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El ajedrez mágico y el excampeón

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Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras

Cuando viví en el centro de Europa comprendí y entendí mucho sobre la vieja Rusia. En mis años mozos, ya de larga distancia, leí varios autores rusos. Una breve biblioteca en el colegio, modesto en medios e incentivos, me abrió las puertas al amor por la literatura. Dostowiesky,Turgeniev, Tolstoi, y más que hoy se me escapan. En el momento en que bajaban los termómetros en la danubiana Viena, los periódicos resaltaban una consolación; en Siberia se está a 45 grados menos cero, lo mismo en Moscú, mientras que aquí tenemos la paradisíaca temperatura de 10 bajo cero. 

El infierno, de existir, tiene que ser no hirviendo como insistía el padre Canóniga, jefe de retiros espirituales horripilantes, sino helado, como Viena en Febrero, y Rusia casi todo el año. En ese momento me fue claro mucho lo que había leído; en Moscú, fuera de tomar Vodka, jugar ajedrez y organizar revoluciones no había nada que hacer. Así que si allá llovía, por el centro de Europa no escampaba. Me matriculé con un gringo afiebrado por el ajedrez en mis ratos de ocio. En años anteriores el americano trabajaba dos horas en un club de ajedrecistas de los Ángeles y luego jugaba 18. Era un maestro, una vez le llevé un campeón colombiano, estaba de paso rumbo a un torneo, y lo derrotó con rara facilidad. Casi nunca lograba yo ganarle. 

El americano me ofrecía siempre marihuana gratis, que yo le rechazaba, para su desagrado. Su insistencia me obligó a abandonarlo, pero el morbo de las fichas se había apoderado de mis horas invernales. Busqué un famoso café de ajedrecistas. Me impactó el tamaño, comparable a un Carulla pleno de tableros de gente jugando concentrada. Golpeando relojes a los lados de los cuadrantes. 

Analicé a los diversos jugadores que esperaban un contrincante. Se jugaba por dinero, poco en cuantía, pero mucho para mis bolsillos de estudiante. Cada partida perdida significaba un almuerzo. Un personaje con la cabeza cuadrada, bizco, lo que acrecentaba su posible brutalidad, estoico, permanecía solitario. Ese es, pensé, será una presa fácil. Me aceptó y fijó su precio, pasadas cinco jugadas, me vaticinó un mate en diez más, lo que ocurrió. Al comienzo lo observe como si me tomara el pelo, o como dicen los costeños, me estuviera mamando gallo. Al siguiente fue más demorado el vaticinio de la muerte del rey, iba a pagar e irme cuando manifestó que era habitual jugar tres. La imposición de la dieta por tres comidas me resultaba lacerante, pero esa era la regla tácita. Me concentré y el mastodonte dijo contristado, me atrapó luego colocó su cabeza dentro de dos manos gigantescas. Pensó un buen rato, menos mal encontré una salida, usted está mate en 15 jugadas. No esperé a sufrir una humillación y muerte tal, puse el dinero sobre la mesa. 

- No se deprima, fui campeón Europeo en el 64,65, 66. De Austria en el 68 y 70, de Viena el año pasado, pero he resuelto retirarme. Tiene talento, pero debe estudiar mucho, en ese momento será un buen jugador. 

- Gracias, lo felicito – desde ese instante jamás he puesto las manos encima de una ficha de ajedrez. Preferí los mates que me daba el invierno escalofriante, con su viento rudo, su sonido petrificante huracanado, al que acometí con las manos en los bolsillos y procurando esquivarlo.

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