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Entrevista, Antonio Skármeta

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Me quedé encantado con el Perú: Antonio Skármeta 


Por: Pedro Escribano/ Tomado de La República/ Perú. 

Antonio Skármeta. El autor chileno de Ardiente paciencia es uno de los invitados de la FIL de Lima. Aquí narra cómo estableció lazos imborrables con nuestro país. 

Antonio Skármeta, sin decirlo, se siente un escritor chileno invadido por el Perú. Y no al revés, como piensan los políticos y militares peruanos con respecto a la nación vecina del sur. El cariño que le tiene a nuestro país le viene desde lejos, desde mucho atrás. Nosotros quisimos saber cuándo empezó esa invasión peruana, poderosa, fraterna en el autor de Ardiente paciencia y Los días del arco iris

Nos esperó en su hotel, en su estatura proboscidia, con un rostro también amigable, sonriente, no sabríamos decir si a lo Capulina o por sus bigotes, a lo Chanoc, personajes clásicos del cómic mexicano. 

“Lo primero que sabía del Perú era toda la literatura sobre esa maravilla que es Machu Picchu. Todo eso me tenía absolutamente encandilado, la manera como estaba construido, organizado. Miraba una y otra vez revistas sobre la ciudadela inca”, recuerda el escritor. 

Lo que hizo después bien parece un cuento. Aún era un adolescente, cuando junto a tres amigos hicieron una precaria compañía de títeres y enrumbaron al Perú, pueblo tras pueblo, en caballos, en carromatos, camiones, en lo que sea. 

“Sin dinero ni muchos bienes. En el camino, nos pasó cosas de maravilla, recibimos ayuda de la gente, de alcaldes. No venimos de Antofagasta hasta llegar a Callao. Fue muy desgastante y muy emocionante porque a veces vivíamos en casas del público. 

-Eran titiriteros adoptados... 
-Sí, nos llevaban con nuestros títeres a sus casas, nos daban desayunos, almuerzos o algún alcalde nos pagaba un hotel. Fueron muy amables, qué gente tan cariñosas. Desde entonces, me quedé encantado con el Perú. Y nos ocurrió lo que he contado, en nuestra precariedad, en un momento nos llevan ante el embajador de Chile y nos presentan como vagos. Pero no, él, como que rectifica al cónsul, nos llama poeta y nos ofrece su ayuda. Fue un acto generoso, una grandiosidad de ese embajador. 

-Pero ayer, usted no quiso revelar su nombre. 
-Ahora no tengo ningún problema en decirlo, sino que ayer no iba a ser tan visible al público asistente, pero para nosotros es una figura de la cultura y política chilena muy impresionante. Ese embajador se llamaba Eduardo Cruz Coke. Era un hombre espigado, alto, flaco, de modales muy refinados. No lo vi nunca más en la vida, era miembro de una familia prominente intelectual chilena. Su hija Martha ha sido directora de la Biblioteca Nacional. Pero entonces, yo no sabía nada de él, yo era un niño. 

-Que a esa edad, un embajador en vez de llamarlos vagos les reconozca el estatus de poeta es como ganar un Nobel precozmente… 
-(Risas) Sí, ¿no?, porque muy bien nos pudo haber considerado vagos. No, ese viaje me despertó mucho la curiosidad de conocer más este país. Conocí sus libros, como el de Arguedas, Los ríos profundos, las novelas de Vargas Llosa. Después me encantó la vida limeña, leí a Sebastián Salazar Bondy, Julio Ramón Ribeyro, se me completó un cuadro literario del Perú. 

-¿Y los poetas? 
-Por supuesto, me gusta mucho la poesía de Carlos Germán Belli. Toño Cisneros era mi compadre, nos veíamos en cualquier parte del mundo y a cada rato. Antonio era alborotado, un insurrecto cotidiano, tenía tanto que decir, quería siempre jugar con la cultura que tenía. Era un torbellino verbal y gestual. Con los años siguió siendo un muchachón. Todos ellos y otros son mis lazos emocionales con personas muy creativas del Perú. 

-Da la impresión de que solo a los militares y políticos de ambos países les interesaba el conflicto. Arguedas, por ejemplo, regresa de Santiago con una esposa chilena. 
-Bueno, a Arguedas yo lo conocí en Chile, personalmente. Iba frecuentemente a las casas de unas amigas que vivían en el barrio de Macul, por la parte sur de Santiago. Iba a almorzar y lo que le encantaba era cantar. Tenía un charanguito y cantaba huainos, con unas letras muy preciosas. 

Cisneros también llegó a Chile a un encuentro organizado en Concepción por Gonzalo Rojas

Ese encuentro fue famoso en los años 60. Allí comenzó mi amistad con algunos poetas y escritores peruanos. 

Escritura del desierto 


-Usted es de Antofagasta, del desierto. Estuve allí y he visto que por desierto que es, muchas cosas se inventan. Han “inventado” playas, hasta agua dulce, porque la desalinizan. ¿Cómo ser escritor de un paraje, supuestamente tan hostil, tan adverso a la vida como es un desierto? 
-No, es una experiencia maravillosa. El desierto es un sitio que tiene un esplendor místico. Allí, si tú te adentras un poco hacia el desierto, sientes la impresión de que estás en el primer día del planeta o en el último, en un apocalipsis. Los cielos del norte son cielos donde se ven más estrellas que en cualquier parte del mundo. Allí se están instalando todos los grandes observatorios de la comunidad europea. Allí están realizando las grandes investigaciones con las que quieren llegar a encontrar cómo se armó esta maravilla que es el mundo que habitamos. Y la aspereza de la vida, la rudeza del paisaje, crea un temple de ánimo, te hace fuerte para las adversidades, te hace más fraternal hacia la gente. Y yo creo que influye mucho en mi literatura, se siente que somos parte de esa naturaleza. Pero luego está el mar que te ofrece la aventura, que te invita a salir, los barcos que llegan, los que se van... el viajar. Y yo he hecho eso toda mi vida, viajar. 

-El desierto se acerca de una manera a Rulfo y de otra a usted. 
-Creo que sí. Juan Rulfo era de un temperamento mucho más dramático. Era muy parco, melancólico, tenía otra historia y también el suyo es otro desierto. Pero es uno de los grandes escritores que admiro. Es curioso, ahora que me lo pregunta, si pienso en las grandes novelas que he leído, son, de alguna manera, de personajes jóvenes que andan buscando un padre. Pedro, en Pedro Páramo, de Rulfo; Ernesto, de Los ríos profundos. Yo escribí una novela que se llama Un padre de película, que van a hacer cine en Brasil. Ahí también se cuenta la historia de un hijo que quiere recuperar emocionalmente a su padre. 

-Usted también ha sido un escritor que ha asumido con rigor ético la vida política de su país. 
-No tanto como rigor, no. Yo he sido siempre un demócrata. Mi posición siempre es de centro izquierda. Me siento afín a la social democracia europea y al centro izquierda que actualmente gobierna Chile. Soy un partidario de Nueva Mayoría de Michelle Bachelet, presidente Eduardo Frei, Ricardo Lagos, la Concertación, que han sacado exitosamente a mí país del abismo en que nos puso la dictadura, siempre contó con mi apoyo. Restituyó la democracia, nos dieron la estabilidad, avanzó Chile. Y este gobierno que a mí me representa está empeñado a avanzar más. 

-¿Luchó contra la dictadura? 
-Yo lo que hice en esos tiempos conflictivos de Chile fue simplemente ejercer el derecho a voto que me daba la Constitución y voté por un presidente que me gustaba, Salvador Allende. Y me pareció extremadamente trágico y desagradable que a ese presidente que yo había elegido me lo mataran y los derrocaran tres años después. Me fui del país. Cambiaron las reglas de juego. 

-¿No fue una actitud de rigor ético? 
-Rigor ético, no, fue simplemente desprecio a quienes violaron la democracia y la Constitución de esa manera.

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