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Artificios

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¡Ahora cuénteme una de vaqueros!

Por: Juan Silva S. 

Las novelas de caballerías son un sueño de gente loca –las de vaqueros, igual- y, lo mismo, las filosofías de Kant y Hegel. Tal lo supieron Cervantes, Sergio Leone y Nietzsche, respectivamente.

Alonso Quijano es un lector repantigado en su sillón, que se aburre y sueña con irse -como Zaratustra, como Quincas Berrido Dagua (personaje extraordinario de Jorge Amado, que muere dos veces), como cualquiera que emprende un viaje de transformación y de cambio en busca del tiempo perdido, en busca del fuego, en busca de sí mismo. Un desvarío de un ser enfermo, esperanzado y terrible obligado a devenir anthropos; un ser apresado en cuatro paredes, un río represado que quiere volver a su cauce natural.

La locura universalizadora de Kant o concienciadora de Hegel; unificar, homogenizar el modo de acción humano convirtiéndolo en Ley (moral). Sergio Leone se ríe de esto. Filma Érase una vez en el Oeste ¡en Europa! Con salsa de tomate, con Bertolucci, con Darío Argento, con Ennio Morricone, en Almería, España –mientras, Zaratustra baja de la montaña (… de los galimatías inentendibles e inextricables de Hegel y de Kant) y habla el lenguaje de los hombres -demasiado humanos- fiel a su maestro Schopenhauer.

El hombre es un animal, como cualquiera, dominado por la necesidad de dominar a la naturaleza y a sus congéneres e, incluso, si se quiere, dominarse a sí mismo (no sin las consecuencias catastróficas derivadas de la represión de sus impulsos naturales, como las neurosis y la histeria de este ser enfermo -que Freud sicoanalizaría a partir de esta gran Genealogía de la moral…).

Así que Don Quijote, Érase una vez en el Oeste y el Zaratustra son una especie de clarificación de la mirada que deja de creer –como quien despierta de un sueño- en las supercherías de héroes a caballo que imponen la Ley (¿Dios a muerto?) o héroes librescos –superestrellas- como los filósofos alemanes ya dichos aquí, para mirar que se trata sólo de obrar humano, lo registrado en estas maravillosas obras de las letras, el séptimo arte y la filosofía.

El Espíritu de Hegel no es más que bella superficie de un ser que desarrolla sus visiones y potencialidades para domeñar, -digamos domesticar-, a una embravecida naturaleza. 

Pero es que estas obras maestras desencantan, porque logran sacar en claro lo esencial de su propio género. Alguien que ve, por ejemplo, en los años ’60, Érase una vez en el Oeste, queda como herido por un rayo de luminosidad que le revela el carácter de fabricación artificiosa –valga la redundancia- de toda película de vaqueros. Hasta este momento se creía, ciegamente, en el Sherif, en los malvados y en los vengadores –suponiéndole un carácter real al Oeste norteamericano. Pero, cuando unos italianos realizan esto mismo en la península ibérica, en España (para no hablar del western alemán), repentinamente, ‘el oeste norteamericano’ deja de ser una cosa con espacio y tiempo propios, -local, digamos-, para devenir ‘algo’ universal, que está en todas partes y en ninguna (incluso en Japón, en donde Akira Kurosawa filmó Los siete samuráis -1954- que sirvió de base para Los Siete Magníficos -1960-, de John Sturges; y, también, Por un puñado de dólares de Sergio Leone, en 1964, con relación al mismo Akira Kurosawa, y su película Joyimbo del ‘61).

El far west depuso su máscara para exhibirse ahora como creación, hechura, mentira ¡Pura carreta! -y son muchas las carretas que aparecen en este tipo de películas. 

Así pues, insistimos, Leone, Cervantes, Nietzsche, con la contundente claridad de sus obras, alcanzan la cumbre de un género que, desde este mismo momento, comienzan a descender, porque revelan su calidad de mera invención. Todo lo sólido se desvanece en el aire, tal es el dictamen de la modernidad industrial anunciada por Marx y rematada por la posmodernidad (posindustrial) de Lyotard. Ya nada es simplemente verdadero y único–o, lo que vendría a ser lo mismo, todo es falso y diverso-, todas las obras son posibles, todos los pensamientos, todas las teorías, todas las hipótesis; todo puede ser creado, recreado, descreado, destruido y vuelto a crear, porque todo lo humano es inesencial y transitorio, hijo de la necesidad y la capacidad de generar respuestas contingentes meramente, y sólo el espíritu creador se mantiene en pie, como única fuerza de donde emergen todas las formas posibles.

Cada vez, todo es más veloz (¿es esta una afirmación de viejo cansado?). Ya ningún suelo es firme (¿hubo alguna vez una tierra firme?). Cuando uno cree que sabe algo, llega alguien y lo barre como cosa obsoleta, y lo borra; cuando uno cree que tiene lo último en guarachas en tecnología ya hay un gadget nuevo que viene a sustituirlo; cuando uno ya maneja el último programa de computador, algún genio bueno lo transfigura para volverlo más funcional; cuando uno ya maneja la lengua a la perfección se descubre que lo más bello es balbucir y tartamudear. 

(Y todo esto, sin hablar del torrente de información que fluye en las redes, que todo lo saben, que todo lo descubren).

Y, al final, sólo queda una realidad distorsionada por un lente turbio, -que se resuelve, como siempre, en una buena comida al aire libre, entre la brisa, la risa, los besos y los manteles de colores. 

¡Adiós a las cucarachas en la cabeza, las musarañas, las telarañas del encierro!

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