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Escritores peruanos y la pasión por el fútbol

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Tomado de La República/ Perú/ Por: Fernando Carrasco. Pelota y pluma. Juan Parra del Riego, Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Abelardo Sánchez León, Alejandro Romualdo y Carlos Germán Belli no dejaron de jugar su pichanga. 

Aunque nuestro fútbol está venido a menos desde hace algún tiempo, el llamado “Deporte Rey” no deja de encender pasiones en todos los sectores del país. En los predios de nuestra literatura, algunos escritores, en sus años mozos, se han vestido de corto y, posteriormente, han tomado la pluma para rememorar aquellas gestas futboleras. El poeta Juan Parra del Riego, en la línea de la poesía futurista, exalta las virtudes del futbolista uruguayo Isabelino Gradín, y en su poema “Loa del fútbol” escribe: “En el fútbol todo es clara poesía,/ luz de sol, viento viril y panorama […] Epopeya fraternal del movimiento,/ es la vida con su múltiple aletazo creador:/ drama, música, paisaje, sol violento”. 

En su libro de memorias El pez en el agua, nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa refiere que la primera vez que asistió al estadio fue para ver un clásico U - Alianza. Y más adelante describe un hecho memorable: “…Uno de los días más felices de mi vida fue aquel domingo en que Toto Terry, de los grandes de nuestro barrio, me llevó al Estadio Nacional y me hizo jugar con los calichines del Universitario de Deportes contra los del Deportivo Municipal”. 

En una charla entre Bryce Echenique y Julio Ramón Ribeyro, el primero comenta sobre su afición por el fútbol y se confiesa hincha del Ciclista Lima. Además, relata con orgullo haber jugado en el Estadio Nacional: “…Fui arquero de los juveniles de la U, en la época de Perón y Odría. Entré a la cancha dando botes a la pelota. Me la quitaron y la tiraron a la tribuna, a la zona del Alianza y no me la devolvieron. Pero recuerdo que entregué mi valla invicta frente al Independiente de Buenos Aires”. 

A su turno, el autor de La palabra del mudo cuenta que fue mediocampista y goleador del equipo de su clase en el Colegio Champagnat: “Mi juego era más de sutileza: yo hacía buenos pases a los hombres que estaban bien colocados y, cuando estaba cerca del arco, trataba de meter goles. Pero no tenía mucho físico”. 

El recordado poeta Antonio Cisneros nunca negó su pasión por el fútbol. En una crónica de El libro del buen salvaje revelaba no haber dejado la costumbre de empezar a leer los diarios por el final y que los programas deportivos eran sus favoritos en la televisión. Cierta vez, en una amena entrevista, declaraba ser hincha del Sporting Cristal, cuando el periodista lo interrumpió para decirle: “Entonces usted es pavo”. El poeta, al instante, retrucó: “Pero un pavo real”. 

Dentro de su libro de cuentos Que te coma el tigre, el escritor Augusto Higa nos presenta un bello relato titulado “El equipito de Mogollón”, un texto dinámico donde un narrador callejero evoca las hazañas de un seleccionado de barrio: “Ese equipo no era cualquiera, era el equipito de Mogollón, un cuadro como pocos: un alma, un destino, una emoción. Campeones en la Liga, los amos de Balnearios. Ni hablar en el Obrero y en el Nacional. Allí donde la pisamos estuvo la pasión”. 

El poeta Carlos Germán Belli alguna vez recordó la imagen invencible, tronante, de Alejandro Romualdo bajo los tres palos. Ambos, muy jóvenes, peloteaban en el pampón donde después se construyó el Hospital Rebagliatti. 

El escritor Abelardo Sánchez L. ha firmado crónicas muy agudas sobre fútbol. En “El legendario Alianza Lima” se manifiesta hincha del cuadro íntimo y al instante añade: “Ser hincha de un equipo de fútbol es parte de la personalidad de uno. La manera de llegar a serlo y las razones de fondo son siempre un enigma. Quizás exista una relación entre la forma de jugar de cada equipo y los rasgos que definen a cada quien”. 

Siempre existirá un motivo para alentar a voz en cuello a un club o para salir, como un miura, a defender los colores de tu equipo, ya sea en un pampón, en la loza deportiva o sobre el gramado sintético. Y es que, entre otras cosas, el fútbol nos brinda la ilusión de una posible victoria que, aunque efímera, nos ayuda a edulcorar nuestra existencia, que la presencia ineluctable de la muerte ha convertido, desde el saque, en una amarga derrota.

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