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Escribir: un arte que requiere dedicación

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Por: Jairo Cala O./ Bucaramanga. Escribir es un arte, no hay duda alguna. Es una manifestación del alma, que quiere hacer saber lo que siente, lo que vive, lo que anhela, lo que la hace abatirse o alborozarse y mucho más. Escribir es, por lo tanto, un procedimiento no para expresar lo que se sabe (a menos que se trate de un tema especializado), sino para conocer y divulgar lo que se siente. Así lo siento yo. 

Es claro que no todos aquellos que dicen que quieren escribir aciertan al redactar un texto. Basta leer un artículo para determinar: primero, si quien lo hace, sabe hacerlo; segundo, qué carácter tiene quien escribe: cómo es su pensamiento, qué clase de emociones siente, cuáles son sus sueños, sus angustias, sus triunfos, sus sentimientos… 

¡En fin, escribir es una delicia inmarcesible que se siente en el alma! Por supuesto, todos los humanos pueden hacerlo, pero no todos se interesan por dominar este arte. Como todo en este mundo: hay quienes son muy acertados, los hay de «medio pelo» y los hay desacertados. 

Algún día me llegó a una de mis cuentas de correo electrónico una anécdota, tanto simpática como valiosa, de un episodio ocurrido entre un periodista vallecaucano, apodado «el loco Bejarano», y quien fuera director del diario La Patria, de Manizales, Gilberto Alzate Avendaño. 

Dice el pasaje que joven aún, «el loco Bejarano» estaba buscando trabajo en la capital de Caldas. Se acercó al citado periódico, y llegó a la oficina del conocido político conservador Alzate Avendaño, llamado «el Mariscal», y le expresó su aspiración de formar parte de la nómina del periódico. 

Dice la historia que el señor Alzate le preguntó a «el loco Bejarano»: 

─¿Y usted qué sabe hacer? 

─Yo, pues, escribir ─ le contestó. 

─Bien, veámoslo. Mañana se cumple un aniversario más de la muerte de Goethe. Siéntese a la máquina, y escriba algún comentario sobre eso. 

Unos minutos después, Bejarano le entregó una cuartilla al director, y este, después de leerla, la arrugó y la tiró al cesto de la basura. 

Sorprendido, Bejarano reclamó: 

─¿Estaba mal escrito el artículo? 

─Vea, joven Bejarano─ le dijo «el Mariscal» ─. Si usted tiene la intención de trabajar con nosotros, sepa que aquí nadie puede escribir mejor que el director. Y, ¡es suyo el puesto! 

Ese día empezó Bejarano su carrera de periodista. Y se prolongó por muchos años, con creces ilimitadas para sostener su éxito. Su pluma gustaba y «atrapaba» a muchos, como una telaraña se apodera de las moscas. 

Es también claro que no van a faltar los «aguafiestas», los que dirán que casos como ese son asunto de «suerte»; o de simpatía entre empleador y solicitante del empleo. ¡Cómo no! Esa es una apreciación solamente propia de los insensatos. 

Recuerdo ahora a un periodista santandereano ─ya fallecido─ que alguna vez me hizo una confesión: «Me cuesta mucho trabajo escribir el encabezado de una noticia. Y cuando lo logro, no sé cómo terminarla», me confió. Llevaba, sin embargo, como cuarenta años ejerciendo el periodismo en radio, y, simultáneamente, era corresponsal de un periódico nacional. El jefe de corresponsales solía hacer de nuevo las noticias que enviaba el veterano reportero, porque iban mal redactadas. Tiene ahí, usted, amable lector, un elemento de juicio para sacar su propia conclusión. 

Y cuando yo fungía como jefe de redacción de un diario bumangués, había entre mis subalternos una comunicadora social, egresada de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Tenía a su cargo las noticias deportivas. Pero nunca uno escuchaba que el teclado de su computador tuviera «vida activa». Fingía que escribía, y vivía convencida de que nadie notaba que, en realidad, no escribía. Alguien, externamente, ¡le hacía el trabajo y se lo enviaba por correo electrónico! Ella solo montaba las páginas, y sacaba pecho (más del que la naturaleza le dio) para aparentar un trabajo que ella no había realizado. ¡Se autoengañaba, y creía que engañaba a los demás a su alrededor! De tal pirueta únicamente se obtiene que no se aprenda a escribir bien nunca. 

Es común y repetitiva una pregunta en desarrollo de mis talleres de escritura, ortografía y puntuación: «¿Cómo se aprende a escribir bien?». Se me ha convertido en una especie de «lugar común». Suelo responderles a las personas que la formulan, así: 

Conozca a fondo su idioma (investigue, explore y lea sobre gramática básica). 

Redacte ejercicios que fortalezcan lo que ha leído sobre gramática. Borre muchas veces. Sí, borre lo que haya quedado mal; y escriba de nuevo. Confronte, verifique y cerciórese de que lo escrito está correcto. 

Apóyese en un buen diccionario para que no dé traspiés; que sus vocablos se ajusten a la semántica vigente. No invente palabras innecesarias; las que requiere, ya están recogidas en los diccionarios. 

Domine el uso correcto de los signos de puntuación. Y cuando lo haya logrado, cada vez que escriba un texto, verifique si los signos que usó están correctamente aplicados. Recuerde que escribiendo también se les da entonación a las oraciones; y que si, por ejemplo, se pone mal una coma, el sentido de lo que quiere decir se desvía. 

Leer incesantemente es una puerta abierta al conocimiento. Y cuando él se haga presente por tan singular método, todo cuanto usted quiera expresar por escrito ─y oralmente─ será «pan comido». No es asunto de plagiar a nadie. ¡Cuidado! 

Ahora sí, ¡manos a la obra! Bueno, en realidad, ¡manos a la computadora! Pero cerciórese de que su cerebro esté conectado con ella a través de sus manos.

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