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Un café en Buenos Aires con Silvia Miguens

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No. 6.949, Bogotá, Miércoles 21 de Enero del 2015

Un café en Buenos Aires con Silvia Miguens


Por: Pablo Di Marco

Alguna vez alguien dijo que cada ser humano no es más que un puñado de obsesiones. Yo agregaría que cada ser humano es lo que hace con sus obsesiones. Y no hay mejor ejemplo de ello que la escritora Silvia Miguens, que a partir de su profundo interés por el rol de las mujeres en la historia supo crear una obra literaria rica, perdurable y, por momentos, también imprescindible. 

- Hay un tema que te obsesiona e inspira: el rol de las mujeres en la historia fundacional de nuestro continente. ¿Recordás en qué momento descubriste que habías encontrado el tema al que le dedicarías buena parte de tu vida?

- Cuando vi la película Camila tuve las primeras ganas. Pero fue allá por los 90’, con la muerte de un amigo, que recordé la historia de María Guadalupe Cuenca de Moreno, a quien habían dedicado un poema y una canción por los 70’. Con ella empecé, y como son tantas las mujeres valientes y olvidadas… Pero nunca lo programé, solo empecé a escribir y sigo escribiendo.

- Tus novelas suelen tener un denominador común: un fuerte interés por ahondar en lo que podríamos llamar “la historia no oficial”, ¿me equivoco?

- No te equivocas. Justamente por esto las mujeres. Las voces y las acciones de las mujeres conforman la historia “no oficial”. Es la otra mirada. La de la mitad silenciada de la humanidad. Tampoco quiero decir que yo pueda ser la vocera de todas ellas, pero el ser parte de esa mitad me da cierta confianza a la hora de escribir.

- Tu primer libro data de 1997. A la hora de sentarte a escribir una historia, ¿qué ganaste y qué perdiste de aquel primer libro a hoy?

S: La frescura, la inocencia. En esos días no sabía que se publicaría eso que había escrito ni que pudiera ser catalogado como novela histórica. Si es que ese género existe. Tal vez por esa ingenuidad, típica de quien recién empieza, la primera novela haya resultado tan intimista a pesar de tratarse de la esposa de un revolucionario y jacobino de 1810.

- ¿Cómo nace tu vínculo con Colombia?

- A finales de los 90’ me enamoré de una carta escrita por Manuela Sáenz a Simón Bolívar, y empecé la novela. Casi de inmediato, ese amor y un periodista colombiano me llevaron a vivir a Bogotá. Finalmente, publicada la novela, nos ganó el desamor y decidí volver a Buenos Aires, pero sigo enamorada, sin remedio, de Colombia, de su historia de sus pueblitos y ciudades. De su literatura, de su música.

- ¿Vas a participar de la próxima Feria del Libro de Bogotá en mayo de 2015?

- Espero poder volver a participar, aun no está confirmado pero deseo que así sea. Anduve por ahí en el 2010, en la Feria del Bicentenario, que me permitió reencontrarme con tantos amigos y aromas. 

- ¿Alguna vez lloraste leyendo un libro? ¿Con cuál?

- Aunque suene a ególatra, lloro cuando debo volver a leer alguno de los míos, para buscar algún dato, y me descubro entre líneas, como imagino que le sucede a cada autor cuando reencuentra en sus escritos, las circunstancias vividas mientras escribía. Pero, también y no hace tanto he llorado con El crimen del siglo, de Miguel Torres y, hace unos años con El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.

- No leí ninguno de los dos, así que me los agendo. Vamos con las dos últimas, Silvia: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

- Cierto día, en la quinta de Bolívar, recordé que entre esas plantas, Manuela, en complicidad con sus muchachas, había quemado un muñeco de Santander que ellas mismas habían confeccionado. Y doscientos años después, entre esos mismos árboles se mecía una gran sombrilla roja que protegía de la lluvia el cuadro de Manuela, que habían descolgado para que yo tomara la foto para la portada de la novela, en la que yo había recreado aquel episodio de la fogata santandereana...

- Bellísimo. Ahora la última: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

- Como mejores artistas y favoritos: los poetas. Quisiera compartir un chocolate de La Giralda, en la calle Corrientes, con Juan Gelman y preguntarle cómo hizo para definirnos tan bien y con simples palabras a los argentinos. Y con otro chocolate, en La Florida de la Séptima, quisiera preguntar lo mismo a Gonzalo Arango, acerca de los colombianos.

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