Por: Jorge Consuegra. Después del “trancón de libros” que tenía por leer, por fin llegué a la novela de Amparo OsorioItinerarios de la sangre (Los Conjurados). Y me deslumbró, me encantó, porque no llega a lugares comunes, a personajes comunes, a los mismos amores con finales felices, sino que Amparo buscó hacer una extraña pero fascinante combinación entre varios elementos, lo dramático y lo feliz, pero fundamentalmente cargado todo eso con una altísima dosis de poesía. Cuando habla, por ejemplo de lo sucedido en el Palacio de Justicia, no lo hace con resentimiento, ni dolor, ni amargura, sino que narra el hecho de cómo una historia se fragmentó en miles de trocitos que se han ido perdiendo, poco a poco, en el olvido. Pero también está la Bogotá salvaje, de casitas de ladrillo que poco a poco se las ido comiendo el canibalismo de la modernidad y aún así, tratan de subsistir en medio de la nostalgia de un pasado reciente, con unos amores mohoseados que no quieren morir, que quieren permaneces en el tiempo, son esos itinerarios de la sangre y de la vida y de la alegría y del optimismo.
Esta no es una novela para leer un solo golpe, sino para “saborearla”, para catarla como los buenos vinos, sentir en la piel cómo se pueden disfrutar unas buenas metáforas, unas buenas frases cargadas de amor y muchas veces de ironía y hasta pedacitos de humor negro que muchas veces le hacen falta a nuestros escritores.