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La cocina de un gran escritor

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Julián Barnes 

Nota: por ahí, rebuscando en “el cuarto del olvido”, nos encontramos esta entrevista que se nos hizo interesante; publicamos un fragmento interesante saco de adn cultura.

Julian Barnes abre una lata de aluminio redonda y debidamente gastada (un tupper o cualquier contenedor plástico sería pecado en su cocina, por supuesto) y ofrece un budín de frutas oscuro y fragante. Lo acompaña con un té especiado de la India, que prepara con toda seriedad, mirando la pava con atención hasta que hierve, midiendo la cantidad de hebras con precisión matemática. Si bien la frittata de espárragos que tiene planeada para la noche es un plato simple que ya cocinó mil veces, tiene abierto su libro de cocina italiana de cabecera y sigue cada indicación como si fuera la fórmula para la bomba atómica (y realmente no quisiera pasarse con el uranio enriquecido). 

“Es que en la cocina -confiesa a adn cultura- soy totalmente falto de imaginación. No tengo la confianza para improvisar y sigo paso a paso obsesivamente lo que dicen quienes saben más que yo. Para mí, la gran diferencia entre cocinar y escribir es justamente que en la cocina uno sigue las instrucciones de otros, mientras que al escribir uno se basa en su propia receta, esperando que nadie la copie y que sea completamente original, aunque esto último probablemente sea imposible”. 
Imposible quizá, pero si el ideal de la originalidad existe, Barnes es sin duda uno de los escritores británicos que más cerca está de lograrlo. 

Saltó a la fama con la multipremiada novela El loro de Flaubert , que narra la búsqueda de un loro embalsamado que inspiró al autor de Madame Bovary, mezclando crítica literaria, biografía y narrativa personal. Según Barnes, "los críticos nunca supieron cómo clasificar El loro de Flaubert , pero por suerte a los lectores solo les importa que un libro esté bien escrito y los atrape". Siguió con una decena de libros excepcionales: una historia del mundo en Una historia del mundo en 10 capítulos y medio (Anagrama, 1997); un misterio de Conan Doyle en Arthur & George (Anagrama, 2005); reflexiones sobre la vejez en los cuentos de La mesa limón (Anagrama, 2005); ensayos periodísticos sobre su país natal en Letters from London (1995) y sobre su adorada Francia en Something to declare (2002). Y una compilación de periodismo literario en El perfeccionista en la cocina (Anagrama, 2004), donde hasta las páginas dedicadas a las zanahorias hervidas son sorprendentemente deliciosas. 

En este momento Barnes está embarcado en dos proyectos. Por un lado, programar sus próximas vacaciones en el campo argentino. Barnes fue invitado con su mujer y agente, Pat Kavanagh, a ir en febrero próximo a lo de un amigo inglés coleccionista de arte que compró una estancia. En realidad ya tiene todo armado (incluso un paso por Buenos Aires para dar charlas organizadas por el British Council) pero lo inquieta el tema de los caballos ("Ya monté una vez y tengo una primicia para los lectores de La Nación: es algo realmente malo si uno tiene testículos", dice y sonríe). 

Por otra parte, está dando los toques finales a un libro muy original aun para sus estándares. "Es sobre la muerte, mezcla de memoria sobre mi familia con ensayo, con una conversación con mi hermano, que recorre las páginas como hilo conductor", adelanta durante una charla en la que va del sexo en los ancianos a la evolución de los personajes en la novela, de los reality shows a las razones por las que Barnes quería ser un niño judío, todos temas que se abordarán detalladamente hasta que la lata de budín quede vacía. 

- ¿Cómo es el proceso de creación detrás de cada libro? 
- No tengo reglas, a veces es una situación que se me ocurre, o un personaje, o una historia que me cuentan a partir de la cual creo que puedo empezar a trabajar. Tengo que saber lo suficiente sobre qué va a pasar en la novela para sentarme a escribir, pero no necesito saber todo lo que va a pasar. No sé si en la Argentina los niños tenían el juego de pintar por números. Se les da una reproducción de una obra de arte que viene en blanco y negro, con números que representan cada color. En todas las partes en que dice uno, hay que pintar de verde; donde dice dos, de azul; tres de colorado etcétera. Bueno, si yo tengo un plan de la novela completo, me siento como si estuviera jugando a eso, que solo estoy poniendo el color donde la instrucción dice que debería ir. Y eso no es muy interesante. Por eso escribir para mí es encontrar ese punto de equilibrio entre el absoluto control de la situación y la libertad, y cada tanto desbalancearse hacia uno u otro lado para ir progresando en la narrativa. 

- ¿Trabaja a horas fijas o cuando llega la inspiración? ¿Y cómo hace para concentrarse rodeado de mesa de billar, televisión satelital, bicicleta para spinning y un jardín irresistible? 
- En general trabajo por la mañana, luego me tomo la tarde libre y vuelvo a la carga al anochecer. Pero con Arthur & George, que fue mi novela más larga, trabajé sin parar. Creo que todo depende del contenido, si se trata de una de esas historias que necesitan una atención y trabajo constante o de las que necesitan que cada tanto uno las abandone y retome con una nueva perspectiva. Y sí, trabajo en casa. Sé que hay escritores que necesitan alquilarse un estudio en otro lado, pero para mí eso no tiene sentido desde la aparición del correo electrónico. A mí, lo único que me distrae es el teléfono: antes en casa sonaba todo el día, además del fax para cosas de trabajo, y era muy difícil concentrarse. Ahora todo lo laboral se resuelve por email y parte de la vida social también. Supongo que si fuera joven, además estaría mandando mensajes de texto. El resultado es que a menudo paso un día entero sin que nadie me llame por teléfono. Medio patético, ¿no? Pero la verdad es que ese silencio es fundamental para trabajar. Cada tanto salgo al jardín o me hago un café, pero en general, cuando estoy trabajando, no paro. Si la cosa anda bien, estoy entusiasmado y no quiero parar de escribir. Si anda mal, me fuerzo a quedarme frente al teclado hasta que mejore. 

- ¿Cómo ve la evolución de los personajes en la novela? 
- Creo que nuestro entendimiento sobre lo que debe ser un personaje está cambiando como resultado de descubrimientos en el campo de la psicología y de la bioquímica del cerebro. Parecería que la novela con sus personajes no se ha mantenido a la par de lo que ocurría en la realidad con la gente, con lo que se descubrió que es la verdadera personalidad de la gente. Por supuesto, hemos visto en la novela a personajes portarse de manera contradictoria, ser una persona frente a unos y otra persona frente a otros. Y aunque todos pensamos que tenemos una personalidad fija, sabemos que es móvil y que podemos ser distintas personas en distintas circunstancias. Sin embargo, yo creo que nos quedamos cortos en nuestra apreciación del fenómeno, que la personalidad es mucho más caótica y aleatoria de lo que imaginamos. Ahora, cómo poner eso en una novela, no lo sé, si bien es lo que he estado intentado formular los últimos tiempos. Creo que vamos a tener que abandonar eventualmente esta fijación sobre una personalidad inamovible en los personajes y en ese momento la novela deberá reconsiderar cómo describe a la gente, pero trato de no obsesionarme porque posiblemente esto ocurra después de mi muerte.

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