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Un café en Buenos Aires con Alicia Huerta

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No. 6.629, Bogotá, Sábado 8 de Marzo de 2014 

He leído con frecuencia que las palabras traicionan al pensamiento, pero me parece que las palabras escritas lo traicionan todavía más 
Marguerite Yourcenar

Un café en Buenos Aires con Alicia Huerta

Por: Pablo Di Marco, especial para Libros y Letras.

     No se equivoca el poeta Sánchez Sorondo cuando afirma que “escribir es hacerse amigo de las fieras”: la vida del escritor está conformada por más sombras que luces, y suele ser mucho más ingrata de lo que los lectores presumen. Por lo tanto, siempre es placentero poder entrevistar a un autor al momento de recoger los frutos tras años de duro trabajo. Hoy comparto con ustedes el gusto de viajar virtualmente a la siempre acogedora Madrid para entrevistar a la talentosa Alicia Huerta, autora de la una de las novelas de las que habla España: Los nombres que jamás serán pronunciados.

—¿Qué vínculo tenés con la literatura colombiana?

Alicia: El vínculo me llega de mi admiración por escritores de allí. Gabriel García Márquez nos ha marcado a muchos. No podía ser de otra forma. Dice siempre un buen amigo mío periodista, que García Márquez es el único escritor capaz de convertir la prosa en fantasía y las metáforas, en versos. Su tratamiento de la soledad, del amor, del paso del tiempo que reconstruye las almas, o de la poesía de la memoria, no sólo conmueve, sino que inspira a cualquier persona tocada por el don de sentir a través de las palabras. Es más que un referente.

—Presentar una nueva novela ante periodistas y lectores suele ser una experiencia gratificante pero también estresante. ¿Cómo fueron las presentaciones de Los nombres que jamás serán pronunciados en Fnac? (Le contamos a nuestros amigos colombianos que Fnac es una de las librerías más importantes de Madrid).

Alicia: Las presentaciones realizadas en Fnac te dan la posibilidad de llegar a gran cantidad de personas. Sin embargo, más que el marco, lo que impone es tener enfrente a quienes quieren saber por qué esa historia en concreto merece su tiempo y su implicación. Para mí, el momento de la presentación es casi como el de una ofrenda. La historia deja de ser mía, para pasar a ser de quien la lea. Y lo único que espero es no defraudar.

Los nombres que jamás serán pronunciados tiene una temática original y atrapante. Te pido un favor: contales a nuestros lectores de qué se trata.

Alicia: Tanto en mis dos novelas anteriores, Delirios de persecución y Cosas que ocurren aunque tú no las veas, como en esta última, hay un tema que siempre me ha llamado la atención: esa tendencia tan arraigada en todos nosotros de juzgar –para mal– a quien sostiene la afirmación de unos hechos que se salen de lo “normal”. Pues bien, el mismo reto, el de escuchar al de enfrente no sólo con los oídos, sino también con el corazón, aparece de nuevo en esta última novela. El desafío aquí no es sólo para la protagonista, también para muchos otros personajes que van apareciendo a lo largo de una historia que se desarrolla en dos épocas muy diferentes en España. La primera parte tiene lugar en el Madrid de los años 60 hasta principios de los 70, justo antes de morir Franco; y la segunda, en nuestros días. Narra la vida de Silvia Salgado, a quien conocemos cuando, a los 14 años, es secuestrada junto a una vecina de un lujoso inmueble frente al Parque de El Retiro. Como es lógico, ese suceso conmociona a la opinión pública de la época y, por otra parte, marcará para siempre la vida de Silvia. De hecho, acabará viéndose directamente implicada en dos acontecimientos reales que aún hoy siguen siendo un misterio y, hasta hace bien poco, una especie de tabú. Me refiero, por una parte, al atentado que acabó con la vida de Carrero Blanco, mano derecha de Franco y entonces recién nombrado primer ministro. Y, de otra, de niños, hoy adultos, que han aparecido vivos mientras que a sus verdaderas madres se les hizo creer que habían muerto para darlos en adopción a otras mujeres, las cuales entraban en el hospital con un almohadón en la tripa simulando un embarazo. Durante décadas, se negó con rotundidad que algo así hubiera podido ocurrir en España. En todo caso, es también una novela que habla de amor: de que no elegimos a la persona de la que nos enamoramos y que, en ocasiones, somos incapaces de no vivir una relación, aunque sepamos de antemano que de ella no va a salir nada bueno. La protagonista, por otra parte, es una mujer llena de luces y sombras.

—No solo sos periodista y novelista, también sos traductora. ¿Por qué creés que ni los editores ni los lectores le otorgan a los traductores la importancia que merecen?

Alicia: Es algo que me parece tremendamente injusto, porque no concibo que un libro pueda ser traducido por una persona que no sea, a su vez, escritor. Sí, puede que aún no haya escrito una historia propia, incluso que no la escriba nunca, pero su dominio del lenguaje y su sensibilidad para interpretar la manera de expresarse de un autor son evidentes e imprescindibles. Se trata de una labor comprometida y realmente difícil, que puede suponer, incluso, el éxito de un escritor en el extranjero.

—Última pregunta, Alicia: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de la época que prefieras. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

Alicia: Lo primero, gracias por tan sugerente y magnífico regalo. Me encantaría tomar ese café con Mariano José de Larra, escritor, periodista, traductor, uno de los máximos exponentes del Romanticismo español. Desde hace algunos años, paso casi a diario por delante de la casa donde vivió y, se quitó la vida de un disparo  cuando sólo tenía 27 años. Acababa de abandonarle definitivamente la mujer a la que amaba –que no era su esposa– y nada más salir de casa del escritor, a donde había ido a devolverle sus cartas, escuchó el disparo. Trágico y, digamos, muy típico de los románticos, aunque muchos aseguran que su verdadera decepción era con la situación política y social de España, principal argumento de sus maravillosas columnas de vehemente estilo satírico. En los últimos meses, el desaliento e inconformidad ante el curso de la sociedad española se reflejaban en unos artículos llenos de brutal ironía y profundo pesimismo. No había cumplido 30 años y ya era considerado un eminente articulista, de gran claridad y una prosa llena de vigor. Fue una gran pérdida. Así que, si fuera posible, le llevaría a uno de los cafés del barrio (Madrid de los Austrias) y le preguntaría cómo ve ahora la situación social y política de España. 


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