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Don Manolo, el hombre de las mil lenguas.

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Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras

La primera vez que lo vi, me dije: para construir  un ser así son indispensables un millón de misas, con sendos rosarios. Además, sin duda fue arquitectado —imaginé— con incienso, ese que tanto percibíamos en los retiros espirituales, aterrados con los castigos infernales.

Pronto descubrí que era el profesor de griego y latín, época en que yo estudiaba filosofía. En verdad parecía desplazado varios siglos, y semejaba un coterráneo y primo del Arcipreste de Hita. Sobre su sabiduría se habían tejido una serie de hipótesis, unos decían que hablaba y conocía más de sesenta lenguas, otros insistían en cuarenta. A mí me dio por pensar, que una y mil noches, le hablaba a una bella mujer —siempre diferente— en un idioma diverso cada  momento lunar.

Pronto, a pesar de edades dispares, distancia entre maestro y alumno, binóculos opuestos de visión de mundo, trabamos amistad. Era, como dicen los españoles, una bella persona. Al final de clase, la última del día realizaba unos largos paseos rumbo sur. Yo lo acompañaba, de repente, ya vecinas las dos, movía una mano paraba un taxi y me dejaba a mi suerte a una hora de mi residencia. Mamá protestaba, el almuerzo estaba pasado, frío, y servido por una empleada malhumorada.

La hoja de vida de don Manolo era impactante, profesor en Madrid, de griego y arameo; y como si fuera poco, de árabe y otra materia en Upsala en Suecia. Colgaba en la sala diplomas de doctorado en Universidades connotadas. Famoso por saber sánscrito y en especial la lengua más arrevesada del universo, el vascuence.

Don Manolo recordaba una serie de anécdotas, que repetía, siempre preguntando con su acento español, ya os lo he contado. Todos respondíamos que no y volvía sobre el “paisa” en Madrid, Duque Villegas, que convenció a los “chapetones” que era Duque de Villegas, de la más rancia nobleza. O del primer paseo en bus rumbo a Boyaca, su tierra, acompañado de su mujer, sueca, y el daño del vehículo. El secretario, un joven de cachucha, informó: se cayó el motor, los caballeros deben prestarnos el cinturón. Pretendían subirlo de nuevo. La dama nórdica se horrorizó del absurdo. Don Manolo la instruyó que este mundo lo dominaba, no solo el caos; sino el absurdo, y que García Márquez solo le había puesto algo de sordina.

Cuando al fin el autobús partió de nuevo, don Manolo solo comentó, te lo dije y escuchó del secretario la definición más completa de Colombia, es el país donde las piedras ruedan para arriba…

Las clases, independientemente de la gnosis, siempre estaban poseídas del buen talante y mejor humor del sabio. Una vez ya llevábamos esperando su presencia más de una semana, se nos comunicó, está terriblemente ofendido. Movimos las manos en señal de interrogación, no recordábamos haberle hecho nada. Se conformó una comisión, precedida por mí para pedirle perdón. Don Manolo saludaba, poseído de una fuerza ciclópea, con un golpe de puño sobre el pecho. Reaccioné, estaba vecino al nock out, cuando escuché que decía no ha pasado nada…hijo…

Creía, y en eso estaba de acuerdo con mi papá— yo era más cauto— que  estaba poseído de enormes facultades. Eso me sirvió para que desde siempre y para siempre me matricularan en extensos estudios. Don Manolo deseaba que yo aprendiera sánscrito, y yo ya estaba sobrecargado y sin mayor interés, cuando conozcas el sánscrito vas a ver el mundo, hijo, con otros lentes… y me perseguía por todo el claustro para seguir sus lecciones.

Su afán de sabiduría, o un encargo, lo llevó a desear aprender el quechua, y se le ocurrió importar un aborigen. Pacifico Guerrero se llamaba y lo llevó a vivir a su casa. La fantasía de los estudiantes inventaba que el “profesor” nativo tenía prohibido al resto de habitantes hablar si no lo hacían en quechua. Obligaba a un menú basado en frijoles fritos y arepa, para las tres comidas, y eso para todos. Además, inició un profundo romance con una de las empleadas. Ignoro la conclusión de ese aprendizaje. También, cómo y cuándo desapareció el gran don Manolo Casas Manrique, extraño sabio de las mil lenguas. Ser único en este y todos los mundos. Personaje entrañable, inolvidable, y he recurrido a una premisa, solo se muere cuando desaparecemos del recuerdo, por eso hoy lo siento y percibo más vivo que nunca.


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