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La inquietud del sr. Spock

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A Leonard Nimoy, In Memoriam

Por: Dixon Acosta M.

El Señor Spock no podía dormir, lo cual le parecía algo fuera de todo proceso normal, sabía que no se trataba de un problema fisiológico que el Dr. Bones pudiera resolver con sus dispositivos analgésicos. No, por el contrario, se trataba de su sistema emocional, lo cual le preocupaba mucho más.

Era algo que no le ocurría desde la niñez en su lejano Vulcano, durante una noche tormentosa de rayos sin lluvia, cuando escuchó el látigo de las descargas eléctricas en las afueras desérticas de ShiKahr. Por vez primera sintió que el miedo vencía su raciocinio y Spock corrió desesperado al cuarto de sus padres; su madre Amanda intentó calmarlo, mientras su padre Sarek le reprendió cordialmente, con un planteamiento lógico.

El día anterior había conocido a la cadete Ramírez, aquella mujer de la colonia colombiana en Ganímedes, recién llegada a la Enterprise, quien le había suscitado tanta perturbación. La desazón fue tal que llegó a pensar en beber un poco de brandy vulcano, lo que no hacía desde su ingreso a la flota de la federación. Finalmente se decantó por la meditación hasta el mas profundo nivel que hubiera intentado jamás, para borrar el motivo de su preocupación, incluso eliminar el recuerdo de la mujer. Al final, lo que consiguió fue dormir, un sueño profundo y pesado.

El descanso fue trastornado por aquella pesadilla, en la cual se imaginó a sí mismo como un hombre de muchos talentos, que al final solo sería recordado por un personaje de ficción de una serie de televisión terrícola del siglo XX. A pesar de su inteligencia y sensibilidad, resultaba una especie de bufón circunspecto en una feria de vanidades, a su leal saber y entender.

Despertó con una ligera inquietud, pero con la certeza de haber superado la fuerte impresión del día anterior. La cadete Ramírez había causado revuelo en la nave por su inobjetable belleza, especialmente por aquella larga cabellera azabache que se antojaba una cascada interminable de seda negra. Pero Spock sabía que no era ni su cabello, ni la mirada profunda, ni siquiera el coqueto lunar al pie del labio sonrosado y carnoso. No había podido soportar que aquella chica le hubiera ganado dos partidas consecutivas de ajedrez, utilizando una estrategia sencillamente genial.

La conclusión lógica era que el orgullo era más fuerte que el deseo. Al fin y al cabo, Spock debía reconocer que era medio humano.

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