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Bioy Casares, el escritor detrás del dandy

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Tomado de La Tercera/ Santiago. Mañana se cumple un siglo del nacimiento del autor argentino de La invención de Morel. El inseparable amigo de Borges fue protagonista de la Feria del Libro de Santiago en 1996. 

Llegó a inicios de diciembre de 1996. Era el invitado estelar de la Feria del Libro de Santiago. Adolfo Bioy Casares tenía 82 años y su estado de salud era delicado. Acompañado de una enfermera, alojó en el Hotel Carrera, en pleno centro. 

No era un escritor popular. Sin embargo, el autor de La invención de Morel era conocido por su obra desarrollada en el ámbito de la literatura fantástica. Y, sobre todo, porque había sido por medio siglo el inseparable amigo de Jorge Luis Borges, fallecido en 1986. 

“Soy un hombre casi mudo: nunca en mi vida he dado una conferencia”, les dijo a los periodistas en la Estación Mapocho. Pero Bioy Casares dio entrevistas a casi todos los medios de comunicación y animó en la Filsa una conversación junto a los escritores Jorge Edwards y Arturo Fontaine

“Era un hombre cordial e irónico. Decía frases afiladas como navajas. Era un animal elegante y literario. Lo suyo era una estética del pudor”, dice hoy Arturo Fontaine sobre el narrador argentino que por estos días vuelve a librerías con nuevas ediciones de sus libros. 

Mañana se cumplen 100 años desde su nacimiento. En Buenos Aires se le recuerda con varias actividades, pero lejos de la fiesta que celebró a Julio Cortázar (1914-1984) en el centenario de su nacimiento. 

El rescate de la obra del Premio Cervantes 1990 es a través de editorial Planeta en la colección Bioy 100 Años, que incluye desde su novela Diario de la guerra del cerdo hasta los cuentos Historias fantásticas. Títulos que estarán en Chile desde la primera semana de octubre. 

A su vez, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires se realiza hasta el lunes una serie de debates en torno a sus libros con la participación de autores como Oliverio Coelho y Luis Chitarroni. Una faceta menos conocida será exhibida en el Centro Cultural San Martín. Allí se abrirá a fines de mes la exposición El lado de la luz, Bioy fotógrafo, que mostrará los 20 años que le dedicó al registro de imágenes. “Con desconfianza considero este hobby. Como con un nuevo amor, no sabe uno hasta dónde lo arrastrará”, anota en su diario el autor fallecido en 1999, con fama de dandy, mujeriego y machista. 

Más allá de su amistad con Borges, Bioy Casares logró crear una obra más espontánea y menos intelectual. “Creo que la proximidad con Borges le permitió a Bioy hacer su literatura con total despreo- cupación. Para las cosas raras estaba Borges. El podía dedicarse a lo que le gustaba: las historias fluidas y el sentimentalismo de clase”, dice el narrador argentino Alan Pauls

El autor de Plan de evasión también dejó huella en otras latitudes. “Bioy Casares tiene un encanto y un ingenio siniestros y una repentina tristeza que sólo un artista literario podría entregar”, escribió el novelista John Updike sobre el elegante erudito que en EE.UU. volvió a entrar en la lista de los títulos más vendidos, luego de que uno de los protagonistas de la serie Lost apareciera ante la cámara leyendo su novela La invención de Morel

Hijo de estancieros acaudalados, apasionado por el tenis y lector compulsivo, Bioy Casares escribió antes de cruzar su vida con la de Borges: “Traté de leer toda la literatura francesa, toda la española, toda la inglesa, la americana, la argentina, la de otros países europeos... Y, mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir”. 

En ese ambiente de casonas y sirvientes encontró a su futura mujer, la escritora Silvina Ocampo, 10 años mayor que él. Sería un matrimonio abierto que aceptaba la bisexualidad de ella. Incluso, se la vinculó con la poeta Alejandra Pizarnik, quien se enamoró de la aristocrática narradora. Mientras, Bioy sería amante por dos décadas de Elena Garro, mujer de Octavio Paz

Victoria, la hermana de Silvina, había creado la revista Sur, que difundió la literatura europea en el continente. En esas tertulias, a inicios de la década del 30, en la residencia de Villa Ocampo, en San Isidro, Bioy con 18 años conoció a Borges, de 33. 

Una amistad de almuerzo diario y creación literaria conjunta. Ambos escribirían relatos policiales desde “Seis problemas para don Isidro Parodi” (1942), firmando bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, así como guiones de cine, y fundarían la colección de novelas policiales El Séptimo Círculo

Sin embargo, mientras Borges escribía una de las obras más originales de Hispanoamérica, Bioy recogía historias de ambos en cuadernos que alcanzaron 20 mil páginas. “Soy el discípulo o alter ego de Borges que me sumerge en la comparación, nefasta para la difusión de mis libros”, se lee en Borges, el libro de 1.600 páginas que apareció en 2006 basado en sus diarios. 

Allí también anota: “Para mí, el mundo no es el mismo después de la muerte de Borges. Claro que ya no era el mismo. Cuestiones de mujeres, que realmente no nos incumbían, nos alejaron”. María Kodama, viuda del autor de El Aleph, reaccionó a la publicación: “Bioy fue un cobarde”, y lo llamó el “Salieri de Borges”. Pero él ya no estaba para responder. 

A pesar de las sombras, la envidia y la vejez, en 1998, un año antes de morir, Bioy sintió el placer del escritor reconocido. Su presencia fue ovacionada en la Feria del Libro de Buenos Aires como figura estelar de ese año. Firmó cientos de autógrafos de sus libros y aun en la vejez seguía siendo el galán que besaba a las más jóvenes en las manos, entregando esa mirada casi transparente de sus ojos claros. 

Su último cumpleaños lo festejó en un restaurante de Puerto Madero, con 60 invitados. Pero el autor que había sido candidato al Premio Nobel, promovido por el Pen Club Internacional y el ex Presidente Carlos Menem, quedaba solo. 

Silvina murió en 1993 atravesada por la niebla del alzheimer. “A veces tengo la impresión de haber vivido un poco distraído a su lado”, escribió Bioy sobre su esposa. Su hija Marta murió tres semanas después, en un accidente de tránsito. 

Borges no estaba para cenar. Su diario personal ya no era una fuente de atracción. Bioy era el único habitante del departamento de 22 habitaciones que ocupaba un piso completo en un antiguo edificio del barrio Recoleta. La fiesta ya había terminado, ahora la humedad y las cucarachas en los rincones hacían el espacio aún más frío.

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