Quantcast
Channel: Libros y Letras
Viewing all articles
Browse latest Browse all 14726

Escritores hay por bandadas

$
0
0
Por: Santiago Daydi-Tolson/ Tomado de MediaIsla. Somos el animal que habla, la bestia que escribe, el ser vivo que sobrevive en el verbo, que en la imaginación de lo dicho se inventa un dios a su semejanza y hace eterna el alma 

Escritores, los hay a bandadas. Rebaños y jaurías de nosotros vamos por el mundo haciendo lo nuestro a como venga: quien rebuzna en la pradera, quien brama o aúlla en noches de luna llena, quien canta de rama en rama, compitiendo —desafinadamente— con la maestría ancestral de los ruiseñores; quienes hay que se unen orgullosos de su voz de pecho al coro nocturno —noctámbulo más bien— de las ranas vocingleras. Y hay quienes claman por despertar el eco del cañón espectacular; quienes galopan, crines al viento, proclamando sus banderas multicolores. Muchos, demasiados: centenares, millones de nosotros escribimos en cuanta lengua existe y se lee. Nos saturan las palabras. 

Es el don de la palabra un deber exclusivo de la especie humana: la define, la hace saberse superior, conciencia altiva de lo vivo. Somos el animal que habla, la bestia que escribe, el ser vivo que sobrevive en el verbo, que en la imaginación de lo dicho se inventa un dios a su semejanza y hace eterna el alma, esa voz interior —soplo del espíritu— que dicta el párrafo imperfectible, el verso como celaje que enciende el cielo a oscuras. 

¿Cómo negarse a sí mismo en el silencio —en la tímida mudez— la dicha de decir? ¿Cómo callar si la palabra hace burbujas en la boca? ¿Calmar la lengua que palpita de sabores por nombrar: rimas deleitables como la miel del beso, anécdotas sabrosas de sudor, paisajes de un paraíso recobrado en el verbo imaginario? 

Fue Adán—el ser humano— quien recibió del demiurgo caprichoso la tarea de nombrar la realidad. Adán, dueño así de la lengua sagrada, inventó el mundo, lo fundó —primer poeta, retórico inaugural— y nos legó la autoridad del verbo para que siguiéramos a lo largo de los siglos su lenguaraz labor del nombrador que crea. En el principio, de veras, fue el verbo. 

Y con Adán decimos pájaro y trueno; con el primero que habló grabamos en la arena el nombre: aquí estuvo el que duró el instante que va de ola en ola. Escribe y borra. Vamos con los siglos repitiendo el mismo gesto, reescribiendo en las arenas que el mar —ola y resaca— pule. 

A susurros y gritos repetimos las voces que nos habitan, rayamos el mundo de caligrafías que quieren decirlo todo para siempre y apenas si balbucean. Hemos llenado de libros y polvo las bibliotecas, fulguran de filigranas las pantallas del infinito texto cibernético, se extiende la red de signos por todo el universo. Al centro de la misma, en el nudo de lo ignoto, aguarda el silencio de lo absoluto, el que, temerosos de lo que esconde, evitamos a toda costa. 

Somos multitud los que no podemos callar y desde la playa abierta al horizonte de un infinito azul —puro misterio de transparente red— damos gritos que el rumor de la rompiente acalla. Vibran los hilos de la maraña. Sólo uno que otro de nosotros consigue caminar —pie enjuto, libre de amarras— sobre las olas que van y vienen. Avanza solo, cantando la armonía inolvidable, tatuado de caligrafías, hacia el silencio imponente.

Viewing all articles
Browse latest Browse all 14726

Latest Images

Trending Articles





Latest Images