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El cinismo poético de Loochkartt

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Tomado de Confabulación/ Octavio Mendoza. Si Ángel Loochkartt no hubiera pintado en el horizonte artístico americano el bello cinismo poético de sus seres ambiguos, no hubieran llegado hasta nuestras alcobas, y seguiríamos buscándolos en los imaginarios puti-pubs y carnavales de la desvergüenza, a nombre de la dosis de desparpajo que todos necesitamos. A mediados del siglo 20, en medio del aburrido diario vivir del país liberal-conservador, el joven Ángel, ya jugando a reírse de todo, hizo un viaje de estudios a la patria de la Transvanguardia, Italia, para buscar, entre serenatas y estudios, el cruce de rebeldías con sus pares y la compañía para sus intuiciones, encontrando, de paso, las fuentes venturosas de sus lesbianas etruscas. Al regresar, impuso en su pintura la belleza díscola de seres gozosos y travestidos cuya visión nos ahorraba salidas costosas a las quimeras de la perrería, ese mundo expresionista, bello y feo a la vez, bueno y cruel, violento y feliz, extravagante y amoroso; un juego virtual cuyo secreto es mostrarnos otra cara del ser, y la verdadera forma de la vida. Congos, travestis, vagos, tangueros, marimondas, ángeles eróticos, malsentadas expectantes y habitantes de la noche nos recuerdan que la carcajada y la risa pueden conferir, de paso, dignidad a la indecencia. Loochkartt, próximo al cenit creativo de la madurez, sabe también que su vasta obra ha llenado de contenidos lo que un exagerado minimalismo quiere convertir en olvido del ser, con la mano segura y dotada que le permite figurar por derecho propio, hace décadas, como uno de los mejores pintores que en el mundo han sido herederos de Goya, Ensor, Soutine y compañía.

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