Por: Manu de Ordoñana/ Nota enviada por el autor desde España.
En la mayoría de los casos, el asesino termina por ser descubierto y castigado por la ley, con lo cual el ciudadano respira tranquilo al comprobar cómo el bien se impone y acaba con la amenaza que el sujeto peligroso representa para la Humanidad. En ese sentido, la novela policiaca ─tanto la clásica como la negra─ tiene una cierta intención moral, ya que preserva los valores que sostienen la sociedad, aunque algunos autores “perversos” desafían los protocolos y justifican el delito como pecado inherente a la condición humana.
Hasta hace treinta años, se atribuía a la novela policiaca la condición de literatura basura, casi al mismo nivel que la novela rosa o del Oeste, un tópico más de los que se servían ciertos círculos autodenominados cultos, para diferenciarse de la plebe ignorante. Afortunadamente, la calidad de sus prosistas y el empeño de sus defensores consiguieron reivindicar el género y otorgarle el rango de literatura respetable, aunque el exceso de producciones mediocres que se editan hoy en día podrían devolverle su antigua etiqueta despreciable.
Una novela policiaca, si está bien construída, reúne todas las virtudes inherentes a un buen libro: agilidad narrativa, estructura sólida, personajes precisos y ritmo frenético, ingredientes todos ellos que explican su éxito en el mercado. ¿Alguien se atreve a negar el talento de George Simenon (1903-1989), el autor europeo más comprado en el siglo XX, después de Agatha Christie? Su dominio del diálogo ─siempre conciso e hilvanado─ le sirve para describir con precisión a sus personajes sin necesidad dar explicaciones desde su posición de narrador omnisciente, lo que aporta a sus relatos un realismo superior al de sus rivales. Otra de sus cualidades es la brevedad: ninguna de sus obras sobrepasa las 150 páginas, a pesar de que las historias que cuenta son complejas. Su catálogo es enorme, con más de 550 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, hasta el punto de que André Gide lo proclamó “el novelista más grande del siglo”.
No es de extrañar que muchos escritores consagrados se hayan dejado seducir por el género y hayan intentado alguna incursión en sus paredaños ─quizá también instigados por los altos dividendos que el negocio proporciona─, aunque no todos vieron su intento coronado por el éxito. Y es que la novela policiaca tiene sus propias reglas que no siempre son respetadas. Uno de los consejos que ofrece H.R.F. Keating al final de su libro Escribir novela negra (Ediciones Paidós Ibérica. 2003):
“Si quieres llegar a convertirte en un autor que publique ficción criminal lee todo lo que puedas de cuanto hayan escrito los autores consolidados. No tengas miedo creyendo que puedes llegar a imitar el estilo de Raymond Chandler o de Agatha Christie, si leemos lo suficiente no has de temer nada a ese respecto. En lugar de eso, lo que irá sucediendo de modo casi imperceptible es que iremos, a base de reaccionar de modo favorable o desfavorable ante las distintas frases o párrafos, adquiriendo un estilo propio que se habrá grabado en los estratos más profundos de nuestra mente”.
Así que el ése es el secreto: leer a los clásicos del género para ver cómo desarrollan la trama y presentan la solución al enigma. Y después, analizar los manuales que con ese propósito se han publicado para ayudar a los escritores noveles. Claro que tendrás que hacer una selección, porque el índice es extenso.
Para empezar, podrías leer las 13 reglas para escribir novela negra que nos propone John Verdon (Nueva York, 1942), o lo que dijo Petros Márkaris(Estambul, 1937) ─uno de los escritores más relevantes de la novela negra contemporánea─, que el verano pasado estuvo en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander para impartir un curso y explicar a sus alumnos cómo convertirse en un escritor de intriga.