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La extraña imantación y el Karma de la clave de sol

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Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras.

En medio de un ensayo en que preparaban una obra mía con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el famoso director Josép Caballé, se me acercó un gigante búlgaro, un connotado instrumentista, primero y jefe de su grupo en varios continentes y países. –Maestro: escríbame un concierto para trombón y orquesta -dijo lacónico Néstor Slavov. Le prometí hacerlo. Consideré un gran homenaje y reconocimiento de su parte, además me resultaba simpático y agradable. Quizás él se olvidó, pero yo no. Durante año y medio escribí la obra. Varios miles, tal vez millones de símbolos pasaron por mi cabeza al pentagrama y regresaron de nuevo para su análisis.

Cuando estuvo lista se la envié, esperé varias semanas sin saber nada, a lo mejor no le gustó, imaginé, de repente afloró con todo el agradecimiento, reconocimiento y admiración. “La he tocado ante mis alumnos, me aplaudieron fascinados. Voy a usarla como obligatoria en mi clase. Mientras viva se tocará, gracias por haber escrito una obra tan bella para mí”. Luego me envió una grabación perfecta y musical, con la interpretación de la cadencia.

Es una gran compensación, para mí invaluable, maravillosa; de resto, lo que ocurra, es dudoso, si produce algo económicamente, cuantas veces se toque, una grabación, su recepción. En fin…es como un hijo, nunca se sabe las vueltas que dará la existencia. Lo que le depare el futuro. Ya es del Maestro Slavov, buen viento y mejor mar.

Una amiga, que ha seguido de cerca el trabajo, me preguntó ingenua: ¿Cuánto cobras por hacerlo? -Hay dos tarifas, una para persona desconocida, un millón de euros; en cambio, para un ser entrañable, a quien admiro, como Slavov, ni un centavo -contesto.

Un análisis de los que han (hemos) caído en las arenas movedizas de los pentagramas y su clave de sol, deja estadísticas fatales. Pasemos a los pesos pesados, y está excluida cualquier comparación. Bach, muy ordenado con su economía, pese al número gigantesco de hijos, sobrevive bien. Su relación con los nobles y la iglesia le da un soporte aceptable. No así a su viuda que tiene que pedir limosna. Muchas de sus obras jamás fueron interpretadas en su vida; Mozart, se dice ganó bastante dinero, que perdió en su vida licenciosa y jugando al billar. La verdad pasó grandes dificultades y murió en la miseria. Beethoven vivió de inquilino toda su existencia en cuartos insalubres, desagradables, tiranizado por brujas inaguantables, las caseras vienesas. Su economía dependía de los nobles, que le firmaron un contrato, luego se resistieron en cumplirlo y el genio casi recurre a los tribunales. Y podemos seguir, Chopin muy enfermo dando recitales en casas de nobles ingleses por unas rupias. Wagner, muriendo de hambre y frío en París, de donde sobrevive gracias a los ángeles de la guarda de los compositores.

Muchas de las obras escritas por los genios jamás se interpretaron, a otras no se les pagaron los derechos y no pocas se perdieron. Para no hablar de la incomprensión y no pocas veces persecución de los músicos. Quien se embarca en esa terrible carrera, cuyo estudio dura por lo menos doce años -yo diría toda la vida- asume todos esos riesgos. Y que es posible que nunca escuche una de sus composiciones, pase toda clase de vicisitudes y que en el mejor de los casos sea catedrático o empleado de emisora y en otro medio de difusión.

¿Qué hace, entonces, tantos añorando a ser creadores musicales? A otros muchos haberlo sido; sin duda, un misterio del alma humana. Me cito, y es el ejemplo que tengo a mano, desde que oí el primer concierto me sedujo cómo era posible con esas notas blancas y negras del piano, que había en mi casa, escribir toda esa música. Me dediqué a improvisar y sin darme cuenta caí en las arenas movedizas de los pentagramas. Moriré preso en sus redes. Cuando termino una obra, exhausto, observo los papeles y me embarga una indefinible emoción; y creo no existe sensación de maravilla en toda la existencia, de plenitud, comparable, a escucharla.

Me despedía de mi profesor, ese patriarcal ser, Alfred Uhl, el mejor maestro de composición del momento, gran creador, sabíamos con tristeza que jamás nos veríamos de nuevo. Hablábamos de estos temas mientras me acompañaba al vestíbulo, de su modesta residencia, de repente Doña Federica, su mujer interrumpió:

- ¿Sabe usted lo que es la composición y componer? Es el demonio, el infierno.

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