Por: Vivian Murcia González / Editora de 'El PoralVoz'
Ha muerto Gabriel García Márquez. Los colombianos sentimos el vacío de su partida, tan grande, como el significado que tenía en nuestras vidas. Se ha muerto el periodista, el escritor, el personaje, ese colombiano nacido en medio de la nada que me dejó varias enseñanzas: no hay límites en la literatura, la vida se hace plena cuando leemos buenas historias, cuando aprendemos el valor de cada palabra.
Personalmente asumo la muerte como se asume un hecho cualquiera. La vida tiene un fin, el conteo es regresivo con el pasar de los años y, sin embargo, se hace muy difícil despedir a alguien que se ha llevado en las venas.
Yo estudié periodismo, soy colombiana, mi generación treintañera aprendió que el mejor escritor y Nobel de su país era Gabriel García Márquez. Crecimos con él, mis compañeros y amigos lo leímos con la intención de imitarlo, esa mala costumbre de copiar lo que otro ha hecho propio, pero que con él era un motor de inspiración.
Por eso lo intentamos una y otra vez y lo seguiremos haciendo porque, ante todo, fue un ejemplo. Yo diría que Gabriel García Márquez nos enseñó a leer a los colombianos, por una vez en nuestra historia teníamos un sello denominado “realismo mágico” que nos hacía sentir orgullosos, teníamos el mejor de todos, al que primero le dieron el Premio Nobel de Literatura entre los grandes escritores de su tiempo.
Sabíamos que la noticia llegaría, pero no por eso son fáciles las despedidas.
Le temo a la noche como lo hacía él, también soy tímida como él y por eso me salen mejor las letras que las voces, también como a él. En su autobiografía ‘Vivir para contarla’, Gabriel García Márquez se confesaba tímido, con miedo a la noche y a la oscuridad, porque es cuando “se materializan todas las fantasías”. Hoy se materializó uno de mis mayores temores, el que enfrento ante este papel en blanco. No sé qué decir ante su muerte.
No me despido porque lo leeré una y otra vez. No me despido porque estando en Colombia he sentido que tenemos un maestro en nuestras letras que permanecerá en nuestra historia. Gabriel García Márquez nunca dejará de ser nuestro querido Premio Nobel. Pasarán las generaciones, llegarán nuevos jóvenes colombianos a estudiar periodismo y les enseñarán que contar historias resulta un arte del que él fue un grande.
Su legado es infinito. No lo olvidaremos. Los colombianos somos otros gracias a él, quienes escribimos, o lo intentamos, aprendimos que no hay barrera que pueda con la afición y el amor a un oficio como el periodismo.
Gabriel García Márquez es el mejor ejemplo de un escritor verdadero. Recuerdo haber leído sus historias de vida de las que aprendí que cuando se quiere hacer algo en la vida hay que insistir, sólo insistir… escribir es un reto que se acepta entero con las consecuencias que trae o mejor se deja a un lado para darle paso a los que quieren seguir en el intento.
Recuerdo cómo contaba las noches que se quedó en parques porque el periodismo no le daba para ganarse la vida con dignidad, claro que me identifico con él en ese aspecto… también recuerdo ese primer acercamiento que tuvo con las palabras, un diccionario que le regaló su abuelo que él leía como si fuera una novela, y me lo imagino siendo un niño que se descubrió aprendiz de un oficio que no tiene fin, el de escribir. La anécdota más bonita la leí junto a mi hermano y para mí representa todo el empeño que una persona puede ofrecer por este oficio tan ingrato. Está relatada en la biografía que Gerarld Martin escribió sobre él:
Gabriel García Márquez tenía que enviar el manuscrito de ‘Cien años de soledad’ a la editorial argentina que le publicaría. Con su mujer empeñaron la plancha, el único objeto de valor que quedaba en su casa porque el oficio de escritor no resultaba rentable. Al momento de enviar el texto se dieron cuenta que el dinero no les alcanzaba para enviar el manuscrito completo, sacaron hojas y hojas para reducir el valor del envío, al final, la novela se envió a trozos. Su esposa, Mercedes Barcha, le dijo una frase que sonaba a sentencia: “sólo falta que esa novela sea mala”. La novela fue publicada en 1967, quince años después, en 1982, Gabriel García Márquez ganaría el Premio Nobel de Literatura.
Me siento orgullosa de lo que fue, asumo su muerte sin dramatismo. Me inspira su vida para no desistir, para seguir el instinto de quienes contamos la vida en palabras porque así nos parece más divertida. Sé que la disfrutó al máximo, sé que dese hace mucho se preparaba para el final. Espero que las mariposas amarillas de su creación me sigan iluminando siempre, sin embargo, esta no deja de ser la noticia que nunca quise contar.