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Me gusta ver llover

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Por: Alfonso Lobo A./ Bogotá. Me gusta ver llover. Desde niño me ha fascinado ver llover, porque cuando la calle se volvía río crecido, hacía balsas con las cajitas de fósforo vacías y barquitos de papel con hojas arrancadas de mi cuaderno escolar que al llegar a la alcantarilla, rápido salvaba a los pasajeros de un naufragio. A pesar de que los truenos me asustaban me refugiaba debajo de la cama abrazado a mi perro, pero tan pronto se iban los relámpagos volvía a la calle a correr bajo la lluvia y patear charcos muerto de risa.

Me gusta ver llover, parado bajo el dintel de mi puerta y escuchar el ruido de la lluvia sobre los tejados de zinc y el sonido de los granizos rebotando contra las ventanas de vidrio. En el campo es más hermoso ver llover y sentir la alegría del riachuelo cantarín que baja de la montaña, como flautista de Hamelin, anunciado la buena nueva a la tierra seca, a los surcos en el campo y a las semillas en flor. 

Me gusta ver llover, ya sea en el campo o la ciudad, y cuando veo llover siento que la vida baja de su escondite para fluir como hilillos de agua formada por millones de gotas que se deslizan silentes entre hojas, ramas, árboles, quiches y musgos, llenando la vida de vida a todos los seres de todas las formas, tamaños y colores que crecen sobre la superficie terrestre.

Me gusta ver llover, porque cuando llueve la tierra seca y el desierto arenoso, los musgos descoloridos y la hierba seca, las plantas en retoño y las flores multicolores, suspiran de regocijo y gratitud por el Creador, y aunque no lo ven, sienten su aura divina en el fresco de la lluvia, que cual viento cálido acaricia y refresca las mejillas sonrosadas de adolescente ruborizadas. 

Me gusta ver llover porque la lluvia, como el amor, suaviza la resequedad del alma en el árbol viejo, de piel añejada por años de frutos para saciar el hambre de pájaros cantores, animales salvajes y humildes labradores y porque cuando llueve Dios hace presencia tangible, pues sin el agua la vida no sería posible ni en este planeta ni en ningún rincón del universo. 

Me gusta ver llover, porque me recuerda que los humanos estamos compuestos por agua en un setenta por ciento, y cuando llueve el alma del agua vibra a la frecuencia del alma humana y, por resonancia vibracional, el ser humano recuerda su estadía en el vientre materno y sus primeros pasos en océanos primigenios de un ayer milenario.

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