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Homenaje a Ana María Matute: ¡ella era feliz, inmensamente feliz!

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Por: Vivian Murcia G., editora de El PortalVoz / España. A mí se me eriza la piel cada vez que la recuerdo. “¡Soy feliz, enormemente feliz!” Declaraba la emocionada Ana María Matute en 2010 cuando fue galardonada con el Premio Cervantes de las Letras. Todavía me emociono escuchándola en una de esas entrevistas cómplices que sostenía con cada periodista y, sobre todo, me emociono leyéndola. No he terminado todos sus títulos pero sí varios libros que me han permitido conocer a esa niña temerosa que siempre llevó dentro pero que la hizo una gran mujer escritora, una valiente en su tiempo. 

Valerosa desde muy pequeña. Su timidez era exacerbada. Siempre se sintió la “rara” en el colegio. Tartamudeaba cuando se sentía inhibida, eso en una sociedad como la española en la que la timidez es muy escasa, debió ser un peso para una pequeña colegiala. 

La “rarita”, como se describía así misma rememorando sus años de colegio, fue marginada por sus compañeras. Fue educada en un ambiente rígido, en un colegio católico. Era hija de una familia de la burguesía catalana. Esa formación la entrenó en la mesura, soportaba en silencio y con dignidad las incomprensiones de algunos seres humanos. 

El desaliento en la bondad de las personas se acrecentó. No era para menos. Ana María Matute tenía diez años cuando estalló la Guerra Civil española. Lo peor estaba por venir. La mirada de una niña que se enfrenta a la muerte violenta la volvió temerosa. Entonces Matute ya tenía dos debilidades era “rarita” y encima temerosa. Una persona frágil. 

Pero es justo lo que más recuerdo con cariño de ella. Sus libros son narrados a través de la mirada de una niña o adolescente que observa atenta, sufre en silencio y aprende a vivir con el dolor que esto implica. 

Su primer libro llegó pronto. La necesidad de expresarse y hacerle el quite a la dificultad de su habla tartamuda le provocó una creciente ansia de escribir. A los 17 años escribió su primera novela, ‘Pequeño teatro’ por la que Ignacio Agustí, director de la editorial Destino en aquellos años, le ofreció un contrato de 3.000 pesetas que ella aceptó. Sin embargo, la obra no se publicó hasta ocho años después. 

Me sorprende y, sobre todo, admiro de Ana María Matute, la capacidad de hacer de las penas una posibilidad de vida sobrellevándolas más no negándolas. Recuerdo una de sus frases: 

“Hay dos cosas que matan: el tiempo y el sufrimiento. La gente suele decir: ‘El tiempo todo lo cura’. Mentira: el tiempo todo lo quema. El tiempo humilla, veja. Y el sufrimiento, igual. Del sufrimiento se saca vejez, y el que puede, aprende”. 

A lo mejor aprendió porque la mala vida no le cambió. A sus 25 años vendría su desastroso matrimonio que duró una década de la que quedó, como única aliciente, un hijo. 

Amó, lloró, se levantó y siguió. Su existencia fue extrema: conoció lo que son las enfermedades, el dolor sentimental, los sufrimientos psíquicos y las más desesperadas crisis económicas. Pero también conoció la pasión, el placer de la creación y los clamorosos éxitos. 

La literatura siempre estuvo acompañándola como catarsis de la vida. Ana María Matute fue, en los años cincuenta y sesenta, la escritora española, incluidos sus colegas varones, más premiada y traducida de España. Ganó el Premio Nacional de Literatura, el Gijón, el Planeta, el Nadal. En 2010 Ana María Matute se convirtió en la tercera mujer en ganar el premio Cervantes consolidándose en la cumbre de las letras iberoamericanas. También fue tres veces candidata al Premio Nobel de Literatura. 

Siempre la única mujer, la sobresaliente del género en medio de un medio machista como lo es también el literario. “Sí, siempre un bichito raro”, decía ella misma. Esa sensación le era bastante difícil de sobrellevar de joven, pero con los años la relativizó. 

Volvió a encontrar el amor en Julio, su pareja, con quien tuvo una gran historia de amor hasta 1990 cuando él murió. El amor de Julio le hizo notar que con los años uno va encontrándose con otros “raros” para hacerse un lugar en el mundo y una vida más amena. 

La sensación de poder tener amigas también llegó con la madurez. Con los años se acercó a quien fuera una de sus cómplices, su propia madre que de niña había sido tan severa con ella que la alejó de su compañía pero con el tiempo se encontraron. 

La vida parecía perfecta y entonces vino otro golpe. En los años setenta algo se desequilibró. A lo mejor la contención de sentimientos que guardaba en su interior le pasó factura. Cayó en un profundo estado de depresión, sin razón, como ocurre con las verdaderas. Pasaron años durante los que nada le gustaba y no encontraba consuelo en escribir. Años después confesaría que en aquella época lo mejor de ella se apagaría.  

Pero sobrevivió. Como la luchadora que fue. Le tomó tiempo pero volvió. Sonriente como era Ana María Matute.

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