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“Hoy se está entendiendo el pasado como parque temático”

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Tomado de Página 12/ Buenos Aires. El catedrático catalán, autor de Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual, sostiene que esa relación con los recuerdos implica “renunciar a aprender de nosotros mismos”. Y dice: “La historia no ha terminado, nosotros la hemos abandonado”. 

El discurso de una despedida no se reconstruye con el proverbial escepticismo, tan frecuente entre posmodernos de variado pelaje, ni con cosméticas actualizaciones apologéticas del fin de la historia. El filósofo español Manuel Cruz, en la introducción de Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual (Fondo de Cultura Económica), se anticipa al posible malentendido con una advertencia indispensable: “La historia no ha terminado, somos nosotros quienes la hemos abandonado”. Lo que vendrá a continuación será el despliegue de siete intensos capítulos en los que analizará “¿qué hacemos cuando recordamos?”, interpretando y reescribiendo a su admirada Hannah Arendt, respuesta condensada en establecer unas particulares y específicas “fronteras del tiempo”; desmenuzará los pormenores del pasado como territorio en conflicto –la condición de víctima, que es siempre interna a un relato–; explorará el carácter polisémico del término memoria, apelando a la literatura de Marcel Proust, W. G. Sebald y Enrique Vila-Matas, y las profundas contradicciones del imaginario. A pesar de postular que el presente se ha convertido en un lugar vacío, en un agujero negro que todo lo devora, el resultado es un libro escrito con la pasión de quien sabe que no hay más remedio que medirse con estas transformaciones y sus consecuencias. 

“Me preocupa el imaginario colectivo actual, ese conjunto de nociones, valores y actitudes que compartimos con matices. Hay algo importante en el modo de pensarnos históricamente que está variando; nuestra relación con el pasado no es la misma que la de hace algunas décadas. En cierto sentido, nos hemos desentendido del pasado. Yo no estoy diciendo que la historia haya terminado ni esas tesis tipo Francis Fukuyama y similares –aclara Cruz en la entrevista con Página/12–. De la misma forma en que Nietzsche decía ‘Dios ha muerto’ –lo cual significaba que la idea de Dios ya no nos resultaba necesaria–, hoy se plantea que no necesitamos la historia para pensarnos en nuestra temporalidad, lo que creo que es un espejismo.” 

– ¿Por qué es un espejismo? 
– Los medios de comunicación suelen anunciar que entramos en un período nuevo, en territorios inéditos. Cuando decimos que entramos en una nueva etapa, estamos automáticamente planteando que todo lo anterior ha quedado obsoleto. Uno de los mecanismos más eficientes del imaginario colectivo actual es ese presunto desentenderse del pasado. Yo creo que esa percepción, una manera de entender la historia muy distinta a la que heredamos, da como resultado lo que podríamos llamar un “extrañamiento”. No tenemos nada que ver con nuestros antepasados; un convencimiento que se extiende cada vez más. Esto es compatible con el hecho de que en nuestra sociedad se hable mucho del pasado, de que haya canales temáticos, documentales históricos. Pero esa manera de visitar el pasado es entendiendo el pasado como un parque temático. 

– ¿Qué implica convertir el pasado en un parque temático? 
– Es como renunciar a aprender de nosotros mismos. O como diría Ortega y Gasset, sería “practicar un cierto adanismo”, creernos Adán en el paraíso, inaugurales, fundacionales. La cuestión no es si nuestra sociedad recuerda o no recuerda, sino si recuerda bien. La sociedad norteamericana que hasta los años ’60 hablaba constantemente de los procesos de colonización en clave épica –las películas del oeste– utilizaba el pasado para reafirmar sus propios convencimientos. La cuestión no es hablar del pasado, sino hablar bien. ¿Y qué significa hablar bien del pasado? Es estar en una disposición en la que podamos aprender de él. Que el pasado nos aporte conocimiento, no reconocimiento. El conmemorativismo no es conocimiento. Cuando tal día hacemos un acto litúrgico, eso es simplemente lo que creíamos saber. Reconocemos que emerge algo que no sabíamos en el momento en que nos sobresalta. El conocimiento del pasado nos tiene que inquietar: “esto no lo sabía y me obliga a reflexionar”. 

–¿Cómo ha evolucionado este conocimiento en cuanto a la Guerra Civil y el franquismo? 
–Las relaciones han sido cambiantes según la etapa histórica. El discurso histórico siempre ha dependido de la política. El problema no es que la política determine la historia, sino qué política determina la historia. En los años ’60, el franquismo en el poder se dedicaba a recordar constantemente el trauma de la Guerra Civil. En aquel contexto era la oposición, especialmente el Partido Comunista, la que hablaba de una política de reconciliación nacional. Esto es importante, porque a veces se hacen reconstrucciones como si hubiera sido el franquismo el que hubiera impuesto el olvido y la oposición hubiera aceptado callarse. Fue la oposición al franquismo la que dijo que había que intentar algún tipo de reconciliación. No solamente por razones éticas, sino también por razones políticas. En la España de los ‘60, muchos de los hijos de los vencedores habían llegado al convencimiento de que el franquismo era un mal régimen y se habían pasado a la cultura de los vencidos.

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