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El milagro de Wilborada

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Tomado de El Espectador/ Bogotá. Que en plena era digital abran una librería es noticia y si se trata de una casa de patrimonio arquitectónico para albergar 15 mil ejemplares en tres pisos es un acontecimiento para celebrar. Ocurrirá el jueves 23 de octubre, día de la inauguración de Wilborada 1047, en la calle 71, media cuadra abajo del Teatro Nacional, en el norte de la capital del país.

Es la casa de los sueños de la bogotana Yolanda Aúza Gómez, hasta el año pasado presidente y gerente general de Unisys en Colombia y los países andinos. Luego de pensionarse decidió materializar el proyecto que le había dado vueltas en la cabeza toda la vida: construir el mejor lugar para entregarse al placer de leer. Es en el barrio Quinta Camacho, en medio de una plazoleta rodeada por las últimas casas de arquitectura inglesa de ese vecindario. Ella está dichosa a pesar de que sus familiares y amigos no dejan de preguntarle si se volvió loca. No se explican cómo una de las empresarias colombianas más reconocidas en las juntas directivas del Consejo de Empresas Americanas, de la Cámara de Comercio Colombo-Americana y de la Association of American Chambers of Commerce in Latin America, la ingeniera de sistemas y experta en alta gerencia que llevó a Unisys a duplicar sus ventas y a convertirse en el mayor proveedor de servicios informáticos en Colombia, decidió invertir parte de su patrimonio en un negocio “en vías de desaparición”.

Le recuerdan lo que ya sabe. Que las librerías emplemáticas han cerrado; Buchholz, Biblos, la Mundial, Caja de herramientas y Verbalia. Pero antes de dar el paso, ella se fijó en las que resisten o innovan; Babel, La madriguera del conejo, ArteLetra, Casa tomada, Tornamesa, Luvina, La valija de fuego, Espantapájaros. Sonríe, siempre sonríe, y defiende su plan a partir de un sueño: “Desde niña quise tener una casa con un ático para leer”. Apenas se pensionó supo que era hora de cumplir el deseo. ¿Sobre qué bases? “Yo no creé esto con los parámetros de un negocio como los que manejaba. Este tiene meta de sostenibilidad no de enriquecimiento económico”.

Se iba a llamar Librería Aúza, pero viendo la casa Yolanda empezó a buscar un nombre medieval. Un día metió en Google el 10-47 para ver qué había pasado ese año y se encontró con la historia de Wilborada, la monja patrona de los bibliófilos y amantes de la lectura, porque en la Edad Media protegió los libros de Saint Gallen ante la inminente invasión de los húngaros durante la cual fue asesinada. El papa Clemente II la proclamó santa. “No lo podía creer —dice Yolanda—. Pensé: ¡este es el mensaje que necesitaba para seguir adelante!”. Se fue de vacaciones a Suiza en junio de este año para conocer esa ciudad universitaria del oriente de Suiza, el monasterio, la catedral barroca y la celda donde habitó la religiosa.

Su mayor emoción fue conocer la gran biblioteca del convento, que acoge 170.000 documentos en parte manuscritos de hace mil años, incluida la famosa sala Rococó más bella de Suiza, declarada por la Unesco desde 1993 Patrimonio Mundial Cultural de la Humanidad. Aprendió del legado benedictino sobre el estudio contemplativo de los libros y la necesidad vital de las bibliotecas. Ratificó no sólo el nombre de su casa-librería, sino el espíritu. “Cuando uno entra hay un gran medallón en el que se lee en griego ‘Botica para el alma’”. Lo adoptó como lema. “Esto tiene que despertar los sentidos, en especial la imaginación y a la vez ser un remedio para el alma”. Por eso las invitaciones fueron repartidas en frasquitos.

La personalidad se la da el aire victoriano y la restauración dirigida por el arquitecto Alejandro Henríquez para adaptarla como librería desde el parqueadero. Rescató fachadas, reforzó cada columna y las dejó expuestas, reparó el balcón principal, conservó las puertas originales y abrió nuevas, igual con las ventanas. Chorros de luz natural caen desde un lucernario hasta el primer piso iluminando los estantes de cedro Puerto Asís. Hay zonas demarcadas de abajo arriba. En el primer nivel las novedades. Al lado una gran sala con chimenea, declarada zona sensorial para lecturas de arte, cine, fotografía y música. Con espacio para la segunda tienda Café Cultor. El segundo piso es para literatura femenina. El homenaje a Wilborada es un vitral. Hay espacios para literatura universal, latinoamericana, colombiana y de viajes y ciudades. Sillas Thonet para descansar. Personajes literarios pintados en los muros parecen salir de los estantes. El altillo, también con chimenea, es para ciencia ficción, novela negra y zagas. Para presentación de libros o actos culturales.

Yolanda ha dedicado meses a tertuliar con libreros y calcula que para configurar la colección con proveedores de calidad necesita al menos dos años. Calcula que a la casa le caben 40 mil libros. La legión de amigos de Borges, las ilusiones impresas según Bioy Casares. “Hay que ir paso a paso. Primero influenciar el vecindario, el sector financiero, las universidades, los habitantes. ¿Cómo? Con un catálogo abierto a todas las ideas, ofertas, agenda cultural y actividades como talleres para niños o adultos que ya no pueden leer.

Revisa las obras que salen de las cajas. Siendo niña descubrió el placer de la lectura a través del diario del niño protagonista de Corazón, de Edmundo de Amicis. Le dedicó la adolescencia a Dostoievski y la juventud a novelas como El filo de la navaja, de William Somerset Maugham. Precisamente allí descubrió que a veces en plena vida se debe renacer para reencontrarle sentido a su vida. Y para ello Larry renuncia al mundo de las finanzas para enriquecerse en sabiduría, sumergiéndose en nuevas culturas y espiritualidades. En la madurez descubrió el ensayo a través del escritor chino François Cheng, la historia a través de Peter Watson y la novela negra con la trilogía de Stieg Larsson. Admite que disfrutó a Harry Potter. Habrá lugar para literatos. También para mentes exactas. Acceso para discapacitados. Wi-fi. Lo malo: todo es nuevo. No hay libros averiados por el tiempo, como dice Vargas Llosa.



Yolanda no lee filosofía, poesía ni teatro. Sin embargo, frente al balcón la espera una mecedora para “aprender sobre otros géneros”. Así como le llegó Wilborada, le llega la lucidez de la locura de Maupassant en Yvette: “A través de quince mil novelas deben formarse ideas muy extrañas de la vida”.

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