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Las relaciones tormentosas de Van Gogh y Gauguin

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No. 6.630, Bogotá, Domingo 9 de Marzo de 2014 

No niego los derechos de la democracia; pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo. 
Henri-Frédéric Amiel

Las relaciones tormentosas de Van Gogh y Gauguin

Por: Germán Borda/ Especial para Libros y Letras.

La confluencia de dos fuerzas enormes, al unirse, pueden producir un estallido impactante. Amedrentador. Si se trata  del encuentro de dos artistas monumentales, Van Gogh y Gauguin, el cataclismo  es inevitable. Ambos sentían una extraña y poderosa imantación hacía el otro. Además, una extensa y mutua admiración, rara entre colegas. Pero…

Vincent dice de su amigo:

Pinturas formidables! No fueron pintadas con el pincel, sino con el miembro. Cuadros que al mismo tiempo que arte son pecados (...) Esta es la gran pintura que sale de las entrañas, de la sangre, como el esperma sale del sexo».

Gauguin quedó impresionado de la fuerza, el vigor del colorido de Van Gogh. Lo impacta el mundo interior, huracanado, con visos de tsunami. En cada pincelada se desprende la neurosis que avanza a pasos de gigante rumbo a la esquizofrenia. Sin embargo, comenta escéptico:«Vincent y yo, por lo general, tenemos pocas cosas en común, sobre todo en pintura. Él es romántico y yo quiero ser un primitivo. Desde el punto de vista del color, a él le gustan las pinceladas pastosas, cosa que yo detesto».

 Deciden encontrarse en Arles donde vive el holandés y ha alquilado una casa para crear un centro de artistas, todo  gracias a una pequeña mensualidad de su hermano Theo. Es una decisión descabellada; pero, que los llena de ilusiones, trabajar y vivir en compañía.

Para Gauguin, con una economía inexistente,  sin futuro, una gran solución.

Sus vidas han avanzado por sendas diferentes, como las carrileras, que parece jamás se unirán. Gauguin es un aventurero. Marino en su juventud, se convierte en próspero agente de cambio en París. La avispa secreta de la creación lo infecta. Decide dedicarse de lleno al arte y abandona su vida burguesa, plena de comodidades y deja su mujer e hijos a la deriva en Dinamarca. Se construye el canal de Panamá, los americanos aún no se han interesado y Gauguin viaja a Colombia. Las enfermedades tropicales, el trabajo agobiante, que sufre como obrero de la obra, que unirá los océanos, casi lo mata. Pero obtiene un gran logro, la quimera del trópico se ha introducido en sus poros y ha dominado su cerebro. Es un colorido nuevo, los atardeceres, moribundos, cuando el sol se retrotrae; el alba, el  instante en que el sol hilvana enmarañado, como una cuadriga de cobres sobre el mar. Lo poseen. Dejan una huella indeleble en su mente, ese es el paraíso, el que intentará descubrir toda su existencia. Con ese bagaje, que va plasmando en sus lienzos llega a donde su amigo en Arles.

A las afueras de Arles hay un antiguo cementerio romano, Alys Camps rodeado de la fantasía y la leyenda, San Gines, mártir, decapitado por no perseguir a los cristianos fue sepultado en ese lugar.  Alys Camps es un lugar idílico que la muerte no le ha podido sustraer la poesía, el encanto, la fascinación de colorido. Y la leyenda esparce sus terrenos de  creación, Cristo aparece en el entierro de San Trofimo,  siglo iv, siempre en  los Alyscamps, para dejar su huella  de su rodilla sobre el sarcófago.

Ambos se ponen de acuerdo, pintaran ese lugar, durante los dos meses que permanece Gauguin se dedican a sustraer el sustrato mágico de la naturaleza, a dibujar el viento que traspasa los ramajes, a llevar el colorido a los pinceles a los lienzos, a evocar el misterio del lugar de reposo de las animas. Al observar las creaciones, hay un milagro, una rara simbiosis, la paleta de ambos se hermana en los tonos, en las entrañas  del modelo. Gauguin se convierte en vivaz, expresivo con colores luminosos.

Ambos están marcados por el destino fatal. La terrible “Moira” de los griegos. Nadie puede escapar  a su propia sombra. Los demonios se han apoderado de sus existencias, la muerte ríe y afila la guadaña. Litigan y discuten sobre cómo pintar, dos visiones diametrales opuestas, Gauguin quien pretende de que el camino es el de los sueños y la fantasía «No hay que pintar sólo lo que se ve, también hay que pintar lo que se imagina», Sabe que Van Gogh sin modelo, es incapaz. Lo está poniendo a prueba cuando  lo pinta rodeado de girasoles y Vincent protesta, «Parezco yo enloquecido». Rechaza la locura que trasciende el lienzo y que para todos es patente. Solo él pretende ignorarla desconociendo los trasfondos de su alma perturbada. Se suman todos los instantes de tensiones, litigios y discusiones. Se enfrentan como dos púgiles dispuestos a deshacerse. El desenlace es terrible, Van Gogh termina mutilado, regalando su oreja amputada  a una de sus grandes amigas — siempre lo fueron— una prostituta. Aquí se entra en el resbaloso terreno de las hipótesis,  que contradicen la versión dada a la Policía por Gauguin, la obra de un loco que lo persiguió navaja en mano. Un verdadero thriller digno del mejor cineasta. ¿Fue una automutilación? ¿La ocasionó Gauguin, formidable espadachín? ¿Ocultaron la verdad de común acuerdo para impedir la inspección policial? ¿Se debió a una de las frecuentes riñas de Van Gogh?

Los dos se separan para siempre. Después del suicidio de Vincent, se reconoce, tarde, su maravilloso legado. Comienza a venderse y avalorarse sus obras, Gauguin comenta, quizás envidioso. ¿Qué sentido tiene exponer las obras de un loco?  También  Paul  buscará el suicidio —fallido— y morirá en las peores condiciones.

¿Qué pasó por la mente de Van Gogh en esa modesta habitación amarilla? Solitario, abandonado, por su mejor amigo, amputado. Sangrando, sediento y con hambre. Permanecía en las estrellas danzantes de sus cuadros. Al amparo de los soles fulgurantes en las noches, girando sobre sí mismos. Navegando en los mares sinuosos, obra de sus pinceles fantasiosos;          o caía en el precipicio de su psique dando alaridos tenebrosos. Podemos solo imaginarlo. Es seguro, sí, que en los momentos de lucidez, observará el retrato en la pared —realizado por él pocos meses antes— y añorará los lapsos de calma,  y felicidad fugaz, vividos con su gran amigo y modelo, Eugene Boch.

(La semana próxima, Van Gogh, Ann, Eugene y Melicent Boch)


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