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Trafugario

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Por: José Óscar Fajardo

Hace unos días atrás, si mal no estoy creo que fue en la navidad, un pastor cristiano de origen norteamericano de nombre Det Bowers, dijo unas frases, no se sabe si en un exceso de epistemología o por sacar de quicio a la población femenina, que los divorcios y abandonos de hogar por parte de los hombres, eran causados porque las mujeres amaban más a sus hijos que a ellos, a los esposos. Que ellos pasaban a un segundo e incluso tercer plano dado que las madres le dedicaban todo el tiempo a sus críos y a ellos los dejaban solamente albiriscados. Que los besos eróticos los convertían en besos de gula como el que se toma la vigésima cerveza. Y no es por nada pero yo sí le creo al pastor. Yo sí lo creo basado en mis propias y sanas observaciones. El complejo de Edipo no lo teorizó Freud por solo mamarle gallo a los sicólogos evolutivos ni a los católicos victorianos de ésa época en que se propuso el psicoanálisis como una teoría científica sobre el comportamiento consciente e inconsciente de los seres humanos. Lo que pasó fue que el pastor cristiano aludido, nada menos que en el programa televisivo, “El efecto Naim”, dirigido por el también prestigioso Moisés Naim, expresó lo que todos los hombres de la tierra quisieran decir pero no lo dicen, primero porque temen la tremenda reacción nuclear de sus esposas y segundo, por el amor que sienten hacia sus hijos. No es que yo esté de acuerdo con el pastor por cuestiones religiosas, éticas o morales, sino porque la simple inspección de los hechos, como en las matemáticas, me conducen a ello. Esa queja se la he escuchado a muchos amigos casados y a concubinos en general. 

Además ya se le habían adelantado en el concepto y de hecho él no es el primero en expresar ese pensamiento, por qué no, tan influyente y lesivo en el campo social, religioso y matrimonial. Esther Vilar es, o fue una escritora, no sé si habrá muerto, que por allá por los años setentas publicó un librito de no muchas hojas pero de un contenido sociológico que estremeció como un terremoto todas los cimientos sociales, si no del mundo, por lo menos de toda América Latina. El texto se titula El varón domado, y en él hace un análisis pormenorizado de lo que realmente es el hombre para la mujer, y lo que piensa en la práctica la hembra del macho social. Lo curioso es que hay unos apartes donde la escritora Vilar expresa el mismo pensamiento del pastor pero en otro sentido. Afirma, por decir algo, que la mujer madre, “emplea los hijos como rehenes para que este no la abandone ya sea por cuestiones de belleza y/o estética, no solo para evadir la soledad del abandono, sino además para asegurarse económicamente”. Por favor, aclaro, esto lo afirma Esther Vilar. No yo. Porque si no, no solo mis hermanas y mi tía Faustina me cogen a garrotazos, sino también la preciosa periodista Marianita de RCN por quien se me escurren las babas cotidianamente, Martica, la secretaria de la oficina de prensa de Gobernación, la periodista Yuribeth Calderón y además todas las mujeres a lo largo y ancho de este país. Pero lo cierto es que según mis cuñados y varios millones de amigos a quien se les apareció la desgracia en forma de matrimonio y se casaron y ahora están pavimentados de hijos y de obligaciones, el pastor cristiano tiene toda la razón. Y según ellos, que les he hecho leer el libro y que constituye toda una andanada de teoría falocrática, la escritora Vilar, duélale a quien le doliere, afirman ellos, reitero, también la reviste toda la razón.

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