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Herr Fleischner y el poder de las muchachas en flor

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No. 6.747, Bogotá, Jueves 3 de Julio de 2014 

Herr Fleischner y el poder de las muchachas en flor 


Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras

Una docena de iberoamericanos, impelidos por el destino, su extraño ajedrez, nos encontrábamos viviendo en el mismo distrito de Viena. Todos comulgábamos con una idea, convertirnos en grandes músicos. La guerra y sus inclemencias aún dejaban huella a los finales del cincuenta en la urbe danubiana. Nos reuníamos a mediodía en un café Gol frecuentado por genios de futbol, como Pushkas, pero más nos atraían las bellas meseras vienesas. Ingrid con su pelo hasta la cintura, rubio como el sol y ojos vivarachos y coquetos raptados del cielo azul. Helga, quizás de origen húngaro, morena, de mirada tímida azabache. Paseaban con sus trajes de campesinas agitando nuestra testosterona, ya de por sí inquieta a los veinte años. 

Una tarde fuimos sorprendidos con la presencia de un ser elegante, de blazer, fular, mirada inteligente. Era el nuevo administrador y su figura no concordaba con el trabajo. Mandaba imperativo a las muchachas que de alguna manera se burlaban de él, con sonrisas soterradas, miradas insidiosas y actitudes desobligantes. Curiosos inquirimos al propietario; sí, la guerra es así. Herr Fleischner fue un importante oficial prusiano al lado del mariscal Rommel en el desierto. Jefe de un importante grupo de pánzer, hoy en desgracia. Como ustedes saben, perdimos la guerra. 

Yo imaginaba que por la noches el antiguo jefe prusiano trasformaba a las bellas empleadas en escuadrones listos a derrotar a los ingleses. Luego repetía las órdenes que había impartido a sus soldados. 

A las pocas semanas el brillante soldado desapareció y en su lugar llegó una recia y sólida mujer. Alta fuerte, jamás había sonreído, menos reído, usaba botas de amarrar y un sombrero horrible que sostenía con un alfiler. Herta. Ojos azules penetrantes, fijos, si nos dijeran que había sido lugarteniente de Mengele, nadie lo hubiera dudado. Puso a marchar a las meseras a ritmo de paso de ganso. 

No hacía falta el aristocrático oficial y 

Preguntamos al propietario, ¿Qué pasó con Herr Fleischner? —No pudo con las muchachas, fue un caos. 

Por las noches, cuando la verdad y los recuerdos se hacen ineludibles; quizás el maravilloso oficial prusiano, descendiente de la más rígida disciplina militar, descubrió que es más fácil manejar rudos soldados en el desierto, legiones de tanques Panzer, que a las bellas meseras en flor en un café vienés. O quizás a todas las del resto del mundo… 

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