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Jacobo Siruela habló con El Tiempo

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Por: Carlos Restrepo/ Bogotá. Hubiera podido dedicarse a navegar los mares, a montar a caballo o a seguir los díscolos pasos de algunos miembros de la realeza. Finalmente, desciende de una de las sagas familiares más nobiliarias del viejo continente.

Sin embargo, Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo (1954), hijo de la duquesa de Alba y mejor conocido como Jacobo Siruela, prefirió alejarse del espejismo de la realeza para sumergirse en la que él denomina la ‘República de las Letras’, un terreno que ennoblece el espíritu y en el que ha sabido dejar su impronta como editor, gracias a su amor y a su pasión por las humanidades.
Colombia era uno de sus destinos pendientes, que por múltiples compromisos había postergado, pero en el que decidió iniciar este año laboral. A su paso por Bogotá, en donde se encontró con jóvenes editores y libreros, Siruela recibió a El Tiempo, para hablar sobre cómo dio vida a la famosa editorial que lleva su nombre, su amistad con Borges o Calvino y su lectura sobre el papel del editor hoy.
- ¿De dónde viene esa pasión por los libros?
- En realidad nunca se sabe bien por qué uno se siente impulsado por las letras, pues yo empecé leyendo cómics como todos los niños, pero siempre me vi muy llamado por las artes, no solamente por las letras. Hacia los 14 o 15 años empecé a leer libros más serios. Quizás es una herencia de esa aura de mi abuelo (Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII Duque de Alba de Tormes), que era un intelectual, director de todas las academias y mecenas de muchas cosas, y que sigue gravitando la familia.
- A los 28 años, usted se interesa en la edición literaria. ¿Cómo fue eso?
- En esa época, yo era pintor abstracto y artista conceptual y quería dedicarme a ello. Estuve en Londres y a mi regreso monto un estudio en Toledo, en donde conocí a unos señores franceses que me iniciaron en la literatura medieval. Entonces, empecé a leer por mi cuenta esos libros del ciclo artúrico y del mito del Grial, que me apasionaron, y decidí hacer un libro de bibliofilia, una cosa loca para aquella época. Así fue como traduje una novela anónima del siglo XIII que se llama La muerte del rey Arturo, que no es la de Malory. Todos me decían que me iba a estrellar, que era algo absolutamente insensato, invertir todos tus ahorros en una empresa tan quimérica, pero cuando estaba a punto de naufragar, lo presenté al Ministerio de Cultura y ganó el premio al mejor libro editado del año. Y se vendió toda la edición. A partir de ahí, pensé que tenía que haber más gente que gozara con esta literatura que me apasionaba y fundé Siruela.
- ¿Y por qué la llamó así?
- Porque, bueno, aunque yo pertenezco a la ‘República de las Letras’, mi madre me acababa de dar el título de Conde de Siruela, y como es un título medieval, que proviene de 1475, vi que se ajustaba y la llamé Ediciones Siruela.
- ¿Cómo fueron esos inicios?
- Comenzamos con dos libros, Sir Gawain y el Caballero Verde, que era la novela favorita de Tolkien, y la historia de Melusina. Y frente a todo pronóstico se vendieron los libros tres veces. Era extraño que una editorial empezara haciendo libros medievales y, por otro lado, eran unos libros muy cuidados, que ha sido un sello mío, con muy buen papel, alguna ilustración en color, traducciones, cuidadas. Pero, además, la Edad Media también era una moda por esos años. Era la antípoda de la era Moderna y de alguna manera las personas siempre estamos obsesionados por nuestras antípodas, nuestro contrario, con lo que no somos.
Siruela se volvió un sello de culto, con colecciones memorables como las prologadas por Ítalo Calvino y Jorge Luis Borges. ¿Cómo se conoce con ellos?
Mi siguiente proyecto fue vindicar la literatura fantástica en mi país, que era vista como una literatura de segundo orden. Entonces yo publiqué la Biblioteca de Babel, que estaba dirigida y prologada por Jorge Luis Borges. Y ahí coincidió con que la Universidad MenéndezPelayo, de Sevilla, me encomendó que hiciera un curso de literatura fantástica. Entonces, a ese curso, al primero que invité fue a Jorge Luis Borges, que fue encantado, y también fue Calvino. Invité también a Bioy Casares, que no fue.
- ¿Cómo recuerda a Borges?
- Yo era muy joven y me intimidaba mucho Borges. Tampoco pude hablar mucho con él porque me tenía que dedicar al curso y él estaba muy solicitado. Pero sí tuve momentos especiales. Recuerdo que después de la primera intervención, nos montamos en un coche a caballo en el que recorrimos Sevilla, y en una parada en el Parque María Luisa muchas palomas acudieron a él. Él las echó con fuerza, y me dijo: “Si al menos fueran vampiros”. Y recitó un verso en alemán, del que yo solamente entendí la palabra vampir. Con Calvino sí hice una muy buena amistad.
Entrevista completa: http://www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-13458859.html

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