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“Por un puñado de dólares”

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Tomado de La Tercera (Santiago/ Chile. En agosto de 1964, un cine de Florencia acoge las primeras sesiones de la película “Por un puñado de dólares” de Sergio Leone. Contra todo pronóstico, el filme, un western de serie B inspirado ni más ni menos que en Yojimbo, de Akira Kurosawa, se transforma en un sleeper, es decir, en uno de esos inesperados bombazos de taquilla. Todo para una producción destinada en un principio a servir de relleno cinematográfico, firmada con seudónimo y capital italiano, español y alemán. Tampoco hay que olvidar que Yojimbo se inspiraba, a su vez, en la novela negra Cosecha roja (1929), de Dashiell Hammett

A finales de ese mismo año de 1964, Por un puñado de dólares -en el último momento ha cambiado su título original, Il magnifico straniero- se ha convertido en un fenómeno cinematográfico y social. Como señala el corresponsal de la revista Variety, la película destaca “por su vigor jamesbondiano y un enfoque irónico para captar a un público tanto sofisticado como medio”. El western europeo o spaghetti western, término todavía sin acuñar, se preparaba para la conquista de las pantallas del mundo. 

Cincuenta años después, los westerns de Sergio Leone y de algunos de sus más honorables contemporáneos -Sergio Sollima, Sergio Corbucci, Damiano Damiani- han conseguido hacerse un lugar en la historia del cine. Y hasta con la categoría de clásicos, reservada hasta aquel momento para directores como John Ford, Anthony Mann o Howard Hawks

Recibidos con división de opiniones por la crítica, donde abundan las invectivas por su culto a la fealdad y los aspectos más sórdidos del género, contarán, sin embargo, desde el principio con el aplauso entusiasta del público. Esta apoteosis de fealdad estética y violencia ética, poblada de héroes sin afeitar y faltos de escrúpulos, encuentra de inmediato una audiencia que se deja seducir por esa “ópera de sensualidad, violencia y muerte, muy latina”, como escribe el crítico francés Gilles Gressard en su estudio sobre el cineasta. 

Para unos, Leone es el hombre que ha sabido resucitar y, de paso, darle un baño desmitificador a un género como el western, que vivía sus horas crepusculares. Para otros, por el contrario, es el creador que le acabará dando su certificado de defunción. Pero nadie, medio siglo después, le discute haber creado un estilo, más allá del uso del zoom y de esos primeros planos exasperantes, de esos alargamientos extenuantes y de esa fetichización del gesto que caracterizan su cine. Un estilo que sería imitado hasta la saciedad, empezando por los propios directores americanos, como Siegel o Hathaway, y que ha llegado hasta nuestros días de la mano tributaria de creadores tan indomables como Quentin Tarantino. 

Por un puñado de dólares señala el nacimiento de Almería como paisaje plástico del mito del Oeste. Aunque rodada en parte en Hoyo de Manzanares, los paisajes almerienses acompañarán a partir de ahora la épica cinematográfica del director italiano. Otro componente indisoluble del género será la música de Ennio Morricone, en esa convergencia victoriosa entre música, sonido e imágenes. Morricone convertía la banda sonora en protagonista absoluta. Y un tercer elemento es la figura de Clint Eastwood, un actor de series de televisión que acabará poniéndole cara y ojos a todo un género y un estilo en su papel de “El forastero”. Su poncho mexicano, “barba de diseño” y cigarro en la boca conformarán a uno de los íconos más imitados de la historia del cine. 

Cincuenta años después, quizás ha llegado el momento de olvidar esa etiqueta un tanto ridícula y hasta calumniosa de spaghetti western.

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