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Homero, Melville, Rilke y Rulfo

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Tomado de Gozar Leyendo / Luna Libros


Apuntes, d.j.a.

La Odisea de Homero contada por Charles Lamb (Gadir).-

El escritor inglés Charles Lamb (1775-1834) ya había hecho, en colaboración con su hermana, unas versiones de dramas de Shakespeare en forma de cuento con destino a los escolares ingleses, Cuentos de Shakespeare (Debolsillo, ver Gozar Leyendo #16). La aceptación tan grande que tuvo ese proyecto lo llevó a emprender uno similar, darle al relato homérico “un aire novelesco (…) que lo haga más atractivo para los jóvenes”. Ahora, doscientos años después, esa versión es, en sí misma, otro clásico espléndidamente armado. Así presentó el mismo Lamb su Odisea: “trata de las penalidades y acciones de Ulises, el padre de Telémaco. Nos dibuja el retrato de un hombre valiente que lucha contra la adversidad, que sabe hacer que los acontecimientos jueguen en su favor y que, con una admirable presencia de ánimo, se abre camino a través de las pruebas más duras a las que se puede exponer la vida humana; con enemigos naturales y sobrenaturales que le rodean por todas partes. Los actores de este relato, junto a los hombres y las mujeres, son gigantes, hechiceras, sirenas: todos ellos representan una fuerza externa o una tentación interna (…). Las ficciones que contiene esta obra incluyen algunas de las invenciones más admirables de la mitología griega”. Magnífico, entretenido, ideal para adultos refinados y para todos los niños. Perfecto para lectura en voz alta.




Israel Potter de Herman Melville (Cátedra)

A estas alturas en que todo es posible, no descartaría un parentesco literario entre el más taquillero estudiante de magia nacido a fines del siglo XX, el muy popular Harry Potter, con un ascendiente suyo, nacido en el siglo XVIII, el aventurero norteamericano Israel Potter. Este Potter, Israel, procede de un libro de 1855 y cuyo autor ya había escrito una obra maestra, Moby Dick. Estoy hablando de Herman Melville (Nueva York, 1819-1891).

Israel Potter es un campesino de Nueva Inglaterra que deja su propio testimonio de la vida aventurera que llevó durante la época de la independencia de Estados Unidos. A partir de ahí, y sin ahorrar imaginación, Melville cuenta las andanzas de mar y tierra de Israel. Caza ballenas, dirige los jardines del rey, huye del ejército inglés, es capturado, se fuga, conoce a Benjamín Franklin (un señor astuto, astuto, astuto), conoce al célebre marino galés protagonista de incidentes de la independencia gringa, John Paul Jones, un tipo más acelerado que un ventarrón, en fin, durante dos capítulos se aprovecha de la generalizada creencia en fantasmas de castillos (todo un tópico de la literatura novocentista desde El castillo de Otranto de Walpole), se disfraza como el fantasma del señor del castillo –que acaba de morir– y, con ese subterfugio, escapa de una condena segura. Es justamente durante este incidente cuando se cumple la ley del tres de las novelas anteriores a 1900 (donde siempre, siempre, hay una de tres cosas, o las tres: adulterio, ludopatía y desmayos de las señoras): impresionada por la aparición del (falso) fantasma, hay una mujer que se desmaya. Todo esto y mucho más en el divertido y a veces cómico Israel Potter, una novela que parece una película.



Elegías de Duino de Rilke en versión de Rulfo (Sexto Piso).-

Rainer María Rilke (1875-1926), germano parlante nacido en Praga, es ya un clásico del siglo XX yElegías de Duino uno de sus libros centrales. Para un muchacho que tuviera veintipico de años por allá en 1946 y, además, poseyera un mínimo de sensibilidad poética, las Elegías de Duino podrían ser algo muy cercano a la biblia, a la verdad revelada. Aquí pienso en un joven concreto que toma dos traducciones distintas y las combina construyendo su propia versión con ellas y con su intuición. El chico conserva entre sus papeles, se diría que secretamente, esa versión personalísima de las Elegías de Duino y, después de muerto, unos detectives de la literatura la encuentran en los archivos que dejó Juan Rulfo, que así se llamaba ese muchacho de los años cuarenta.

Sí, Juan Rulfo (1917-1986) todavía no había escrito el mejor volumen de cuentos mexicanos ni la mejor novela mexicana del siglo XX, apenas era un muchacho con una sensibilidad poética que se confundía con la respiración y una minuciosidad cuyos principales resultados son obras maestras. Ese muchacho toma dos traducciones de las Elegías de Duino, la de Juan José Domenchina (de 1945) y la de Gonzalo Torrente Ballester y Metschild von Hesse Podewils (datada en 1946) y trabaja tan cuidadosamente combinándolas hasta dejar para sí mismo una copia mecanuscrita sin contarle a nadie; bueno, Rulfo era tan lacónico que no cabe pensar que guardara el secreto, sino más bien que su laconismo convertía las cosas en secreto. El caso es que un equipo de investigadores de la Fundación Rulfo hizo pública aquella versión rulfiana confrontándola con las dos que le sirvieron de punto de partida. Todo lo cuenta Alberto Vital en un libro titulado Rulfo y Rilke, y también en el epílogo de la cuidadosa edición que ahora presenta Sexto Piso y en la que se notan la intuición de Rulfo para captar el espíritu rilkeano y, además, el particularísimo y admirable sentido de la lengua castellana del quien ya por entonces había escrito uno de los cuentos de El llano en llamas. El resultado, para el lector, es una muy fluida versión de Rilke, fiel al original y en un español impecable.




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