Tomado de La Nación/ Buenos Aires. Desde la ciudad de Puno, una excursión por el lago navegable más alto del mundo hasta las islas flotantes de los uros, antiguo pueblo andino que parece vivir a la deriva
A casi cuatro horas del amanecer, el sol aún no logra entibiar el aire. Las temperaturas en el Altiplano peruano nunca son muy cálidas, ni siquiera en verano, pero esta mañana el termómetro se resiste a trepar más allá de los 4°C o 5°C. Por eso, mejor subir a la lancha con poncho de lana comprado la tarde anterior en una feria de la zona más alta de Puno, desde donde se veía perfectamente el Titicaca.
Puno es una ciudad peruana de algo más de cien mil habitantes que se orilla al Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, a 3812 metros sobre el nivel del mar. Una leyenda dice que fue formado por las lágrimas del Dios Inti, que lloró amargamente durante cuarenta días y cuarenta noches luego de que los hombres que habitaban antiguamente esas tierras fueran devorados por una colosal manada de pumas. Tras el llanto, la deidad castigó duramente a los pumas y los convirtió en piedra, por lo que el lago pasó a llamarse Titicaca, que en lengua andina quiere decir precisamente pumas de piedra. “Es un hermoso cuento -dice Lucio, el piloto de la lancha en la que navegaremos el lago esta fría mañana-. Hoy va a estar helado durante todo el día”.
Las aguas del Titicaca ocupan una enorme superficie de 8562 kilómetros cuadrados, repartidas casi por partes iguales entre Perú y Bolivia. Puno es la principal de las ciudades del lado peruano y la mayoría de las navegaciones sale desde sus costas, donde aún descansa el casco de hierro del mítico Yavarí. "Fue un barco construido en 1870 que se usaba para transportar pasajeros, lana y minerales por el Titicaca. Lo armaron originalmente en Inglaterra, trajeron sus partes hasta Puno en mulas y fue el primero propulsado con hélices que se utilizó en el lago", explica el capitán mientras la lancha pasa lentamente junto al viejo buque que, tras un siglo y medio, se convirtió ahora en un museo flotante. Diez minutos después, luego de dejar atrás la bahía sobre la que se levanta Puno, ponemos rumbo al Oriente, hacia la isla de Taquile, primera parada del recorrido.
Taquile y Amantani
Taquile es una isla de algo más de dos mil habitantes en la que el progreso apenas si ha asomado. Allí no hay automóviles ni motos y la electricidad es un recurso sólo usado a cuentagotas, por lo que en la mayoría de las casas se utilizan velas o linternas alimentadas con anacrónicas manivelas. Respetuosos de sus tradiciones, las mujeres visten blusas rojas y faldas negras, mientras que los hombres utilizan camisas blancas y un gorro finamente tejido que permite diferenciar los casados de los solteros.
“Los tejidos son el producto más distintivo de los taquileños, tanto que la Unesco los declaró Patrimonio de la Humanidad. Estos tejidos son principalmente hechos por los hombres, que comienzan a hilar en su infancia, desde los 7 u 8 años”, cuenta Lucio al tiempo que subimos por un largo y empinado camino de tierra hasta lo más alto de la isla, donde se encuentra el centro del poblado. El ascenso me quita el aire y, por eso, al llegar arriba me siento a la sombra de los muros de una pequeña capilla de piedra para descansar y mascar un par de hojas de coca contra los efectos del mal de altura.
Desde Taquile continuamos la navegación hacia Amantani, la mayor de las islas del lado peruano del Titicaca. Unas 800 familias viven allí, dedicadas especialmente al cultivo de papas, cebada y habas. Otra vez hay que subir un camino empinado hasta el centro del poblado y de nuevo hay que mascar hojas de coca para combatir la fatiga, a la que ahora se le suma un intenso dolor de cabeza.
"Coma despacio, que le va a hacer bien", aconseja Félix, un agricultor de piel muy cobriza que nos invita a almorzar en su casa una sopa que los lugareños llaman chairo, espesa y preparada con carne de cordero seca, zanahorias y apio. Para cuando terminamos de comer, el cansancio desaparece, pero la jaqueca persiste. El dolor recién termina casi una hora después, cuando hace un buen rato que dejamos Amantani y navegamos hacia las islas flotantes de los uros, el más esperado de los destinos de este viaje.