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Yo soy Charlie

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Por: Antonio Acevedo L.

Reducir el semanario satírico francés a un medio racista, imperialista e islamofóbico es pobre y también falso. Es no comprender que la gran pelea del periódico ha sido la defensa de la libertad de expresión y del humor como arma crítica frente a las tres religiones monoteístas de la Tierra, esas tres grandes imposturas de la historia, como decía Yourcenar: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Muchos creen equivocadamente que Charlie Hebdo solo ha caricaturizado a Mahoma y a sus fieles. Lo ha hecho también, con igual sorna e igual desparpajo, con Jesucristo y sus fieles y con los rabinos y los suyos . Y no solo ha estado criticando los asuntos religiosos. Ha sido implacable contra los políticos de toda laya, contra los poderosos de todos los lados que hoy gobiernan el mundo con avidez y crueldad. Y no ha sido para nada dulce con la estulticia y la angurria del pueblo, esa entelequia que la izquierda y la derecha han idealizado tanto para sus maltrechas edificaciones utópicas. Durante los once años que viví en París seguí el semanario porque me parecía necesario reírme con ellos y así sentir que en la risa resistía ante la calamidad cotidiana. Charlie Hebdo, además, no tiene sus raíces en la terrible mezquindad de la Francia imperialista de la primera mitad del siglo XX, que terminó dándole unas endebles independencias a sus antiguas colonias de África para luego dominarlas a su manera desde el centro económico metropolitano. La esencia de su ser está en la risa volteriana, que atacó con el humor verbal la estupidez gregaria y la violencia de los musulmanes radicales y la no menos imbecilidad de los católicos y los protestantes cuando le quieren hacer creer a los otros que la suya es la única verdad. Por ello, cuando ganaron el proceso judicial que las autoridades islamistas de París les hicieron por publicar los dibujos sobre su intocable profeta, los periodistas masacrados del periódico le gritaron vivas a Voltaire en los pasillos del palacio de justicia. Y frente a la escatalogía sexual de sus caricaturas, que tanto incomoda a los pudorosos de aquí y de acullá, Charlie Hebdo viene de los libertinos franceses del siglo XVII y, sobre todo, de la arrasadora visión del poder humano que posee la obra del marqués de Sade. Claro, lo ideal para quienes nos gobiernan es acabar con estos representantes, para ellos, de la indecencia y el delirio. Pero si se quiere ascender en eso que llamamos vida en sociedad, hay que preservarlos por encima de cualquier desdén. Como Louis-Ferdinand Céline, que desentrañó en suViaje al fondo de la noche el mundo de la guerra, del imperialismo francés, europeo y norteamericano y de las miserables periferias de las grandes ciudades de las primeas décadas del siglo XX, criticando a unos y a otros sin ningún tipo de rodeos, a generales y a soldados rasos, a colonizadores y a colonizados, a patronos y a obreros, Charlie Hebdo ha hecho lo mismo. Los dos son rabiosamente pacifistas y esto, por supuesto, en personas acostumbradas a ver el mundo en blanco y negro, causa confusión. Charlie Hebdo representa, en su medio, el ejemplo extremo, y por ello mismo me parecen valientes y admirables, de la defensa del individuo frente a las manipulaciones del poder (político, económico y religioso). Y si ahora le dieron por apoyarlo y darle dinero para que publique un gran tiraje, solo ha sido porque les asesinaron vilmente a casi todo sus integrantes. Ya decía unos de los sobrevivientes, con indignación: vomitaremos siempre sobre esas gentes que hemos criticado y que ahora han resultado ser quienes nos valoran y apoyan. Qué pasaría si Voltaire, que creía que el porvenir sería laico y razonable, estuviera vivo y viera el panorama del mundo actual, poblado de crédulos bobos y rencorosos que enloquecen de rabia ante el poder avasallante del humor. ¿A quién, me pregunto, le pediría auxilio?

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