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Había una vez un circo – Última parte

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Realidad mata literatura

Tomado de Página 12/ Buenos Aires. - En la novela hay un fuerte protagonismo de diversos miembros de la comunidad qom chaqueña. ¿Cómo ves la trascendencia que sus reclamos han tenido en la actualidad?

–Lo que puedo decir es que yo he convivido con los pueblos originarios desde que era chiquito y recorría el Chaco acompañando a mi viejo, que era viajante de comercio. Conozco y no me gusta la mirada piadosa burguesa y urbana, y menos aún el oportunista “descubrimiento” político y periodístico que está de moda.

Y en líneas más generales, ¿sentías que había ahí también un ajuste de cuentas con lo que estaba sucediendo en el país en ese momento?

–No hay ajuste de nada, ¿quién era y quién soy yo para hacer eso? Todo eso que sucedió en el país en los últimos 40 o 50 años son datos que uno puede interpretar en un texto periodístico, en un ensayo. Pero en literatura no, para mí eso está prohibido: cualquier ajuste de cuentas de la realidad político-social aplicada a la literatura, la liquida. Realidad mata Literatura. En términos morales, digo, aunque también estéticos. Y es que yo me crié en un ambiente en el que la literatura era algo muy serio, era algo superior. Se “llegaba” a la literatura a través de la lectura, de la conversación sobre lo leído, de la discusión y el ensayo y el debate de nunca acabar. Quizás éramos medio solemnes, lo admito, pero también por eso tan exigentes. Osvaldo lo era, y cómo. Un lector implacable, que no daba tregua ni regalaba nada. Ricardo también, y mirá que lo han jodido. Y ni te cuento lo exigentes que son Angélica Gorodischer y Ana María Shua, que para mí están entre las más grandes narradoras argentinas de la actualidad, con Luisa Valenzuela, Liliana Heker y Tununa Mercado, y todas ellas apenas un poco por encima de una media, la de las mujeres, que en la Argentina es fabulosa. Por supuesto, es inevitable que haya un reflejo de la Argentina, sea del tiempo que fuere, en la literatura. Como España está en Leopoldo Alas “Clarín” y está en Laura Freixas o Javier Marías. Como Chile está en Antonio Skármeta y México en Juan Villoro. O sea, sublimado como obra de arte, no como testimonio. Uno lee los cuentos de Abelardo Castillo y lo entiende perfectamente. Y así pasa también con los narradores que en Buenos Aires casi no se conocen pero que están haciendo una obra original, diferente, consistente. Empezando por Orlando van Bredam en Formosa, Luisa Peluffo en Bariloche y Carlos Roberto Morán en Santa Fe, y siguiendo con Mariano Quirós y Mike Molfino en el Chaco, Graciela Bialet en Córdoba y decenas de narradores de calidad. A mí no acaba de sorprenderme todo lo que leo y gozo: Selva Almada, Gustavo Nielsen, Claudia Piñeiro, joder, es innumerable nuestra literatura. Y tenemos grandes ensayistas jóvenes, como Irene Chikiar. Y seguro me estoy olvidando de otros nombres. Pero la pregunta es: ¿de dónde nos viene todo eso, de dónde venimos? Obvio que de Rojas y Arrieta, de David Viñas y del enorme Noé Jitrik.

- ¿Por qué prohibieron el circo? fue quemada antes de que saliera a la calle, obligándote a un exilio de muchos años. ¿Cómo fue ese momento tanto a nivel personal como profesional?

–Fue un garrón, obviamente, pero sobreviví. En cambio, muchos de mis compañeros, amigos, hermanos fueron chupados y sus vidas destrozadas. Por eso siempre sentí que mi caso era menor y sólo uno más. No se jode con eso; no se puede hacer bandera. Y además nunca pensé que esta novela fuera reflejo de nada. Todo lo que yo quería era una sociedad mejor y en paz. Trabajé toda mi vida para eso, pero también para que no determinara mi literatura. Siempre procuré sacar al país de mis textos. No siempre lo conseguí, es claro, pero la batalla la di y la doy siempre. Tuvo razón Piglia cuando dijo que nosotros escribimos “contra” la política. Con respecto a un posible vínculo biográfico, creo que en toda creación literaria, artística, hay algo o mucho de sublimación, y además de hecho uno está poniendo el cuerpo. Pero yo escribo sin pensar en mi biografía, ni creo que tenga la menor importancia. Todo lo que quiero es que los lectores lean las ficciones que propongo y se las crean. No me gustan los lectores que se pasan de listos. No quiero lectores que anden leyendo mi vida, o lo que suponen que es mi vida. En literatura, las únicas vidas que interesan son las de los personajes.


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