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Se fue el marica que escribía bien

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Por: Isabella Portilla/ Tomado de El Espectador/ Bogotá.

¿Y cómo no iba a pensar, siendo travesti, que moriría de sida? Lo paradójico es que fue un cáncer de laringe el que lo fulminó. Pedro Lemebel fue hijo del Chile de la mitad de los años cincuenta. 

Creció comiendo el pan que aliñaba y vendía su padre al lado del río Mapocho, en el que como Narciso contemplaba desde niño su rostro, rostro que más adelante iría a transformar en el de Frida Kahlo o en el de una virgen ataviada con atuendos criollos de América del sur.

A la escritura llegó por contestatario, fue ganador de un concurso nacional de cuento, el Javier Carrera, en el 82, época de plena marginalidad en la literatura chilena, a consecuencia del aparato dictatorial. Fue por eso que fundó el colectivo Yeguas del Apocalipsis, para ser actor de su propio texto y alzar la voz de su palabra comunista, trepidante e irreverente en una atmósfera enmudecida por el miedo.

Fue esa experimentación artística la que lo volcó del cuento a la crónica social y después de presentar más de quince eventos públicos en el que se disfrazaba de mujer, el poeta del performance mutó camaleónicamente en cronista con su primera obra: La esquina es mi corazón, una radiografía de su Santiago frenético, hedonista, gay.

El filósofo del travestismo continúo su conmoción con Loco afán (1977): un relato crítico y profundo en el que celebró la condición sidática de sus personajes, envuelto en un humor colorido que terminaba en un llanto aciago. El libro, que parece una venganza personal, fue publicado por la editorial Anagrama gracias a su gran amigo, Roberto Bolaño.

Más adelante, vendría La esquina es mi corazón (1995) una mirada de la herencia del neoliberalismo a los putitos de las calles de Santiago, esas piedras rodantes del no futuro, los que se la juegan todo por el todo, los desechos suramericanos, los que terminan traficando sus cuerpos en saunas de mala muerte.

De la crónica Lemebel pasó a la novela con Tengo miedo torero (2001) un romance gay entre un cuarentón pobre y un joven a quien la revolución le bullía en las venas al ser militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, desde donde participa del atentado contra Pinochet. Para ese entonces a Lemebel lo conocían en toda Latinoamérica, pero fue gracias a la novela que logró conquistar el corazón del púbico europeo.

En los años que vendrían, volvería a la crónica, género en el que más a gusto se sintió. Su contacto con el mundo homosexual de Santiago y su ataque al estigma de los amantes que mueren de peste genital, lo llevaron a escribir cinco libros más del género, Zanjón de la Aguada (2003), Adiós mariquita linda (2004), Serenata cafiola (2008), Háblame de amores (2012) y la antología Poco hombre (2013).

Ante la originalidad y el valor de su obra, parte de la intelectualidad chilena impulsó en 2014 una campaña para que Lemebel fuera merecedor del Premio nacional de literatura, pero el manifestante de su diferencia no lo consiguió. A lo mejor la mariquita linda se iría pensando que no importan los premios cuando en las letras se ha dejado el alma. Toda su alma gay.

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