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Murakami reinventa sus personajes conocidos

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Por: Juan Tibanlombo http://www.hoy.com.ec/
"Verás, tengo  dos noticias para ti: una buena y otra mala. La mala noticia: voy a arrancarte las uñas de las manos o de los pies con unos alicates. Lo siento mucho, pero está decidido. Ya no se puede cambiar (...). Y ahora la buena noticia: te doy la libertad de elegir si te arranco las de las manos o las de los pies. ¿Qué? ¿Cuáles van a ser? Tienes diez segundos. Si no te decides, te las arrancaré todas. Las de los pies. Muy bien. Ahora mismo te voy a arrancar las uñas de los pies. Pero antes quiero que me digas una cosa: ¿por qué las de los pies y no las de las manos?" 

Ese guión que parece   sacado de alguna novela sobre las dictaduras latinoamericanas es, en realidad,  la charla con la que un emprendedor, que ofrece servicios externos de formación empresarial,  inicia sus cursos de capacitación. Es Aka que, para tener éxito en su negocio,  dividió a las personas en tres grupos: los outcasts o antisociales que no toleran las posturas constructivas y que son dejados de lado inmediatamente; los que piensan por sí mismos, a los que hay que dejarlos hacer, una clase de elegidos, y el grupo que recibe órdenes, que está en el medio, y es integrado por el ochenta y cinco por ciento del conjunto total.

El empresario  Aka es uno de los cinco chicos que, en la nueva novela de Haruki Murakami, forman una pandilla  en el instituto que estudiaron en Nagoya, que se desintegra cuando llegan a la universidad. Y toda la novela se centra en esa ruptura, en deshilvanar el por qué Mister Red, Mister Blue, Miss White y Miss Black expulsan del grupo a Tzukuru Tazaki, el chico sin color que solo quería construir estaciones de trenes. Y la historia se  aclara  mientras Tzukuru, instalado en Tokio donde su rutina es nadar y trabajar, comienza una relación con Sara, una chica cosmopolita dos años mayor que él.

Murakami vuelve al relato de la soledad -la pulsión de muerte que termina en pulsión de vida-, de jóvenes profesionales castrados por una sociedad que avanza más rápido de lo que ellos pueden, pese a esa obsesión por la salud, por el cuerpo, por el éxito... También está el jazz y los viejos tocadiscos para poner las tres suites para piano solo de Franz Liszt como música de fondo. Porque el relato es el de los años de la peregrinación, la nostalgia  por la pandilla, por el pasado; es la tristeza que despierta la contemplación de un paisaje bucólico. Y la historia termina con esa música de fondo. Con la sensación de haber descubierto que la pandilla nunca fue. Y el protagonista se queda esperando, como en casi todas las historias de Murakami.


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