

¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la oigo perder su paladar sin venas.

(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído un deseo de irse volando a nácar

el mar,

todo verde).

Pero dice la niña allá en mi oído:

—El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos cocodrilos si lo vieran!

(¡qué nadie lo sepa!)

La niña tiene un retrato del mar

(¡Qué nadie lo vea!)



Parte 1: Eunice Odio: una luz en la sombra. 


*Álvaro Mata Guillé. Poeta, ensayista, director teatral.


Poesía en tiempos de cuarentena por Piedad Granados

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Inspirada en la crisis actual que afronta el mundo entero, la periodista colombiana Piedad Granados, radicada en Italia hace una década, ha comenzado a escribir varios textos que ella denomina como "informes periodísticos, poéticos" en los que narra el día a día que viven los italianos por causa de la pandemia del coronavirus. 

   
Por: Piedad Granados / Italia.

En los últimos días los muros de la casa de repente se volvieron más altos, el sofá ya no es tan cómodo y las recetas de cocina perdieron su sabor. 
Es el efecto de la cuarentena me dice mi cabeza, pero mi corazón no se conforma con los abrazos congelados y las miradas desconfiadas de los pocos que nos encontramos en el supermercado. 
De todos los rincones llueve información, ruedan cifras y cifras sin rostro, no sabemos a quien llorar o a quien consolar. Que se tomen una aspirina y se queden en casa, dicen los ancianos pensando que no es justo tanto revuelo por una simple gripa. 
Las calles parecen más largas o más anchas, hay silencio, tal vez detrás de las cortinas alguien se esconde esperando que el panorama cambie. 
Suena una sirena de ambulancia. ¿Será un contagiado? 
Las redes hablan, especulan, inventan. 
Dos pensionados se encuentran en la calle, se saludan, comentan, ¿hablan del virus? Yo les grito desde mi bicicleta, ¡vayan a casa!.  
La semana pasó y las cifras no se detienen. ¿Y ahora? 
Quiero saltar de las pantuflas a los zapatos de primavera, quiero caminar con el sol pegándome en la cara, ver el mar, tomar un café en la plaza. 
“Todo irá bien” dicen los letreros en las vitrinas, hay lágrimas evaporadas, la televisión me golpea la cabeza, me empuja hacia la soledad de las calles en la ciudad eterna, hacia las góndolas meciéndose al son de la brisa sin rumbo. 
La gente canta por la ventana, en el balcón, hay olas de solidaridad, hay quien está solo, hay quien necesita un abrazo y yo no se lo puedo dar. ¡No hoy!


Guillermo Fernández: “Me interesa leerme a mí mismo con esa voz interna que pide relectura”

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Por: Rolando Revagliatti*


Guillermo Fernández (23 de noviembre, 1951, Buenos Aires) Es profesor de Lengua, Literatura y Latín, egresado de la Escuela Normal Mariano Acosta (1985). En 2008 concluyó sus estudios de posgrado como Magister en Ciencias del Lenguaje, título otorgado por el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha desarrollado la investigación académica en el área de sociolingüística y especialmente en temas vinculados con la variación sintáctica. Colaboraciones suyas fueron difundiéndose, entre otros medios, en las revistas españolas Universos y Revista Internacional de Lingüística Iberoamericana. Publicó el libro de cuentos Sólo razones (2005) y las novelas Nadie muere en un bello día (2010), El cielo de Lucy (2012), Polonio espía detrás del cortinado (2016) y Demonios en Jeppener (2018).

-¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

GF: Era joven. Fue una poesía de malevos y cuchillos. Todavía la impronta borgeana me invadía. Fue una herencia de mi padre, gran admirador de Jorge Luis Borges. En su biblioteca contaba con una carpeta llena de recortes de diarios sobre entrevistas realizadas a Borges.  


-¿Cómo te llevás con la lluvia y con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

GF: Siempre las tormentas y la lluvia me generaron intimidad. La sangre me valió siempre para incluirla en mis relatos, plenos de seres marginales. Supongo que fue William Shakespeare quien me estimuló. La velocidad para mí está vinculada con la fluidez de la sintaxis. La contrariedad es la necesaria para el desarrollo de mis personajes. 

-“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” Tus consideraciones... 

GF: Más joven creía en esa escena de Gustave Flaubert. Hoy creo en el ejercicio, en la práctica. El oído es otra forma de visión mucho más sugestiva que la vista. Me interesa leerme a mí mismo, con esa voz interna que pide la relectura. En síntesis, la inspiración es volverse un sonido privado y solitario. 

-¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

GF: Los textos son meros avatares. Para citar como ejemplo: Edgar Allan Poe y Pascal Quignard. De Poe aprendí el clima de la imposibilidad y, en algunos casos, lo irremediable. En ese caso, texto y vida fueron de la mano. De Quignard, su respeto a la soledad, al silencio. También su vida es un retiro continuo. 

-¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

GF: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos.” Para mí es el más significativo. La vida es acción constante. La única forma que poseemos para hacernos “ver” es desplazarnos en el ejercicio, en la práctica. La escritura es un deslizamiento del sonido sobre renglones. Siempre que se escribe se convoca a alguien. 

-¿Qué obras artísticas te han estremecido cabal e inequívocamente? ¿Y ante cuáles has quedado en estado de perplejidad?

GF: Entiendo, como amante de lo clásico, que Antígona, de Sófocles, resume toda la obra literaria. El encuentro con Creón sacude por la terrible actualidad, como explicaría Italo Calvino en “Por qué leer los clásicos”. También, en la significatividad de Antígona sigo el texto “Antígonas. La travesía de un mito universal por la historia de Occidente”, de George Steiner. En esa dirección que señaló Sófocles, los parlamentos de Bruto y de Marco Antonio, en la tragedia “Julio César”, de Shakespeare, exponen el movimiento dialéctico y los argumentos seductores a los que la política nos acostumbró siempre. 

-¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

GF: Mis olvidos son frecuentes. He dejado llaves en cualquier lado y he tenido que recurrir a que me auxilien. En una ocasión tenía turno con el odontólogo. Llamé a mi hija para que me trajera su propio juego de llaves. En el momento en el que subo al taxi para llegar a la entrevista, advierto que las tenía en el bolsillo de atrás del pantalón. Igualmente, tuve que pedir un nuevo turno. Indefectiblemente, llegué tarde. 

-¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

GF: Todo lo que sucede después de esta línea de escritura. Creemos con ingenuidad que estamos en el presente, pero no es más que ilusión pasajera. Avanzamos con una cierta furia hacia lo que todavía no determinamos con certeza. Atrae lo que no programamos. 

-“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan? 

GF: La consulta al médico. Los estudios, el diagnóstico. Además, nunca entender la letra con la que los profesionales prescriben la receta. No creo en la medicina. En mi novela “Nadie muere en un bello día” (2010), el personaje central, Alfredo Arecha, vive esa situación de angustia frente a los designios, disfrazados de probables, de los doctores. Como citaba Borges: “La salud es un estado precario”. 

-¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

GF: El estilo es una limitación, un condicionamiento. Opino que se debe mantener una marca personal en la escritura. Ahora bien, ese rasgo propio, nunca puede ser discusión con otro autor. 

-¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente? 

GF: La injusticia me indigna. Pues la falta de posibilidades me parece arbitraria y contraria a lo que denominamos “prójimo”, “el otro”. En segundo lugar, y siguiendo tu pregunta, la falta de razón, cuando es evidente y se persiste en ella. Y, finalmente, los discursos vacíos y pretendidamente intelectuales me superan. 

-¿Qué postales de tu niñez o adolescencia compartirías con nosotros?

GF: Las que me escribían mis abuelos cuando se iban de veraneo a la costa. Yo me quedaba con mis padres. Me alegraba la foto de la playa, el sello, la letra prolija de mi abuela, quien escribía como si lo hiciera en un renglón ficticio. Y, por supuesto, el saludo, indicando que estaban siempre presentes, aunque lejos. Después, con el tiempo, me percaté de que las distancias son excusas para estar juntos. 



-¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

 GF: Leer a Pascal Quignard es perderme, por un lado, en la resonancia de sus palabras, sus frases, su contundencia. Es disfrutar de leerlo y releerlo. A Quignard lo encuentro en la música barroca, en esas cantigas españolas que dirigió con maestría Jordi Savall. Me hubiera encantado haber sido compatriota de Juan José Castelli en La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera. Alguien que colaborara con él en la confección de sus cuadernos. 

- El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia, ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

GF: El bullicio que se produce apenas comienza la mañana, con el transporte y los autos me ensordece. Las caras de angustia por la falta de tiempo para llegar a alguna parte, casi siempre la misma (creemos con ilusión que nos desplazamos), me resultan patéticas. Ver en el andén del subte la sorpresa por la llegada del vagón se asemeja a la cara de satisfacción de los chicos cuando desenvuelven un caramelo regalado. La llegada tarde, el subir de a dos los escalones de la escalera mecánica replican la desolación de los pasajeros. Pero mi tristeza es completa cuando percibo el desconsuelo en la espera del colectivo en todo lo que significa regresar de noche, la intemperancia por subir primero para encontrar asiento y desplazarse lo más rápido posible para llegar al hogar y toparse con el fervor de la espera. Por fin, el viaje y la vuelta a la casa es un camino que no hace más que reconocernos como humanos. 

-¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna y  la causticidad destacarías?

GF: A Jorge Luis Borges por todo lo que significa comprender “El informe de Brodie”, por el sarcasmo que implica revisar la consabida antinomia civilización y barbarie en la historia y literatura argentina. Julio Cortázar apeló a la mordacidad al pintar a la clase media en casi toda su obra cuentística. A Roberto Arlt lo incluyo como un autor que se valió del ingenio y también de la acrimonia. Y, por fin, es necesario acudir a Macedonio Fernández para referirnos a la sorna y a la causticidad.


*Rolando Revagliatti. Escritor argentino
www.revagliatti.com 


“Una editorial universitaria es una isla para los náufragos de la literatura”: Jairo Osorio, editor

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Jairo Osorio. Foto cortesía del autor.


Un café en Buenos Aires con Jairo Osorio, director del Fondo Editorial UNAULA, de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín 


Por: Pablo Hernán Di Marco / Argentina.


No son tiempos sencillos para el mundo del libro, que pareciera deslizarse en una pendiente conformada por lectores en retirada, periodistas obsecuentes, escritores que no escriben, y editores que no leen. Por fortuna, aún quedan soldados que resisten, y sin dudas que Jairo Osorio es uno de ellos. Pero, ¿de quién hablamos cuando hablamos de Jairo Osorio? ¿Del escritor meticuloso, del lector apasionado, del fotógrafo de ojos afilados, o del editor sensible y firme en partes iguales? Intuyo que hablamos de todos ellos, pues es imposible comprender a uno sin el otro. Aunque en esta ocasión —y con motivo de sus diez años al frente del Fondo editorial UNAULA— me centraré en el editor. ¿Cómo comenzó su aventura literaria? ¿Sus decisiones editoriales le hicieron perder amistades?  ¿Qué sueños le quedan por cumplir tras tanto camino recorrido? Acompáñenos, querido lector, acérquese a nuestra mesa, esta silla es suya. Y démonos el gusto de compartir un café con el artista Jairo Osorio

—Este año el Fondo Editorial UNAULA cumple una década de vida. Cuénteme los primeros tiempos, Jairo. ¿Cómo nació esta aventura?

JO: La Universidad nació con las calenturas de los años sesenta, creada por un grupo de intelectuales liberales e izquierdistas que, de alguna manera, tenían la escritura como su oficio. Desde mil novecientos sesenta y seis, su fundación, muchos de ellos publicaron sus textos, pero no de una manera formal. Cada quien editó su libro como podía. Sólo en dos mil diez, el Rector de la época creó, mediante acuerdo institucional, el Fondo Editorial UNAULA, para suplir las necesidades de los académicos. Tuve, entonces, por esas cosas del destino, la fortuna de iniciar un Catálogo y un Fondo desde cero, tal como lo había hecho antes, durante casi doce años, en otra universidad local. Te digo que ese es un momento de mucho desasosiego: entrar a una oficina donde lo único real es un acuerdo que dice: “[…] Es necesario establecer los parámetros, tanto académicos como administrativos, para el funcionamiento del Fondo Editorial...”. Sabato decía que el mundo se jodió desde que pusieron de moda la voz parámetro. Al desasosiego hubo que sumarle la limpieza del polvo acumulado de los días en esa oficina oscura.

—No es lo mismo trabajar en solitario que hacerlo con el respaldo de una institución. ¿Qué le aporta y qué le quita al Fondo Editorial el apoyo de la Universidad Autónoma Latinoamericana?

JO: Le aporta toda su tradición escrita y la seriedad de su comunidad académica. En nuestro caso, no le resta nada. Libertaria, como es la vocación de la UNAULA, cualquier propuesta de calidad y pertinencia es bienvenida.

—¿Y la particularidad de un fondo universitario?

JO: Que es una isla para los náufragos de la literatura.

—Supongo que una de las tareas más complicadas (y usuales) que tiene un editor es rechazar manuscritos. ¿Cómo se le dice que no a un autor que le dedicó años de su vida a la escritura de un libro? ¿Su trabajo como editor le hizo perder amistades?

JO: A veces con delicadeza, a veces con brusquedad, porque hay algunos que definitivamente no entienden lo que es la escritura. Eso le granjea al editor bastantes enemigos. Tantos como a un árbitro de fútbol en el clásico del domingo, pero a mí no me perturba porque no tengo aspiraciones políticas. Recuerda que un editor es como un referí: sólo lo quiere su madre…, y a veces. El editor defiende y tiene compromiso, primordialmente, con el lector.Un catálogo es el gusto de un editor, como el menú de un buen restaurante es la obra de su chef. Por eso el mercado tiene que ser exquisito.

—Uno de los puntos altos de la historia de UNAULA fue sumar a su catálogo a Gustavo Álvarez Gardeazábal. ¿Cómo se hace para editar, tratar y negociar con alguien que, más que un escritor, es un mito vivo de la literatura colombiana?

JO: Amistad y tacto. El periodista y editor Juan Cruz nos recordó siempre que los escritores desayunan “egos revueltos”. Yo se los condimento muy bien a Gardeazábal y a otros buenos autores nuestros, para que se sientan como ellos se sueñan que son.


El editor defiende y tiene compromiso, primordialmente, con el lector.


—Los escritores —tan a menudo sensibles, egocéntricos e inseguros hasta la exasperación— son una especie particular. ¿Le llevó mucho tiempo aprender a lidiar con ellos? 

JO: Todavía lucho por aprender. Es una casta difícil. Son más de lo que vos decís. 

—¿Qué novedades nos traerá UNAULA en 2020? ¿Habrá alguna publicación que celebre esta primera década de vida?

JO: He querido celebrar la década con diez títulos especiales que hablen de América, y con algún texto hecho especialmente para la ocasión. Pero la salud y los años ya pesan; el cansancio, también. Y, sobre todo, la desilusión de no poder encontrar los lectores ideales. Son tan pocos, ya, desdichadamente. Y el mundo anda tan convulso, perdido, que a veces los planes se aplazan. De cualquier manera, habrá sorpresas para la Fiesta del Libro.

—Las esperaremos con ansiedad. Y hablando de ferias… usted conoce como pocos la Fiesta del Libro de Medellín y la Feria del Libro de Bogotá. Y también es un concurrente usual de las ferias de Buenos Aires y Guadalajara. ¿Cuáles son los puntos altos y bajos de cada una? ¿Qué debiera aprender la una de la otra?

JO: Todas, felizmente, son oportunidades maravillosas para el público. Puertas abiertas para el reencuentro anual con los libros. Cada una tiene la especificidad de su equipo directivo, eso hay que respetarlo. Así, con sus características particulares, son exitosas, obtienen rendimientos económicos y sociales. Lo que la una le puede enseñar a las otras ya lo han asumido, con las reservas y experiencias propias del entorno en el que se mueven. Voy a ellas como a una temporada de vacaciones: con el alma desparpajada, a ver amigos.

—Si yo fuese editor creo que todos los días me despertaría soñando con que llegue a mis manos el nuevo Harry Potter, o con que me venga a golpear las puertas de la editorial un joven y desconocido Alessandro Baricco para ofrecerme una novelita inédita titulada Seda.¿Tiene anhelos así, Jairo? ¿O los años y la rutina del trabajo van aplacando esos sueños?

JO: Los codicio, todavía. Pero en estos tiempos agitados escasean. Todo el que garabatea una computadora quiere publicar de inmediato. Los “autores” modernos no se dan tiempo para la experiencia, la reflexión, la relectura de sus propios textos. Todo lo quieren para ya, los pierde la época de afanes que viven. Sueñan con protagonizar los programas de televisión “Yo me llamo…”, “A otro nivel…” ¡Qué bárbaros!

—Luz Giraldo me dijo que temía que tantos años dedicados a su trabajo como académica hubieran opacado a su trabajo como poeta. Usted, más allá de ser editor, es un reconocido escritor. ¿En algún momento temió que tanto esfuerzo volcado a la edición le haya restado tiempo a la escritura?   

JO: ¿Temí? Me jodió la dedicación a la promoción de los otros, aunque fue tarea grata. Siempre tuve que trabajar para vivir, desde niño me recuerdo trabajando. Y siempre para terceros. En lo cultural, en lo comunitario. Cuando escribí, fue robándole tiempo al hogar, al descanso de fin de semana. A las mujeres. A las vacaciones que todo hombre se merece. No te imaginás el sacrificio, con el tiempo, cuando escribí Familia (la novela que publicó Ediciones B, en 2015).Creo que sacrifiqué una obra por el estatus; también es que nunca me tomé en serio la escritura. Fui otro diletante más. Mi opción, pendiente todavía, sigue siendo la soledad de la lectura.

—Lo entiendo. Creo que, en este juego, la máxima aspiración siempre será llegar a ser, algún día, buenos lectores. No hay premio mayor que ese. Cambiemos de tema y vamos con la sección Respuestas Breves: ¿Cuántos títulos ha publicado en estos diez años?

JO: En Ediciones UNAULA cuatrocientas cuarenta publicaciones, incluyendo las revistas institucionales. En el Catálogo de textos generales (investigaciones, literatura, textos de estudio, periodismo, historia, rescates, otros), doscientos treinta y nueve libros. 

—¿Cuál fue el libro más vendido de estos diez años?

JO: La misa ha terminado, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, catorce mil ejemplares en un año. Hubo razones. Lástima que, en Buenos Aires, nadie se haya preocupado por ese libro. Es tan cercana la historia a ustedes, por el Papa Francisco

—Esperemos que pronto llegue un “Jairo Osorio porteño” con el coraje suficiente para publicar esa novela en Argentina. ¿Qué libro del Catálogo de UNAULA le despierta un orgullo particular?

JO: Es imposible. Cada uno es una fantasía especial. Una lucha diaria. Una satisfacción que nadie ajeno a las letras puede imaginar. No imaginas el sueño reparador cuando se hace un buen trabajo en imprenta. Pero, siempre, el próximo. 

—¿A qué autor quisiera sumar al Catálogo del Fondo Editorial UNAULA?

JO: Tantos. Pero quisiera hacerle un homenaje especial a Fernando Vallejo. Su bondad e inteligencia enriquecería cualquier catálogo editorial. Yo digo que Fernando es como una buena tía. Y para sonar un poco extravagante, cualquier ensayo del franco-libanés Amin Maalouf, qué extraordinario. Y una serie, que llamaría “La mala memoria”, de escritores que silenció el régimen castrista con el extrañamiento o la cárcel, ayudado por la troupe de intelectuales solapados de América y Europa.

—De cada cien manuscritos que llegan a sus manos, ¿cuántos merecen ser publicados?

JO: Realmente, muy pocos. La tierra no es fértil para estos menesteres. En el mundo se publica por las exigencias de la economía, no por la calidad de la escritura. Las estanterías tienen que cambiar a diario para seducir a compradores compulsivos. 

—Vamos con la última, Jairo. Le regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Cuénteme quién sería.

JO: Dice usted “a cualquier artista”. Menos mal. Los escritores son, por lo general, gente arrogante. Los artistas son tropa sensible. Y si son cantantes, mejor. A un café invitaría, a mi casa, a un tropel de salsa. Pero, cuál, por dios. Todos tan buenos. Tal vez a Rubén Blades. Se muestra tan sencillo, tan polifacético, tan mundano en su Nueva York de amparo. 

—¿Y qué pregunta le haría a Rubén?

JO: No le preguntaría nada; lo pondría a cantar “Pedro Navaja”, y le serviría un whisky. Y con el escritor, que era tu curiosidad malévola de porteño, ya me tomé el tinto —como decimos en Colombia— hace tiempos: con Borges en Cartagena, mil novecientos setenta y ocho, al frente del mar, en la terraza del hotel Capilla del Mar, pero era tan joven que siempre lamenté aquella oportunidad perdida. El retrato icónico del Poeta que aman todos los borgeanos, y el libro, varias veces editado [Borges: Memoria de un gesto, 1979] con la entrevista y las imágenes del encuentro, salvaron ese café a la orilla del Caribe. Las preguntas ya están recogidas en ese diálogo juvenil con el anciano Homero. 


Los “autores” modernos no se dan tiempo para la experiencia, la reflexión, la relectura de sus propios textos.



*Pablo Hernán Di Marco.  Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras 

Cuentos de Yunier Riquenes García

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Yinier Riquenes. Foto: Naskicet Domínguez Pérez


Yunier Riquenes García (Jiguaní, Granma, 12 de diciembre de 1982). Narrador, poeta, guionista y promotor cultural. Reside en Santiago de Cuba desde 2006. Entre sus libros publicados se encuentran los volúmenes de cuento Quién cuidará los perros, Eds. Santiago, 2007; Lo que me ha dado la noche, Editorial Oriente, 2007; La espalda marcada, Letras Cubanas, 2014. Las novelas La edad de las ataduras, Ediciones Matanzas, 2010 y La quietud, Ediciones La Luz, 2015; los libros para niños No apto para mayores, Ediciones Caserón, 2012; Los cuernos de la luna, Gente Nueva, 2012; Las formas del amor, Ediciones Santiago, 2015; Cien metros planos, Ediciones Unión, 2015; el poemario Claustrofobias, Letras Cubanas, 2009; la selección Las respuestas de Soler Puig. Compilación de entrevistas. Eds. Santiago, 2010. Textos periodísticos suyos pueden leerse medios de prensa cubanos y extranjeros. Coordina junto a Naskicet Domínguez la plataforma de Promoción de Literatura Cubana Claustrofobias Promociones Literarias (www.claustrofobias.com). 


Compartimos algunos cuentos que el autor seleccionó para Libros & Letras:

Orden público

Alguien avisó a la policía. Justo en la primera hora de la madrugada encendieron el carro y le dieron el máximo volumen al reproductor de música. El ruido sacaba a cualquiera de la cama.
Se escuchó el llanto de un recién nacido, la tos ininterrumpida de un viejo y los ladridos de un perro, pero ellos siguieron en la esquina. 
Les arrojaron aguas calientes y pútridas, biberones, piedras, cabillas; ellos continuaron con la música, hembras y varones al mismo compás, con la misma energía. Un disco y el mismo disco, una canción y otra vez la canción.
Por fin la policía los detuvo. Salieron algunos a preguntar qué había sucedido. Tenían los oídos taponados. 
En el juicio los declararon culpables. ¿Por qué?, preguntó uno. ¿Qué hicieron?, preguntó una señora.
El juez leyó la sentencia. Todos irían en la misma celda. Hembras y varones en la misma estrechez, apretados por los altavoces y bocinas pequeñas hasta en las almohadas. Escucharían la música que detestaban. Y cuando estuvieran durmiéndose le pondrían otro tema más insoportable. 
Rieron a carcajadas al escuchar el veredicto, burlándose. Soportaron felices las primeras horas, las segundas y las terceras. Pero cuando quisieron dormir, no pudieron; quisieron sentarse, caminar, y tampoco fue posible. 
Por fin tuvieron paz, silencio interior. 
La música seguía alta por los altavoces y las bocinas. 
Habían dejado de oír, de sentir las vibraciones.

La cama

Aquellos dos miraban la cama grande como un niño mira un juguete. Subían y bajaban la calle. Se detenían en la vidriera; disputaban la derecha, la izquierda, los pies y la cabecera. 
Comenzaron a vender lo que pudieron. Fueron quedándose sin cuadros, floreros, muebles, sin la vajilla ni las prendas. Vendieron todo, pero no fue suficiente.
Dormían en una cama personal. Sentían la respiración, el mínimo sudor o movimiento. 
Un día él trajo un poco de dinero y no explicó cómo, de dónde; otro día ella apareció con otro poco de dinero y no detalló de dónde, cómo. Fue suficiente.
Salieron con una carretilla y no le permitieron a nadie que los ayudaran; cargaron a casa la cama grande. 
En la noche uno estaba en el extremo izquierdo y otro en el derecho. Aquellos dos no volvieron a ser uno ninguna otra noche. La cama grande dejaba mucho espacio vacío.

Un pedacito grande

Ahora viene a decir un pedacito para la seño, con la boca bien abierta. Si alguien medio dice que no, levanta las cejas y arruga la frente. 
Cualquiera le coge miedo a la seño cuando arruga las cejas y arruga la frente, es un perro que gruñe por portarnos mal. 
Después que nos pide a cada uno sus pedacitos, ella tiene que dormir, dice; se recuesta del asiento y ronca. 
Si nos reímos cuando ronca levanta las cejas y baja una o dos veces las manos, hasta donde les alcancen.
Desde hoy nos esconderemos de la seño. Ya nadie quiere darle el pedacito, la mordidita o el traguito. Ya aprendimos a comernos la merienda antes de entrar, antes de que nos vea. 
Cuando los padres pregunten que si los niños se lo comieron todito ella no sabrá qué responder, no es su responsabilidad. 
Hoy nos paró uno a uno en la puerta. La seño hizo una reunión con los padres sobre la alimentación de los hijos, dice que no se está haciendo bien. 
Esos niños, dijo, no traen su merienda, no se la comen a su hora.  Se verán flaquitos, y no es culpa de la seño.  
Hoy tenemos que entregarnos otra vez. Hay que poner el bolso en sus manos. Que nadie se atreva, advierte, la seño nunca pide, siempre cuida.
Saca de un bolso y otro, prueba y engorda. Nosotros sabemos que un día la seño tiene que reventar. 


La campaña

Apostaron por él. 
—Es el único que entiende el sistema —dijo la ingeniera.
—El que me destraba los procesos económicos.
—Él es quien hace los contactos con los compradores y los canales de televisión —dijo la relacionista pública.
—El único que defiende a los trabajadores —dijo el presidente del sindicato.
—Entonces, ¿están de acuerdo con la propuesta? —interrumpió el presidente de la asamblea—. Que levanten la mano los que están de acuerdo.
Levantaron la mano, aprobaron por unanimidad la expulsión. 


El gato negro

No teníamos hijo hasta que encontramos al gato. Le pusimos Tigre sin saber qué género tenía. Lo revisamos en casa y creímos que era hembra. Le dejamos el nombre.
Tigre escapó de casa y los niños salieron a buscarlo ante tanto llanto por nuestro hijo. Pasamos dos días sin comer, buscando entre las yerbas, preguntando por todas partes. Estaba muy flaco. Apenas podía comer o tomar leche.
Creció y también le crecieron los huevos. Supimos que sí, era Tigre el nombre de nuestro hijo. Comenzó a dormir entre nosotros. Comía y comía, se puso gordo.
Un día descubrimos que robaba en las cocinas ajenas, le lanzaban cuchillos, aguas calientes; le dejaban carnes con venenos. Advertimos que si moría algo terrible iba a suceder en el vecindario.
Pero un día Tigre nos robó el pedazo de carne que teníamos, que íbamos a compartir con él. Olvidamos que era nuestro hijo. Lo lanzamos con rabia contra los perros de los vecinos.

La tribu

El cacique se sentó en una piedra a mirar caer la tarde, a mirar la luz que caía sobre el caballo de piedra. Al caballo le habían llovido aguaceros, había recibido el sol y el rocío de más de ciento cincuenta años. Eran ciento cincuenta y ocho exactos. 
Siempre, para esa fecha el caballo brillaba con la primera luz de la luna, pero ahora el caballo estaba cuarteado por las patas, como si estuvieran partidas, como si no fuese a caminar jamás. 
En otro tiempo, las celebraciones del caballo ya estaban listas. Preparados los animales para el sacrificio y las danzas que anunciarían cosechas grandes. 
El cacique recordaba su infancia, lo que le contaba su bisabuelo, cómo hablarles a los hombres, las costumbres que debía mantener y la permanencia en los límites. La aldea estaba preparada para mantenerse en los límites: entre el río y las montañas.
Podían cazar, pescar, sembrar. Solo había que mantener las crianzas y las cosechas. Las mujeres debían parir más de tres muchachos para mantener la raza. 
El bisabuelo siempre hablaba de las aldeas que estaban al otro lado. Eran aldeas bárbaras. Aquí todo es de todos, allá nada es de nadie. Pero cómo son, preguntaba, y el bisabuelo solo decía: Son bárbaras, hijo. 
Cuando murió el bisabuelo le preguntó al abuelo, que respondió, aquí todo es de todos, allá nada es de nadie, son aldeas bárbaras, y luego su padre dijo: Son bárbaras. Cuando tuvo su hijo quiso decirle lo que decía su bisabuelo, su abuelo y su padre, pero respondió no sé, hijo, no sé cómo son aquellas aldeas. 
Eso lo escuchó una persona y lo repitió en silencio por la aldea. Comenzaron a escapar en las noches, uno y otro, querían saber cómo era el otro lado. 
El cacique mira el caballo. El que traicione debe clavarse el cuchillo, había dicho el bisabuelo, el abuelo, y el padre. El cacique saca su cuchillo, lo mira. Siente agitarse el corazón. Escucha pasos de hombres que vienen por él de la otra aldea. No tiene nada qué decir, nada qué explicar. Esperará por ellos, pero que dejen a su hijo.
El cacique siente el tropel de los caballos más cerca. Acerca el cuchillo al corazón. Escucha en la avanzada los gritos de su hijo.


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