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Leonilde Chirva, 35 años entre libros raros

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Tomado de El Tiempo/ Bogotá. Es la empleada más antigua de la Biblioteca Nacional. Los volúmenes incunables son su pasión. 

Cada vez que Leonilde Chirva toma en sus manos uno de los libros que le pertenecieron al sabio José Celestino Mutis y que están guardados celosamente en la Biblioteca Nacional, su rostro es un carnaval de emociones. 

Se le nota la alegría que le produce hablar de ellos, mirarlos, consultar sus páginas llenas de historia, de secretos... A sus 54 años se mueve por cada una de las hileras de raros y curiosos del segundo piso del edificio con la experiencia que le brindan más de tres décadas de trabajo en la biblioteca y que la ubica como la empleada más antigua de ese mar de cultura y letras. 

Su figura pequeña, casi infantil, se empezó a ver en el recinto desde el 10 de Abril de 1978, cuando por pura casualidad llegó a trabajar como empleada de planta. “De mis primeras tareas estuvo la de colaborar en el gran trasteo que se hizo en ese año para conservar los libros”, cuenta Leonilde, mientras manipula los viejos ficheros que con el paso de los años fueron remplazados por la búsqueda en computador. Para desempolvar esos recuerdos, Leonilde decidió llenar los antiguos formatos de solicitud. 

En letra pegada, pidió los tres tomos de La historia de Bogotá, de Villegas Editores, cuyos textos fueron redactados por el inolvidable Alfredo Iriarte. La señora envió la forma por un curioso ascensor y a los cinco minutos y como producto de un truco de ilusionismo, los ejemplares estaban listos para ser despachados. 

“Ahora los usuarios consultan todo en el archivo digital. Antes las mesas de lectura estaban numeradas del 1 al 350 y uno le llevaba el ejemplar al lector; era a domicilio”, rememora. En 1989, luego de 11 años de servicio, las directivas de la biblioteca la enviaron a una de las salas más importantes: la de raros y curiosos. 

El primer impacto lo tuvo cuando vio por primera vez La Bliblia del Oso, raro ejemplar que fue condenado a la hoguera porque en su cubierta está representado el martillo de la inquisición. También aprendió a conocer los incunables, ediciones hechas en talleres tipográficos, desde la invención de la imprenta, alrededor de 1450, hasta 1500. Leonilde habla con propiedad de ediciones como De uso y el abuso doctrina de Santo Tomás de Aquino, de Martínez de Ripalda o de la biblia de 42 líneas de Maguncia. Dice que entre sus ‘niños’ preferidos está una curiosa novena de 1738 hecha por los jesuitas, “que marcó el inicio de la imprenta en Colombia”. 

Otros de sus preferidos es una colección de bolsilibros holandeses, que descansan en una pequeña vitrina bajo llave. “Soy capaz de reconocer las ediciones aldinas”, explica, para referirse a los libros salidos de las prensas venecianas de Aldo Manuncio y sus descendientes entre 1494 y 1557. 

Leonilde vive en Cajicá y dice que a esos libros de lomo amarillento con los que trabaja le debe la educación de sus dos hijos: César, licenciado en sociales y abogado y Julián, ingeniero de sistemas de la Libre.

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