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Investigación y memorias de Homero Aridjis

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Por: Verano Brisas

Memorias del Nuevo Mundo. Homero Aridjis. Colección Tierra Firme. Fondo de Cultura Económica. Segunda edición, noviembre de 1998.

No se sabe bien si Juan Cabezón era grande de testa o sólo de apellido. Lo cierto es que el poeta Homero Aridjis heredó, no el gentilicio o patronímico (¿qué se sabe?), pero si el tamaño de la cabeza, de acuerdo con la masa gris que debe guardar en su interior. Digo esto después de leer Memorias del Nuevo Mundo, en donde se juntan la buena recordación, la disciplina investigativa y una facilidad para fantasear con rigor histórico, no común en otros escritores. Él lleva la imaginación de los lectores por la mar océano, partiendo de Palos “media hora antes de salir el Sol”, hacia mundos desconocidos, en la nave capitana, acompañado por Juan de la Cosa y otros tripulantes, entre los cuales se hallaba una turba de “marineros descalzos, con blusón de caperuza y bonete rojo, confesados y comulgados”.

Cabezón huía de los inquisidores, que por orden de Isabel y Fernando achicharraban judíos y otros herejes en las hogueras españolas, sobre todo en Castilla y Aragón, cuando no alcanzaban a escapar hacia tierras igualmente injustas y turbulentas. Lo acompañaban, entre otros, cuatro criminales reos de muerte sacados de la cárcel por Cristóbal Colón, que aprovechaba esa circunstancia para equipar sus naos. Así, Homero Aridjis dibuja un nuevo Ulises navegando por aguas del Atlántico con dirección, no a Cipango como pretendía Colón, ni a ninguna Ogigia donde esperara Calipso seductora, sino al continente que para siempre redondearía la Tierra. Es historia, crónica y novela de la buena, enjundiosa y apasionante, que invita a trasnochar con sus 394 páginas de Tierra Firme, como firme es el estilo del autor.

Se dice con justicia que García Márquez impuso el realismo mágico en la literatura, pero debe aclararse que en América siempre ha existido, y esa magia literaria se ve corta en ocasiones al enfrentar la cotidianidad hallada por los españoles cuando desembarcaron en costas caribeñas. Cualquier párrafo en cualquier página del libro de Aridjis, basta para corroborar lo dicho y sentir la presencia de la fantasía, quimera cosmogónica y terrestre al mismo tiempo. Es algo alucinante lo que se vivió y se vive en cualquier parte de este territorio llamado Nuevo Mundo. Por eso el poeta, en sus Memorias, transita como pato por su estanque, ligero de equipaje en el sentido de la gravedad y grandilocuencia de los que poco tienen qué decir, o si lo tienen carecen de la amenidad y llaneza propias del maestro avezado en el arte de la narración histórico-poética. El texto es tan apasionante que hasta podría leerse empezando por el fin, pues el torbellino de los acontecimientos no amaina en parte alguna.

En la nota final, Homero dice de dónde tomó los datos, en qué Instrucciones, Diarios, Cartas, Memoriales y Relaciones se basó para sacar a flote esta obra casi monumental, exquisita y necesaria para los habitantes, no sólo de habla hispana sino del mundo, porque la epopeya de Colón y sus hombres, recreada por mentes brillantes al servicio de una pluma rigurosa y lúcida, ha sido tan decisiva para la humanidad como la invención de la rueda, la domesticación del fuego y la carrera espacial. Memorias del Nuevo Mundo coloca a Homero Aridjis en el podio de los vencedores, de los que saben exorcizar con la palabra muchos males de la humanidad, algo que nos reconcilia con la especie y el derecho que tenemos a permanecer informados sobre lo que ha sido y es.

Con la ingenuidad propia de un poeta, habla también sobre los “historiadores, geógrafos, viajeros, pícaros, inquisidores y evangelistas” que aportaron valiosa información para darle cuerpo al libro, un cuerpo robusto, cordial y delicioso en su expresión. Hace mención de Antonio Herrera, Martín Fernández de Enciso, Juan López de Velasco, Alonso de Santa Cruz, Antonio Pigafetta y muchos más; una lista tan larga que llenaría un capítulo. Un autor así, se lee con agrado y con respeto, condiciones de pronto escasas pero indispensables y valiosas para cualquier obra, sin que importe el género ni la extensión. “Para la parte mexicana” se nombra otra lista igual o mayor que la anterior, lo que demuestra que Aridjis, como investigador, no es cojo, manco ni ciego, y mucho menos, perezoso.

Batallas, miserias, traiciones, enfermedades, violaciones, encadenamientos y otras situaciones desfilan por sus páginas, donde siempre se halla, de alguna manera, a veces como un fantasma, Juan Cabezón y algunos de los que hoy permanecen en estatuas porque robaron oro, fundaron bellas ciudades y vivieron como alucinados. Así fue la conquista, o la invasión, que para el caso es lo mismo. Se siente la tentación de registrar ciertas líneas, aunque sólo la lectura total del libro podrá satisfacer nuestra curiosidad: “Estaba el Sol en virgo, cuando el 29 de agosto, día de la degollación de San Juan Bautista del año del Señor de 1492, en Ávila nació Pánfilo Meñique”.

–¿Cómo lo llamaremos?– creyó oírlo preguntar a través de la puerta.

–Pedro Meñique, como su padre... No, porque él tuvo un fin desastroso. Lo nombraremos Pánfilo, como su abuelo, que tuvo una vida feliz” (pág. 159).

–¿Quién eres tú– me demanda un nahual que avanza a trechos como bestia, invisible, disimulado en la pared, junto a mí.

–Juan Cabezón.

–¿Qué es Juan cabezón?– Juan Cabezón es el tiempo.

–¡El Quinto Sol ha acabado! ¿Eres tú el Quinto Sol? (pág. 384).

Relumbran bajo el Sol americano las espadas, la cruz, las guacamayas, la piel aceitunada de los aborígenes y todo lo que el trópico ubérrimo brinda con largueza inagotable. Mientras tanto, Juan Cabezón presencia el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma, siendo testigo de la conquista de México y de la vida colonial en toda la Nueva España. Otros personajes, como el ojinegro Gonzalo Dávila, compañero de Cortés en Veracruz; fray Bartolomé de las Casas; la Malinche, con sus trajes españolizados, y don Rodrigo Rodríguez con su baja estatura, desfilan por ese inmenso escenario sanguinolento y voluptuoso que fue la conquista y la colonia de un imperio ya inmerso en el olvido.



Homero Aridjis nació en Contepec, Michoacán, en 1940, pero se percibe hispanoamericano y también universal. Tiene otros textos; entre ellos Tiempo de ángeles, El poeta niño y El encantador solitario. Hay que leer pues al poeta-historiador.

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