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“Yo escribo como puedo, no como quiero”

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Tomado de Página 12/ Buenos Aires. Integrante de una familia marcada por la represión de la dictadura –su abuelo y sus padres están entre las víctimas–, Fernando Araldi Oesterheld esquivó la comodidad de las etiquetas fáciles y concibió un libro inclasificable, donde el “grito se vuelve expresión”. 

“Si nadie habla nada crece.” El poeta escribe con la fibra, la hebra y la necesidad de arrebatarle más sonidos al silencio. La constatación empírica de la lectura queda del lado de la potencia de las “palabras para decir”; “hablar” como un modo de acelerar un posible comienzo, un principio que persuada con la fuerza de la “excitación de una cuerda vocal/ que advierte el erotismo de la palabra escrita”. Las voces de su entrañable abuelo, inmenso escritor, historietista y militante político, y de su madre –ambos desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar– se mezclan en la página y proyectan las vibraciones de un intenso legado familiar. Fernando Araldi Oesterheld no pretende apabullar con las diez letras de su apellido materno. Menos ahora que acaba de publicar su primer libro, El sexo de las piedras (Mansalva), un poemario inclasificable en su despliegue urgente, donde el “grito se vuelve expresión” y esquiva la tentación y la comodidad de las etiquetas fáciles. Un poemario que se podría inscribir en las variaciones temáticas del “estrangulamiento precoz de la infancia”, la orfandad que atraviesa el silencio de lo real y las ausencias permanentes cuya precisa y desgarradora “traducción” se consuma en una especie de estribillo: “Acá falta algo”. 

El diminutivo no es peyorativo: el “librito”, en boca de Fernando, suena con la calidez que le imprime su pasión por la escritura poética. En el prólogo, Arturo Carrera define El sexo de las piedras como un “llamamiento”. “Escribir para Fernando Araldi Oesterheld es querer encontrar ‘la palabra que falta’ –advierte–. Escribir es señalar ese lugar vaciado por los ausentes. El hermafrodita afantasmado a lo largo del poema no es un hermafrodita del mundo real sino del sueño: aquella presencia ocupada por dos sexos ausentes: el de la madre y el padre -madre y padre desaparecidos incluso del lenguaje donde la palabra falta”. Carrera afirma que al repetir la lectura del libro una, dos, tres veces, “nos encontramos con la paradoja de que el teatrillo al que nos expone es casi una ‘reanimación mecánica de la vida’”. “Faltaron autómatas, títeres, máquinas parlantes como en los mecanismos maravillosos de Raymond Roussel. Como opinó Foucault al respecto: ‘La repetición, el lenguaje y la muerte organizan ese mismo juego allí donde se reúnen, para demostrar que separan’ y toda esa maquinilla de búsquedas poéticas forman la imagen dolorosa, ensimismada e impotente de una casi mística resurrección.” 

Fernando habla como si cabeceara los recuerdos su mente y los invitara a bailar con la desfachatez del neófito que tiene alas en los pies. “No me gusta mandar mails y romper los huevos. ¿Por qué alguien tiene que leer especialmente mi libro, si se escribe tanta poesía en este país?”, se pregunta en la entrevista con Página/12

– ¿Por dónde empezó El sexo de las piedras
– Desde adolescente tenía la inquietud de la escritura, pero todo lo que escribí lo tiré a la mierda. Hace como tres años me puse firme a laburar, a escribir todas las noches, como un trabajo. Hice un taller con Florencia Abadi y después empecé con Arturo Carrera, con quien trabajé El sexo de las piedras y tres libros más. En realidad son dos libros, lo que pasa es que el segundo es muy cortito y quedó todo en un solo libro. Encima, Arturo me hizo el prólogo, que me deja un poco en off side con el tema familiar. Yo no quería ir por ese lado, pero después, leyendo el libro, el tema familiar está. ¿Cómo decirle que no a Arturo? ¿Cómo tocarle una coma al prólogo? Desde que arranqué con Arturo no paré de escribir. Encontré en la escritura algo que quiero seguir haciendo. 

– ¿Por qué se orientó hacia la poesía en vez de la narrativa? 
– No sé, creo que fue bastante definitorio que a los 19, 20 años empecé a tener contacto con muchos poemas que dejó escritos mi vieja. Encontré en la casa de mi abuela mucho material, cosas escritas a mano y por suerte a máquina, porque tiene una letra imposible de descifrar. Leer sus poemas me fascinó. Casi en paralelo leía un poco de narrativa. Pero al día de hoy, en comparación con la poesía, leo poca narrativa. Más adelante me gustaría pasar a la narrativa, pero las frases me salen así, con ese formato, con ese lenguaje. 

– ¿La poesía es un legado materno? 
– No, no sé si materno... El tema de la escritura está en mi familia por mi abuelo, por mi vieja, por las dos hermanas de mi vieja que escribían. Pero es cierto que empecé por el mundo de la poesía. A veces me quiero sentar a escribir algo más narrado, más fluido, pero no me sale. Me siento cómodo en el registro poético; en la narrativa no podría enhebrar ni media carilla. Escribir me cuesta, pero me da muchas satisfacciones.

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