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Carlos Fuentes, Abbado, Venezuela

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No. 6.595, Bogotá, Domingo 2 de Febrero de 2014 

Un buen libro es patrimonio de todo el mundo. 
Clemente XIX

Carlos Fuentes, Abbado, Venezuela

Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras. Uno de los cuentos más bellos, maravillosos que recuerde, fue escrito por Fuentes. Lo que dice una mujer a su amado en un viaje de Suiza a México. De las situaciones que deberían haber sido diferentes. La exaltación del amor, también la añoranza. Solo que el hombre va en otra parte, en una caja rumbo al cementerio. Es una obra maestra. Por esa simple narración yo le hubiera dado el Nobel. Es estremecedora, sensible, sobrecogedora.

Fuentes tenía conceptos propios de un pensador profundo e importante. Decía, cito de memoria; “Iberoamérica se desarrolló en la literatura desde la conquista con importantes narradores y cronistas (Citemos: Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, Hernán Cortés, López de Gómara, Diego Durán, Francisco Ximénez, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Francisco Vásquez)

En pintura, parte desde los cuadros de la época colonial, de enorme valor, hasta los grandes pintores de nuestra época. Mientras el desarrollo cultural fue importante y continuado, no tuvo una equivalencia en lo social y lo político. En eso permanecimos raquíticos, paquidérmicos, lerdos. Para no hablar de la corrupción y las dictaduras folclóricas”

Con la música pasamos a otro terreno, los archivos coloniales y obras posteriores no dan un calibre universal. Es un campo al que se llegará luego.

Cuando la historia, con su lente implacable analice las últimas décadas en Venezuela dará un veredicto. Ignoramos qué se salvará; pero, podemos suponer que un logro espectacular tomará relevancia excepcional, la música. Las orquestas juveniles, los conjuntos de jóvenes, los solistas. Todo ha sido una labor paciente y genial del Profesor Abreu. Bajo su sabiduría se consolidó el talento de Gustavo Dudamel, quien ha realizado, quizás, la más espectacular carrera en la dirección de orquesta.

Europa, siempre reticente y dudosa de todo lo que no sea europeo, de repente despertó maravillada ante el asombro. Orquestas  excepcionales de muchachos venezolanos, posiblemente salvados  de penurias y favelas. Los llamó de inmediato a grabar con la Deutsche Grammophon, Olimpo de los intérpretes. Y cedió la batuta principal del universo, la de la filarmónica de Berlín a Dudamel. Tal vez el director más joven que se haya enfrentado a esa masa sonora monumental.

Claudio Abbado, el director italiano, sintió una imantación especial con ese milagro. Todos los años viajó al trópico y participó de manera activa con su ciencia y técnica en ayudar a madurar ese proyecto. Se sorprendió del viaje  del Arauca vibrador, a las orillas del Rin. Dirigió la orquesta juvenil Simón Bolívar, dio clases, asistió a ensayos. Aconsejó y señalo en Europa la capacidad de Abreu y de Dudamel y sus conjuntos. Venezuela retribuyó, le asignaron una casa en la isla Margarita.

Escuché el primer concierto  de Abbado en Venecia, fui con uno de sus amigos, el violinista Walter Daga. Nos impactó la técnica precisa, exacta, virtuosa de la batuta. Parecía un actor Felliniano, fogoso, elegante. Echamos de menos en ese momento, algo que desarrolló después con creces, su enorme sensibilidad, el don poético, el pintor inusitado de paletas del sonido. El control perfecto de la masa sonora. Claudio se convirtió en uno de los grandes del podio central. Fue llamado a ocuparlo en las principales agrupaciones del planeta, Filarmónica de Viena, la de Berlín (fue su jefe durante muchos años, posición privilegiada en el mundo de la música) la Scala de Milán y todas las de primera línea.

Su técnica prodigiosa lo hacía dominar los repertorios más complejos, por eso dirigió obras de todas las épocas. Realizó cantidades de estrenos con composiciones en apariencia imposibles de creadores actuales.

Por desgracia no lo conocí durante los años en que estudiábamos en la Universidad de Viena. El destino jugó una mala pasada, cuando nos invitó  a almorzar, ya habíamos adquirido otro compromiso.

Abbado ha muerto. Nuestra tristeza y melancolía se compensan, en otro lugar del universo festejan, seguro ocupa el atril central de la orquesta de la música de las esferas.


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