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El diario: la catarsis de Abad Faciolince

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Héctor Abad Faciolince. Foto de Lisbeth Salas. Cortesía Alfaguara.


Por: Juan Camilo Rincón* y Pablo Concha** / Colombia


Para el analista alemán Hans Rudolf Picard, el diario es un instrumento literario para representar la realidad, que adquiere pleno sentido cuando se dirige a un lector y se convierte en intimidad presentada. Ese volcamiento de la íntima realidad para ser entregada a un lector que entrará a juzgar ya no la obra sino la vida misma, es el riesgo que corre el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince con su libro Lo que fue presente. Diarios 1985 – 2006 (Alfaguara, 2019). Como mapa de vida, este libro nos permite recorrer, de su mano -y, en ocasiones, con amplio detalle- las diversas etapas de su existencia cuyo recorrido lo llevaron a convertirse en el escritor que hoy conocemos y reconocemos.


Sus diarios son una travesía por los polos que para él representan sus padres (él, un intelectual socialista y militante; ella, una mujer capitalista y pragmática), los vaivenes de una pródiga vida afectiva, la mistura de sentimientos ante la llegada de su primera hija y su imposibilidad de imaginarse como un buen padre, la pesadumbre frente a la situación política de su país, la literatura que marcó su propia escritura, entre muchos otros tópicos que aparecen y reaparecen como verdades, algunas de las cuales pesan y cobran factura. Son también, de alguna manera, una deconstrucción de todo aquello que lo ha formado como escritor, herramienta que permite al lector rastrear sus orígenes, sus influencias, los vestigios de lo que fue presente.


Llama particularmente la atención su énfasis en que son muchas las obras canónicas que no ha leído, y que tampoco suele leer “lo que está de moda", pues ha optado por edificar un camino lejos de las tendencias, con un criterio muy personal respecto a lo que considera que amerita ser leído. Para Abad, la novela y -ahora- el diario son las formas de creación literaria que usa para dedicarse “al yo, a la introspección, a la divagación, al recuerdo” y, sobre todo, para ejercer la que, según él mismo, sería su “única maternidad”.


En esta entrevista Abad Faciolince nos habla sobre su libro más reciente.


¿Cómo siente que ha sido la transformación de su ejercicio de escritura en la creación de este diario? Después de tantos años escribiendo, ¿siente que ha cambiado su manera de hacerlo?


HAF: Creo que en los mismos diarios se nota ese proceso de evolución. La escritura del principio es muy distinta a la del final. Cambia el foco, cambia el ritmo de la frase, cambian los intereses, cambia hasta el vocabulario, los tics estilísticos. Ese es para mí, en parte, el interés de unos diarios durante los cuales transcurren dos decenios. El joven que los empezó no es el mismo señor maduro que les pone punto final. En la medida en que fui capaz de escribir más y mejores libros, los diarios perdieron importancia en mi vida: el yo perdió protagonismo y lo ganaron los otros, las cosas, los libros que sí escribía.


¿Por qué cree usted que en Colombia no es común la publicación de diarios? ¿Por qué no es un género al que usualmente se dedican los escritores?


HAF: No sé. Es una pregunta para profesores y para alguien que haga una investigación o una historia de la literatura. Tal vez el catolicismo, con su examen de conciencia y su confesión de boca, lleven más a la introspección y al relato oral. Si usted, cura, me garantiza el sigilo sacerdotal, yo le cuento, y las palabras se las lleva el viento. Pero Francia también es o fue un país predominantemente católico y tiene muchos diaristas. Creo que en los géneros literarios hay un efecto de contagio, de imitación. La mayor parte de los diarios de Vargas Vila ocurren en Francia. Los franceses llevan diarios porque otros colegas los llevaron. Cuando yo empecé los míos había leído los diarios de Stendhal. Lástima que Rufino José Cuervo no hubiera llevado también un diario íntimo en París. A mí me gustaría leerlo. O el cura Camilo Torres un diario de su vida en la guerrilla, por corta que haya sido. Tal vez al ser Colombia un país en el que la gente vive todo el tiempo desconfiando del otro, el hecho de llevar un diario y de dejar expuesta la intimidad produzca mucho miedo: todo lo que yo escriba será usado en mi contra. Mejor me lo guardo en la caja oscura del cráneo. Pero todo esto son solo hipótesis, ni siquiera tesis, solo especulaciones; en realidad no tengo ninguna respuesta.


¿Qué tan útil fue para usted en sus inicios como escritor llevar un diario?


HAF: No me gustaría presentar los diarios como un ejercicio útil para todo el mundo. Por suerte todos somos distintos. A algunos podría distraerlos de ejercicios literarios más útiles; a otros se les puede convertir en una obsesión única, lo que no sé si será conveniente. Puedo decir que a mí me convino para no derrumbarme en muchos momentos de la vida. La escritura, en general, tomar apuntes, es algo que siempre me ha producido claridad y tranquilidad. Pienso mejor escribiendo que simplemente pensando.


A lo largo del libro hay, cada tanto, frases subrayadas en rojo. ¿A qué obedece resaltar esas ideas en específico?


HAF: El origen de ese detalle (que para mí no es un subrayado sino un regreso a los orígenes del manuscrito y de la tipografía) está en los mismos cuadernos: por pura casualidad −los bolígrafos se pierden− el color de la tinta en los diarios tiene variaciones. Yo quise que esos cambios repentinos y arbitrarios, azarosos, se reflejaran en la edición final del diario. En los incunables es bastante frecuente la mezcla de la tinta negra con la tinta roja, lo cual tiene origen en los códices donde al menos las letras capitulares usaban ese color, que era más caro y por lo tanto una especie de adorno. Cuando tengo tiempo yo dedico mis libros en tinta azul y roja. En fin, no es nada muy importante, podríamos decir que es una coquetería, algo que hace el libro un poco menos puritano, un poco menos austero. Se atreve al púrpura, al rojo de los cardenales católicos. Y a nadie se le impide subrayar lo negro, lo rojo, nada… lo que quiera.


Usted afirma que para escribir necesita estar solo. ¿Por qué necesita la soledad?, ¿cuál es el carácter de su escritura cuando no está solo?


HAF: Soy capaz de escribir un artículo en un aeropuerto, en un bar lleno de ruido. Pero para escribir un poema o una página de diario, o un capítulo de novela, necesito silencio y soledad. No sé bien el motivo. Supongo que tiene que ver la comunicación con partes distintas del cerebro, de la sensibilidad, del pensamiento. Nunca me ha gustado escribir con música; no soy capaz. La música me demanda una gran atención, me arrastra. Cuando no estoy solo puedo hacer lo que demanda un oficio: el oficio de periodista, por ejemplo, que se educa en ruidosas salas de redacción (en las que trabajé). Pero la escritura de un diario es íntima como cualquier vicio solitario, que no debe ser interrumpido ni presenciado por ninguna mirada.



Tal vez al ser Colombia un país en el que la gente vive todo el tiempo desconfiando del otro, el hecho de llevar un diario y de dejar expuesta la intimidad produzca mucho miedo


A finales de 1991, al volver a vivir en Medellín, casi lo matan por robarle el carro de su hermana. “Pese al miedo cotidiano en esta ciudad salvaje, no hay infelicidad”, dice usted en el diario. ¿A qué se refiere exactamente?


HAF: A una extraña resistencia humana a hundirse en la desazón o la infelicidad total. En los años más atroces de Medellín (el año de la peor violencia en Medellín fue precisamente el 91), uno encontraba refugios interiores de compensación, incluso de alegrías fugaces. Es algo que les ocurre a los soldados en medio de una guerra. La misma sensación de que podemos morir en cualquier momento nos anima a disfrutar algunos instantes de dicha: un helado, una sonrisa, una puesta de sol. No estamos hechos para vivir felices, pero tampoco estamos diseñados para la completa infelicidad: todo se pasa, el dolor y el orgasmo se pasan.


¿Cómo se retroalimentan la ficción y la realidad en sus diarios? 


HAF: La realidad, la experiencia, han sido siempre para mí la fuente de mi escritura, incluso de la que más ficticia pueda ser o parecer. La experiencia de un joven aquejado de impotencia con la mujer que ama, se puede trasladar a la ficción bajo la forma de un viejo que ya no siente deseo, y que explica esa apatía sexual con la edad. Es un proceso que ocurre a un nivel profundo de la conciencia, o de la inconsciencia. Pero en el diario yo puedo rastrear de qué forma una experiencia real se convierte en una ocurrencia fantástica. Parte del interés de los cuadernos, al menos para mí, radica en esos procesos de transformación.


Al transcribir sus diarios para este libro, ¿qué sintió al releerse?


HAF: A veces me sentí muy mal. No es agradable recordar en detalle ciertas cosas que uno preferiría olvidar. De hecho muchas cosas se me habían olvidado, ya están olvidadas, y solo sé que ocurrieron porque ahí están escritas y confío en que ese que las escribía estaba diciendo la verdad. Un ejemplo muy claro sería este: yo no recuerdo el momento en que encontré un poema en el bolsillo del saco de mi padre asesinado. Pero ese momento lo recordaba unos meses después de ocurrido y lo apunté en los cuadernos, cuando el suceso era casi presente. Treinta años después el rastro en las neuronas ya no existe, pero existe el rastro en la escritura. Y me creo, le creo a la persona que fui y que escribió esa vivencia, más que ese recuerdo.


En sus primeros años usted soñaba con ser librero-editor. Ahora que es escritor y dueño de un sello editorial, ¿cómo ve usted el oficio?


HAF: Fui librero; tuve en Medellín una librería de viejo: El Carnero. Y después abrí otra, Palinuro, con unos amigos. Yo era muy mal vendedor y en la primera experiencia no nos fue muy bien. Era muy bueno, en cambio, para comprar libros leídos, sabía escarbar muy bien en los libros dejados por los muertos para hallar la edición rara despreciada por todo el mundo y especialmente por los herederos. Los planes que tuve de joven para mi vida los he realizado todos: viajar, tener hijos, sembrar árboles, editar libros, vender libros, traducirlos, escribirlos. Ahora intento llevar a cabo planes que me parecían imposibles de realizar en esta vida y que yo había dejado para vivirlos en una próxima reencarnación. Por ejemplo, tocar un instrumento musical. He estado aprendiendo a tocar guitarra, y no me va a alcanzar la vida para aprender, pero no importa. Es tan difícil aprender algo a mi edad que las horas se me van lentas, sin que me dé cuenta. Estoy nadando desde hace 12 años, y también he encontrado ahí una gran dicha, como una meditación placentera dentro del líquido amniótico del mar o de la piscina. Me siento bendecido por el cansancio de la natación. 


La realidad, la experiencia, han sido siempre para mí la fuente de mi escritura, incluso de la que más ficticia pueda ser o parecer


El diario revela una especie de transformación de ideales políticos, de valores de ese antiguo Abad con respecto al de hoy. ¿Cómo ve ahora sus utopías de joven?


HAF: En muchas cosas he sido variable e inconstante, pero mi posición política −creo− ha sido bastante parecida a lo largo de casi toda mi vida: soy un liberal, en el sentido filosófico del término. Fui educado por un socialista y una capitalista, mi padre y mi madre. Para él el valor fundamental era la igualdad; para ella, que no desprecia para nada la igualdad, existe también la relación entre el esfuerzo, el mérito, y cierto bienestar económico que se alcanza. En ese sentido, sobre la base de una igualdad de oportunidades bastante estricta, y también igualdad ante la ley y satisfacción de necesidades básicas para todos, nunca me ha parecido que en la sociedad todos tengan que ser exactamente iguales. No creo que todos los escritores -los buenos y los malos- deban recibir un mismo sueldo por parte del Estado. Tampoco creo que los poetas se deban morir de hambre. Mi experiencia política es limitada y también mi interés en la política. Desconfío de la posibilidad de construir el paraíso en la Tierra; no creo que la materia prima de la humanidad sea tan buena como para lograr un planeta habitado por ángeles. Creo más bien que hay que saberle sacar algún partido al egoísmo humano, a su naturaleza tan poco angelical. Esos ideales políticos los tengo, me parece, más o menos inalterados, desde los 30 años. Soy lo que hoy es definido con desprecio como un centrista, un tibio: creo que el régimen político menos dañino de la historia ha sido la socialdemocracia.


¿Ha continuado con el ejercicio de escritura de un diario?, ¿habrá un diario 2007-2019?


HAF: Seguí llevando diarios unos cuantos años más. Después ya no y hoy en día tengo libretas de apuntes, pero no diarios. Son más bien pensamientos que se me ocurren, pero muy pocas veces es el registro de lo que me pasa. Francamente ya no me importa mucho lo que me pasa. Para llevar diarios hay que estar muy interesado en uno mismo y en la propia vida. Eso ya no me ocurre. Lo cual no veo como una tristeza, sino como una liberación. Escribía diarios porque era muy infeliz. No es que ahora viva en una perpetua felicidad, no es eso. Se parece más a la indiferencia. Le tengo miedo a las tragedias, a las grandes desgracias, pero ya no persigo el fantasma de la felicidad. Ahora sé que hay alegrías pasajeras y dolores muy hondos que más o menos se curan cuando los logramos olvidar.






* Juan Camilo Rincón.  Periodista, investigador cultural y escritor. Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia y Viaje al corazón de Cortázar.


** Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras.



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