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Cuento ganador

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Por: Carolina Valencia

El pasado 13 de enero, Andrés Olarte A., fue galardonado por la ACORD (Asociación Colombiana de Periodistas Deportivos) con el primer lugar en la I Edición del Concurso Nacional de Literatura Deportiva en la categoría “Cuentos, ensayos o Relatos Breves”; con su obra Pesadilla en las Alturas. Según Andrés, “el cuento recrea el sueño de muchos niños, adolescentes y jóvenes colombianos que desean ser estrellas de fútbol y la vida los obliga a vivir infelices haciendo otras cosas, como le sucede al protagonista de la historia Leonardo quien es un soldado”.

Andrés es un joven abogado bogotano que reside en Argentina en la ciudad de Buenos Aires. Actualmente es colaborador del portal Las 2 Orillas, escribe en un periódico de Miami para latinos El Punto News, para Cambalache y Ridyn en Argentina y trabajo para El Diario Boyacá.

La Editorial Eloísa Cartonera de Buenos Aires, editó su primer libro “Caos en la Ciudad de la Furia” en Octubre de 2014.

Este es el cuanto con el que fue premiado

“Pesadilla en las alturas”


Debieron ser las 2 de la mañana de aquel 28 de mayo del 2009. El Barcelona acababa de coronarse campeón de la UEFA Champions League, yo había resultado ser el máximo artillero del equipo español en la temporada y, seguramente, me convertiría en el dueño del balón de oro de ese año tras haber ganado unas semanas atrás la Liga Española y la Copa del Rey. Había sido un año redondo para nosotros y especialmente para mí. De hecho hacía pocas horas, en el Estadio Olímpico de Roma, había convertido un gol en aquella final europea contra el Manchester United. 

Yo estaba viviendo un sueño, y digo viviendo porque jamás tuve una noción muy clara de lo que estaba logrando durante ese año. Pero me pregunto: ¿Cómo tenerla si pasaba toda la semana idiotizado bajo el efecto de los flashes de la prensa mundial? No paraban de hablar de mi posible renovación de contrato con el equipo, de mi futura actuación con la Selección Colombia que tanto necesitaba de mí para llegar al mundial de Sudáfrica en el 2010, de qué marcas había quebrado esa temporada, de si era mejor o no que Maradona, etcétera.

Recuerdo bien que estaba muy cansado a esa hora. No podía dormir en la cómoda silla del avión que nos llevaba de vuelta a Cataluña. Los muchachos venían felices, los más jóvenes todavía celebraban. Yo era muy joven pero siempre fui una especie de amargado en el club, aunque todos me querían y respetaban mi forma de ser. De repente me levanté para ir al baño más cercano a mi ubicación. Caminé por el pasillo y, una vez adentro, sentí cómo algo me hacía perder estabilidad. Salí disparado por la puerta del baño y logré ver la conmoción que se vivía en el avión. Gritos, lágrimas, indicaciones, groserías, desesperación, miedo y locura era lo único que podía percibir en ese momento en el interior de la aeronave. De golpe sentí que el avión empezaba a caer en picada y escuché al piloto diciendo que todo saldría bien. Ahí descubrí que el buen turco que conducía el avión era un gran mentiroso. El vehículo cayó a tierra como una gota al asfalto: con violencia. El accidente en realidad ocurrió muy rápido. Sentía mucho miedo al ver cómo por una fuga de combustible la muerte se vestía con el mejor de sus atuendos. Pensaba en mi familia, mis amigos, la gente que me odiaba y la que me quería. Pensé que la muerte era inminente. Cerré mis ojos y empecé a tratar de hablar con Dios, pero él no me respondía. Como un relámpago llegó el momento del impacto. El golpe fue seco y brutal. Inmediatamente perdí el conocimiento. Luego me desperté en una cama, rodeado de mis familiares más cercanos y con una sorpresa no muy grata.

- Doctor: ¿Qué me pasó?

- No debe sentir temor, Leonardo, solamente trate de descansar.

- Díganme ya cómo son las cosas. Por favor no me vayan a mentir, no siento mis piernas, ni mis brazos y hasta mi cabeza parece estar inmóvil.

- ¡Deben salir de acá! -gritó una enfermera a mis familiares.

Pasaron unos minutos en los que guardé silencio y no precisamente por estar convencido de hacerlo. Me costaba demasiado hablar, sentía que la cabeza se me iba a explotar y las últimas imágenes que tenía en mi memoria no eran alentadoras. Yo sabía que había vivido un episodio desgraciado.
- Leonardo -me dijo el Doctor con acento español -. Usted sufrió un accidente hace poco más de 8 días...

- ¿8 días?

- Sí. Por desgracia no le tengo las mejores noticias, pero debe agradecerle a Dios por estar vivo en estos momentos.

- ¿Y los demás?

- 15 compañeros suyos murieron ese día. Todo esto ha sido una tragedia espantosa, el mundo tiene los ojos puestos en usted.

- Dígame, por favor, cuál va a ser mi destino. Explíqueme por qué no puedo mover mi cuerpo.

- González, usted tuvo una grave lesión en la médula, estamos trabajando...

-¡No!, ¡No!, ¡No!...

Hasta ahí recuerdo la charla con el médico. Seguramente algún sedante me hizo dormir. Luego me desperté y recordaba todo, pero pasó algo extraño. No estaba en el hospital, ni rodeado por mis familiares. De hecho estaba en la parte de arriba de un camarote y sentía un calor infernal en mi cuerpo.

- ¡A formar! -gritó el teniente Martínez.

En ese momento recordé que Leonardo González no era más que un pobre soldado campesino boyacense que había tenido el sueño más maravilloso, trágico e inexplicable de la historia de la especie humana. Había vivido una auténtica pesadilla en las alturas. Desde ese día y, hasta hoy, no volví a dormir en la parte alta de ninguna litera. No me trae muy buenos recuerdos.

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