Esto no es acerca de los grandes escritores ni de los grandes libros. Es acerca de un fenómeno comprensible en tiempos del Internet como amo y dueño de todas las interconexiones humanas: los jóvenes del mañana —digamos la verdad: los de ahora mismo— no venerarán los mismos escritores que el mundo ha amado como clásicos ni les pondrán atención a los libros que definimos como imprescindibles. ¿Por qué? Porque hay libros que representan sus sueños y su momento.
Yo fui forzado a leer de mis 10 a mis 14 años obras como
Huasipungo, el
Popol Vuh,
Martín Fierro y
Don Segundo Sombra y hoy no recuerdo qué decían porque no era la edad para acceder a ellos, y de seguro habría odiado todos los libros si no fuera porque algunas maravillosas obras de aventuras se cruzaron en el camino para salvarme.
Hoy los jóvenes tienen un mercado específico: su propia literatura con temáticas claras, que no necesariamente se centran en el romance y los vampiros, como parecieran definir los títulos dominantes de esta temática, al estilo de
Stephenie Meyer y su saga
Twilight o
Cassandra Clare con sus
Cazadores de sombras.
En la misma esquina, capaz de ser leído por adolescentes, pero con una propuesta para cualquier edad, entraría el Nobel más reciente, Kazuo Ishiguro con su Gigante enterrado. El rey de todos, amado por jóvenes tanto como por adultos, es Stephen King, tanto por su aproximación al horror como al suspenso, pero sobre todo, por su magistral enganche narrativo
La literatura fantástica domina el paisaje y hay en ella autores tan enigmáticos como sorprendentes.
China Mieville es uno de ellos. Su particular estilo, que salta de lo fantástico para jóvenes a las historias enigmáticas y complejas para adultos, ha ganado un nicho entre los que buscan literatura con un alto nivel.
Embassytown,
Krakeny Un Lun Dun son muy recomendadas. En la misma esquina, capaz de ser leído por adolescentes, pero con una propuesta para cualquier edad, entraría el Nobel más reciente,
Kazuo Ishiguro con su
Gigante enterrado. El rey de todos, amado por jóvenes tanto como por adultos, es
Stephen King, tanto por su aproximación al horror como al suspenso, pero sobre todo, por su magistral enganche narrativo: puede odiarse a
King o venerarlo, pero no se puede ser indiferente a su voz.
Marcus Zusak, con La ladrona de libros, un libro que acercó a los jóvenes al Holocausto de una manera distinta; Madeleine L’engle, con Una arruga en el tiempo, donde un viaje a la quinta dimensión permite vivir el autodescubrimiento juvenil
Otras obras y autores que merecen ser leídos son
Trilogía del asesino, de
Robin Hobb, por su profundo peso político, de alguna manera similar en su trasfondo al del gigante
George R.R. Martin y su
Canción de Hielo y fuego;
Joe Abercrombie y su trilogía
La primera ley, cruda y brutal, medieval y llena de perdedores, o su menos dura pero igual importante
Trilogía del mar quebrado;
Brandon Sanderson, con su creativa apuesta, en la que se destaca Nacidos en la bruma; la saga
Geralt de Rivia, de
Andrezj Sapkowski, y su fantasía oscura, escrita de manera impecable;
Patrick Rothfuss y
El nombre del viento, otra apuesta casi que segura, o
Terry Pratchett, y su universo
Mundodisco, que hace reír con ganas, una maravilla en tiempos de tanta amargura.
Entre los conocidos y muy vendidos, además de
J.K. Rowling y su
Harry Potter,
Suzanne Collins con sus
Juegos del hambre,
Veronica Roth y su serie
Divergente, hay uno que es un monstruo en la producción de obras porque ha entendido cómo contar de forma creativa la mitología griega, romana y nórdica, y es hoy por hoy el método más efectivo para que los jóvenes se acerquen a estas tres tradiciones:
Rick Riordan, con su saga de
Percy Jackson. Igual, de todos ellos hay que destacar algo: sus escenarios no son siempre agradables, y llegan a ser tan opresivos como asfixiantes, en mundos tan distópicos como creativos.
En sus obras, los jóvenes viven la contradicción que les plantea este mundo a diario: una sociedad que los oprime y les aplasta los sueños, regida por adultos limitantes que no soportan su maravillosa rebeldía, ante la cual solo pueden oponerse con la fantasía. En este segmento, un personaje enigmático se ha posicionado bien con una saga tan intensa como compleja:
Pittacus Lore (apodo de
James Frey y
Jobie Hughes) con su
Soy el número cuatro.
Entre los autores que plantean escenarios complejos dentro del mundo de la literatura fantástica, y lo logran bastante bien, está
Erin Hunter, seudónimo de las tres autoras de
Los gatos guerreros, una saga que no perdona a ninguno de sus héroes porque plantea las batallas como escenarios de pérdida y autoaprendizaje, y se mueve a través de generaciones sin que los protagonistas iniciales estén obligados siempre a aparecer.
La brújula dorada, de
Philip Pullman, juega con una trama en un escenario helado en el que los daimonion, o las almas mismas, son tan importantes como los protagonistas reales.
No leerán lo mismo que las generaciones previas. De hecho, los jóvenes no leen ya los clásicos para formarse o no les interesarán en estos años iniciáticos, aunque quizás lo hagan más adelante.
Marcus Zusak, con
La ladrona de libros, un libro que acercó a los jóvenes al Holocausto de una manera distinta;
Madeleine L’engle, con
Una arruga en el tiempo, donde un viaje a la quinta dimensión permite vivir el autodescubrimiento juvenil; el
Diario de Ana Frank o
El niño con el pijama de rayas, de
John Boyne, permiten que los jóvenes miren sucesos de la aplastante realidad desde una óptica distinta. Mi favorito es
Un monstruo viene a verme, de
Patrick Ness, una obra tan poderosa como hermosa, tan devastadora como inolvidable, acerca de la enfermedad y las pérdidas.
Para el amor,
John Green, por supuesto, con
Bajo la misma estrella. Si se busca algo de humor inteligente, está
Mark Haddon y
El curioso incidente del perro a medianoche, un recomendado eterno. Ante lo clásico,
C.S. Lewis viene bien con sus siempre bien vendidas
Crónicas de Narnia o
J.R.R. Tolkien con su
Señor de los anillos o
El Hobbit. Para entender el mundo, hay que ir a otro planeta con las
Crónicas marcianas de
Ray Bradbudy, su maravilloso
Farenheit 451 o su colección de cuentos
El hombre ilustrado, leer
1984, la impresionante distopía de
George Orwell, o
Un mundo feliz, la contraparte de
Aldoux Huxley. Para adentrarse en lo fantástico puro, la alemana
Cornelia Funke y su buena colección de obras creativas.
Para rematar, algunas joyas nuevas se destacan en el paisaje mundial:
Ken Liu, un chino estadounidense que ya pegó fuerte con
La gracia de los reyes y arrasó con todos los premios del género; otro chino,
Liu Cixin, con
El problema de los tres cuerpos, también ganador del premio a la mejor novela de ciencia ficción;
Emilio Bueso, un español que publicó
Transcrepuscular, apunta a lo alto con su propuesta. Un célebre ya, pero no mucho por este lado,
David Mitchell, autor de
Cloud Atlas, es un tremendo escritor imaginativo y poderoso, cuya obra es tan trasgresora como creativa. Y por Colombia, una apuesta:
Juan David Bastidas, un joven de Pasto que publicó el año pasado
La tierra de las cordilleras, un fino trabajo que da cuenta de un tremendo narrador ya no en camino, sino presente.
No leerán lo mismo que las generaciones previas. De hecho, los jóvenes no leen ya los clásicos para formarse o no les interesarán en estos años iniciáticos, aunque quizás lo hagan más adelante. No está bien o mal: es el mundo que cambia, simplemente. Y es la manera de esta generación actual de sentirse viva y rebelde, conectada con historias que no son las del drama de vivir sino las de la ruptura de la uniformidad.
![Enrique Patiño Enrique Patiño]()
Periodista, cronista y escritor.