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Un café en Buenos Aires con la escritora Verónica Salinas

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Por: Pablo Di Marco*

Vivir en Buenos Aires y padecer la crisis económica de fines de 2001. Saberse obligado a escapar como un último modo de sobrevivir. ¿Destino? Tal vez el más exótico: Escandinavia. Utilizar a la vida propia como un trampolín para escribir una novela. Y escribirla no en castellano sino en noruego. Y que la novela se publique y se premie en Noruega, y más adelante también en Argentina. Y que emocione por igual a los lectores de ambos mundos.


¿Qué historia estoy contando? ¿La de la escritora Verónica Salinas o la de la protagonista de su novela? Tal vez esta conversación, café de por medio y en Buenos Aires, nos acerque a una respuesta.


—Mientras leía tu novela recordé algo que le oí decir a Vargas Llosa. Que recién se comprendió a sí mismo como latinoamericano cuando se fue a vivir a Europa. ¿Te sucedió algo similar?


VS: ¡Sí, totalmente! Como cuando das unos pasos alejándote del cuadro para verlo a todo mejor. Yo di muchos pasos, me vi con todas las luces y con todas las sombras. Todo el cuadro en su conjunto y en relación al entorno próximo y al lejano.


—Hay un pasaje de la novela en la que su protagonista (lejos de su hogar en Buenos Aires, y desamparada en Noruega) dice: “Decidí perder todo”. Es interesante que diga eso y no “Perdí todo”. Como si hubiese una elección a favor de la derrota, tal vez como un modo de liberación, como un modo de terminar de desprenderse de todo peso.

VS: La protagonista podría haber dicho: "No, no puedo irme a Noruega y trabajar como niñera". Podría haberse quedado en Argentina y soportar la situación social y económica. Pero aunque le duele y le da miedo, se lanza y elige perder todo. Como lo había leído en un libro de Yoga: "Perder para ganar"


—Es interesante lo que decís. Porque ganar es mejor que perder, pero es innegable que la victoria también tiene sus costos. En otro pasaje la protagonista dice que todas sus pertenencias caben en el interior de su valija. Ahí recordé al personaje de Eusebio Poncela en la película Martín Hache, cuando habla de la liviandad como un modo de transitar la vida. ¿Qué te despierta esa idea? ¿Viste esa película?


VS: No vi la película, la voy a ver. La liviandad es muy importante para mí. La practico en muchos aspectos, pero hay uno en el que todavía no me sale: ¡Tengo muchos, muchos libros! Trabajo en la Casa de la Literatura en Oslo y tengo que leer todo lo que se publica en el año. Las editoriales me traen muchos libros y yo los voy a acomodando en las repisas.
La liviandad para mí va unida al compartir. "Compartir" es un verbo que aprendí desde muy chiquita de mis padres provincianos, que todo lo que tenían lo compartían. Nunca nada era "solo para nosotros", sea comida, ropa o techo. Todo se compartía. "Compartir" era tan importante como respirar, caminar y comer. 

—Prometeme que el día que viaje a Oslo me vas a llevar a esa biblioteca de La Casa de la Literatura.


VS: ¡Te voy a llevar a muchos lugares acá en Oslo! ¡Vení, nomás!


—Te tomo la palabra. Intuyo que buena parte de tus lectores consideran que Y es una novela autobiográfica, y tal vez no lo sea tanto. ¿De dónde vendrá esa necesidad de los lectores por identificar plenamente a los personajes de un libro con su autor?


VS: ¿Vendrá de la curiosidad? ¿Del asombro? ¿Del "cómo se le ocurrió esto?", "¿Habrá pasado así realmente?". No lo sé, pero lo imagino en esas preguntas. La novela usa la realidad como un trampolín. Pero la realidad fue todavía más dura, en mi familia por ejemplo somos tres hermanos, y no dos. La novela es una construcción. Para que sea "literatura" tengo que trabajar y diseñar una estructura. Si cuento solamente cómo fueron las cosas, no es seguro que logre hacer literatura.


—Me causó gracia la vez que le escuché decir a Borges que no le gustaba el francés porque sonaba “como un italiano resfriado”. ¿Cómo suena el noruego?


VS: Suena como el hielo profundo, gutural, árboles espesos. Suena hermoso. Aprendí a amar el noruego. Me gusta leerlo en voz alta. Me gusta masticar sus tonos bajos. No me sale compararlo con otros idiomas así como Borges, no soy tan genial, jaja. Pero hablando noruego entiendo y leo sueco y danés. Y el danés suena a noruego con una papa en la boca, jajaja.


—¿Te encargaste vos misma de la traducción del libro del noruego al español?


VS: Sí, me encargue yo.


—El de las traducciones es un tema que me interesa mucho. Imagino que te encontraste con más de una dificultad, ¿no es así?


VS: Fue rarísimo y bellísimo trabajar con el noruego y el castellano dentro mío. Verlos así paraditos uno al lado del otro. Tuve a una editora maravillosa: Karina Echeverría, que estuvo en todo momento atenta a mis preguntas, a mis dudas. Me acuerdo que tuve que trabajar el tema del humor, había juegos de palabras en el noruego que no sabía cómo trasladarlos al castellano. También luché con hacer al castellano económico ya que mi noruego es muy económico. Por cada situación suelo tener como cien palabras en castellano para decir y veinte en noruego.

Ahora, mirando para atrás, me arrepiento un poco de no haber puesto palabras en noruego en la versión castellana. Porque en la versión noruega sí hay palabras en castellano.

     —Tal vez puedas agregárselo a una segunda edición.


VS: Sí, ojalá. Sería hermoso.


—A la hora de las devoluciones, ¿qué diferencias encontraste entre los lectores argentinos y los lectores noruegos?


VS: Los lectores de allá y de acá recibieron la novela y su lectura de una manera muy hermosa. En Noruega los lectores me escriben cartas, y en las lecturas públicas lloran y se ríen a carcajadas, especialmente los que ellos llaman "Los nuevos noruegos", o sea, los extranjeros. Pero lo que tengo ahora a flor de piel fue la recepción de la novela en Buenos Aires y en Corrientes.


—Justo quería preguntarte cómo habían resultado las presentaciones del libro en Argentina.


VS: Hice una lectura con música del maravilloso guitarrista noruego Per Einar Watle en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, y dos presentaciones en Corrientes: una en el Museo del Chamamé en Mburucuyá y otra en la Laguna Rincón en Caá Catí. El Museo del Chamamé está levantado frente a un monte bellísimo. El escenario al aire libre atrás del museo me dejó de cara al monte, a los árboles y los bichos de luz. Eran las once de la noche y había un público de unas cien personas. Escucharon atentos, se rieron, lloraron y cantaron conmigo. En Caá Catí me armaron un escenario al borde de la laguna. Mientras leía escuchaba los grillos, los sapos, los sonidos de la noche en el agua. El público se emocionó, cantó y hasta me gritaron unos sapucai. El público en Corrientes fue el más efusivo y emotivo que he tenido.


—Qué hermosa descripción, Verónica. Parece la perfecta contracara de las soporíferas presentaciones de libros a las que estoy acostumbrado. Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos Aires. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.


VS: Ay… lo invitaría a Julio Cortázar. Iríamos al Cafe de la Poesía en San Telmo. Yo me comería uno de esos panes caseros que hacen riquísimos y, entre miga y miga, le agradecería todo. Tal vez lloraría, conociéndome bien, seguro lloraría y me reiría mucho. Sería tal vez muy atrevida y le preguntaría si le puedo mostrar la novela con la que estoy trabajando ahora, en la que intento ponerme en la piel de un hombre, de un hombre sensible. Que me está costando mucho pero que estoy disfrutando en iguales cantidades.

OG: en castellano Y, Verónica Salinas (174 pag).
Editorial Aldea literaria.



*Pablo Hernán Di Marco.

Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras.

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Facebook: pablohernan.dimarco




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