En estos días hay una mezcla de sentimientos: nostalgia y esperanza. Todo porque al salir a la calle, se ve el desmonte de los atavíos de navidad que adornan la ciudad durante casi dos meses. Como que nos vamos acostumbrando. Se ve todo tan bonito, uno quisiera seguir viéndolos: mucho colorido, mucha luz; la que nos trae la navidad, que llega con esa alegría implícita. En casa también se hizo esa tarea: yo les percibía la melancolía y la expectativa al quitar los moños, guardar los papas Noel y las guirnaldas, para acomodarlas en una caja, “hasta la próxima navidad” y meterla bajo la cama. Es como cerrar la caja de sorpresas. Pensé en todos los que estarían en la misma labor. Es como sentir que el alto en el camino, las vacaciones que nos da la vida se han acabado y debemos retomar la rutina para seguir en la lucha cotidiana. Pero bien. Es una etapa donde se recargan las baterías del alma y el espíritu con los saludos, los abrazos, los regalos, los encuentros y reencuentros, los perdones, las buenas viandas y la satisfacción de metas cumplidas.
Este recoger del pesebre, árbol, luces y adornos nos determina que esta época de festejos y jolgorio ha terminado y debemos retomar la lucha y el camino emprendido…. ¡hasta la siguiente llegada del niño Dios! Siempre lo esperamos con ansia, quizá porque cada nacimiento nos renueva las esperanzas, nos remite a la unión familiar y a la concordancia de los ánimos. Ojalá que la navidad nos haya dejado la energía y el cielo las bendiciones necesarias para tener un nuevo año despejado y con fuerza para lograr los propósitos trazados.
Quizá este año sea como el anterior, pero siempre esperamos que sea mejor; un sentimiento que extendemos a aquellas personas que están en nuestro corazón y que desde cada uno de sus oficios, de sus rincones, de sus países, mantengamos esa cinta invisible que hermana y le da fuerza a los propósitos colectivos. Bienvenido nuevo año y que la navidad haya alcanzado para alumbrar el largo camino de 365 días con prosperidad y alegría.
Lizneira Roncancio
