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Segundo encuentro con Elmer Mendoza

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No. 6.783, Bogotá, Viernes 8 de Agosto de 2014 

Segundo encuentro con Elmer Mendoza 


Por: Álvaro Castillo, I parte. 

“No podemos hacer una literatura inocente”. 

Una de las tantas cosas que le debo a mi amigo Federico Díaz-Granados es el descubrimiento del narrador mexicano Élmer Mendoza. Sabiendo de mi gusto por la novela negra y dura me propuso ser su lector en el encuentro Las líneas de su mano 4. Primero le dije que no, que yo no era el indicado, que no lo había leído. Insistió: “Quiero que seas tú”. Acepté resignadamente. A los pocos días recibí en mi casa algunos de sus libros. Tomé, me atrajo de una su título, El amante de Janis Joplin. Sólo bastó con que abriera su primera página y pasara a la segunda para que me volviera un adicto a su manera de narrar, a su manera de contar, y no pudiera y quisiera soltarlo. Llamé a Federico para decirle: “Tenías razón. Es lo máximo. Gracias”. Durante varios días conviví exclusivamente con sus libros. El primer encuentro ocurrió la mañana del 9 de septiembre de 2011. Se grabó pero jamás pensé en transcribirlo. Me parecía imposible: ¿cómo reproducir ese ritmo de su charla, esa música de Sinaloa, esa respiración norteña? Fue un momento maravilloso e inolvidable para mí. Seguí leyéndolo. Seguí consiguiendo sus libros poco a poco, en el D.F., gracias a Amanda Moreno. Supe hace unos días que venía nuevamente. Traído, esta vez, por el IDARTES a Bogotá. Como de costumbre, no sobra que lo diga, apareció Zoraya Peñuela enviándome su última novela, El misterio de la orquídea calavera, y al enterarse de mis deseos de volver a verlo, me propuso que lo entrevistara. La conversación transcurrió en la cafetería del hotel. Me reconoció de inmediato. Esta vez sí transcribí la conversación. Traté de ser lo más fiel a sus ritmos y sonoridades. Espero haberlo logrado. Así sea un poco. Porque, güeyes, a Élmer Mendoza hay que escucharlo pues la raza también habla por él. 

- ¿De dónde sale la historia de El misterio de la orquídea calavera? En ésta, tu más reciente novela publicada, logras un milagro de comunicación con el lector: nos haces ser “el Capi” Garay cuando lee el libro que se encuentra. El mismo desconcierto y confusión que lo embargan a él es el nuestro. 
- La concebí por partes. Primero intenté hacer una historia con “el Capi” Garay y llegué como a la mitad. Ahí no pude continuar. Después intenté hacer una historia con Edward James. Y tampoco. Como que llegaba a cierto punto y ese era un punto que me impedía continuar. Un día me preguntaron cómo descansaba yo después de una novela (mis novelas son bastante intensas) y que si no escribía para jóvenes. Dije: “Pues no…”. Cuando la novela de “el Capi” Garay no pensé que tenía que hacer otro registro. Y descubrí que esa era la clave. Después de esa pregunta (que me la hicieron hace más de dos años) fui a revisar ambas historias y a unirlas. De las dos historias incompletas que tenía, con mucho trabajo, salió El misterio de la orquídea calavera

- En la novela hay una cantidad de homenajes y de guiños literarios a los lectores. No solamente historias reales sino también autores reales. Algunas de sus anécdotas se recuentan ahí. Aparecen como personajes, por ejemplo, Charles Bukowski. ¿Por qué él? 
- Se me ocurrió hacerle un homenaje porque es un escritor que, a todos los que nos interesa la literatura para todo público, callejera, tenemos que reconocer su presencia. Pero también porque Bukowski tuvo muchos problemas en su casa cuando era chico, según confiesa en una novela que se llama La senda del perdedor. Tuvo muchísimos problemas con su padre sobretodo. Lo maltrataba terriblemente. Y como un poco es la historia del Zurdo, en comparación con su abuelo que lo trata muy mal, dije: “Tiene que haber alguien aquí que pueda compartir con “el Capi” al menos un momento de lo que es su propia vida”. Y lo hace cuando conversan sobre el asunto. Bukowski le dice: “Yo también sé de lo que estás hablando”. 

- Hay también, en las primeras páginas, un homenaje muy bonito a Cien años de soledad. Te apropias y recuentas un pasaje de la novela. ¿Qué significó la obra de Gabriel García Márquez para ti? 
- García Márquez es el Gran Jefe. Él consiguió hacer una literatura con la ele mayúscula. Y a la vez es un autor que conquistó el mercado. A mí es lo que me interesa: yo quiero conquistar el mercado de lectores del mundo sin transigir. Sin hacer bestsellers. Nada de eso. Sin que tenga nada contra estos: me leo tres o cuatro al año. Y los disfruto muchísimo. Para mí García Márquez es el modelo perfecto de cómo armar una literatura representativa de un sitio, en un tiempo, con personajes típicos y tener muchísimos lectores. Creo que nunca nos cansaremos de homenajearlo, de visitar su presencia. 

- Hace un momento contaste que te preguntaron por qué no escribías una novela para jóvenes. No lo habías hecho. ¿Qué modelos, si los hay, te acompañaron en la escritura de esta novela? 
- Mark Twain. Yo lo leí cuando me tocó leerlo hace siglos. Lo leí con mucha emoción. Tom Sawyer, Las aventuras de Huckleberry Finn… Con mucho cuidado. También a Charles Dickens. Miré con mucho cuidado todo lo que tiene que ver con sus personajes jóvenes. En la literatura contemporánea el que más me ayudó fue Carlos Ruiz Zafón, concretamente La sombra del viento. Me ayudó a no tener miedo a plantear una historia larga con un joven desconcertado, desorientado (aunque “el Capi” lo está mucho más que el personaje de Ruiz Zafón). Vi también otras novelas de Armando Vega Gil, un mexicano que es rockero. Tiene una novela de jóvenes en la que maneja lo que tiene que ver con el sexo. Es un asunto delicado. El descubrimiento de los jóvenes, no del sexo, sino de la posibilidad de establecer relaciones muy diferentes a los noviazgos, con el sexo como centro. Eso lo aprendí en él. También me leí a Henning Mankell. Una novela suya que trata de cómo un joven decide abandonar la escuela, no le interesa, y hacerse responsable de sí mismo en un trabajo durísimo como es el de marinero. Un personaje de quince años. Implica también un descubrimiento del mundo. Es decir: otro universo en que ellos hacen todo. Esos serían los modelos básicos que vi. Me leí también una novela juvenil de Mario Mendoza, de un chico que va, sale, a una isla… No recuerdo el título. Todas ellas fueron aprendizajes importantes. Pero sobre todo pienso que mis lecturas de la narrativa del siglo XIX fueron básicas. Subyacen mucho en mi formación, en mi capacitación para crear un registro para jóvenes. Creo que viene de todo eso que te he dicho. 

- En esta novela sentí las huellas de José Agustín
- Absolutamente. También es formativa. La novela La tumba igual tiene un personaje que es chico, con todos los problemas que implica la escuela, el encuentro consigo mismo, el abandono y el lenguaje. El lenguaje es ya una cosa que iría por ahí por José Agustín y la realidad. Hice muchas jornadas al lado de los jóvenes, sin decirles que los estaba escuchando, para encontrar el registro lingüístico que me interesaba manejar en la novela. Que no se fuera de manos. Muy medido. Que lo pudieran leer los mexicanos y también los colombianos o los argentinos… Todos…

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