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Mario Mendoza: “Desclasarse es un proceso muy positivo para un escritor”

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No. 7.085, Bogotá, Jueves 4 de Junio del 2015

Mario Mendoza: “Desclasarse es un proceso muy positivo para un escritor”


Tomado de La República / Perú / Por: Gabriela Wiener. 

Quizá no todos conozcan a Mario Mendoza en el Perú, pero en Colombia arrastra una legión de lectores fieles y de alumnos agradecidos. Hace mucho que dejó de escribir para los críticos y le tiene sin cuidado que le den de alma casi cada vez que saca un libro. Mendoza nunca se preocupó por hacer una carrera. “Si hubiera sido así me hubiera preocupado por relacionarme bien. Esto es, me hubiera acercado a García Márquez, a Álvaro Mutis. Y habría pedido sus palabras para una fajilla. No hay un libro mío con una fajilla en la que Gabo me recomiende”, dice sentado en una terraza al lado de la iglesia de Usaquén, al norte de Bogotá, con una cerveza fría. Nunca lo necesitó. Allí donde va se forma una larguísima cola de gente que espera una firma o una breve charla con este hombre que habla como un profe apasionado o como un predicador del averno. Desde que la red acortó las distancias, el diálogo con los lectores continúa en su blog. Allí queda claro que son ellos quienes más le preocupan y a quienes escucha con una antena siempre encendida. Tienen un pacto. “A mí sí me interesa quién está del otro lado, ese que compra un libro mío y de camino a casa se mete en un barcito para leerme. Si mis páginas le iluminan es porque tiene una vida dolorosa y yo quiero saber cómo se llama y qué le pasó”. 

-¿Cómo no te convertiste en un escritor profesional, en el escritor que esperaban que fueras?

-A mí nunca me interesó eso. Yo gané el premio Seix Barral de novela cuando era un don nadie. Se decía que estaba amañado como todos los premios. ¿Tú me ves llamando a Cabrera Infante o a Almudena Grandes para pedirles que voten por mi novela? La mía fue una carrera hecha a pulso, a contrapelo, las editoriales rechazaban mis libros, pero a mí no me preocupó jamás formar parte de la elite. Con Internet descubrí que existía la posibilidad de convertirme en un hikikomori, pero también de quitarme los intermediarios, la prensa, la crítica, los agentes… y tener una conversación directa con el lector. 

-¿Qué te enseñó a ti la marginalidad?

-Yo creo que uno no elige la pobreza, le toca o no le toca. A mí me tocó irme de casa muy joven. A los 18 años empecé un proceso que en ese entonces me dolió mucho pero que creo que es muy positivo para un escritor: desclasarse. Es uno de los ejercicios que uno tiene que ejecutar rápidamente porque en América Latina hay una profunda relación entre élite y cultura. Y lo primero que hacen contigo es quitarte toda tu fuerza, tu cordón umbilical con lo popular, que es la verdadera matriz de un narrador o de un artista. 

-¿De qué empezaste a ser consciente desde que te desclasaste?

-Me di cuenta de que el verdadero origen de la violencia latinoamericana –y Perú no es distinto a nosotros– es que no nos mezclamos. Todos tenemos un clasismo que es de orden inconsciente. En el plano del discurso, si se pregunta por la democracia y la igualdad, todos dicen sí, por supuesto. Pero si tú empiezas a revisar la vida privada, las relaciones, los amigos, los amantes de cada persona, resulta que todo el mundo se relaciona con los de su mismo estrato. Y hacia arriba. Nadie se relaciona hacia abajo. Nadie pone sus amistades y sus afectos hacia abajo. Eso es lo que los latinoamericanos llamamos 'relacionarnos bien'. Y ese es el origen de la violencia. En el ejercicio de no mezclarnos se ejecuta una crueldad no consciente. ¿Cómo narras eso, cómo muestras esa brutal y soterrada realidad?

-Pero tú no solo has estado abajo, has merodeado en los subsuelos del mundo. Has escrito sobre las zonas más oscuras de Bogotá, como el ex Cartucho, muy parecidas a las que existen en Lima. ¿Qué significan para la sociedad estos lugares, estos desechos?

-Te lo voy a explicar desde Calcuta. De sus ocho millones de habitantes, cuatro son indigentes. Cada día, hay que recoger de las calles los cadáveres para evitar grandes epidemias. Por las noches, pasan los camiones y unos hombres con unas varas de bambú golpean a la gente tumbada en el suelo. Hay gente que responde pero hay otra que no, que se acaba de morir, así que hay que recogerla y echarla al camión para continuar. Te demoras en entender que lo que estás viendo es el camión de la basura, que está pasando el camión de la basura y nosotros somos los desechos.

-¿Y que son estos márgenes para tu literatura?

-Yo he contado una ciudad-monstruo, una ciudad-cáncer, que genera desechos humanos todos los días, que los va relegando, dejando en extramuros. He narrado las fuerzas por medio de las cuales la metrópolis contemporánea se convierte en la ciudad-desecho. Y convierte a los seres humanos en eso. Eso hice con Bogotá. Yo creo que por eso mucha gente denigra de mi obra y le parece una literatura sucia, de mal gusto, que no hay nada bello en ese ejercicio despiadado y brutal. Pero a mí me defendieron los jóvenes, que estaban hartos de tanta hipocresía y de tantas mentiras. 

-Tienes muchísimos lectores pese a los temas sórdidos que tocas. ¿Cómo se hace?

-Yo siempre pensé que iba a ser un autor de pocos, que poca gente se iba a sentir identificada con una literatura tan marginal, pero lo que pasó fue que la etapa más salvaje del capitalismo nos dejó a muchos fuera de las estructuras de poder: no tomamos decisiones, no tenemos cargos, yo soy freelance, no tengo un sueldo. Y así está la mayor parte de la población, no se siente parte de un proyecto social. Creo que hoy en día la gente se identifica con una literatura marginal porque ser marginal no es ser una minoría, y si lo es, es una minoría muy significativa, porque somos muchos. 

-¿En qué cree y en qué no cree la gente hoy?

-El mundo contemporáneo es de una crueldad salvaje. No les basta con su dinero, quieren el dinero público. No hay dinero para las madres de familia, no hay dinero para educación, para salud, pero sí para las grandes multinacionales. Eso ha dejado a más gente en la bancarrota, gente que ha perdido sus casas. Solo en tres o cuatro años, 40 millones en América Latina perdieron sus casas y se fueron a la calle. El capitalismo aprieta las tuercas y va fortaleciéndose, y eso implica que hay una franja de marginalidad cada vez más grande. Una época como la nuestra es una época de vacío y sinsentido profundos. Caminamos sin saber a dónde vamos. El mundo sentimental se nos fisuró hace rato. Somos la cultura del desamor. No podemos escribir finales felices. Nuestros personajes son huérfanos que salen a las calles y no saben si para ir al casino, al burdel, alguna iglesia evangélica o para meterse un tiro en algún baño.

- ¿Encontraremos en tu libro Paranormal Colombia respuestas a ese vacío?

-En los subterráneos del pensamiento primitivo, mítico ancestral, hay visos de algo que nos comunica con la trascendencia. Para mi libro me interesó ir detrás de esos vectores: qué nos queda, a dónde mirar, hacia dónde orar... si todavía hay un espacio mágico que puede rescatarnos de nuestros dolores más profundos.

-¿Eres un místico? ¿Tienes una vida espiritual?

-No, qué va, pero yo creo que la literatura es una vida espiritual; cuando llegas al arte ya estás en una búsqueda. Cuando escribes te planteas ese cuestionamiento, te haces preguntas profundas que te llevan a otra dimensión. No escribimos para tener dinero, casarnos, reproducirnos, enfermar y morir.

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