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Habla David Grossman

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“"Lo que me lleva a escribir es lo mismo que me lleva a involucrarme políticamente”. El autor de La vida entera, quien perdió un hijo en la Guerra del Líbano en 2006, es un gran activista por la paz entre Israel y Palestina.

Tomado de La Tercera/ Santiago. Cuenta David Grossman (Jerusalén, 1954) que tenía unos 13 años cuando debió adquirir una segunda lengua, conforme a la normativa educacional israelí. Debió elegir entre árabe y francés y optó por el primero. Sus papás se enojaron: quién necesita el árabe. Acto seguido, el joven Grossman fue a buscar un pesado atlas del mundo y les mostró dónde estaba París. Y luego, dónde estaban ellos. Su decisión tenía sentido, aparte de ironía, y la llevó adelante, lo que le permitió, ya convertido en escritor, entrar más fácilmente en la piel de los demás.

El episodio ilustra una filosofía laboral y un punto de vista político. Figura destacada de la narrativa israelí contemporánea, este autor traducido a 30 lenguas piensa que escribir es una forma de “reescribir la realidad”. Pero para que el proceso se cumpla en plenitud hay que “fundirse en el otro”. 

Sentado en el lobby del hotel que lo alojó durante su reciente participación en el Festival Puerto de Ideas, realizado en Valparaíso, explica que “cuando te permites ser invadido por la opción de ser otro, te das cuenta de que quizá no eres tan diferente”.

Así las cosas, la mirada de Grossman al conflicto palestino-israelí, no sólo supone una propuesta humanista que muchos compatriotas suyos no comparten. También habla de una escritura de alta intensidad y arraigo histórico que a veces explora la subjetividad a través de las preguntas esenciales de un niño -como en El abrazo, su último libro traducido al español- y otras veces, en efecto, se interna en el señalado conflicto con novelas monumentales que fusionan drama, humor e imaginación. 

Es el caso de La vida entera (2008), que quedó asociada a la mayor tragedia personal del escritor: mientras trabajaba en ella, en 2006 un misil dio muerte a su hijo Uri, soldado de tanques del ejército Israelí en el sur de El Líbano. 

Si bien aclara que su primera motivación para escribir es contar una buena historia, se inclina ante “esta oportunidad que me da la escritura de ser todo tipo de persona que nunca sería en mi vida cotidiana: ser un niño o una persona mayor, estar cuerdo o estar loco, ser un israelí o ser un palestino”. 

Y si esto opera a nivel individual, puede también hacerlo en plano colectivo, dadas las muchas “similitudes, a un nivel profundo, entre ambos pueblos”. Aunque “hemos sido moldeados por una guerra sangrienta, también estamos modelados por el mismo clima, por el mismo paisaje. Eso produce algo, es una especie de gramática interna que hace que nos entendamos instintivamente, incluso cuando nos peleamos. Para mí esa es una de las esperanzas de cara al futuro”. 

Por ahí lo han llamado ingenuo y algo ciego ante la realpolitik del Medio Oriente. Pero Grossman no afloja y dice: “A diferencia de otra gente en la izquierda israelí, no estoy hablando de amor entre israelíes y palestinos. No es mi idea de una solución para el conflicto palestino israelí que nos tomemos de la mano y caminemos hacia el atardecer. Esto no es una película de Hollywood”. 

Habla, por el contrario, de “construir un acuerdo práctico que les permita a ellos tener su Estado y a nosotros el nuestro, y dejar así de atormentarnos unos a otros. Esta es la tercera o cuarta generación que nace con una guerra. Con mi esposa tenemos una nieta de tres años que ha estado dos veces, en dos guerras, en un refugio con los misiles cayendo a 500 metros. Eso no es normal, pero ya ni recordamos que no lo es. Yo no he tenido un día de paz en la vida. La idea misma de crear el Estado de Israel es que no volviéramos a ser víctimas, y me parte el corazón ver este país fuerte y milagroso que sólo aspira a sobrevivir de una guerra a la siguiente”. Pero, concluye, hay una alternativa. La historia no es una condena. 

La senda del escritor


Hace unas pocas semanas David Grossman publicó un libro en Israel que “tiene un nombre extraño, como la mayoría de mis libros”. 

Su título puede traducirse como “Un caballo entra a un bar” y alude a la tradición de la comedia, que tan buen caldo ha dado en la cultura judía y que tan decisivamente impregna los climas y tonos de su narrativa. 

Trata de un comediante de stand-up y la rutina que ofrece una noche cualquiera en un pub ruinoso de una localidad costera ubicada entre Haifa y Tel Aviv. Y por esta vía aborda lo que pasa en Israel. “Es un libro muy actual”, anticipa. 

Novelas, relatos, libros infantiles, óperas, ensayos. Grossman ha escrito mucho y muy distinto, teniendo en el horizonte a los autores que permiten “ver la realidad a través de sus ojos”. Y también ha leído en cantidades, confesando temprana admiración por Franz Kafka, por el polaco-judío Bruno Schulz (La calle de los cocodrilos) y por literatura hebrea que incluye nombres como Yaakov Shabtai (El tío Peretz se marcha) y Amos Oz. 

También por sudamericanos como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Y, mucho después, por Roberto Bolaño: “Habíamos pasado nuestras vidas sin saber que un autor poseía este genio literario y, de golpe y porrazo, te lo encuentras”. 

¿Qué le gusta de Bolaño?


Bolaño es salvaje. Realmente salvaje. No tiene inhibiciones. Es valiente y lo es de un modo suicida en su escritura. 

¿Le acomoda la etiqueta de “escritor comprometido?


El compromiso político es una cuestión de personalidad, no de profesión. Quizá me convertí en escritor porque me tomo el mundo muy en serio, pero no creo que la condición número uno para el escritor sea estar involucrado políticamente. Yo pago un alto precio por estar involucrado políticamente: cartas de amenazas y mucha animosidad. Sin embargo, lo que me hace escribir mi ficción, me hace involucrarme políticamente. b

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