Los Fundadores
Por: Mónica Siabato
La placa de bronce se la llevaron. El agua de la acequia se secó. La tierra cubierta de hojas secas graba los pasos de quien lo recorre. Por la alameda del parque caminan hombres y mujeres altivos, con paso fuerte, queriendo afirmar la tierra que un día tembló bajo sus pies. El viento trae la ricura del olor a pan de bono y buñuelos, distrayendo el olfato de quienes esperan el bus a la sombra de árboles frondosos cuidanderos de la historia.
Bajo plásticos de colores, plátanos y pedacitos papaya esquivan el sol de las tardes de Enero. En el parque de Los Fundadores se encuentra minutos a celular anunciados en telas de colores chillones, la suerte impresa en fracciones de lotería, vendedores de helados y tabaco, caras amables, otras de desesperanza y el espíritu de dos amantes anidados en un tronco. El monumento, dicen los libros, representa la fortaleza de los colonos para derribar el bosque y hacerse a la tierra de cultivo y de habitación, es una metáfora al trabajo y al empeño, que hace simbiosis con las manifestaciones vivas de estas cualidades representadas en cada rostro del rebusque.
El Parque de Los Fundadores es sentarse en la hierba a conversar de amores prematuros, es esperar el paso del tiempo en las banquetas de concreto, es una galería de oportunidades improvisadas, un hacha clavada en la cordillera; es más que una pila sin agua y un monumento sin placa, porque el homenaje a los fundadores no se hace con letras en metal a fuerza de cincel, se hace con la pujanza y el orgullo del corazón cafetero, ese que late en Armenia.
Nota: una historia singular de algún lugar de sus países será publicada en este boletín; envíenosla a culturalibrosyletras@gmail.com
