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Entrevista, Enrique Posada C.

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Enrique Posada C.


Me declaré contrario al costumbrismo y rompí con todo cuanto en literatura olía a tradición


Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)


Siempre estuvo sumergido en los libros. Siempre. Y los libros han sido para Enrique Posada su meta, su objetivo, sus mejores amigos, sus compañeros inseparables. Y aunque a veces la academia y sus labores con China se llevan la mayoría de su tiempo, él siempre saca tiempo para escribir columnas, cuentos, relatos y hasta novelas de largo aliento como Tarde llega el alba (Ícono) que acaba de publicar con un buen número de comentarios a favor.


- ¿Cómo se inició su vida como escritor?
- Tuve la fortuna de tener, en el Liceo de la Universidad de Antioquia, a Gonzalo Arango como mi profesor de literatura, y él nos introdujo en el mundo literario a través de la obra poética del peruano César Vallejo. Después, fue importante mi acceso a escritores que en esa época constituían la vanguardia como los italianos Giovanni Papini y Alberto Moravia y el argentino Eduardo Mallea. Cuando tenía 20 años de edad, traduje cuentos de Moravia que fueron publicados por la revista Estampa de Bogotá. Ese mismo año me inicié como columnista en El Colombiano de Medellín con un artículo sobre 'Agustín Lara como poeta' con motivo de su llegada a la ciudad. Bajo la influencia ideológica-literaria de Arango, me declaré contrario al costumbrismo y rompí con todo cuanto en literatura olía a tradición. Poco después, fundé, en El Diario de esa ciudad y en asocio con otros dirigentes universitarios, el suplemento 'Nuestro Tiempo' para emprender un debate de largo aliento con el nadaísmo, desde el punto de vista del marxismo. Al trasladarme a Bogotá, después de trasegar durante años el camino del existencialismo sartreano, me alejé de esa tendencia, llevado de la mano por Álvaro Cepeda Samudio, que significó para mi una bomba de tiempo e ingresé, con todos mis arrestos, en el ámbito de la literatura norteamericana: Hemingway, Faulkner, Steinbech, Dos Pasos y William Saroyan, quienes se convirtieron en mis ídolos literarios. 

- ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas en su infancia? 
- En la infancia leía más poesía que obras de cualquier otro género. Me seducían la poesía de Vallejo y la de Barba Jacob. 


- ¿A qué edad escribió los primeros cuentos?
- A los 24 años escribí mi primer cuento: 'Los guerrilleros no bajan a la ciudad'.


- ¿Qué novela recuerda haber leído en su adolescencia y que hoy recuerde con especial cariño?
- La Metamorfosis de Franz Kafka.


- ¿Cuál fue el primer intento de escribir una novela de largo aliento?


- Las bestias de agosto, publicada por la editorial 'Espiral' de Clemente Airó en 1964, un año después de que apareciera una compilación de cuentos titulada Los guerrilleros no bajan a la ciudad. La mencionada novela se desarrolla en torno al ambiente político de mediados de la década 50 del siglo pasado, bajo el régimen militar del general Rojas Pinilla. Los cuentos tuvieron un impacto especial porque, como declararon algunos críticos literarios, con ellos rompía yo, por primera vez, con la visión de la violencia enmarcada en las zonas rurales, presente en toda una serie de novelas anteriores, para situarla en la ciudad. En cuanto a Las bestias de agosto, creo que asombré un poco por la adopción de un estilo directo y cortante, que por momentos eludía, de modo sistemático, partes de la oración, dejándolas en la sombra. Acometí con esta novela breve una especie de narrativa experimental. Que también tuvo su impacto. Era un poco Hemingway, un poco Cepeda Samudio, pero en una fórmula más comprimida.


- ¿Cómo logra combinar la actividad con la China, la labor académica y sus libros?
- No ha sido fácil, pues en todos estos años mi labor como profesor e investigador de temáticas relacionadas con China y el Asia Pacífico, a lo cual se agregan mis actuales compromisos como Director del Instituto Confucio de la Universidad Tadeo Lozano, absorben buena parte de mis jornadas, por lo cual para la literatura sólo me queda esperar que ´'llegue tarde el alba', que es justamente como titula mi más reciente novela. 


- ¿Qué lo atrae de la labor con el Pacífico?
- Viví en China 17 años, en cuatro períodos durante los cuales se produjeron cambios estremecedores en ese país. Incursioné a fondo en la historia de la civilización china y en su extraordinaria cultura, todo lo cual anda resumido en unas 'memorias noveladas', que fue el nombre con el cual definió Alonso Aristizábal un libro que hace una década publiqué con el título de En China dos veces la vida. Todo lo anterior me condujo, como si obedeciera a una puesta en línea de astros zodiacales, a constituirme en una especie de ´adelantado´ de la nación colombiana que se adentrara en el mundo del pensamiento y los sentimientos de los 1.338 millones que constituyen la población del gigante asiático. 


- ¿Cómo surgió la idea de esta más reciente novela?
- Un jueves de hace algunos años, parado en una esquina de un pequeño municipio de la cordillera oriental, que es el lugar donde tiene lugar la novela, la soledad, el silencio y la quietud que se sentían eran tales que me acordé de una de tantas películas del Oeste americano en la que de súbito llega una cuadrilla de pistoleros y comienza a disparar a diestro y siniestro. Y eso mismo fue lo que ocurrió otro día, en ese mismo pueblo, cuando sicarios a sueldo llegaron en dos camionetas, se bajaron frente a un local de venta de fritanga y cerveza y, sin más, dispararon sus mini uzis contra diez miembros de una misma familia que departían allí. Me dije a mí mismo entonces que la explosión del odio presenciada allí ese día era nada más y nada menos que un reflejo del odio incubado desde el siglo XIX hasta hoy en el país como un todo. Pero, aun más: en ese escenario aldeano de mi novela confluyen, de modo casual y al mismo tiempo fatal, personajes de la vida literaria colombiana que, extrañamente para mí, Maestro, escapan a tu avisado espíritu de crítico e historiador de la literatura colombiana. 


- ¿Cómo escogió el título?
- Es un verso de un poema de Mao Zedong, casi textual. 


- ¿Es una novela para reflexionar sobre el mundo de la drogadicción y la violencia?
- No. Aun cuando la temática de las drogas aparece de forma tangencial, no quise que fueran el foco de la novela. La violencia está más presente en esa obra, si bien tampoco constituye su centro. Esta novela es, a juicio mío como autor, más bien una radiografía de la degradación a la cual puede llegar un ser humano cuando se retracta de su identidad y falsea todo cuanto es y cuanto toca con sus manos. 


- ¿Detrás de esta novela, tiene otra para ser publicada?
- Sí, al menos tres más: otras dos narrativas de mi trilogía china, una novela basada en mi infancia en Medellín, que obtuvo el premio de novela Manuel Mejía Vallejo de 2008, y una cuarta, cuyo tema es la desaparición forzada de un profesor de humanidades en medio de una guerra de multinacionales farmacéuticas.

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