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Con Mafalda como notable embajadora

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El encuentro dedicó a Quino una de sus exposiciones oficiales y hubo activas negociaciones de editoriales argentinas en el pabellón de derechos. El Grand Prix, reconocimiento a la trayectoria de los grandes de la historieta mundial, fue para Bill Watterson.

Por: Andrés Valenzuela/ Tomado de Página 12/ Buenos Aires. La edición 2014 del Festival Internacional de Historieta de Angoulême, en Francia, terminó como todo gran evento cultural que se precie: nutrida asistencia de público, premios, decepciones y alguna cuota de polémica, especialmente en torno de su punto más alto, el Gran Premio. Del lado de los argentinos, el balance general es positivo. El festival dedicó a Quino y Mafalda una de sus exposiciones oficiales, para la cual se montó una escenografía que reproducía el hogar de la niña y elementos recurrentes de su universo, como la radio o los pupitres escolares. Además, hubo rondas de negocios en el pabellón de derechos, de las que participaron Ediciones de la Flor, LocoRabia y Comic.ar, y donde también terció la convención argentina Comicópolis, que apareció el año pasado bajo la órbita de Tecnópolis.

Además, en el pabellón dedicado a la historieta independiente, el proyecto editorial/librero Moebius, que además de viajar con una porción de su stock de historieta argentina presentó allí dos volúmenes de serigrafías: Diablura, de Lucas Varela, y ¿Para qué me sirve esto?, de Carlos Nine. Varela fue Selección de la edición 2013 del Festival y reside en Angoulême, y Nine es un autor que concita enorme respeto y admiración en el mercado francobelga. Además, la librería llevó originales de Liniers (parte de la selección oficial de este año) y reproducciones de Decur, Santiago Caruso y el mismo Nine. Sin embargo, la presencia de esta librería no fue el único motivo de festejo en la pequeña ciudad francesa: el colectivo Niños Ultramundo accedió a la selección de la bd alternative, con la que el festival reconoce la producción independiente (ver aparte) y en la que finalmente prevaleció el ingenioso dispositivo de Le fanzine carré. Además de otros argentinos residentes en Francia y Europa, la presencia nacional se completó con Ernán Cirianni, Otto Zaiser y Andrés Lozano.

Desde luego, una faceta fundamental de Angoulême es la entrega de los Fauves, los galardones del Festival, con la efigie de la mascota del evento. Estos premios se otorgan, en su mayoría, sobre una selección oficial de 35 títulos de distinta índole. Además, y con su propia selección, se distinguen premios “patrimoniales” (para los clásicos) y “jeunesse” (de obras para niños). El Fauve d’Or, dedicado al Mejor álbum fue para Come prima, de Alfred. El Prix du Public Cultura recayó en Mauvais genre, realizado por Chlöé Cruchaudet, una obra que explora la violencia de género. El reconocimiento especial del jurado, en tanto, lo recibió La propriété, de la autora israelí Rutu Modan, de larga y consagrada trayectoria.

El premio Revelación fue doble este año. Lo compartieron Peter Blegvad por Le livre de Léviathan y Derf Backderf por Mona mi Dahmer. En el patrimonio, y contra la presencia de incunables como Krazy Kat, la edición gala de Periquita, una antología de Jack Kirby y otra de Spirou, se impuso Cowboy Henk, de Kamagurka y Herr Seele, quien hasta improvisó unos pasos al subir a recibir su estatuilla. Fuzz & Pluck fue reconocida como Mejor serie por su segundo volumen y un jurado de niños reconoció a Carnets de Cerise, de Joris Chamblain y Aurélie Neyret, como lo más idóneo para su franja etaria.

En cuanto al Grand Prix d’Angoulême, el reconocimiento especial que el festival hace a la trayectoria de los grandes de la historieta mundial, la cosa suscitó desde un comienzo polémicas y disputas. Este año cambió el sistema de votación, de modo que quitaba impacto en la elección del ganador a los miembros de la academia –verbigracia: los anteriores depositarios del Grand Prix–. Dieciséis de ellos amenazaron con abstenerse de votar, incluidos en la protesta figuras como el argentino José Muñoz, o figuras de la talla de Enki Bilal o Philippe Dupuy. Finalmente, la votación avanzó y quedaron tres candidatos: el británico Alan Moore, el japonés Katsuhiro Otomo y el norteamericano Bill Watterson, a cual más inapropiado para presidir la edición 2015 del Festival.

Pero no es que fueron “inapropiados” por falta de talento. Watterson se “retiró” del medio tras diez años maravillosos de Calvin & Hobbes. Tanto se retiró que ni siquiera atendió a George Lucas y Steven Spielberg cuando fueron a buscarlo para sendos proyectos cinematográficos. Otomo sí incursionó en el cine y terminó volcando allí casi todas sus energías: tras Akira, el japonés se dedicó más a la animación que a la historieta. Y Moore, acaso el candidato ideal para llevarse un galardón semejante, vigente, con obra actual y discurso reconocido, ya había anticipado al portal francés ActuaBD que, de ganar, rechazaría el premio. De modo muy gentil y elegante dejó claro que muchas gracias por pensar en él, pero que ni loco pisaba otro festival de historietas, por muy bonito que éste fuese, y que se daba por hecho con que lo dejaran seguir escribiendo guiones en la paz de su casa en la campiña británica.

El Grand Prix finalmente recayó en Watterson, y aunque nadie duda del merecimiento ni de la joya de la imaginación que es Calvin & Hobbes, el ostracismo del creador del niño y su tigre de estopa (aún falta una recopilación argentina, señores editores) lleva a cuestionar la prudencia en la elección de su figura. ¿Aceptará presidir la próxima edición del festival? ¿O en su lugar la organización pondrá un muñeco?


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